Argentina: El modelo sólo cierra con represión
26/06/2002
- Opinión
El gobierno de Eduardo Duhalde parece decidido a frenar en seco la protesta
social que desde hace seis meses jaquea a su gobierno, aún a costa de
despertar viejos fantasmas y generar una escalada que puede contribuir al
ascenso de sectores todavía más autoritarios.
Es imposible condenar a la mitad de la población al hambre y a la vez
mantener en pie un sistema de libertades democráticas. Más difícil aún
cuando se trata de una población que hasta no hace mucho tiempo vivió en un
país industrializado, con amplio acceso a la salud y la educación, que
conquistó derechos ciudadanos de organización y libre expresión, y que puso
en pie una sociedad civil amplia, diversa y heterogénea.
Desarmar todo ese andamiaje social sólo puede hacerse a costa de un
desaguisado mucho mayor que el perpetrado por la última dictadura. O,
dicho de otro modo, si el genocidio de los militares encabezados por el
general Jorge Rafael Videla no pudo desarticular el tejido social -en vías
de reconstrucción en la última década y media-, sólo cabe rendirse a la
evidencia o insistir con el remedio. La primera opción supone dar un
vuelco a la política económica y social que se viene implementando desde
1975, que llevaría a romper con los organismos financieros internacionales
y vivir con lo puesto; la segunda es mucho más dramática: reiterar la
receta, pero en dosis infinatamente mayores, en vista del escaso resultado
conseguido. O sea, preparar una represión mucho más amplia que la ensayada
entre 1975 y 1983.
Carlos Ruckauf, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno presidido
por Eduardo Duhalde, la tiene clara. Una semana atrás, ante un auditorio
de oficiales de la fuerza aérea puso en negro sobre blanco su pensamiento.
Dijo sentirse orgulloso de haber firmado en 1975, como ministro de Trabajo
de Isabel Perón, el decreto que ordenaba la "aniquilación" del terrorismo.
Y agregó -este es el dato esencial-, que volvería a hacerlo "sin
vacilar", en vistas de que se avecinan "tiempos difíciles" y que
tanto la policía como la Gendarmería se verán "desbordadas" por las
protestas sociales en curso que pueden desembocar en un estallido social.
Tanto más grave que las declaraciones de ese funcionario, es que ningún
otro del gobierno de Duhalde, ni el mismo presidente, haya salido a
desautorizarlo. Y peor aún, otros varios, entre ellos el comandante en
jefe del ejército, coincidieron con el punto de vista expresado por
Ruckauf.
Volver a los setenta
Parece claro, entonces, que no se trató de un caso aislado. Ruckauf no es
un recién llegado y representa el estado de ánimo de una parte de la
dirigencia política y empresarial argentina y de un sector del gobierno de
George W Bush. El ministro se ufana de las excelentes relaciones que
mantiene con el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell.
Vale la pena recalcar que ideas como las del canciller argentino son
defendidas, por ejemplo, por el ex ministro de Defensa y brevísimo ministro
de Economía Ricardo López Murphy, un hombre con sólidos vínculos en el
mundo empresarial trasnacional y financiero, pero también con empresarios y
militares locales. En precampaña electoral, López Murphy defiende, nada
menos, que una "reforma estructural del Estado" para darle más
atribuciones a las "fuerzas de seguridad y a los organismos de
inteligencia".
Carlos Menem, por su parte, en plena luna de miel con Washington, no oculta
ni sus objetivos de retornar al poder ni sus planes represivos. Hace pocos
días sentenció que la calle está tomada por "marxistas" y agitadores,
adelantando lo que puede esperar si llegara a retomar las riendas del
poder.
Sin embargo, los "tiempos difíciles" que los defensores de una salida
represiva defienden, en nada se parecen a la situación que llevó al golpe
de Estado de 1976. En aquellos años, recuérdese, se argumentó que la
intervención de las fuerzas armadas era necesaria para combatir a la
guerrilla que amenazaba con destruir la convivencia entre los argentinos y
hasta ponía en peligro la existencia de la nación. Ahora, se habla de un
posible estallido social, del "desborde" que provocaría la presencia
permanente de piqueteros y asambleistas en las calles. En suma, la célebre
"teoría de los dos demonios", la que suponía que había una guerra entre dos
ejércitos, era apenas un mal argumento. ¿O era sólo un argumento?
El hecho de que siete de cada diez desaparecidos fueran sindicalistas y no
guerrilleros, desmiente la tesis oficial de que el golpe y la brutal
represión se dieron para frenar a la subversión. El argumento es tan débil
como el de quienes quieren ver en los piqueteros, o en cualquier otro
movimiento social, un factor desestabilizador. Un país que condenó a 14
millones de personas, de un total de 36 millones, a una situación de
pobreza extrema, sabe que no puede apelar a ninguna legitimidad política.
