"Guatemala: Memoria del Silencio"
10/03/1999
- Opinión
"Guatemala: Memoria del Silencio" es el nombre que la Comisión para el
Esclarecimiento Histórico (CEH) asignó a su informe sobre las violaciones de
los derechos humanos y hechos de violencia vinculados al enfrentamiento
armado que vivió Guatemala por más de 35 años. El informe, que fue
entregado el 25 de febrero, señala que "registró un total de 42,275
víctimas, incluyendo hombres, mujeres y niños. De ellas, 23,671
corresponden a víctimas de ejecuciones arbitrarias y 6,159 a víctimas de
desaparición forzada. De las víctimas plenamente identificadas, el 83% eran
mayas y el 17% eran ladinos." Combinando estos datos con otros estudios
estima que "el saldo en muertos y desaparecidos del enfrentamiento
fratricida llegó a más de 200 mil personas". De este voluminoso informe
(3.600 páginas en 9 tomos) recogemos algunos de los puntos marcantes
referidos a los pueblos mayas.
Los mayas como enemigo colectivo del Estado
En los años de exacerbación del enfrentamiento (1978-1983), con la
ampliación de la base de apoyo y el ámbito de acción de la guerrilla, en
varias regiones del país el Ejército identificó a los mayas como grupo afín
a la guerrilla. En algunas ocasiones esta identificación se produjo en razón
de la efectiva existencia de su apoyo a los grupos insurgentes, así como de
condiciones preinsurreccionales en áreas de limitada extensión en el
interior del país. Sin embargo, la CEH ha llegado a precisar que, en la
mayoría de los casos, la identificación entre las comunidades mayas y la
insurgencia fue intencionadamente exagerada por el Estado que, apoyándose en
tradicionales prejuicios racistas, se sirvió de esta identificación para
eliminar las posibilidades presentes y futuras para que la población
prestara ayuda o se incorporara a cualquier proyecto insurgente.
La consecuencia de esta manipulación, ampliamente documentada por la ceh,
fue la agresión masiva e indiscriminada a las comunidades, con independencia
de su real involucramiento en la guerrilla, así como con indiferencia a su
condición de población civil, no combatiente. Con las masacres, las
operaciones de tierra arrasada, el secuestro y ejecución de autoridades,
líderes mayas y guías espirituales, no sólo se buscaba quebrar las bases
sociales de la guerrilla, sino desestructurar ante todo los valores
culturales que aseguraban la cohesión y la acción colectiva de las
comunidades.
El racismo en la violencia
Mediante su investigación, la CEH también concluye que la innegable realidad
del racismo como doctrina de superioridad expresada permanentemente por el
Estado constituye un factor fundamental para explicar la especial saña e
indiscriminación con que se realizaron las operaciones militares contra
centenares de comunidades mayas en el occidente y noroccidente del país, en
particular entre 1981 y 1983, cuando se concentraron más de la mitad de las
masacres y acciones de tierra arrasada en su contra.
Vulneración de las comunidades mayas
La CEH concluye que las comunidades mayas también fueron convertidas en un
objetivo militar durante los años más cruentos del enfrentamiento. Por el
terror y la persecución, en ciertas regiones y años los mayas se vieron
obligados a ocultar su identidad étnica, exteriorizada en su idioma y su
traje. Con la militarización de las comunidades se trastornó su ciclo de
celebraciones y ceremonias, y se profundizó la progresiva clandestinización
de sus rituales. La agresión estuvo dirigida a menoscabar elementos con
profundo contenido simbólico para la cultura maya, como se pretendió con la
destrucción del maíz y el asesinato de ancianos. Estos hechos vulneraron
elementos de la identidad de los mayas y trastocaron la transmisión
intergeneracional de la misma. Asimismo fue agredida la cultura por la
utilización que hizo el Ejército de nombres y símbolos mayas para denominar
fuerzas de tarea u otras de sus estructuras.
A partir de 1982 y como práctica generalizada, las autoridades tradicionales
mayas fueron sustituidas por delegados que procedían del ámbito castrense,
como los comisionados militares y los jefes de pac. En otros casos, el
Ejército intentó controlar, cooptar e infiltrar las estructuras
tradicionales de autoridades mayas que las vivían. Esta estrategia tuvo como
efecto la ruptura de los mecanismos comunitarios y de la transmisión oral
del conocimiento de la propia cultura, así como la vulneración de las normas
y los valores mayas de respeto y de servicio a la comunidad. En su lugar se
introdujeron prácticas de autoritarismo y uso arbitrario del poder.
