Foro de las Américas: ¿Surge una Nueva Ética?
12/03/2001
- Opinión
Rigoberta Menchú declaró al Presidente del Ecuador que el Foro de las
Américas en Quito (marzo 13-16, 2001) era el más importante evento de inicios
del nuevo milenio. ¿Exageraba? No lo creo.
El Foro, al que Naciones Unidas apenas le asignaba un modesto papel de
consulta de la sociedad civil regional con vista a "su" Conferencia Mundial
contra el Racismo, la Xenofobia, Intolerancia y otras formas de
Discriminación, a celebrarse en Durban, África del Sur en septiembre de este
año, se ha transformado en un espacio de reflexión, propuesta y acción de
organizaciones y movimientos sociales dedicados a las más diversas causas y
provenientes de los más disímiles orígenes. Se trata de un Foro que, al
reunir a los múltiples sectores de la región que se sienten de algún modo
oprimidos y discriminados, realiza una contribución adicional a la deseada
por Naciones Unidas: está facilitando el diálogo de esa inmensa diversidad
humana en búsqueda de alternativas al actual orden mundial. En otras palabras
el Foro ha contribuido a forjar un espacio de entendimiento y acción entre
identidades largamente balcanizadas por la propia cultura de la opresión. Al
hacerlo, - siempre de manera sorprendente y contraria al modesto rol que se
le deseaba asignar a este cónclave-, Naciones Unidas ha contribuido también
al lento pero imprescindible proceso de reconstrucción de la perspectiva y
cultura políticas de la izquierda regional.
Si bien los últimos dos siglos fueron testigos del surgimiento cíclico de las
llamadas "nuevas izquierdas", lo cierto es que éstas tenían mucho mas que ver
con el desplazamiento de la iniciativa y liderazgo político e ideológico de
unos partidos a otros (en el siglo XX de unos países a otros) y muchísimo
menos con la reorganización del imaginario de esta tendencia política. La
izquierda, cualesquiera que fuesen sus prioridades en un momento u otro
(mejoramiento de las condiciones de vida de la clase obrera, lucha contra el
colonialismo y el imperialismo, construcción de sociedades "socialistas") se
adscribió, de manera inconsciente,- y probablemente inevitable-, a ciertos
supuestos "modernos" que parecían de valor universal y no directamente
vinculados con el sistema capitalista al que pretendían oponerse.
Marx creía, como quedó evidenciado en sus textos sobre la colonización de la
India, en la capacidad del proletariado de redimirse a si mismo pero no en la
de los pueblos sometidos al colonialismo británico en cuya salvaje política
de extensión de la civilización Occidental, junto a la expansión del mercado
mundial, creía ver un rol "progresista". Los fusiles y látigos británicos
ayudarían, según él, a transformar esas sociedades "atrasadas" en otras
modernas e industriales que requerirían de un proletariado que sería -
entonces y solo entonces- capaz de auto redención.
Visión Positivista
Desde aquellos tiempos y hasta nuestros días, una parte de la izquierda no ha
tomado distancia suficiente de los supuestos culturales y éticos que subyacen
a ese análisis, si bien ha sabido reciclar su discurso con el objetivo de
evitar ser percibida como "políticamente incorrecta" por sus supuestos
beneficiarios. Una visión positivista, lineal, instrumentalista, iluminista y
paternalista -cuando no autoritaria- de la realidad está en la raíz de los
principales descalabros y fracasos de la izquierda - de aquella que ya estaba
en el poder y de la que aún lo procuraba- al cerrarse el siglo XX, y continúa
siendo el lastre que le impide reconstruirse como alternativa bajo un nuevo
imaginario e identidad.
Entre los supuestos obsoletos que ese tipo de pensamiento genera pueden
encontrarse, entre otros, los siguientes:
- Las fuerzas antisistémicas siempre requieren de un grupo de "políticos
profesionales", que las ilumine y guié su acción para asegurarse de que ella
responda a sus "verdaderos" intereses. Ni siquiera la clase obrera puede
prescindir de esas "vanguardias".
- Dados los altos ideales de la causa que se promueve no debe dudarse en
emplear los medios que se consideren necesarios, tanto para imponerse sobre
el adversario como sobre los propios militantes y aliados que no se sitúen a
la altura del entendimiento de la vanguardia y, por lo tanto, constituyan
fuerzas "reaccionarias comunes" al oponerse al "progreso".
- Toda forma de opresión es ejercida por la clase dominante desde el Estado,
por lo que, basta tomar el poder político y lo demás vendrá por añadidura.
