En descargo del Islam
02/12/2001
- Opinión
Los estereotipos hacen correr ríos de tinta
"El jefe de la mujer, es el hombre [...] Si la mujer no lleva velo,
rápesela [...] El hombre no ha de portar velo: es la imagen de la
gloria de Dios, la mujer es la gloria del hombre [...] Y el hombre no
ha sido creado por la mujer, sino la mujer por el hombre. He aquí por
qué la mujer ha de portar sobre su cabeza el signo de su dependencia".
A estas alturas, cualquiera que lea estas afirmaciones tan
políticamente incorrectas pensaría sin dudarlo que se trata de un
extracto del Corán, el libro sagrado de los musulmanes. La cita en
cuestión, sin embargo, proviene de una de las epístolas dirigidas a los
corintios por san Pablo(1). Definitivamente, los estereotipos, pesan.
Lo que el Corán dice con respecto a la cuestión femenina es que "Los
musulmanes, las musulmanas, los creyentes, las creyentes, los que oran,
las que oran, los verídicos, las verídicas, los constantes, las
constantes, los humildes, las humildes, los limosneros, las limosneras,
los que ayunan, las que ayunan, los recatados, las recatadas, los que
recuerdan, las que recuerdan constantemente a Dios, a todos éstos, Dios
les ha preparado un perdón y una enorme recompensa" (sura 33, ayat 35).
La diferencia resulta esclarecedora: mientras que las sagradas
escrituras cristianas postulan la inferioridad y la dependencia de la
mujer con respecto al hombre, las mujeres musulmanas, son portadoras de
un mensaje de respeto, de tolerancia y hasta -se podría decir que- de
igualdad. Nadie va a negar por ello que, en Afganistán, durante el
emirato talibán, las mujeres hayan sido obligadas a portar la burka,
algo muy distinto al velo que postulaba y promovía San Pablo: una
especie de sábana que ha convertido -por decreto- a la mitad de la
población del país centroasiático en lúgubres sombras cuya única
relación con el mundo se ha articulado a partir de una especie de reja
tejida, en el mejor de los casos, con algodón. Todo ello, sin embargo,
tampoco nos debe de hacer olvidar que, tras la derrota del régimen
talibán, siguen siendo muchas las afganas que optan por el obstinado
anonimato de la burka. ¿Cuestión religiosa o excepción cultural? Pues
ya que estamos metidos en lo religioso afirmemos que "de todo hay en la
viña del Señor".
Desmintiendo a Berlusconi
Hace algunas semanas, el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi,
profundizó en la línea trazada por su colega estadounidense George W.
Bush(2), al proclamar la "supremacía de la civilización occidental"
sobre el resto. La delgada línea existente entre la opinión oficial y
la oficiosa quedó así traspasada sin solución de continuidad. Ambos
mandatarios, en efecto, no hicieron más que expresar de forma abierta
unos prejuicios en relación con el Islam que, en el siempre difuso
"mundo occidental", jamás han dejado de existir y de plantearse de
forma más o menos soterrada.
El hecho de que el número de musulmanes en Europa Occidental haya
alcanzado recientemente la en absoluto desdeñable cifra de 11 millones
de personas y de que en Estados Unidos frise los 7 millones de fieles
parece no haber contribuido a que los recurrentes estereotipos sobre el
Islam se evaporen. En los días posteriores a los avionazos contra las
Torres Gemelas y el Pentágono, de hecho, la belicosidad de los medios
de comunicación occidentales contra los musulmanes llegó a alcanzar, en
no pocos casos y en casi todos los países de Europa y de América
(México incluido), un paroxismo rayano en el delirio.
Con demasiada frecuencia, en efecto, se ha salido y se suele seguir
pasando por alto el hecho de que buena parte de los fundamentos de la
mismísima civilización occidental hunden sus raíces, más que en el
Islam como tal, en la fructífera relación que musulmanes y cristianos
entablaron durante siglos en tierras de frontera como la península
ibérica, los Balcanes o -de forma más imprecisa- el Mediterráneo. El
concepto matemático del cero, por ejemplo, bien es verdad que llegó a
Europa a partir de la India, pero lo hizo a través del Islam. Mientras
que Europa se hallaba inmersa en esa que ha sido definida como "la
noche de los tiempos" (la Edad Media), el Islam florecía exuberante
tanto a nivel político como económico, artístico o incluso, científico.