Sobre todo, si esos millones eran antes ciudadanos y se los condena ahora
al papel de marginados.
Represión anunciada
Los dos muertos, los sesenta heridos -muchos de ellos de bala- y los 160
detenidos que provocó la indiscriminada represión en el puente Pueyrredón,
fueron largamente preparados durante por lo menos una semana, desde el
mismísimo gobierno. Son varias las fuentes. El periodista Miguel Bonasso
escribió en Página 12 que se preparaba una violenta represión contra
los piqueteros en el puente Pueyrredón, uno de los accesos de la zona sur a
la Capital Federal. La filtración provenía de un magistrado que lo había
escuchado de boca de funcionarios policiales, quienes aseguraban que ese
día iban "a meter bala".
El dirigente piquetero de La Matanza, en el Gran Buenos Aires, Luis D´Elía,
también supo que se descargaría una dura represión sobre los que cortatan
el puente. No era ningún secreto. Pero Duhalde había hecho su apuesta: si
los piqueteros salían a la ruta, lloverían balas, lo que significaba una
dura advertencia hacia el resto de los protestones; si los amedrentaba y
desistían, conseguía bajarle el pico a la protesta. En cualquiera de los
casos sería un triunfo político, ya que "las cosas no pueden seguir así".
La forma como se implementó la represión, habla por sí sola acerca de la
voluntad expresa de aniquilar a los piqueteros. La policía no se limitó a
despejar el puente y disolver a los 3.000 manifestantes. La mayoría de los
heridos se produjeron a varias cuadras del foco del enfrentamiento, los
muertos en la estación ferroviaria, a cientos de metros del puente.
Además, la policía allanó la sede de Izquierda Unida, un partido del arco
parlamentario, tirando la puerta abajo a patadas; policía federales
ingresaron en territorio de la Capital, cosa que tienen prohibida y, lo más
grave, ingresaron a los golpes al Hospital Fiorito, donde se atendía a los
heridos, donde secuestraron a varias personas y se llevaron ropas
ensangrentadas que podían utilizarse como prueba en su contra.
Puede preguntarse -como han hecho algunos periodistas, varios políticos de
la oposición y todo el gobierno- por qué los piqueteros insistieron en
realizar una acción como el corte de un puente "estratégico" pese a todas
las advertencias recibidas. Las respuestas son múltiples. Ese mismo
puente había sido cortado en varias ocasiones, desde hace varios años, por
los mismos grupos. El año pasado, un piquete de casi una semana en el
puente Pueyrredón se había saldado con la entrega de cientos de planes
Trabajar por parte del gobierno de Fernando de la Rúa. En suma, el corte
en ese lugar no era ninguna novedad.
Represión sistémica
Por otro lado, las organizaciones de desocupados de la zona sur están
integradas en su inmensa mayoría por jóvenes de menos de 25 años. Ese
sector de la sociedad que no tiene la menor posibilidad de conseguir un
trabajo digno, ni siquiera uno mal remunerado, los "cabecitas negras" que
sobreviven en asentamientos precarios, en zonas en las que los niños se
alimentan con sapos y carne de caballo, según un informe publicado por
Página 12 hace una semana. Esos jóvenes no sólo no tienen futuro,
tampoco tienen presente, no existen en los planes oficiales y, para colmo,
los subsidios suelen serles negados si no son jefes o jefas de hogar. Son
carne de "gatillo fácil", una modalidad que en los últimos años se cobra un
promedio de casi una víctima por semana.
Los datos recogidos por la Coordinadora contra la Represión Policial e
Institucional (CORREPI) son escalofriantes. Los abogados de la institución
(www.derechos.org/correpi) han hecho un minucioso seguimiento de los
casos de personas asesinadas por las fuerzas de seguridad del Estado, desde
1983 hasta noviembre de 1998. Los casos relevados excluyen los
enfrentamientos reales y se concentran en fusilamientos enmascarados,
tortura seguida de muerte, desapariciones y muertes de terceros causadas
por la policía en enfrentamientos. En 15 años fueron 470 homicidios
policiales. Un promedio de 31 por año, 2,6 por mes hasta 1997. Dos datos
a retener: en 1998, cuando comenzó la actual oleada de protestas sociales,
los homicidios policiales ascendieron a 39; del total, el 47 por ciento se
produjo en la provincia de Buenos Aires, que reúne sólo al 25 por ciento de
la población del país.
La cifra debe haber trepado en los años siguientes, para los que no existe
relevamiento. Sólo el 19 y el 20 de diciembre de 2001 se registraron 32
muertos por la policía en todo el país. Cuando era gobernador de la
provincia, el actual presidente consideraba a su policía como "la mejor
del mundo". Quizá haya querido decir, "la más asesina y corrupta
del mundo", como señalaron periodistas y organismos defensores de los
derechos humanos.