- Existe un solo proceso civilizatorio mundial signado por el industrialismo
y la urbanización, por lo que el "progreso" se debe medir por el nivel de
acercamiento a ese paradigma y las clases o grupos sociales que están
identificados con otras formas de vida y se resistan al progreso deben ser
"integradas" y, si se resisten, barridas por su naturaleza retrógrada.
Este imaginario de izquierda, sometido al paradigma del pensamiento moderno y
Occidental, ya no es capaz de aportar una explicación plausible a los retos
del nuevo milenio ni una visión o proyecto capaz de captar la simpatía de una
masa crítica de personas dispuestas a dedicar parte o todo su tiempo de vida
en pos de su realización. En el caso de los proyectos modernizadores de la
izquierda en el poder, la visión fragmentada de sus líderes sobre los
procesos de desarrollo económico, democracia y derechos humanos, los
condujeron a un callejón sin salida una vez alcanzado cierto nivel de
industrialismo.
Las masacres del socialismo real, la regimentación de las sociedades civiles
de esos Estados, la supresión de los derechos políticos y civiles de la
población y el silencio cómplice de buena parte de la izquierda ante estos
crímenes, están asociadas indisolublemente a la ética instrumental y
positivista que emana de esa concepción de la Historia y de la sociedad que
convierte la vida humana en accesorios de los fines de una elite dirigente.
La creencia teleológica acerca en una dirección unilineal y progresista del
movimiento histórico, permitía a los verdugos, sus cómplices y los que
ocultaban o edulcoraban esas realidades, sentirse exonerados de toda
responsabilidad individual por sus actos. Ellos supuestamente actuaban como
"parteros de la Historia" y la liberarían de peores males.
Pero tales desmanes no son achacables sólo al lado zurdo del espectro
político. El paradigma de la modernización civilizadora Occidental envolvió
en un solo haz a enemigos irreconciliables en el campo político. La izquierda
no podía situarse "fuera" de la cultura universal moderna de la que formaba
parte, aunque intentara ejercer su critica empleando un instrumental
intelectual que tomaba prestado de ella. Entre los Gulags y Auschwitz hay una
misma lógica instrumental que los conecta desde perspectivas políticas
diferentes, como la hay también entre el aniquilamiento de las culturas
indígenas en América y el de los Kulaks en Rusia.
La modernidad, y el capitalismo asociado a ella, representó, sin duda alguna,
uno de los vuelcos revolucionarios más significativos de la humanidad. Con
ellos se inició una historia sistémica de larga duración: la del sistema
capitalista mundial. El elevamiento de los niveles de salud, educación, la
secularización de los Estados, los sistemas constitucionales de garantías
individuales y la introducción de los derechos humanos en la política son
parte del lado positivo de esa transformación planetaria. La razón
instrumental, el positivismo científico y la ética utilitaria que las
impulsaron estaban también, sin embargo, en la raíz del lado oscuro del
proyecto moderno: la destrucción de otras civilizaciones y culturas, la
intolerancia hacia todo lo que se apartase de su cosmovisión, la creencia en
el progreso y la irreversibilidad del acontecer histórico, la sobrevaloración
de la tecnología frente a cualquier desafío y los criterios meritocráticos de
ciertas elites dentro de sus sistemas políticos.
Los sistemas universales de educación y salud gratuitos que los regímenes
totalitarios de derechas e izquierdas (de Stalin a Mussolini, sin olvidar a
Franco) proveyeron a la población, respondían no sólo a la necesidad de
legitimidad política de los líderes, sino también al proyecto de
modernización civilizatoria compartido con sus adversarios. El role de
conductores de rebaños y monopolizadores de "verdades supremas" que estos
líderes se auto asignaron, -no muy distante del que hoy creen tener los
representantes del Fondo Monetario Internacional-, los condujo también a la
represión de todos aquellos que parecían interponerse en el camino de su
manera de interpretar el "progreso".
En estos cinco siglos de modernidad las elites en el poder, de uno y otro
lado de las barricadas políticas, se creían vanguardias iluminadas -fuesen
burguesas o proletarias- con una clara y "científica" visión de la realidad y
el porvenir. Si la realidad no se conformaba a sus teorías, peor para ella.
Si los "beneficiarios futuros" de sus políticas no alcanzaban a entenderlas,
peor para ellos.
La revolución inconclusa
El derrumbe del socialismo totalitario europeo puso en solfa la ingeniería
social de aquellos Estados, pero abrió espacio al totalitarismo del mercado
promovido por el dogmatismo neoliberal de una nueva hornada de funcionarios
de los ministerios económicos y los organismos financieros internacionales.
