Mercosur - Europa: Un Proyecto Histórico

26/02/2002
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A comienzos de los años 50 el pensamiento económico latinoamericano produjo, sobre todo en la CEPAL, una abundante literatura sobre la importancia de la integración económica a comienzos de los años 50. En esa época no se podría imaginar que una política de cooperación siderúrgica entre algunos países europeos que, hace poco tiempo se mataban entre sí en una guerra odiosa, llegaría a constituir esta obra colosal de la cooperación humana que es hoy la Europa Unificada. En América Latina tuvimos que asistir impotentes a las dificultades de la colaboración regional, iniciada por ALALC en 1960. Tuvimos que restringir nuestras pretensiones integracionistas bajo presión de la doctrina del panamericanismo pero, sobre todo, por la pesada herencia de nuestro pasado colonial y dependiente. Nuestras infraestructuras de carreteras y de comunicación se dirigían fundamentalmente hacia la exportación de productos primarios a los centros de la economía mundial. Desconocíamos, y hasta hoy así es, lo que pasaba en nuestros países vecinos. Nuestra diplomacia se orientaba verticalmente hacia los centros del poder mundial, dándole una importancia secundaria a América Latina. En este ambiente poco favorable, presenciamos el debilitamiento de ALALC, buscando muchas veces razones técnicas para su fracaso, cuando sufríamos, de hecho, las consecuencias de una estructura del poder mundial en que éramos más espectadores que autores. De los años 30 hasta la década de los ochencha, logramos avanzar en dirección a una estructura económica más orientada a nuestros mercados internos. Y pudimos aumentar la densidad de nuestras relaciones diplomáticas regionales hasta la creación del Mercosur. Esta cooperación en el Cono Sur de América mostró las potencialidades del intercambio entre economías de desarrollo medio, como Brasil y Argentina. El éxito del Mercosur vino a estimular iniciativas diplomáticas regionales de gran repercusión para el destino de las Américas y de nuestras relaciones con el resto del mundo. Hoy señalamos el entusiasmo que esta experiencia, aún restringida y localizada, despertó en todo subcontinente de América del Sur. Los países que componen el Pacto Andino y el Pacto Amazónico desean, ardorosamente, unirse al Mercosur, visto como una exitosa experiencia de cooperación económica y diplomática. Conseguimos romper el inmovilismo diplomático que se inspiraba en el miedo de afrontar el panamericanismo exclusivista. Conseguimos construir una cooperación iberoamericana, con claro apoyo de la Unión Europea. En 1989, los presidentes de América Latina pudieron reunirse, por primera vez, en la Primera Cumbre Iberoamericana. Rompimos, en definitiva, las amarras que impedía autopercibirnos como una compleja identidad cultural, como hermanos con intereses económicos y políticos comunes. Por ello, los que siempre aspiramos a una unidad de América Latina vimos, con mucho gusto, que la Unión Europea haya comprendido la importancia geopolítica de la cooperación de América Latina y del Caribe (cada vez más identificado con nosotros) con la nueva Europa, que nace de la firme decisión de crear su moneda propia y de llevar, hasta las últimas consecuencias, el espíritu de la cooperación entre los pueblos. Queremos formar parte de esta aventura europea. No compartimos, de ningún modo, las dudas y el escepticismo de los que desconfían de la capacidad de latinoamericanos y europeos construir una colaboración efectiva y provechosa. No reducimos la propuesta europea de una integración entre el Mercosur y la Unión Europea a un proyecto de zona de libre mercado. Sabemos que la perspectiva europea no es la de una ALCA interatlántica. Trátase de la creación de un espacio de cooperación económica, sociopolítica y cultural. No coincidimos con la reducción de este debate a un propósito ingenuo de nuestros tecnócratas de exigir a los europeos una coherencia con las ideas neoliberales, que nunca orientaron efectivamente la realidad europea. No tiene sentido exigir que Europa abandone su concepto de seguridad alimenticia (que, por cierto, debe mucho a un gran brasileño, Josué de Castro, hoy olvidado a causa de la dictadura brasileña) como condición para el avance de esta integración de gran significado para ambas comunidades. Es perfectamente posible avanzar por partes y establecer acuerdos específicos y bilaterales que permitan una mayor participación de nuestros productos agroindustriales en la economía europea. También es posible avanzar en los acuerdos de cooperación