Esos jóvenes fueron los que protagonizaron los enfrentamientos del 20 de
diciembre en las inmediaciones de plaza de Mayo. Y muchos de ellos
estuvieron el miércoles 25 en el puente Pueyrredón, enfrentando a la
policía, ostentando palos, con las caras cubiertas, en un mano a mano en el
que siempre salen perdiendo. Como en las entradas de las discotecas y los
recitales, en las canchas de fútbol los domingos, en las barras que se
juntan en las esquinas de sus barrios, todos los días. "Quién va a tener
el coraje de decirles que sean prudentes? Que no se "regalen" ante una
policía homicida (¿etnocida?). Ellos saben, y nadie en su sano juicio
puede desmentirlos, que son muertos en vida, que este sistema de
acumulación decretó su desaparición de cualquier ciudadanía el mismo día de
su nacimiento.
Viraje improbable
El jueves 27, la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y la Corriente
Clasista y Combativa (CCC) realizaron un paro general en rechazo a la
represión. A grandes rasgos, el movimiento social, y muy en particular el
piquetero, está dividido en dos grandes vertientes: una mayoritaria que fue
reconocida por el gobierno como interlocutor, pero que mantienen fuertes
discrepancias sobre la forma como se están implementando los planes de
empleo, y otra que descarta la negociación. Esta última tiene a su vez dos
vertientes: la vinculada a los partidos de izquierda y la independiente,
que es la mayoritaria en la zona sur, en Quilmes y Lanús en particular,
articulada en torno a la Coordinadora Aníbal Verón.
Se trata del más independiente y menos previsible del universo piquetero,
cuyos orígenes habría que rastrear en comunidades eclesiales de base de la
zona de Quilmes que trabajan en proyectos productivos y de servicios
comunitarios. Contra este sector, donde se aglutinan gran cantidad de
jóvenes, es que se enfiló el gobierno duhaldista. La violenta represión
fue una forma de advertir y atemorizar al universo piquetero, pero sobre
todo al movimiento de asambleas barriales, de qué les espera si persisten
en seguir ocupando la calle.
Coincidentemente, hace dos domingos la prensa informó sobre la amenaza de
autoacuartelamiento de la Armada en caso de que el Senado no aprobara el
ascenso de un oficial acusado por su participación en la represión en la
Escuela de Mecánica de la Armada, centro de detención, tortura y
desapariciones durante la dictadura. Sin embargo, pese a las amenazas,
parece improbable que se esté a las vísperas de un golpe de Estado. Sería
un pésimo negocio para los militares que, además, podría redundar en
divisiones internas agudas. El escenario más probable parece consistir en
un endurecimiento de la actividad de las fuerzas represivas, esperando
frenar la protesta masiva a la espera de que vengan tiempos mejores.
Ese plan cuenta a su favor con las divisiones en el movimiento social, el
cansancio después de meses de una escalada de protestas -más de 500 cortes
de ruta en mayo, dos mil caceroleos desde diciembre- y la creciente
pauperización que desgasta la protesta. Pero también es posible que las
cosas no queden allí. Un análisis editorial del diario La Nación,
del jueves 27, oscila entre considerar que el movimiento piquetero "no
existiría sin un contexto socioeconómico como el de los últimos años" a
emparentar los cortes de ruta con "la subversión de los años ´70".
En lo fundamental, el diario erigido en portavoz de las elites
empresariales y políticas, señala: "Más que una manifestación de la
crisis social, el movimiento piquetero es una manifestación fronteriza -y
por cierto violenta e inaceptable- de la política".
Con lógica implacable, nadie se hace cargo de las consecuencias de una
política económica que ha provocado, en el país que fue granero del mundo,
que un 40 por ciento de la población pase hambre. Siempre que se encara
este debate, los responsables de turno hacen vagas referencias a "los
mercados", a lógicas económicas que parecen leyes -o castigos- divinos
caídos del cielo, a los que no hay más remedio que aceptar con resignación.
Parece, por el contrario, hora de quitarle el velo casi místico a la
economía, por lo menos a esa pesudociencia que sirve de excusa para los
exabruptos que se sufren en este continente. Un intelectual brasileño,
Walter Porto Gonçalves, amigo y colaborador de Chico Mendes, puso el dedo
en la llaga en su reciente libro Geo-grafías: "La lógica
económica -dice parafraseando a Clausewitz- es la lógica de la
guerra por otros medios". La política, y los políticos, parecen
destinados a servir esa lógica económico-militar.
https://www.alainet.org/es/active/2151
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