A partir del reseñado epicentro, de hecho, no por casualidad se
recuperó a clásicos de la talla de Platón o Aristóteles, olvidados
durante siglos en Occidente. La multicultural Toledo medieval fue en
este sentido, y gracias a su famosísima Escuela de Traductores(3), uno
de los focos a partir de los cuales se recuperó e irradió en Europa,
tanto el pensamiento crítico, como una voluntad de conocimiento que
había de terminar trascendiendo lo meramente teológico. En este
sentido no hay que olvidar que la relectura de los clásicos ha solido
ser ubicada -históricamente- en la base de lo que ha sido definido como
el Renacimiento (de la civilización occidental). Renacimiento que,
como es obvio, no pudo tener lugar sino a partir de un declive que
coincidió con uno de los momentos de mayor esplendor de la cultura
musulmana.
"Si tú quisieras, Granada/ contigo me casaría/ darete en arras y dote a
Córdoba y a Sevilla.// Casada soy, rey don Juan/ casada soy, que no
viuda/ el moro que a mí me tiene/ muy grande bien me quería".
El anónimo romance medieval castellano da una medida de la veneración
que en ese Occidente que ahora mira con tanta arrogancia y displicencia
hacia el Islam llegó a existir, entre otras muchas cosas, hacia las
ciudades musulmanas: por su arquitectura, por su planificación
urbanística y por su sin par belleza.
Granada, Córdoba, Sevilla, Toledo (España) o -más tardíamente- Estambul
(Turquía), Salónica (Grecia) y Sarajevo (Bosnia) siguen estando
marcadas actualmente por la impronta indeleble de la civilización
musulmana.
Como sea, el sentimiento de admiración dista enormemente de ser nuevo:
de hecho, cuando la civilización musulmana penetró en Europa (a partir
de 711 en la península ibérica y de 1453 en los Balcanes), tan sólo fue
acogida con terror en los centros de poder: las poblaciones locales, al
parecer, recibían con alivio a los exponentes de una cultura que, en
aquel momento y bien es verdad que siempre a cambio de una quinta parte
de los ingresos de cada quien, resultaba infinitamente más tolerante y
respetuosa con formas de ser, de sentir y de pensar diferentes que una
cristiandad en la que, por aquel entonces, instituciones de infausto
recuerdo como la Inquisición comenzaban a velar sus armas bélicas y
morales y, desde luego, sus inseparables aperos de tortura física y
psicológica.
Entre la pobreza y la violencia Cheikh Anta Diop (1923-1986), uno de
los más destacados intelectuales africanos de todos los tiempos,
explicaba el carácter dependiente de su continente como la consecuencia
última de un desarrollo tecnológico inferior al europeo por cuanto que
menos determinado por un medio hostil.
La explicación de la dependencia también habría resultado
históricamente clave para justificar aberraciones como el colonialismo.
Con el Islam, a la vista de los acontecimientos, ha ocurrido algo
parecido: de fuente inspiradora de la cultura occidental, con el paso
de los siglos, ha terminado por convertirse -se supone que en su
versión más radical- en "la amenaza principal para la paz global y para
la seguridad"(4).
Actualmente, de hecho, si bien ni puede ni debe ser obviado el carácter
intransigente y manipulador (en relación con los mismísimos fundamentos
del Islam) que caracteriza a los movimientos integristas -que, en mayor
o menor medida y con más o menos matices, pululan desde Marruecos hasta
Filipinas-, tampoco debe ser pasado por alto el carácter dependiente y
polarizado de los países musulmanes. En este sentido Nigeria
constituye uno de los ejemplos más preclaros de esta dependencia. Se
trata, no en vano, de un país que -entre otras razones- se ubica en el
puesto 136 del IDH, 5 porque su PNB es de tan sólo 260 dólares por
habitante, porque su presupuesto en educación apenas alcanza un 0.7% o
porque su esperanza de vida frisa con dificultad los 47 años. Arabia
Saudita, por su parte, constituiría el ejemplo más elocuente de
polarización: ocho de sus ciudadanos (todos ellos, por supuesto,
ligados a la dinastía reinante de los Saúd) figuran entre los 500
hombres más ricos del mundo (6). Sea como fuere, tanto en unos como en
otros, el pasado colonial pesa.
En algunos casos -como el de Palestina- la aberración sigue yendo
allende lo imaginable: el hecho colonial forma, no en vano, parte del
presente. No lo decimos nosotros sino la Resolución 446 de las
Naciones Unidas(7). Israel -por si el hecho de continuar figurando
como "potencia colonial" fuera poco- se encuentra dirigida por un
personaje (Ariel Sharon) que, en Bélgica, acaba ser acusado formalmente
de algo más que de terrorismo: de genocidio(8).
