Colombia: Reflexiones sobre la paz
24/07/2002
- Opinión
Al concluir el gobierno de Pastrana parece que se
cierra una fase de la crisis de la sociedad colombiana. La de los gobiernos que
creyeron que podían edificar, al lado de la columna vertebral de su política
fondomonetarista, un remedo de paz y solución política, sin lograr modificar los
términos del conflicto sociopolítico y armado que perdura en la realidad actual.
Un enfoque que se pretende nuevo y que, en verdad, reverdece la vieja idea
reaccionaria y militarista de una salida de fuerza bajo apariencias institucionales
asume la dirección del Estado, en medio de no pocas contradicciones internas en el
bloque de poder y presiones intensas del aliado estratégico de la vetusta
oligarquía colombiana: el Estado norteamericano.
Sin que se hayan modificado los parámetros de la confrontación entre el régimen
sociopolítico bipartidista y la sociedad, nuevas combinaciones presenta la baraja.
Frente a este hecho, conviene, entonces, reafirmar algunos referentes de la lucha
democrática y popular.
En primer término, hay que hallar una vía política de resolver el conflicto interno
colombiano. No hay duda de que a esta conclusión se puede llegar desde distintas
posiciones. La razón de este planteamiento es que el conflicto armado existente en
Colombia tiene un contenido social y político. Ese contenido lo constituyen a) las
desigualdades permanentes que han fragmentado la Sociedad y b) la estrechez
política del Sistema para aceptar las reformas. Tales han sido y son sus
características históricas, hasta ahora no modificadas.
La experiencia ha mostrado que este conflicto no tiene solución militar posible.
Hasta el momento no ha existido disuasivo alguno que haga cambiar los objetivos de
la guerrilla. Esta es una verdad comprobable: el endurecimiento de la guerra por
una política contraguerrillera como orientación del Estado tiende a ser respondido
por un endurecimiento correspondiente del campo contrario. El resultado no ha
sido, hasta ahora, la derrota de la guerrilla sino la degradación de la guerra, su
agravamiento, su extensión a nuevas regiones y campos, el crecimiento de sus
costos, incluidos los económicos que preocupan tanto a algunos empresarios.
Este conflicto no tiene solución militar posible por otra razón comprobable. Si
cesaran las operaciones militares insurgentes y contrainsurgentes, lo más probable
es que pronto estaríamos abocados al estallido social y a la insurrección. Por
efecto de la propia guerra, pero también, hay que decirlo, de la crisis del modelo
socioeconómico neoliberal y del sistema capitalista dependiente dominante en
Colombia, está creciendo la pobreza mientras se agrava la miseria de quienes son la
mayoría de nuestros compatriotas. Dicho de otra manera, el conflicto
contrainsurgente, poco a poco se ha ido convirtiendo en el factor fundamental de
contención de un cambio social, político y económico inevitable.
En segundo término, esto significa que la solución política no tiene sustituto
desde el punto de vista de la racionalidad más elemental. Ahora, cuando no existe
un proceso de paz y es probable que no lo haya en el mediano plazo, pueden mirarse
con menos prevenciones las consecuencias de la ruptura del Caguán. De hecho, el
proceso de diálogo con el ELN en Cuba se marchitó en la agonía del gobierno de
Pastrana, cuando éste ya no tenía ni la fuerza ni el tiempo para pactar una tregua,
pero tampoco el ambiente favorable para ello.
Si la solución política no tiene sustituto su búsqueda representa una postura
realista de cara al presente y al futuro. Pero los dueños del capital y los
gobernantes que los representan se han ido alejando del realismo, alentados por los
espejismos del apoyo militar de los Estados Unidos, el fortalecimiento y la
reingeniería del Ejército, la inteligencia militar y el despliegue rápido
helicotransportado. En el fondo, toman sus sueños por la realidad. Sus sueños
verdaderos se resumen en la resistencia a los cambios sociopolíticos necesarios y,
seguramente, inevitables. La prédica de reclamarle a la élite gobernante que
demuestre "voluntad política" de cambiar, de hacer concesiones para concertar la
paz, ha sido infructuosa.
Seguirá siendo inútil mientras la "sociedad civil" vinculada al pueblo mayoritario,
empobrecido, discriminado y descontento no se convierta en una fuerza poderosa y
movilizada, dispuesta a contribuir a imponer las transformaciones necesarias para
la paz con justicia social.