científica y en el intercambio de inversiones. Hay un precedente importante en este sentido que es el avance de la cooperación iberoamericana. Si prestamos atención a la constitución y desarrollo de las cumbres iberoamericanas, veremos que ellas representaron un salto geopolítico para América Latina. La primera reunión de los presidentes latinoamericanos se realizó con ocasión de la creación de estas cumbres iberoamericanas. Siempre estuvimos prohibidos por Estados Unidos de reunirnos separadamente del gigante del norte. La doctrina Monroe quiso sujetarnos a un panamericanismo suicida. El autodesignado líder de las Américas y del mundo no miraba y no mira con buenos ojos nuestra identidad iberoamericana. Sin embargo, los hechos demostraron que cuando la comunidad europea respaldó el proyecto de reconstitución de una herencia histórica tan profunda como el iberoamericanismo, él se desarrolló, echó raíces y se estableció definitivamente. Lo mismo ocurrió cuando Brasil y Argentina superaron una competición artificial manipulada históricamente por intereses favorables a una balcanización de América Latina, y establecieron el Mercosur. El salto obtenido en nuestro comercio exterior en menos de una década es una muestra de la fuerza de una perspectiva de cooperación latinoamericana. Argentina está reviviendo este proyecto después de que sus enemigos trataron de impedir su continuidad e intentaron establecer un falso dilema entre el Mercosur y nuestra integración en la economía mundial. Al contrario de lo que piensan estos señores que representan una vieja oligarquía de inspiración colonial, nuestra integración en la economía mundial no será hecha con la sumisión a las imposiciones de las grandes potencias, sino por nuestra integración regional y nacional. Solamente naciones bien integradas internamente pueden ocupar un lugar privilegiado en el comercio mundial. Véase el ejemplo reciente de Brasil. Al abrir unilateralmente todas sus puertas para el comercio mundial sólo consiguió derrumbar sus exportaciones y ahora sus importaciones, después de la devaluación inevitable de su moneda en enero de 1999. Como resultado de esta integración subordinada al mercado mundial, Brasil disminuyó su participación en el comercio mundial del 1,2% al 0,8%. Esto quiere decir que la política de apertura irresponsable en vez de globalizarnos, como nos prometía, sólo consiguió desglobalizarnos. No se trata de cerrar economías que, al contrario de lo que se dice, estuvieron siempre abiertas y sumisas al mercado mundial. Trátase de asegurar un efectivo camino de integración en el mercado mundial, y para esto tenemos que saber respetar nuestros orígenes históricos, nuestras herencias culturales y nuestros intereses geopolíticos reales. Y nuestro proyecto de afirmación cultural pasa claramente por el reconocimiento de nuestras raíces ibéricas y nuestra aventura común latinoamericana. En el momento actual, las inversiones españolas ganaron un papel especial en Brasil y en toda América Latina. Esto es una buena señal. No se trata de alejar el capital norteamericano, sino de contrarrestar cualquier dominio unilateral en la región. Desde luego reconocemos nuestra realidad hemisférica a pesar de que nunca tuvimos ningún papel protagónico en su configuración estratégica. Juscelino Kubitschek, por ejemplo, lanzó la Operación Panamericana (OPA),en 1959, pero supo al mismo tiempo romper con el Fondo Monetario Internacional que quería bloquear su Plan de Metas, que permitió a Brasil avanzar 50 años en 5. La OPA fue seguramente uno de los antecedentes de la Alianza para el Progreso, pero no le fue reconocido ningún papel en la formulación e implantación de ésta. La OEA tuvo fuerte apoyo brasileño, pero se transformó, durante muchos años, en un simple apéndice de la política exterior norteamericana. Todo esto es muy diferente del proyecto de la cooperación iberoamericana que desarrolla América Latina junto con España y Portugal, y que empieza a dar fruto en varios sectores. Podemos encontrar ahí los antecedentes de una futura cooperación eurolatinoamericana que cambiará positivamente la dirección de nuestra inserción internacional con la apertura de nuevas opciones comerciales, tecnológicas y culturales. * Theotonio Dos Santos es profesor titular de Economía de la Universidad Federal Fluminense, es coordinador de la Cátedra y Red UNESCO-Universidad de las Naciones Unidas sobre Economía Global y Desarrollo Sostenible y presidente del Consejo Consultivo de Relaciones Internacionales del Estado de Río de Janeiro.

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