Diversidad natural y diversidad cultural
02/09/2002
- Opinión
Excelentísimo señor Presidente y amigo, Jacques Chirac
Excelencias
Señoras y señores: Asisto a este esperado evento no con optimismo pero sí con esperanza. Celebro la oportunidad de compartir con ustedes la energía espiritual que permita alimentar la voluntad política necesaria para poner un alto a la irracional voracidad que está terminando con las vidas del planeta. El Secretario General de las Naciones Unidas nos ha invitado a centrar la atención de esta Cumbre en cinco asuntos claves: el agua, la energía, la agricultura, la salud y la biodiversidad, y el presidente Mbeki nos ha convocado a hacerlo pensando en la prosperidad de la gente y el planeta. Quiero en mis primeras palabras relevar la importancia de haber organizado esta mesa redonda sobre un tema que para mí resume y precisa los objetivos de esta Cumbre: "la diversidad natural y la diversidad cultural": para mi no son cosas interrelacionadas, son la misma cosa. En nuestra cosmovisión maya, cada pueblo, cada cultura es el espejo del mundo natural en el que vive. Nadie puede imaginar a un oso polar en la amazonía como es difícil imaginar que al pueblo Masai viviendo en Groenlandia. La diversidad cultural es el espejo de la diversidad natural. La obra de la Creación es la unidad de la diversidad, donde coexisten todas las vidas en un equilibrio armónico. Cada vez que se arrasa un bosque, se violenta una forma de vida, se pierde una lengua, se corta una forma de civilización, se comete un genocidio. Por milenios, los pueblos indígenas hemos aprendido de la naturaleza a vivir en armonía con todos sus elementos constitutivos. La tierra no nos pertenece, somos parte de ella y de los equilibrios que hacen posible la vida en su seno. Por siglos, los pueblos indígenas hemos vivido manteniendo esos equilibrios y aquellos otros que nos relacionan con todo el universo y que nos hacen corresponsables del acontecer del inframundo y el supramundo, como en el árbol de la vida que heredamos de nuestros abuelos, donde el follaje no se puede entender sin conocer las raíces, el tallo y las ramas. Estas relaciones, vastas y complejas, encierran para nosotros la más profunda sabiduría y espiritualidad y por eso son inviolables. Así lo han entendido nuestros pueblos a través de los siglos y así pareció entenderlo la comunidad de naciones hace 10 años en Río, al reconocer la interconexión y dependencia recíproca de todos los elementos que hacen posible la sostenibilidad del desarrollo y la vida. El arsenal teórico y normativo emergente de Río constituye el más significativo avance intelectual y político que el cambiante debate sobre el desarrollo ha producido en la historia contemporánea. Río marcó un punto de inflexión definitivo en los conceptos dándole al desarrollo un enfoque englobante, estableciendo la interrelación entre las dimensiones económica, social, ambiental y cultural en los instrumentos vinculantes y en la Agenda 21. Sus insuficiencias mayores fueron, acaso, las dimensiones institucional y financiera, que han dejado este proceso a librado a la voluntad política de gobiernos, empresas y organismos relacionados. Sin embargo, Río fue diferente por la impresionante irrupción de los movimientos sociales, de las organizaciones civiles, de la intelectualidad humanista y la academia comprometida. En Río se globalizó la esperanza. La participación de estos actores selló su legitimidad y abrió una nueva era para que "Nosotros los pueblos..." seamos realmente los protagonistas en la definición de las políticas globales que nos afectan. La Cumbre de Río fue un pacto ético y político para redistribuir el poder, los recursos y las oportunidades entre los países y al interior de ellos pero, ante los datos de la realidad, es difícil no perder la paciencia. Hace 10 años se hizo un pacto por el desarrollo y la equidad. Hoy, el concepto de seguridad parece haber sustituido a éstos y a todos los demás valores que inspiraron los pactos de Río, colocando a la diversidad como su principal amenaza. El libre comercio y la mano cada vez más visible de un mercado abierto para unos y cerrado para la mayoría no pueden continuar destruyendo las economías. Los escandalosos fraudes contables de las más grandes corporaciones del mundo han demostrado que la mano invisible del mercado ha destruido de un golpe la