De los reseñados extremos, los medios de comunicación simple y
llanamente no hablan, o en el mejor de los casos pasan tan de puntillas
que, al final, nadie suele entender nada, o casi nada. Ello resulta
doblemente indignante por cuanto que es evidente que se trata de
elementos que contribuirían, si no a justificar, si al menos a explicar
esa violencia proveniente de los países musulmanes que, la mayor parte
de las veces, suele ser presentada de forma aislada. No se trata aquí
de justificar ni los recientes atentados ocurridos en Estados Unidos,
ni las escalofriantes andanzas del GIA en Argelia, de los Hermanos
Musulmanes en Egipto o de Abu Sayaf en Filipinas. Tampoco de
reivindicar el Islam en un ejercicio inopinado de excentricismo, sino
de dejar muy claro que este último no es sinónimo ni de violencia ni de
fanatismo ni de machismo, sino una más de las víctimas de la
polarización socioeconómica que caracteriza a la humanidad en general y
a la globalización en particular.
Como sea, el hecho de que en los países musulmanes -desde hace algunos
decenios- la rebeldía se canalice a través de una reivindicación -todo
lo distorsionada que se quiera, pero al fin y al cabo, reivindicación-
de los fundamentos del Islam no habla sino de la fortaleza de una
civilización cuyo delito principal -a tenor de los medios de
comunicación occidentales y de la opinión de algunos gobernantes, como
Bush hijo o Berlusconi- parece radicar cada vez más en el mero hecho de
ser diferente a la nuestra.
Para muestra, un botón: mucho se habla de la intolerancia musulmana
hacia los judíos pero también suele ignorarse que, por ejemplo, en un
país como Marruecos no sólo existe una comunidad sefardí históricamente
muy importante sino que, incluso, la propia bandera del país -en lo que
constituye un homenaje sin ambages a la aportación de estos últimos a
la historia del país- en lugar de figurar un cuarto creciente (emblema
del Islam) lo hace una estrella de David (emblema del judaísmo). ¿No
constituiría esto, más bien, un ejemplo de integración? Lo que ocurre
es que resulta mucho más llamativo identificar al Islam con la
celebración por parte de un puñado de palestinos de la voladura de las
Torres Gemelas que con una convivencia pacífica como la que viene
teniendo lugar en ese país norafricano desde hace siglos.
Otros ejemplos que, captados a vuelapluma, pueden causar sorpresa: para
empezar, no sólo la actual vicepresidenta de Irán es una mujer (Masumeh
Ebtekar), sino que Pakistán (uno de los países que mayores acusaciones
de veleidades islamitas ha tenido que soportar en los últimos tiempos)
fue -recientemente- presidido en dos ocasiones por otra mujer (Benazir
Bhutto, 1988-1990 y 1993-1996). ¿Se conoce, por casualidad, un caso
parecido en la historia de México? Es más, ¿abundan, en Occidente, los
ejemplos de jefas de Estado o de gobierno? Todo ello por no hablar -en
el ámbito educativo- del caso de la Legión de Cristo: una congregación
religiosa propietaria de algunos de los centros académicos más
exclusivos de este y otros países católicos. ¿Nos hemos parado por un
momento a imaginar lo que ocurriría si en lugar de "Legionarios de
Cristo" estuviésemos hablando de "legionarios de Mahoma"? ¿Qué no se ha
dicho, a lo largo de los últimos meses, de las escuelas coránicas? Los
estereotipos, reiterémoslo, siguen pesando.
Notas
1 Cita tomada del artículo "Islamophobie", de Alain Gresh, en el número
de noviembre de 2001 de la versión francesa de Le Monde Diplomatique.
2 En los días posteriores al 11 de septiembre pasado el presidente
estadounidense George W. Bush se atrevió a calificar la "guerra contra
el terrorismo" de "cruzada".
3 La Escuela de Traductores de Toledo (España) fue fundada -según las
crónicas- por el rey de Castilla Alfonso X (apodado El Sabio) en pleno
siglo XIII. El centro se convirtió en un foco sin precedentes de
irradiación cultural. Allí se traducía del árabe al latín y del latín
a las lenguas romances, es decir, al castellano, al catalán, al
francés, al italiano, etc.
4 "Another despotic creeds seeks to infiltrate the West", en el
International Herald Tribune del 9 de septiembre de 1993.
5 El IDH (Indice de Desarrollo Humano) es calculado cada año por el
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en función de
toda una serie de indicadores sociales y macroeconómicos. Los países
analizados son 162. México ocupa el puesto 51.
6 Véase www.forbes.com
7 Dicha resolución (del 22 de marzo de 1979) califica literalmente al
Estado de Israel de "[...] potencia ocupante [...] de los territorios
árabes ocupados desde 1967, incluso Jerusalén [...]".
8 El pasado 18 de junio y amparadas en el precedente de Pinochet, 23
personas de nacionalidades palestina y libanesa presentaron ante los
tribunales belgas una demanda por crímenes contra la humanidad
(cometidos durante la guerra del Líbano, en 1982) contra el actual
primer ministro israelí. Hace unos días, la justicia belga llamó a
declarar a Sharon.
https://www.alainet.org/es/articulo/105487?language=en
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