El Uruguay real y el Otro
30/11/1999
- Opinión
Hace un par de años, un anónimo humorista uruguayo pergeñó una definición
tan desalentadora como verosímil: "El Uruguay no es un país subdesarrollado
sino un país en vías de subdesarrollo". Con Mercosur o sin Mercosur, con
Mercomoon o sin Mercomoon (otros bromistas nombran a la capital uruguaya
como Moontevideo), hasta ahora seguíamos igual. Siempre eran Otros los que
decidían. Es cierto que un país pequeño, estrujado entre dos grandes, tiene
escasas posibilidades de levantar cabeza y moverse con independencia, sobre
todo si sus gobernantes no son demasiado celosos de su soberanía.
No obstante, aun para las naciones menores hay márgenes de dignidad que
incluso llegan a inspirar respeto. En ese sentido, el Uruguay puede mostrar
la figura de José Batlle y Ordóñez, dos veces presidente (1903-1907 y
1911-1915), el político más eficaz y de mayor talento que ha proporcionado la
breve (apenas 169 años) historia del país. Después de varios periodos de
guerra civil, Batlle y Ordóñez cimentó una paz política interna, impulsó
leyes sociales que en ese tiempo eran poco menos que inconcebibles, implantó
el voto secreto, separó la Iglesia del Estado, introdujo el sistema
colegiado e hizo público su ateísmo. La ciudadanía creyó y confió en él.
Cuando murió yo tenía ocho años y todavía recuerdo su sepelio como algo
impresionante.
Pasaron los años, y para los gobernantes democráticamente electos fueron
quedando las responsabilidades más o menos triviales, previsibles. Las
resoluciones trascendentales, en las que están en juego la soberanía y la
justicia social, son asumidas por quienes detentan el verdadero poder: el
Fondo Monetario, el Banco Mundial, el Departamento de Estado, etcétera. Los
dos miembros menores del Mercosur, Paraguay y Uruguay, deben someterse a los
gigantes colaterales, Brasil y Argentina, pero después de todo éstos no han
de ser tan gigantes, ya que tarde o temprano terminan amoldándose a los
mandatos inapelables de los verdaderos dueños del poder.
Atornillados en el País Otro
Está el País Real y está el Otro. Aun con sus bisagras oxidadas, el País
Real trata de moverse, de existir, de respirar. Pero cada vez le es más
difícil. Cada vez tiene más presencia el Otro País, ese en que el mercado
es nuestro dios y el confort es su profeta. )Qué queda para las izquierdas
en este mundo donde todos se desviven por ser centristas, o sea, el actual
sinónimo de la derecha pura y dura? En primer término extraernos de la
derrota y no olvidarnos de dejar en el fondo de ese pozo los dogmatismos,
las rígidas estructuras que impidieron nuestro desarrollo y atrofiaron
nuestra sensibilidad. Análisis no es obligatoriamente contrición. Después
de todo, es preferible haberse equivocado en medio de la brega por la
justicia que haber acertado en la lisonja del Imperio.
No olvidemos que, durante varios lustros, el Uruguay, medido en su muy
peculiar contexto, fue poco menos que un país de utopía. Minucioso en su
democracia, refugio de próximos prójimos, poseedor de un loable nivel
educativo y universitario, con intelectuales que no practicaban eso que el
italiano Giordano Bruno Guerri llamó alguna vez la "cultura del silencio",
defensor sin jactancia (pero con realismo) de su soberanía, con inesperadas
conquistas deportivas a nivel olímpico y mundial, con diestros del arte y de
la cultura como Quiroga, Rodó, Delmira Agustini, Torres García, Figari,
Barradas, Fabini, Felisberto Hernández, Onetti, Frasconi y tantos más, el
Uruguay Real no precisaba del Otro para tener presencia, modesta pero digna,
en la compleja realidad de nuestra América.
Hoy, en cambio, atornillados en el País Otro, lavados por la secta Moon y el
narcotráfico, entregada Punta del Este a la patria financiera argentina, una
liliputiense (no la gigantesca) globalización nos alude, nos desvirtúa y nos
hace perder identidad. Aun así, la izquierda, por más que todavía no ha
aprendido a conocerse plenamente, de a poco se repone. De ahí que, como
borrador de un renovado País Real, haya logrado más votos que cada partido
tradicional por separado, pero el País Otro, tramposo, precavido y bien
asesorado desde fuera, ya incorporó el ballottage y presumiblemente unirá
sus viejas (y aparentemente irreconciliables) mezquindades para atornillarse
nuevamente en el poder.
El país que queremos
)Qué Uruguay queremos? Pues un país modesto, que tenga conciencia de su
historia y de su dimensión, que recupere los rasgos que en un pasado no tan
lejano lo hicieron respetable. Entre sus más lamentables consecuencias, los
doce años de dictadura militar nos han dejado un legado de mezquindad, que
incluye una falta de solidaridad y una actitud egoísta en la vida cotidiana.
Fuimos un país hospitalario y generoso y nos hemos convertido en otro,
levemente sórdido, con caídas, cada vez más frecuentes, a la corrupción
globalizadora.
Mientras tanto, nuestros desaparecidos no aparecen y tampoco sus hijos. El
caso más reciente ha sido exhumado por el poeta argentino Juan Gelman, cuya
conmovedora carta al presidente Sanguinetti (pidiéndole información sobre la
suerte corrida en Uruguay por su nuera y su nieto o nieta) ha tenido
repercusión internacional. Sólo después de que centenares de intelectuales,
de distintas nacionalidades, incluidos varios premios Nobel, se dirigieran a
Sanguinetti apoyando el reclamo de Gelman, y, tras 150 días de un silencio
ominoso y asustadizo, el presidente ha respondido diciendo que no hay nada
para averiguar. (Si habrá! Es más bien inconcebible que un presidente no
tenga ánimo ni se sienta con suficiente autoridad como para efectuar una
investigación a fondo sobre un abyecto episodio del que se conoce una
apabullante cantidad de datos. Gelman volvió a retrucar, con rabia y
todavía mejores argumentos.
Lo cierto es que estamos entre dos pronunciamientos en las urnas. Los
partidos tradicionales (Colorado, Blanco), cuando crearon la nueva
Constitución, que incluye una segunda vuelta entre los dos candidatos más
votados, lo hicieron con plena conciencia de que su ciclo autoritario
llegaba a su fin y que sólo aliándose para un ballottage podrían evitar la
asunción del poder por las fuerzas de izquierda. Con la anterior
Constitución, Tabaré Vázquez, carismático líder del Frente Amplio, ya sería
presidente. Por lo pronto, dos antiguos rivales, como el colorado Jorge
Batlle y el blanco Luis Alberto Lacalle, ya intercambian abrazos y sonrisas,
al compás de las cuales Lacalle exige tres ministerios a cambio de su apoyo
a Batlle en la segunda vuelta del 28 de noviembre.
De todos modos, y aunque se perdiera esa segunda vuelta (un resultado
todavía incierto), el mero hecho de que accedan al Parlamento (ahí no hay
ballottage) 12 senadores y 40 diputados del Frente Amplio, significará un
cambio sustancial, y esperamos que prometedor, en el panorama político
uruguayo. Ojalá que estas elecciones signifiquen también un triunfo del
País Real sobre el País Otro.
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