credibilidad de los ciudadanos no sólo en dichas empresas sino en los mecanismos estatales creados para fiscalizarlas. La seguridad no puede continuar siendo el pretexto para la agresión, ni la guerra puede continuar siendo la locomotora de la economía y el conocimiento. El orden mundial del siglo veintiuno no puede ser el hambre y la desesperación de las cuatro quintas partes de la población mundial soportando la opulencia y el derroche que caracterizan el modelo de vida, producción y consumo de la quinta parte restante. Hay que convertir el pacto de Río en un Código de Ética que garantice la convivencia pacífica y la salvación del planeta. No podemos volver a empezar de cero en cada Cumbre. No podemos seguir adoptando acuerdos de papel sin cronogramas, sin metas verificables, sin mecanismos fiables de rendición de cuentas. Los actores sociales no podemos continuar confinados en los eventos paralelos. Tenemos obligaciones, queremos también ejercer nuestros derechos. Hace unos minutos, tuve la honra de hacer público -en nombre de seis Premios Nobel de la Paz- un llamamiento a los gobernantes del mundo, a los líderes políticos, sociales y empresariales, demandando hacer causa común con este clamor. Aprovecho la oportunidad para entregar a Ud. señor Presidente, una copia de este manifiesto para que sea compartido aquí con todos sus colegas. En el marco de esta Cumbre también, hemos suscrito y promovido una demanda impostergable por la reforma profunda de las estructuras del sistema internacional. El mundo de la post guerra fría no puede regirse por el mismo orden emergente de la segunda guerra mundial. Es necesario un nuevo sentido de corresponsabilidad que nos comprometa a todos. La masiva participación social que abrió en Río el cauce del protagonismo de la sociedad civil en las decisiones del sistema de las Naciones Unidas, debe consumar la institucionalización de mecanismos de incidencia y corresponsabilidad que en cabida a la diversidad de nuevos actores que se han construido en los últimos años en la militancia por la vida, debe ser la tónica que garantice el reencauzamiento de la lucha por la justicia y la paz. Los Estados no pueden continuar asumiendo la responsabilidad exclusiva de las decisiones. De hecho no la tienen. Tampoco pueden continuar siendo correas de transmisión y legitimación de los intereses de los poderosos. La globalización no significa el fin de las soberanías ni las responsabilidades particulares de los Estados. Ellas se están modificando, complementando y fortaleciendo con el protagonismo emergente de los actores sociales e institucionales globales y locales. Los pueblos indígenas exigimos el reconocimiento de nuestras culturas diversas y de nuestro derecho a la libre determinación, en los mismos términos que los pactos internacionales de derechos humanos lo reconocen a todos los pueblos del mundo. Exigimos que nuestra contribución relevante a la preservación de las vidas del planeta así como el de nuestras formas de desarrollo sostenible sean reconocidas y valoradas en esta Cumbre. Ello implica reconocernos el derecho a disfrutar de nuestros territorios inalienables, los recursos que hemos conservado y utilizado ancestralmente así como los derechos colectivos que tenemos sobre los conocimientos de sus propiedades, como establece el Artículo 8-j del Convenio sobre la Diversidad Biológica. No aceptaremos ninguna restricción a los estándares internacionales vigentes, en particular, a la obligatoriedad del principio del "consentimiento previo y fundamentado" para cualquier acción que afecte nuestros recursos e intereses, así como al principio de "precaución" y al de la "responsabilidad común pero diferenciada" a nivel planetario. No aceptamos la privatización de la naturaleza, la tierra y la vida. No aceptamos que los recursos y conocimientos que por siglos hemos desarrollado sobre su aprovechamiento benigno sean patentados a nombre de los Estados o, peor aún, de particulares. Exigimos que se nos otorgue la seguridad jurídica sobre nuestro patrimonio intelectual colectivo. Demandamos el acceso a los beneficios que pudieran derivarse de su utilización, así como el reconocimiento de la integralidad de los mismos y la ética atemporal que caracteriza nuestra relación con ellos. No aceptamos que la explotación comercial impune de nuestros "recursos genéticos" nos continúe