El mundo vuelve a empezar

02/01/2002
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Los comentarios –cautelosos o apocalípticos o clarividentes- acerca de la coyuntura proliferan, estos días, en los medios de comunicación. No voy a repetir “lo obvio aullante”. El problema está en saber leer la coyuntura a la luz de los signos de los tiempos, descubriendo causas, intereses, “efectos colaterales”, juegos de vida o muerte para la familia humana. Los terrorismos, en plural Creo, sin embargo, que a toda la Humanidad, y concretamente a la Iglesia, nos toca tomar nota de urgencia y asumir, corresponsablemente, los desafíos de esta hora. Ha empezado un nuevo milenio, un tiempo nuevo, que llaman “un cambio de época”. No tanto, precisamente, por las torres gemelas del 11 de septiembre; que hay muchos otros días, muchas torres, y muchos terrorismos, antes y después de ese 11 de septiembre. Cuatro terrorismos, sin duda, hay que destacar para entender y juzgar correctamente los actos terroristas y las guerras de terror, los terrorismos enloquecidos y las sistemáticas guerras imperiales. Hay un terrorismo individual, cometido por cualquier asaltante en cualquier esquina o vereda; otro terrorismo, grupal, perpetrado por cualquier facción; el terrorismo de Estado, que es a veces del Estado propio de cada país o de los prepotentes Estados imperialistas y colonizadores, sobre todo del más terrorista de todos ellos, a lo largo de los dos últimos siglos; y el terrorismo del Sistema, hoy de capitalismo neoliberal, que es el terror económico y social para la mayor parte de la Humanidad, sometida al hambre, a la marginación y al desespero. Los desafíos de esta hora Tres desafíos, concretamente, debe asumir con osadía profética y libertad evangélica la Iglesia de Jesús, para ser creíble y evangelizadora hoy: * la descentralización mundializada
* la participación corresponsable
* el diálogo solidario. La mundialización, por gracia de Dios y por el humano proceso de la historia, es “inevitable”. Y esa mundialización exige el reconocimiento de los varios mundos como pueblos, culturas, religiones, dentro de un solo mundo humano; sin primero, sin tercero, sin cuarto. Ese reconocimiento reclama, para que sea real y no apenas escrito, la descentralización de las instancias de planificación y de decisión. Lo cual les debe ser exigido tanto a la ONU y demás organismos mundiales como a la Santa Sede y a las curias eclesiásticas. Solamente esta descentralización hará posible la participación corresponsable y efectiva de los varios pueblos y estamentos. Quien concretamente pide sólo la democratización de la Iglesia, está pidiendo muy poco. A la Iglesia hay que pedirle, y en la Iglesia debemos dar, más que democracia: vida fraterno- sororal, cogestión adulta, ministerialidad plural, libertad evangélica. El muy probado teólogo Juan Antonio Estrada declara lúcidamente: «Hoy el catolicismo está lastrado con una institucionalización que ya no corresponde ni a las necesidades actuales, ni a las exigencias ecuménicas, ni a la sensibilidad de los fieles. Tampoco cuenta con el consenso global de la teología, ya que cada vez abundan más las corrientes y escuelas que impugnan el modelo vigente y proponen cambios desde un conocimiento renovado de la Escritura y de la Tradición». A propósito de la participación adulta en la Iglesia, se acaba de celebrar el Sínodo dedicado al ministerio episcopal. Un sínodo que se suponía coronación de todo un serial de sínodos por temas y hasta por continentes. La verdad es que este último sínodo ha confirmado la decepción que el instrumento-sínodo viene provocando prácticamente desde su aplicación, por no ser deliberativo y decisorio. Me permito contestar fraternalmente la satisfacción que el cardenal Joseph Ratzinger manifestaba sobre el curso de los debates, en este último sínodo: “Se podía temer –dice el purpurado alemán- que el sínodo se bloquease en torno a las relaciones entre la curia romana y los obispos, sobre los poderes de la asamblea sinodal o la estructura de las conferencias continentales y nacionales, estrangulando de este modo la vida de la Iglesia”. Lo que estrangula la vida de la Iglesia es, precisamente, señor cardenal, la falta de revisión a fondo de las relaciones entre la curia romana y los obispos, el modo de elección de los mismos, la restringida ministerialidad, la inculturación no efectuada, la problemática entera de la colegialidad y la corresponsabilidad. El que hayan sido tan pacíficas y concordes las