Los siameses y Washington
14/11/2000
- Opinión
¿Quién sostiene a Fujimori? Es una pregunta que circula con insistencia
ante la putrefacción irremediable del régimen. Si el video del soborno era
suficiente para que renuncie, es inconcebible que luego del descubrimiento
de las cuentas de su brazo derecho no lo haya hecho. Más bien, hay un
operativo en marcha donde los interesados tratan de separar a los siameses
enredados con tal desparpajo que parecen empeñados en elevar a Alberto
Fujimori a los altares.
La pista conduce directamente a Washington. No hay otro poder capaz de
haber obligado al Gobierno suizo a revelar las cuentas de Vladimiro
Montesinos y de estar haciendo una pesquisa internacional para encontrar
todas las demás. El Gobierno norteamericano ha dibujado la estrategia de la
transición administrada por el propio responsable de la degradación.
Agradecidos por los servicios prestados por la dupla gobernante en el pago
de la deuda y en los oscuros negocios de la "guerra contra las drogas";
cobijados además por esa ideología reaccionaria que nos califica como un
país que sólo puede ser gobernado por la mano dura, han decidido clavarnos
al Presidente inconstitucional hasta el próximo año.
El grave error de este peligroso y retorcido plan es que tratarán de pasar
por alto la responsabilidad del cabecilla principal de la mafia, buscarán
ocultar la riqueza acumulada directa o indirectamente e incluso hasta
trabajarán por permitirle un sucesor adecuado a sus oscuros intereses.
Crimen organizado
Las decenas de millones de dólares que empiezan a aparecer a nombre del
principal asesor del dictador no hacen más que comprobar la clase de régimen
que se ha instalado en el Perú. Fujimori y Montesinos organizaron una mafia
desde el corazón del Estado. Capturaron y sometieron todo a sus designios.
Las instituciones están bajo su control y a su servicio y los principales
funcionarios, civiles o militares reciben sueldos y prebendas desde el poder
paralelo. El esquema es semejante al de las dictaduras asiáticas de Suharto
y Ferdinand Marcos con el aderezo que le puede haber dado la experiencia de
la mafia rusa.
Lo impresionante es que el crimen organizado estaba en el centro del poder,
dedicado al narcotráfico, al contrabando, a la corrupción, al tráfico de
influencias. De sus tentáculos no escapaba casi nadie y por eso va a ser de
lo más interesante ver cuando aparezcan los nombres de los que se sometían
al chantaje del "doctor". No cabe duda que buena parte de la alta clase
empresarial peruana y algunas transnacionales saldrán a luz, más temprano
que tarde, en la danza de la corrupción.
Suponer, tras diez años de intensa práctica mafiosa que Fujimori es inocente
es creer que el país entero sufre de imbecilidad absoluta. Todos hemos
visto hasta la saciedad cómo a lo largo de estos años lo ha defendido a
brazo partido. Tan cerrilmente que hace pocos días lo llamó a Panamá para
cuidarlo de Boris Foguel, quien por propia confesión resultó más bien uno de
sus clientes consentidos en el tráfico de cocaína por helicópteros
militares. Una y otra vez nos repetía hasta la intoxicación su papel en la
lucha contra el terrorismo, en lo que en verdad tuvo poco que ver o en la
guerra con Ecuador, que más bien sorprendió a los generales montesinistas
repartiendo calendarios para la reelección de 1995.
Los utilitaristas del siglo XIX creían que el dinero era el instrumento que
medía la cantidad de dolor o de placer, pero la desmesurada concupiscencia
de Montesinos lo debe haber llevado a entender que, al revés de lo que decía
Jeremy Bentham, cada cuenta que le descubren le causa ahora un severo
espasmo porque perdió la protección de sus padrinos.
Esta experiencia de crimen organizado desde el eje del Gobierno es nueva en
el país. Aún no nos damos cuenta de su alcance y de las infinitas
complicidades que se construyeron a su alrededor. De allí que la transición
a la democracia no podrá avanzar mientras la enorme riqueza que poseen no
sea incautada porque su uso los convierte en un factor de poder.
Es muy serio entonces el error que comete el gobierno de los Estados Unidos
al sostener a Fujimori, cuya responsabilidad en el latrocinio es tan
evidente que no lo salva nadie. Su permanencia sólo genera desconfianza y
desorden. Washington tiene que recapacitar y comprender que los siameses
son inseparables: tienen el mismo bolsillo.
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