El rompimiento del proceso de paz nos ha enseñado otra cosa. La búsqueda de la paz
no puede estar desligada de la lucha política. Si en 1998 la elección presidencial
la dirimió la promesa de la paz, el presidente compromisario de tal promesa no
logró cumplirla. La desilusión y el desengaño frente a un pacto inefectivo
influyeron ahora, en la elección de un presidente vinculado a la legitimación de la
guerra como política permanente del Estado. Reflexionemos. Tenemos pleno derecho
de pensar que también será inefectiva la promesa de la guerra con todos sus
horrores, con todos sus costos, con la mayor militarización y paramilitarización de
la sociedad.
Hasta ahora vimos como posible la solución política únicamente por la vía del
diálogo y la negociación del gobierno y la insurgencia. Esta vía no puede
desaparecer nunca del horizonte de las posibilidades. En toda circunstancia la
salida requerirá diálogo, negociación y acuerdo con la insurgencia, es decir, su
reconocimiento como un factor componente del nuevo país.
También es pensable un cambio político y un gobierno con fuerte apoyo popular
dispuesto a realizar reformas profundas en la estructura socioeconómica, con un
programa cercano o compatible con los objetivos proclamados por los movimientos
guerrilleros en torno a la reforma agraria, la reforma política y social, una nueva
política económica alejada del dogma neoliberal, un enfoque social sobre los
derechos fundamentales a la salud y la educación, sobre los servicios públicos
domiciliarios, una actitud soberana frente a los recursos naturales, una política
ambiental, una aproximación a la integración latinoamericana, etc. Esta vía puede
parecer utópica hoy, tras unas elecciones con los resultados conocidos.
Sin embargo esta propuesta puede marcar un rumbo. El objetivo de una política de
paz no puede reducirse a deslegitimar la lucha armada, porque sería un empeño
inútil en un país cuya historia, para bien o para mal, ha estado marcada por ese
fenómeno histórico con fuerte arraigo en capas significativas de la Sociedad.
Existe también el horizonte de desestimular la resistencia a los cambios y de crear
condiciones para atacar las causas profundas de la desigualdad, la miseria, la
exclusión y la ausencia de libertad política. Para avanzar hacia allá se necesita
ganar conciencia en la necesidad de una gran convergencia social, política y
cultural, con una perspectiva de poder. El movimiento por la paz puede hacer parte
de este propósito, con sus propuestas y proyectos.
Otro objetivo tendría que ser el de reafirmar la soberanía para resolver entre
compatriotas las graves confrontaciones que nos enfrentan con la cooperación de la
Comunidad internacional y sin la intervención militar de los Estados Unidos.
Las ideas puestas ya en circulación por el nuevo gobierno alrededor de una
mediación deben ser vistas en una mirada crítica. ¿Mediación de quién? ¿En
relación con cuál propuesta de solución política? Si no la hay, entonces quizás la
mediación ahora no sea más válida que la búsqueda de un acuerdo humanitario que
facilite la liberación simultánea de retenidos, secuestrados y presos políticos,
como un gesto de acercamiento.
Podrían proponerse algunos pasos destinados a pasar de la utopía a la utopística,
como bautiza Wallerstein esa prospección de posibilidades tendientes al cambio
necesario.
1) generar un amplio movimiento por el cambio democrático para la paz con justicia
social que contribuya a crear la conciencia en torno a este propósito junto con el
apoyo a la búsqueda del diálogo para la solución política;
2) asumir como referente de trabajo el documento de recomendaciones de la Comisión
de Personalidades, convenida entre el gobierno y las FARC en 2001, además de las
Agendas acordadas, las propuestas y documentos producto de los procesos de diálogo;
3) pensar en un gran Encuentro popular pro Constituyente que profundice en los
contenidos de una reforma política y social enfocada hacia una amplia apertura
democrática y un gobierno para la paz;
4) apoyar las iniciativas hacia el acuerdo humanitario con el aporte de los buenos
oficios de diversos sectores nacionales e internacionales tendientes a insistir en
la vía de la solución política por el método de los compromisos, las concesiones
mutuas, el mutuo reconocimiento y la recuperación de la confianza entre las partes
del conflicto histórico que ha marcado el último medio siglo en Colombia.
Jaime Caycedo Turriago Profesor Asociado, Universidad Nacional
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