sesiones sinodales podría deberse a la sistemática negativa de espacio oficial y a la omisión resignada de los participantes. Más para un “nostra culpa” que para un “Te Deum” de acción de gracias. Afortunadamente, el Espíritu y la Iglesia continúan caminando; y las bases se mueven. La conciencia y la práctica de que “somos Iglesia” no es apenas un movimiento, es una “movimentación” a lo largo y ancho de toda la Iglesia de Jesús, que son las varias iglesias que profesan su nombre y anuncian su Reino. Nunca como hoy, en la práctica, y a veces forzando barreras, diferentes sectores de la Iglesia, y concretamente el laicado –masculino y femenino-, han sido tan libres y creativos, tan adultos y corresponsables en la lectura bíblica, en el pensamiento teológico, en la liturgia, en los ministerios, en las pastorales, en la acción social... Están creciendo, en el mundo, un clamor y ya una acción en torno a un verdadero proceso conciliar. Que continúe y actualice y amplíe el Vaticano II; que responda a las grandes urgencias eclesiales y a las grandes expectativas de la Humanidad, hija de Dios. Esa movilización de las bases se da también, en mayor escala, dentro de la Sociedad como un todo. Ya van siendo cada vez más los movimientos y acciones de ciudadanía, cooperación, solidaridad; los varios forums libres y alternativos a la economía, al pensamiento y a la política neoliberales, pasando de la simple contestación a la propuesta, de la impotencia a la convocación eficaz. En esta hora kairós de mundialización y de madurez de conciencia, que es, simultáneamente, una hora nefasta de nuevas prepotencias, de macrodictaduras, de fundamentalismos y de radicalizaciones, se nos impone, como un don y como una conquista, el diálogo, interpersonal, intercultural, ecuménico y macroecuménico. Un diálogo de pensamientos, de palabras y de corazones. No la mera tolerancia, que se parece demasiado a la guerra fría, sino la convivencia cálida, la acogida, la complementariedad. La caída de las torres debería ser también la caída de unas escamas que empañan los ojos del Occidente cristiano frente al mundo árabe y musulmán. Desde ese 11 de septiembre, traído y llevado como si fuese el mayor terrorismo de la historia, el Occidente, cristiano o no, está necesariamente obligado a reconocer que el mundo árabe y el Islam existen, y que el Islam congrega más de un billón de fieles de diferentes pueblos y culturas. Durante muchos siglos la Sociedad occidental y la Iglesia -demasiado occidental siempre- han sido prejuicio, hostilidad y guerra con el Oriente musulmán. Nuestra Agenda Latinoamericana-Mundial de 2002 propone, precisamente, como gran tema de la hora, “las culturas en diálogo”, y la Agenda’2003 propondrá, concretando ese tema, el diálogo interreligioso: “las religiones en paz dentro de sí y entre sí, para la paz del mundo”; y la Agenda’2004, si Dios nos concede aún tiempo de andadura, estará dedicada, con espíritu de conversión, a “nuestros respectivos fundamentalismos”. La campaña contra el Banco Mundial, realizada en Barcelona durante el pasado mes de junio, se estructuraba en torno a siete ejes de debate y acción, que abarcan ampliamente los mayores desafíos y prospectivas de esta hora: * democracia, participación y represión
* derechos sociales y laborales
* migraciones
* derechos ecológicos, derechos ambientales, modelo agroalimentario
* globalización y militarismo
* mujer y globalización
* globalización y desarrollo Mística para el camino Esos procesos de cambio, que son sueño y misión, reclaman de todos nosotros y nosotras, cristianos o no, una fuerte espiritualidad, una mística de vida. Cada cual la vivirá según la respectiva fe, pero sin esa espiritualidad no se hace camino. Pensando en ello, y a raíz del retiro espiritual que celebramos cada año, el equipo pastoral de la Prelatura, a orillas del Araguaia, en aquel cerro acogedor de Santa Terezinha, yo resumía así esa espiritualidad, tan nueva y tan antigua, como espiritualidad de: * Contemplación confiada. Abriéndose más gratuitamente al Dios Abbá, que es, por autodefinición suprema, misericordia, amor. Una contemplación, más necesaria que nunca en estos tiempos de eficiencias inmediatas y de visibilidades. Confiada, digo, porque tengo la impresión de que vuelve –o quizás nunca se fue- la religión del miedo, del castigo, de la prosperidad o del fracaso, según como uno se las haya con Dios. Nos falta, pues, confianza filial, infancia evangélica, la descontraída libertad de los pequeños del Reino.