despojando y empobreciendo. Los valores sobre los que los pueblos indígenas hemos construido nuestros complejos sistemas se fundan en la cooperación y la reciprocidad de la vida comunitaria; en la autoridad de los ancianos y nuestra relación con los ancestros; en la comunicación y la responsabilidad intergeneracionales; en el derecho colectivo a la tierra, el territorio y los recursos; en la austeridad y la autosuficiencia de nuestras formas de producción y consumo; en la escala local y la prioridad de los recursos naturales locales en nuestro desarrollo; en la naturaleza ética, espiritual y sagrada del vínculo de nuestros pueblos con toda la obra de la creación. Esta Cumbre debe abolir los subsidios a la producción de alimentos en los países desarrollados que ahogan nuestras economías, nos dejan sin trabajo y nos hacen dependientes; debe garantizar la defensa de nuestros sistemas productivos tradicionales de la contaminación de elementos genéticamente modificados, así como de los abusos que los amenazan en los acuerdos comerciales globales. Estas palabras no pueden ser interpretadas como un reclamo quejumbroso. La nuestra es una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro común de nuestra humanidad. Buscamos defender los derechos de nuestros hijos y los suyos para que mañana continúe habiendo un mundo para todos. Los compromisos por el desarrollo hoy definirán la vida del mañana, la sordera de hoy será el camino de la autodestrucción a la que no queremos resignarnos. En esta empresa por la dignidad y el compromiso con la vida y el futuro, nadie sale sobrando. Demandamos de ustedes -gobiernos, organismos internacionales, empresas, movimientos sociales y organizaciones civiles- menos retórica, menos eufemismos, menos papeles y más acción, más resultados tangibles, más corresponsabilidad, más multilateralismo para tomar decisiones y hacerlas respetar, y más respeto por los que no tienen dinero para hacer oír su voz. Muchas gracias. Johannesburgo, 3 de septiembre de 2002
Excelencias
Señoras y señores: Asisto a este esperado evento no con optimismo pero sí con esperanza. Celebro la oportunidad de compartir con ustedes la energía espiritual que permita alimentar la voluntad política necesaria para poner un alto a la irracional voracidad que está terminando con las vidas del planeta. El Secretario General de las Naciones Unidas nos ha invitado a centrar la atención de esta Cumbre en cinco asuntos claves: el agua, la energía, la agricultura, la salud y la biodiversidad, y el presidente Mbeki nos ha convocado a hacerlo pensando en la prosperidad de la gente y el planeta. Quiero en mis primeras palabras relevar la importancia de haber organizado esta mesa redonda sobre un tema que para mí resume y precisa los objetivos de esta Cumbre: "la diversidad natural y la diversidad cultural": para mi no son cosas interrelacionadas, son la misma cosa. En nuestra cosmovisión maya, cada pueblo, cada cultura es el espejo del mundo natural en el que vive. Nadie puede imaginar a un oso polar en la amazonía como es difícil imaginar que al pueblo Masai viviendo en Groenlandia. La diversidad cultural es el espejo de la diversidad natural. La obra de la Creación es la unidad de la diversidad, donde coexisten todas las vidas en un equilibrio armónico. Cada vez que se arrasa un bosque, se violenta una forma de vida, se pierde una lengua, se corta una forma de civilización, se comete un genocidio. Por milenios, los pueblos indígenas hemos aprendido de la naturaleza a vivir en armonía con todos sus elementos constitutivos. La tierra no nos pertenece, somos parte de ella y de los equilibrios que hacen posible la vida en su seno. Por siglos, los pueblos indígenas hemos vivido manteniendo esos equilibrios y aquellos otros que nos relacionan con todo el universo y que nos hacen corresponsables del acontecer del inframundo y el supramundo, como en el árbol de la vida que heredamos de nuestros abuelos, donde el follaje no se puede entender sin conocer las raíces, el tallo y las ramas. Estas relaciones, vastas y complejas, encierran para nosotros la más profunda sabiduría y espiritualidad y por eso son inviolables. Así lo han entendido nuestros pueblos a través de los siglos y así pareció entenderlo la comunidad de naciones hace 10 años en Río, al reconocer la interconexión y dependencia recíproca de todos los elementos