Fox-Bush: las relaciones peligrosas
17/09/2001
- Opinión
Para medir el real significado de la visita de Vicente Fox a Estados Unidos
es preciso tener un cuadro de la política global que ese país está
diseñando, en la cual va a insertarse la política mexicana como el socio
débil, confiado y, por fuerza, subordinado en esta relación bilateral.
Para esta comprensión nada ayuda la retórica periodística acerca de "retos"
de Fox a Bush y de "desconcierto" del establishment político de Estados
Unidos ante las audacias verbales del presidente mexicano. Anoto aquí
algunas reflexiones al respecto.
Las declaraciones y los hechos
Como es natural en visitas tan cuidadosamente preparadas por las
diplomacias respectivas, nadie fue sorprendido -ni Bush ni Fox- en las
cuestiones de fondo. Nada concedió Washington en temas como la regulación
de las migraciones, los cuales, como bien recordó Bush a Fox, son asuntos
de política interna que sólo al Congreso de Estados Unidos toca resolver.
Es justo que la diplomacia mexicana no saque el dedo del renglón. No lo es
que, como en otros temas, nos anuncien plazos irreales y éxitos
inexistentes.
Tampoco hubo cambio alguno en la política de Estados Unidos hacia México,
regulada desde los tiempos de Salinas dentro de los marcos del TLC, ni en
la relación de subordinación acentuada después del salvataje de 1995,
cuando los dislates de los gobiernos Salinas-Zedillo sumieron a México en
una crisis de cuyas consecuencias todavía no se repone (ver, entre otros,
el control del sistema bancario nacional por las finanzas extranjeras, el
nuevo rescate azucarero y el retorno en libertad de Carlos Cabal Peniche).
Al contrario: para mostrar la continuidad en lo que verdaderamente importa
a los tres grandes interlocutores de esta visita: los dos presidentes y los
grandes intereses financieros de ambos lados de la frontera, el presidente
Fox, ante 700 académicos reunidos en el Instituto Internacional de
Economía, hizo el elogio del TLC como "una decisión visionaria y
estratégica", sin ninguna reserva y sin siquiera aludir a la necesidad de
renegociar sus aspectos desventajosos para la economía mexicana.
En esa misma reunión, afirmó que la economía estadunidense tiene la
capacidad de "irradiar", tanto principios y valores democráticos como
tecnología, desarrollo humano y desarrollo económico. Para completar esta
serie de deslizamientos progresivos hacia el punto de vista de Estados
Unidos, por lo menos insólitos en un presidente de México, agregó que la
creciente fuerza económica de China "amenaza a todo mundo en su capacidad
de competir". "Estados Unidos no puede enfrentar solo el reto que China le
pone enfrente", agregó, pero si une bajo el ALCA a Canadá y toda
Latinoamérica, sí: nadie nos derrotará, seremos los ganadores del siglo
XXI".
A nadie debería, pues, asombrar la calurosa ovación que le otorgó el
Congreso de Estados Unidos en sesión plenaria. Vicente Fox fue a decirles
lo que ellos querían oír en boca de un presidente de México. Incluso al
enunciar las "raíces históricas" de la "falta de confianza" en las
relaciones entre ambos países, Fox dijo que en México existe "una añeja
idea de sospecha y aprensión sobre su poderoso vecino", mientras en Estados
Unidos, en cambio, la desconfianza es atribuible a "experiencias anteriores
con el régimen político que gobernaba México". (Como ese régimen, según
Fox, duró 71 años, debemos suponer que entre esas experiencias están la
expropiación petrolera de 1938 y la reforma agraria de 1936, donde
resultaron afectadas propiedades estadunidenses.)
Sea lo que fuere, la diferencia es clara. Por el lado de México, se trata
de una "añeja idea de sospecha y aprensión", es decir, algo inmaterial,
casi psicológico, una sospecha, una aprensión surgidas quién sabe de cuáles
recodos del alma mexicana. Por el lado de Estados Unidos, se trata de
"experiencias anteriores con un régimen político mexicano", es decir, algo
concreto, fundado en el reino de la experiencia y, a juzgar por el modo de
elocución del presidente Fox, completamente justificado, faltaba más.