* Coherencia testimoniante. Ya se ha repetido hasta la saciedad que vivimos en la civilización de la imagen; que el mundo quiere «ver». El testimonio fue siempre una especie de definición del ser cristiano: “seréis mis testigos”, decía Él por toda recomendación, por todo testamento. Y ese testimonio, hoy más que nunca, cuando todo se ve y todo se sabe, ha de ser coherente, sin fisuras, en la vida personal y en la gestión estructural de la Iglesia (que podrá ser una Iglesia católica o evangélica, el Vaticano, una diócesis, una congregación religiosa, una comunidad). Veracidad y transparencia pide el mundo, tan sometido a la mentira y a la corrupción.
* Convivencia fraterno-sororal. A eso se reduce el mandamiento nuevo. Este es el mayor desafío, y el más cotidiano para las personas, para las comunidades, para los pueblos. Convivir, no coexistir apenas; convivir cariñosamente en fraternura y sororidad; no sólo en tolerancia mutua. Ayudar a hacer agradable la vida. Ser sal de la tierra debe de significar eso también...
* Acogida gratuita y servicial. Capacidad de encuentro y de diaconía. No solamente bajarse del burro y atender al caído cuando por casualidad uno se lo encuentra a la orilla del camino, sino hacerse encontradizo. Acoger a veces sólo con una palabra o una sonrisa, pero acoger siempre, gratuitamente. Hacer de todos los ministerios y de todas las profesiones aquel servicio desinteresado y generoso que nos proponía el Señor que no vino a ser servido sino a servir. Es más fácil celebrar una Eucaristía ritual que ejercer el lavapiés comprometido.
* Compromiso profético. Sigue siendo la hora y quizá más que nunca de comprometerse proféticamente contra el dios neoliberal de la muerte y la exclusión y a favor del Dios del Reino de la Vida y de la Liberación. Hay que sacar de la fe todo su jugo político. Hay que vivirla militantemente, transformadoramente. Hacer de la profecía una especie de hábito connatural - fruto específico del bautismo para los cristianos y cristianas- de denuncia, de anuncio, de consolación. La caridad sociopolítica es la forma de caridad más estructural. Va a las causas, no sólo a los efectos. Cuida la Vida. Transforma la Historia. Hace Reino.