que hacen posible la sostenibilidad del desarrollo y la vida. El arsenal teórico y normativo emergente de Río constituye el más significativo avance intelectual y político que el cambiante debate sobre el desarrollo ha producido en la historia contemporánea. Río marcó un punto de inflexión definitivo en los conceptos dándole al desarrollo un enfoque englobante, estableciendo la interrelación entre las dimensiones económica, social, ambiental y cultural en los instrumentos vinculantes y en la Agenda 21. Sus insuficiencias mayores fueron, acaso, las dimensiones institucional y financiera, que han dejado este proceso a librado a la voluntad política de gobiernos, empresas y organismos relacionados. Sin embargo, Río fue diferente por la impresionante irrupción de los movimientos sociales, de las organizaciones civiles, de la intelectualidad humanista y la academia comprometida. En Río se globalizó la esperanza. La participación de estos actores selló su legitimidad y abrió una nueva era para que "Nosotros los pueblos..." seamos realmente los protagonistas en la definición de las políticas globales que nos afectan. La Cumbre de Río fue un pacto ético y político para redistribuir el poder, los recursos y las oportunidades entre los países y al interior de ellos pero, ante los datos de la realidad, es difícil no perder la paciencia. Hace 10 años se hizo un pacto por el desarrollo y la equidad. Hoy, el concepto de seguridad parece haber sustituido a éstos y a todos los demás valores que inspiraron los pactos de Río, colocando a la diversidad como su principal amenaza. El libre comercio y la mano cada vez más visible de un mercado abierto para unos y cerrado para la mayoría no pueden continuar destruyendo las economías. Los escandalosos fraudes contables de las más grandes corporaciones del mundo han demostrado que la mano invisible del mercado ha destruido de un golpe la credibilidad de los ciudadanos no sólo en dichas empresas sino en los mecanismos estatales creados para fiscalizarlas. La seguridad no puede continuar siendo el pretexto para la agresión, ni la guerra puede continuar siendo la locomotora de la economía y el conocimiento. El orden mundial del siglo veintiuno no puede ser el hambre y la desesperación de las cuatro quintas partes de la población mundial soportando la opulencia y el derroche que caracterizan el modelo de vida, producción y consumo de la quinta parte restante. Hay que convertir el pacto de Río en un Código de Ética que garantice la convivencia pacífica y la salvación del planeta. No podemos volver a empezar de cero en cada Cumbre. No podemos seguir adoptando acuerdos de papel sin cronogramas, sin metas verificables, sin mecanismos fiables de rendición de cuentas. Los actores sociales no podemos continuar confinados en los eventos paralelos. Tenemos obligaciones, queremos también ejercer nuestros derechos. Hace unos minutos, tuve la honra de hacer público -en nombre de seis Premios Nobel de la Paz- un llamamiento a los gobernantes del mundo, a los líderes políticos, sociales y empresariales, demandando hacer causa común con este clamor. Aprovecho la oportunidad para entregar a Ud. señor Presidente, una copia de este manifiesto para que sea compartido aquí con todos sus colegas. En el marco de esta Cumbre también, hemos suscrito y promovido una demanda impostergable por la reforma profunda de las estructuras del sistema internacional. El mundo de la post guerra fría no puede regirse por el mismo orden emergente de la segunda guerra mundial. Es necesario un nuevo sentido de corresponsabilidad que nos comprometa a todos. La masiva participación social que abrió en Río el cauce del protagonismo de la sociedad civil en las decisiones del sistema de las Naciones Unidas, debe consumar la institucionalización de mecanismos de incidencia y corresponsabilidad que en cabida a la diversidad de nuevos actores que se han construido en los últimos años en la militancia por la vida, debe ser la tónica que garantice el reencauzamiento de la lucha por la justicia y la paz. Los Estados no pueden continuar asumiendo la responsabilidad exclusiva de las decisiones. De hecho no la tienen. Tampoco pueden continuar siendo correas de transmisión y legitimación de los intereses de los poderosos. La globalización no significa el fin de las soberanías ni las responsabilidades particulares de los