No creo que éste sea el lenguaje adecuado de un presidente mexicano ante el
Congreso de Estados Unidos: o decide pasar por alto los temas del pasado y
nada dice al respecto; o, si elige mencionarlos, en lugar de "sospecha y
aprensión" habría debido decir "agravios pasados", éstos sí muy materiales,
por parte del vecino poderoso, cuya lista sería innecesario enumerar.
Dicho sea en descargo del presidente Fox, la sesión plenaria del Congreso
de Estados Unidos, que tan cálidamente lo recibió y hasta aplaudió de pie
algunos de sus conceptos (¡y cómo no!), según las crónicas (El Universal,
7/09) contaba con la presencia de menos de la mitad de los senadores (40
sobre 100) y de menos de la cuarta parte de los representantes (100 sobre
435). Los asientos vacíos habían sido cubiertos con funcionarios y
empleados del propio Congreso que aplaudían a rabiar, conforme a una añeja
práctica muy usada por el "régimen político que gobernaba México, que en su
gran mayoría era considerado antidemocrático y desconfiable" (al decir del
presidente Fox). En aquellos tiempos se llamaba "acarreo", ahora quién
sabe.
La estrategia global de Estados Unidos
Según Jacques Isnard, experto de Le Monde en cuestiones militares desde
hace tres décadas, la CIA hizo saber a través de su director adjunto John
McLaghlin, en un seminario de agosto último, que en su opinión "la amenaza
que ejerce sobre la seguridad de Estados Unidos la existencia de cohetes
balísticos de largo alcance es más grave hoy que en los tiempos de la
guerra fría, cuando la entonces Unión Soviética era el único enemigo
declarado". Esta amenaza, agregó, "expresada en la precisión de impacto de
los cohetes y en la confiabilidad de los sistemas o de las cargas
explosivas transportadas, continuará en los próximos quince años". Aparte
de Irak, Irán y Corea del Norte, la mayor amenaza potencial, según
McLaughlin, provendría de China, que hacia 2015 dispondría de un arsenal
estratégico: "Pekín está modernizando su arsenal para pasar del estado
actual, con una veintena de cohetes intercontinentales en silos, al
desarrollo y al despliegue de cohetes móviles". Esta "aceleración" de la
amenaza nuclear, en la alarmada visión de la CIA, justifica la prioridad
concedida por George W. Bush a "la construcción de un escudo espacial
antimisiles con una inversión global de 100 mil millones de dólares". Poco
importa que esto suene a delirio. Lo cierto es que este delirio es hoy una
política de Estado.
¿Estaba enterado el presidente Fox de estas grandes maniobras estratégicas
cuando, con cierta imprudencia, declaró en Washington que la potencia
económica de China "amenaza a todo mundo en su capacidad de competir" y que
Estados Unidos nos necesita como aliados para hacerle frente?
Para agregar otra pincelada asiática a este cuadro, es reciente la noticia
de que el nuevo primer ministro de Japón, Junichiro Koisumi, piensa en la
derogación del artículo constitucional que, desde su derrota en la Segunda
Guerra Mundial, prohíbe a Japón tener un ejército y no vaciló en suscitar
un escándalo internacional rindiendo homenaje en el santuario militar de
Japón a todos los caídos en las guerras pasadas, incluidos los criminales
de guerra. El camino del rearme y la industria militar es una buena y
vieja receta de las grandes potencias para salir de las crisis o evitar
mayores caídas.
En este contexto de la reconfiguración de las estrategias globales después
del fin de la guerra fría, el interés de Estados Unidos hacia México es en
estos tiempos, antes que económico, fundamentalmente geopolítico.
Resumiría este interés en varios puntos:
. Avanzar sobre el control y el dominio geoeconómico del territorio
mexicano: recursos naturales, recursos energéticos, recursos humanos,
plataforma territorial. En este sentido, entre las declaraciones más
infortunadas de Fox en la visita a Washington estuvo la referente a la
puesta en común de los recursos energéticos en el territorio de los tres
países del TLC: México, Estados Unidos, Canadá. La estrategia del
Pentágono, desde siempre, necesita asegurar petróleo y energía, además de
territorio seguro, aquí, en esta plataforma continental, y no al otro lado
de los océanos.
. Cerrar esta plataforma continental, terminando con la "anomalía" que
representa Cuba.