Pese a ello, la tensión entre liberalismo y democracia ha resurgido con
significativa fuerza y nuevos y viejos actores sociales, representantes de
múltiples sectores sometidos a diferentes formas de discriminación y
opresión, se aprestan a impulsar la verdadera "revolución inconclusa": la de
la democracia. Se han tomado en serio la democracia y por ello creen en "la
democratización permanente".
Estos agentes de cambio guardan un conjunto de diferencias con el imaginario
de la izquierda tradicional a la cual muchos de ellos pertenecieron en su
momento:
- se sienten cómodos en la diversidad y no en la homogeneidad,
- creen en el pluralismo y no en la unanimidad,
- crean coaliciones y grupos de trabajo ad-hoc en lugar de promover
estructuras políticas uniformes, centralizadas y verticales,
- consideran posible la construcción de sociedades y culturas alternativas
sacando provecho tanto de las tecnologías de punta como de las tradicionales
y construyendo el nuevo poder desde abajo,
- creen que el verdadero desarrollo es aquel centrado en las personas que
está dirigido a potenciar sus posibilidades y opciones personales al proteger
todos sus derechos humanos sin excepción (políticos, civiles, económicos,
sociales y culturales), por lo que consideran necesario profundizar y
expandir los procesos de democratización de la democracia en lugar de
oponerse a ellos,
- creen en sociedades de ciudadanía participativa en lugar de aquellas de
masas movilizadas desde arriba por supuestas vanguardias,
- piensan que las múltiples formas de opresión de las que son objeto emanan
no sólo del poder político- militar del Estado y las clases dominantes, sino
también de la cultura y de ciertos valores que han constituido parte del
imaginario de la sociedad civil e incluso de su izquierda política hasta hoy,
- consideran que la vida y la dignidad humanas son sagradas y merecen ser
respetados, aún cuando se trate de sus más acérrimos adversarios, por encima
de toda lógica instrumental.
No se trata del desplazamiento de las clases trabajadoras por nuevos agentes
de cambio desde los márgenes de la sociedad, como profetizaba Marcuse en los
años sesenta, sino de la progresiva autonomía de los actores frente a sus
pretendidos representantes, de la creciente consciencia sobre la identidad
múltiple del oprimido y de su voluntad de darse a la lucha reivindicativa y
construcción de alternativas sin reclamar una verdad científica que les
certifique su triunfo futuro.
Estas fuerzas ciudadanas están construyendo un nuevo imaginario de izquierda,
una nueva manera de entender la política y - quizás lo más importante-
construyen una nueva ética, basada en valores y derechos humanos universales,
para practicarla.
Las premisas
Esta nueva ética se distancia de la razón instrumental y de la comprensión
teleológica de la Historia al proclamar el respeto a la vida y su dignidad
como valor supremo, por encima de consideraciones de otra naturaleza. Retoma
la diversidad humana y el pluralismo - dentro del respeto a los derechos del
otro - como punto de partida para la construcción de sistemas políticos y
sociales. Reconoce a los procesos d desarrollo como proyectos para ampliar
las opciones personales y el potencial humano de los individuos en lugar de
meros ejercicios de crecimiento económico. Incluye al medio ambiente, los
sistemas ecológicos y las otras formas de vida del planeta en el campo de la
eticidad y su ejercicio (Bioética). Reconoce que los derechos humanos, -
tanto los políticos y civiles como los económicos, sociales y culturales- son
parte inseparable del quehacer ético y deben situarse, por ende, en la base
misma de los sistemas políticos y los procesos de desarrollo.
Por todo ello, el ideario ético que promueven estas fuerzas antisistémicas
podría ser considerado elemento central del imprescindible imaginario para el
proyecto alternativo y urgente de posmodernidad del que estamos necesitados
todos en esta bifurcación histórica.
En el Foro de las Américas en Quito, con sus caras mestizas, negras e indias,
con sus manos curtidas por el trabajo domestico, agrícola o industrial, se
juntarán los que están construyendo, con imaginación, sacrificio y tesón, esa
nueva ética que necesita el siglo XXI.
Juntos desafiarán el orden opresor impuesto no sólo por la burguesía
internacional, los latifundistas y las políticas imperiales, sino también por
una cultura y una ética instrumentales y utilitarias que promovieron el
racismo, la xenofobia, el machismo, patriarcalismo, la homofobia y, en
general, el autoritarismo e intolerancia de los que, desgraciadamente, la
izquierda no estuvo ajena en el siglo que dejamos atrás.
* Juan Antonio Blanco, historiador y filósofo cubano, integrante de Human
Rigths Internet.
https://www.alainet.org/es/articulo/105113
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