Carta a Milan Kundera
27/04/1999
- Opinión
¡De manera, querido Milan, que los dos somos ya septuagenarios! Que
ilusorio, que sorprendente, me parece llegar a esta edad.
Tengo, acaso, demasiado viva la impresión de nuestro encuentro en Praga, en
1968. No renuncio, acaso, a ese momento trágico y exaltante a la vez, en
que nuestra confianza política fue puesta a prueba, las realidades se
impusieron a las ilusiones, y sin embargo las esperanzas no cedieron ante
la indiferencia. Fue el año de Praga, París y México. En Checoslovaquia,
el intento generoso de un socialismo con rostro humano fue brutalmente
aplastado por el Kremlin en nombre del comunismo. En París, la crítica
juvenil a la sociedad postindustrial y consumista adoptó banderas que
proclamaban "la imaginación al poder". En México, la calma mortal del
régimen autoritario del Partido Revolucionario Institucional fue rota por
una juventud que pedía en la calle lo que aprendió en las escuelas:
democracia, crítica, libertad.
Viví contigo ese año crucial de nuestro siglo, Milan, y compartimos la
amargura de lo que, entonces, se antojaban fracasos. Fracaso de la
primavera de Praga, aplastada por los tanques soviéticos. Fracaso del mayo
parisino, frustrado por la complicidad del Partido Comunista Francés y la
astucia del general De Gaulle. Y fracaso del movimiento estudiantil
mexicano, detenido a balazos por el régimen autoritario del PRI en el
poder.
Sin embargo, a treinta años de distancia, lo que entonces pareció fracaso
hoy no aparece así. Debajo de los empedrados de París no apareció la
playa, pero si renació el socialismo francés de su letargo bajo Guy Mollet
y la aventura de Suez. Perdió su prestigio el PCF y se preparó una
generación crítica de lo que hoy vivimos: el capitalismo salvaje, el
neodarwinismo global.
Debajo de las ruedas de los tanques rusos en Praga no renació un socialismo
con rostro humano, pero Checoslovaquia anunció el fin del imperio soviético
diez años después y el inicio de una nueva era para Rusia y la Europa
central. No una era mejor, pero si una era ejemplar: el fin del comunismo
no significó el fin de la injusticia, ni el triunfo de la democracia
significa la felicidad instantánea. En México, finalmente, el sacrificio
de la juventud en la Plaza de las Tres Culturas señaló el inicio del
declive del autoritarismo priísta y el nacimiento de una democracia
mexicana que, a su vez, no puede reducirse a jornadas electorales y cuotas
parlamentarias, sino que debe traer, junto con la libertad, un grado de
bienestar mayor para los cincuenta millones de mexicanos que viven en la
pobreza.
Cuando Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y yo viajamos a Praga en 1968
para estar contigo y con la esperanza democrática de tu patria, tuvimos que
sentar a la misma mesa a los angeles de la ilusión con los demonios de la
fatalidad. No pudimos prever todo lo que, durante los siguientes treinta
años, sucedería. Pero en medio de los tanques rusos en Checoslovaquia, los
cadáveres juveniles en Tlatelolco y los macanazos policíacos en el Barrio
Latino, nuestras palabras, querido Milan, sí afirmaron la necesidad de un
imaginario para entender realmente la historia. Sí afirmaron que la
literatura es indispensable para mantener vivos la lengua y la imaginación
de una sociedad, y que sin imaginación, sin lenguaje, ninguna sociedad
sobrevivirá. Ni a los tanques rusos, los garrotes policiacos parisinos o
las matanzas mexicanas, ayer. Ni a los alegres robots del supermercado,
los sonrientes enterradores de la historia y los crueles especuladores de
la marginación, hoy.
Ni tú ni yo pensamos que una novela puede cambiar la política. Lo que sí
creemos es que sin la novela, el mundo de los hombres y las mujeres sería
no solo más pobre, sino más débil ante las constantes agresiones del poder.
El poder político quisiera ser absoluto y no lo es solo porque nosotros,
todos nosotros, no se lo permitimos. La sociedad civil checa, polaca y
húngara, los escritores como tu, Jorge Konrad o Jerszy Andrejewski, los
cineastas, músicos y filósofos de la Europa central, mantuvieron, a pesar
de todo, un margen de libertad bajo la tiranía comunista. ¿Lo conservarán
bajo la indiferencia capitalista? El problema de ustedes, en Europa
central, es más difícil que el nuestro, en América Latina. De México a
Argentina, nuestras metas son mas claras. La educación, la palabra, el
libro, la biblioteca, son armas fundamentales en la lucha de nuestros
países, que es unir la democracia política al mejoramiento económico de los
miserables.
Pero tanto en Praga como en la ciudad de México, en Varsovia como en Buenos
Aires, el novelista crea un espacio donde, en medio del silencio o del
ruido, ambos ensordecedores, del mundo político, económico y religioso, la
voz del ser singular, del ser irrepetible, del hombre y la mujer que no
pueden ser reducidos a cifras o a siglas, se deja escuchar.
Tus espléndidas novelas, grande y querido Milan Kundera, nos han dado a
todos tus lectores no sólo el regalo de la imaginación y el lenguaje más
puros pero más recios. A través de los tiernos y solitarios y
desorientados y resistentes personajes de La broma y La vida esta en otra
parte, de La insoportable levedad del ser al Libro de la risa y el olvido a
La inmortalidad, La lentitud y La identidad, has creado ese espacio en el
que todos tienen derecho a la palabra y ese tiempo en que todo es,
maravillosamente, presente: el pasado aquí, el futuro aquí. Tus novelas
impiden, poderosamente, que prosperen los proyectos autoritarios para
hundir el pasado en el olvido y prometer un futuro feliz pero indeseable.
Tus personajes son héroes y heroínas de una resistencia frente a dos
sepulcros: el del olvido y el de la imprevisión. Tú le das vida a un
presente conflictivo, rico, abarcador. Te niegas a excluir. Eres un gran
escritor de la inclusión, del abrazo. Lo que a nadie le dices es que la
inclusión sea sencilla, o que el abrazo no sea doloroso. Como Faulkner, al
que tanto admiramos, entre el sufrimiento y la nada, tú te quedas con el
dolor.
Estamos bailando tú y yo, querido amigo, el vals del adiós, como se titula
uno de tus libros. Pero no nos vamos a despedir ni con resignación, ni con
cansancio, ni con satisfacción. Vamos a seguir viviendo y escribiendo con
voluntad, con energía y con insatisfacción. Que alegría saber que
compartimos los trabajos y los días de nuestros setenta años, como
compartimos los de nuestros treinta años.
Muchas felicidades te desea Carlos Fuentes.
https://www.alainet.org/es/articulo/104637
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