. Hacer de México un aliado de Estados Unidos, en la ofensiva para incluir
al conjunto de los países de América Latina bajo las nuevas formas de su
dominación económica y militar. Esta estrategia se denomina Area de Libre
Comercio de América (ALCA), proyecto de largo alcance que el gobierno de
Vicente Fox ya aprobó en la declaración conjunta del 16 de diciembre de
2000, cuando la visita de Bush al rancho San Cristóbal, sin que hubiera
mediado consulta al Congreso de la Unión ni al pueblo mexicano. Esa
política estadunidense es histórica y se llama, desde el siglo XIX,
Doctrina Monroe y Destino Manifiesto. La novedad es que estamos frente al
primer gobierno mexicano que parece tener la firme intención de sumarse a
su formulación presente, encubriéndose en la ficción politológica del
"desvanecimiento" universal del Estado-nación en la globalización, supuesto
en verdad peligroso para quien tiene 3 mil kilómetros de frontera con el
Estado-nación más poderoso y mejor armado del mundo.
. Confrontar la competencia económica de la Unión Europea, por un lado, y
de los países asiáticos ¿Japón, China, India en un futuro?, mientras
mantiene y expande la Organización del Tratado del Atlántico Norte, donde
el aliado principal e histórico de Estados Unidos, no hay que olvidarlo, es
Gran Bretaña. Ingenuo sería quien, con embeleso, creyera las declaraciones
de Bush de que no hay nación más importante que México en la política
exterior de Estados Unidos. Los anglosajones hablan inglés, nosotros
español: esto no es nacionalismo pasado de moda, sino simple constatación
sobre las raíces históricas profundas de las alianzas duraderas. Lo sabían
Winston Churchill y Charles de Gaulle cuando se gestaba la Alianza
Atlántica, lo deberían saber hoy los gobernantes mexicanos.
. Tener el control sobre el istmo de Tehuantepec y acceso irrestricto a
este espacio territorial, hoy de incalculable valor económico, comercial y,
sobre todo, militar.
Una fuga hacia delante
Frente a esta estrategia global de Estados Unidos y a su expresión en el
continente americano, la política internacional del gobierno de Vicente Fox
ubica a México en la subordinación y en la indefensión, completando así la
obra de Salinas y Zedillo. Este viraje mexicano, ya anunciado en la
declaración conjunta del 16 de diciembre pasado, no se configura como una
iniciativa audaz adecuada a los nuevos tiempos, sino como una ruptura
histórica con las diversas políticas de independencia frente a Estados
Unidos de muy diferentes gobiernos mexicanos, desde Porfirio Díaz, pasando
por Carranza, por Calles y por Cárdenas, hasta llegar incluso a López
Portillo. No se trata de regresar a ese pasado. Pero si de imaginar una
relación duradera con Estados Unidos, que no implique la subordinación a su
puro interés nacional, a sus normas jurídicas y a la ética específica, no
necesariamente universal, en que ese sistema normativo se funda.
El gobierno de Vicente Fox se muestra resuelto a apostar todo a la
integración económica con Estados Unidos y a las consecuencias lógicas si
dicha integración se opera por la vía subordinada: la homologación jurídica
por un lado, la integración militar por el otro. ¿Quedaría así el
territorio de México bajo la protección del escudo espacial antibalístico y
su ejército integrado al mando estadunidense o reducido a la función de
guardia nacional?
No son éstas preguntas provocadoras, retóricas o inocentes. El viraje de
la política exterior mexicana, junto a la continuidad de las políticas
financieras y económicas de Salinas y Zedillo confirmada por Vicente Fox en
Estados Unidos, se presenta como una fuga hacia adelante sin verdadero
sustento en la historia, en la geografía y en la realidad de nuestros
países.
Esta política, sin embargo, no es una improvisación. En el pensamiento de
sus diseñadores es el producto de una larga reflexión, más de una vez
expresada frente a la obsolescencia y la vacuidad en que la nueva
configuración mundial había colocado las propuestas del PRI, de la teoría
de la dependencia y del nacionalismo desarrollista. Es preciso, pues,
tomarla en serio, aunque en su formulación actual por Vicente Fox se nos
aparezca como una aventura con muchos peligros y poco futuro.
https://www.alainet.org/es/articulo/105360
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