Estados. Ellas se están modificando, complementando y fortaleciendo con el protagonismo emergente de los actores sociales e institucionales globales y locales. Los pueblos indígenas exigimos el reconocimiento de nuestras culturas diversas y de nuestro derecho a la libre determinación, en los mismos términos que los pactos internacionales de derechos humanos lo reconocen a todos los pueblos del mundo. Exigimos que nuestra contribución relevante a la preservación de las vidas del planeta así como el de nuestras formas de desarrollo sostenible sean reconocidas y valoradas en esta Cumbre. Ello implica reconocernos el derecho a disfrutar de nuestros territorios inalienables, los recursos que hemos conservado y utilizado ancestralmente así como los derechos colectivos que tenemos sobre los conocimientos de sus propiedades, como establece el Artículo 8-j del Convenio sobre la Diversidad Biológica. No aceptaremos ninguna restricción a los estándares internacionales vigentes, en particular, a la obligatoriedad del principio del "consentimiento previo y fundamentado" para cualquier acción que afecte nuestros recursos e intereses, así como al principio de "precaución" y al de la "responsabilidad común pero diferenciada" a nivel planetario. No aceptamos la privatización de la naturaleza, la tierra y la vida. No aceptamos que los recursos y conocimientos que por siglos hemos desarrollado sobre su aprovechamiento benigno sean patentados a nombre de los Estados o, peor aún, de particulares. Exigimos que se nos otorgue la seguridad jurídica sobre nuestro patrimonio intelectual colectivo. Demandamos el acceso a los beneficios que pudieran derivarse de su utilización, así como el reconocimiento de la integralidad de los mismos y la ética atemporal que caracteriza nuestra relación con ellos. No aceptamos que la explotación comercial impune de nuestros "recursos genéticos" nos continúe despojando y empobreciendo. Los valores sobre los que los pueblos indígenas hemos construido nuestros complejos sistemas se fundan en la cooperación y la reciprocidad de la vida comunitaria; en la autoridad de los ancianos y nuestra relación con los ancestros; en la comunicación y la responsabilidad intergeneracionales; en el derecho colectivo a la tierra, el territorio y los recursos; en la austeridad y la autosuficiencia de nuestras formas de producción y consumo; en la escala local y la prioridad de los recursos naturales locales en nuestro desarrollo; en la naturaleza ética, espiritual y sagrada del vínculo de nuestros pueblos con toda la obra de la creación. Esta Cumbre debe abolir los subsidios a la producción de alimentos en los países desarrollados que ahogan nuestras economías, nos dejan sin trabajo y nos hacen dependientes; debe garantizar la defensa de nuestros sistemas productivos tradicionales de la contaminación de elementos genéticamente modificados, así como de los abusos que los amenazan en los acuerdos comerciales globales. Estas palabras no pueden ser interpretadas como un reclamo quejumbroso. La nuestra es una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro común de nuestra humanidad. Buscamos defender los derechos de nuestros hijos y los suyos para que mañana continúe habiendo un mundo para todos. Los compromisos por el desarrollo hoy definirán la vida del mañana, la sordera de hoy será el camino de la autodestrucción a la que no queremos resignarnos. En esta empresa por la dignidad y el compromiso con la vida y el futuro, nadie sale sobrando. Demandamos de ustedes -gobiernos, organismos internacionales, empresas, movimientos sociales y organizaciones civiles- menos retórica, menos eufemismos, menos papeles y más acción, más resultados tangibles, más corresponsabilidad, más multilateralismo para tomar decisiones y hacerlas respetar, y más respeto por los que no tienen dinero para hacer oír su voz. Muchas gracias. Johannesburgo, 3 de septiembre de 2002
https://www.alainet.org/es/articulo/106354
Del mismo autor
- Sistema educativo deficiente 11/12/2013
- Democracia frágil 20/11/2013
- Programas sociales clientelares 13/11/2013
- Justicia injusta 29/10/2013
- Desarrollo, un derecho colectivo 22/10/2013
- Impunidad a flor de piel 15/10/2013
- El monólogo y sus consecuencias 08/10/2013
- Minería saqueo al estilo colonial 01/10/2013
- La CICIG y sus desafíos 17/09/2013
- El Estado y sus habitantes 10/09/2013