La presencia guerrillera, especialmente mediante la instauración en algunas
comunidades de sus propias estructuras de autoridad como las Fuerzas
Irregulares Locales y los Comités Clandestinos Locales, así como los nuevos
liderazgos que en éstas se generaron, también provocaron el desplazamiento
de las autoridades tradicionales y les restaron poder.
El movimiento maya
A juicio de la CEH el movimiento maya se afirmó durante los últimos años del
enfrentamiento armado como un sujeto político fundamental. En su lucha
contra la exclusión que sufren desde la fundación del Estado, han realizado
importantes contribuciones en el ámbito de la multiculturalidad y la paz.
Estas proporcionan bases ineludibles para que la sociedad en su conjunto
revise su historia y se comprometa en la construcción de un nuevo proyecto
de nación que recoja su naturaleza multicultural y que sea incluyente,
tolerante y orgulloso de la riqueza que suponen sus diferencias culturales
Las masacres y la devastación del pueblo maya
La percepción, por el Ejército, de las comunidades mayas como aliadas
naturales de la guerrilla, contribuyó a incrementar y a agravar las
violaciones de derechos humanos perpetradas contra el pueblo maya,
evidenciando un agresivo componente racista, de extrema crueldad, llegando
al exterminio masivo de comunidades mayas inermes a las que se atribuía
vinculación con la guerrilla, incluyendo niños, mujeres y ancianos,
aplicando métodos cuya crueldad causa horror en la conciencia moral del
mundo civilizado.
Mediante las masacres y denominadas operaciones de tierra arrasada,
planificadas por las fuerzas del Estado, se exterminaron por completo
comunidades mayas, así como destruyeron sus viviendas, ganado, cosechas y
otros elementos de sobreviviencia. La CEH registró 626 masacres atribuibles
a estas fuerzas.
Especial gravedad reviste la crueldad que la CEH pudo constatar en muchas
actuaciones de agentes estatales, especialmente efectivos del Ejército, en
los operativos en contra de comunidades mayas. La estrategia
contrainsurgente no sólo dio lugar a la violación de derechos humanos
esenciales, sino a que la ejecución de dichos crímenes se realizara mediante
actos crueles cuyo arquetipo son las masacres. En la mayoría de las masacres
se han evidenciado múltiples actos de ferocidad que antecedieron,
acompañaron o siguieron a la muerte de las víctimas. El asesinato de niños y
niñas indefensos, a quienes se dio muerte en muchas ocasiones golpeándolos
contra paredes o tirándolos vivos a fosas sobre las cuales se lanzaron más
tarde los cadáveres de los adultos; la amputación o extracción traumática de
miembros; los empalamientos; el asesinato de personas rociadas con gasolina
y quemadas vivas; la extracción de vísceras de víctimas todavía vivas en
presencia de otras; la reclusión de personas ya mortalmente torturadas,
manteniéndolas durante días en estado agónico; la abertura de los vientres
de mujeres embarazadas y otras acciones igualmente atroces constituyeron no
sólo un acto de extrema crueldad sobre las víctimas, sino, además, un
desquiciamiento que degradó moralmente a los victimarios y a quienes
inspiraron, ordenaron o toleraron estas acciones.
Durante el enfrentamiento armado también se violó el derecho a la identidad
étnica o cultural del pueblo maya. El Ejército destruyó centros
ceremoniales, lugares sagrados y símbolos culturales. El idioma y el
vestido, así como otros elementos identitarios fueron objeto de represión.
Mediante la militarización de las comunidades, la implantación de las pac y
los comisionados militares, se desestructuró el sistema de autoridad
legítimo de las comunidades, se impidió el uso de sus propias normas y
procedimientos para regular la vida social y resolver conflictos; se
dificultó, impidió o reprimió el ejercicio de la espiritualidad maya y la
religión católica; se interfirió en el mantenimiento y desarrollo de la
forma de vida y del sistema de organización social propio de los pueblos
indígenas. El desplazamiento y el refugio agravaron las dificultades para la
práctica de la propia cultura.
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