* Esperanza pascual. Después de “la muerte de Dios” y “la muerte de la Humanidad”, en esa posmodernidad fácilmente sin sentido y ya en el “final de la historia”, parece que la esperanza no tiene mucho que hacer. ¡Hoy más que nunca se impone la esperanza! Ella es la virtud de los “después de”. “Contra toda esperanza” (productivista, consumista, inmediatista, pasiva), esperamos. Debemos proclamar humildemente pero sin complejos nuestra esperanza pascual y escatológica. Y debemos hacerla creíble aquí y ahora. Porque esperamos, actuamos. El tiempo y la historia son el espacio sacramental de la esperanza. Aquí, en casa Dentro de casa, en la prelatura de São Félix do Araguaia, 2002 significa un año de “transición”. Oficialmente el último año de “mandato” (ojalá haya sido de servicio) del primer obispo de esta prelatura. Esto nos convoca a una revisión y también a afirmar, modesta pero conscientemente, las líneas fundamentales de nuestra pastoral. Después de varios años de experimentación acabamos de aprobar el “Manual da Prelatura de São Félix do Araguaia – Objetivo, Atitudes, Normas”. Una especie de directorio espiritual y pastoral, breve pero denso, que recoge el objetivo de nuestra Iglesia, las actitudes mayores que debemos cultivar y una serie de normas que configuran la estructura y la acción de esta Iglesia particular de São Félix do Araguaia. Desde luego, hacemos hincapié en recordar que obispo-viene-obispo-va, pero la Iglesia continúa. Soñamos, pues, con una continuidad, libre y creativa. El mismo Pueblo, el mismo Evangelio, el mismo Brasil de América Latina. La misma Iglesia de Jesús, que para nosotros también es la de Medellín... Y la de los Mártires. En julio de 2001, los días 14 y 15, celebramos en el Santuario de los Mártires de la Caminada Latinoamericana, en Ribeirão Cascalheira, la gran romería aniversario de los 25 años del martirio del P. João Bosco Penido Burnier. Con el lema que resume esos sueños cristianos de nuestra pequeña Iglesia y de este obispo de capa caída: “Vidas por el Reino”. El mantra que nos musicó Zé Vicente y que ya se canta por ese Brasil adentro, expresa sentidamente lo que con el lema queríamos decir: “Vidas pela Vida, vidas pelo Reino, todas as nossas vidas, como as suas vidas, como a vida d’Ele, o mártir Jesus”. En la región de la Prelatura, como en todo Brasil, nos toca vivir un año de elecciones. Para presidente, gobernadores, senadores y diputados, federales y “estaduales”. Los nombres y los dados están en el aire, y los intereses e intrigas también. Las fuerzas de derecha, las eternas oligarquías, la élite privilegiada y por eso mismo conservadora, conchaban, aparentemente divididas pero confluyendo en última instancia cuando se trate de asegurar el poder. Las derechas, por sus intereses, tienen el don de la unión; las izquierdas, por sus tendencias, tienen el nefasto carisma de la división. Así y todo, yo creo que ha crecido la conciencia política de nuestro pueblo, y la voluntad de cambio. La cruda realidad diaria, de desempleo, de carestía, de corrupción y violencia, grita. Hay mucho movimiento popular andando, muchas expresiones de ciudadanía y las pastorales sociales están arraigadas y activas en el país. Aunque debamos admitir que todavía, a la hora de votar un cambio más o menos radical, los pequeños no pueden y los grandes tienen el poder del dinero y de los medios de comunicación. Pero haga o no haga el pueblo presidente popular, votar es indispensable, y el pueblo puede hacer senadores y diputados. Ir transformando las asambleas legislativas y el congreso nacional es una de las mayores urgencias políticas de Brasil. Hacia “una tierra sin males” La Campaña de la Fraternidad de este año 2002 es una hermosa convocación a la lucha y a la esperanza. “Fraternidad y Pueblos Indígenas” es el tema. Con el lema del mito fundamental del pueblo guaraní: “Por una tierra sin males”. Es mucho pedir, pero es lo que quiere Dios y es lo que necesitamos. Como recordábamos en la última Asamblea Nacional del CIMI (Consejo Indigenista Misionero), esa “Tierra sin males” ha de traducirse, sobre todo, en una “economía sin males”, en una democracia sin los males del privilegio y de la exclusión, en una sociedad participativa, solidaria, libre y fraterna. En un mundo nuevo, que es posible y es necesario. Que “el mundo vuelve a empezar” podrá sonar a mucha utopía. Y lo es. Pero con mucho fundamento. “Sabemos de Quién nos fiamos”. El Centro Ecuménico de Estudios Bíblicos (CEBI) adopta y adapta, en su última felicitación navideña, la palabra del matón arrepentido Riobaldo, para cantar “al niño nacido de María, que llena de esperanza el corazón de todos y nos lleva a proclamar: ¡Mi Señora Dueña! ¡Un niño ha nacido, el mundo ha vuelto a empezar!”. En éstas, Riobaldo, el CEBI y esta carta circular están en línea con la promesa de Dios: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Pedro Casaldáliga es obispo de São Félix do Araguaia, MT, Brasil araguaia@ax.apc.org
https://www.alainet.org/es/articulo/105500
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