Un decálogo para la reflexión
Sobre la corresponsabilidad de los acreedores
17/10/1999
- Opinión
"Siempre los tiranos se han ligado y los libres jamás. ¡desgraciada
condición humana!"
Simón Bolívar, 10 de noviembre de 1824
James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial repitió una vez más el
mensaje, ?la culpa de la crisis la tienen los gobiernos" de los países
pobres. Con esta afirmación, expresada en el marco de la reciente Asamblea
Anual del FMI y del Banco Mundial, se ratificó una vez más aquella
apreciación unilateral que endilga los problemas a los países
subdesarrollados. Esta declaración se inserta en aquella posición defendida
a ultranza por los países del Norte, que niegan cualquier corresponsabilidad
en su calidad de acreedores.
Es cierto que en el problema del endeudamiento externo hay una gran
responsabilidad de los gobiernos y, en especial, de las elites de los países
endeudados. Los gobiernos de dichos países, muchos de ellos dictatoriales
en la década de los setenta, recurrieron irresponsablemente al endeudamiento
externo en lugar de introducir las reformas estructurales que habrían sido
indispensables, al tiempo que transferían masivamente recursos a favor de
los grupos dominantes. Por eso, a primera vista, condonar la deuda
representaría un error, pues podría beneficiar a los ricos, pero no hacerlo
sería mantener el peso sobre los pobres? hay una relación inversamente
proporcional entre servicio de la deuda e inversiones sociales.
El punto de partida de estas diez reflexiones, como acertadamente considera
Javier Iguiñiz, pasa por reconocer que "los conquistadores y las
oligarquías, los gobiernos y las élites en general no han sido ajenas al
problema, y los acreedores de los últimos años conforman uno de los
elementos de la punta más reciente de un proceso de siglos". Así,
reconociendo las dificultades para individualizar las variables
responsabilidades, pues éstas son sistémicas, tengamos presente que el
análisis de la situación no puede realizarse al margen de la acción de los
agentes que han participado en ella, como recomienda Amartya Sen, Premio
Nobel de Economía de 1998. Análisis que nos conduce a dilucidar el problema
desde una perspectiva global y no desde una simple sumatoria de situaciones
individuales.
1. Para entender la lógica de la deuda externa, en consecuencia, hay que
enmarcarla en un contexto sistémico. La deuda en sí es otra manifestación
de las evoluciones del propio sistema capitalista. Y, como tal, las crisis
de deuda se suceden cíclicamente, con una serie de elementos nuevos y otros
que ya se repitieron en épocas anteriores: a mediados de la década de los
20, a principios de los años 70 o en los años 90 durante el siglo XIX; o
durante la famosa depresión de los años 30 o en los años 80 y 90 ya en el
siglo XX. Epocas en las cuales la deuda no simplemente fue un problema
financiero, sino que desempeñó un papel importante como palanca para imponer
la voluntad de los países acreedores sobre los deudores. Imposición que
revistió diversos caracteres, inclusive violentos.
2. Vistas así las cosas, la demanda de préstamos no es la única razón de su
existencia. La crisis de sobreendeudamiento encuentra sus orígenes en la
sobreoferta de recursos financieros en los países desarrollados,
especialmente en los EEUU. Recordemos que el surgimiento del
sobreendeudamiento en los años setenta tuvo su origen con los eurodólares a
fines de los años sesenta, mucho antes del alza de los precios del petróleo.
La masa de eurodólares se amplió masivamente con la eliminación unilateral
de la convertibilidad del dólar en oro, en agosto de 1971. Luego creció el
monto de recursos financieros con los petrodólares, los cuales, al no
encontrar utilización productiva en el Norte, fueron canalizados alegremente
hacia el Sur, tradicionalmente marginado de los mercados financieros
internacionales.
3. En los EEUU se generó, también, la reversión del flujo de capitales,
sobre todo en los años 80, en tanto sus desequilibrios económicos le
transformaron en una aspiradora de capitales: la transferencia neta negativa
-desembolsos menos pago de capital e intereses- desde América Latina fue de
unos 238 mil millones de dólares de 1982 a 1990, monto superior en más de
tres veces a los valores anualizados del Plan Marshall, con el que los EEUU
ayudaron a la reconstrucción de Europa. En este contexto, hay estudios que
demuestran que la deuda de América Latina, solo por concepto de su servicio,
ya estaría pagada. Dicha reversión tuvo como detonante la multiplicación
por tres y hasta por cuatro de las tasas de interés vigentes en la época del
endeudamiento agresivo: 1974-1981; alza provocada, en especial, por la
política económica de los EEUU, el reaganomics. Esta elevación repentina y
arbitraria de las tasas de interés, que llegó al 20%, provocó dicho reflujo
masivo de capitales: los países pobres endeudados fueron "amarrados a la
pesada rueda del interés compuesto". Con tasas de interés altas, los EEUU
atrajeron capitales de América Latina. Fueron una gran aspiradora. En ese
flujo entraron, a más del servicio de la deuda, el deterioro de los términos
de intercambio, la fuga de capitales (en muchos países superior al monto
global de la deuda externa), la remesa de utilidades y la repatriación de
capitales de las inversiones extranjeras, la transferencia por regalías, la
fuga de cerebros, etc. Con estos recursos los países ricos, con los EEUU a
la cabeza, financiaron y financian sus transformaciones tecnológicas.
4. Que se sepa nunca los países ricos han frenado estos bienvenidos flujos
de recursos del Sur, algo por demás beneficioso para ellos desde la época
colonial. Resaltemos lo difícil, si no imposible, que es recuperar los
depósitos de los dictadores escondidos en los países ricos: "en Suiza se
lava más blanco". ?Qué pasaría si los gobiernos del Norte establecieran un
impuesto especial a los depósitos e inversiones de los habitantes del mundo
pobre realizados en el Norte, tanto para desalentar dichas transferencias
como para financiar programas de desarrollo?? No hacer nada también es otra
forma de complicidad. Y demorar las soluciones también ayuda a agravar los
problemas; cuanta razón tuvo el Papa Juan Pablo II cuando, el 23 de
septiembre pasado, al recibir a un grupo de destacados músicos, preguntó
"?por qué los avances para resolver el problema de la deuda son tan lentos?
?Por qué tantas vacilaciones? ?Por qué tanta dificultad para proporcionar
los fondos necesitados, incluso para las propuestas ya acordadas? Son los
pobres los que pagan el costo de la indecisión y del retraso".
5. En varios y prolongados períodos, los países deudores han sufrido,
además, una profunda caída de los precios de sus materias primas; precios
que experimentan una evolución inestable: basta observar la situación del
petróleo, cuya reducción en 1982-83 contribuyó a debilitar las economías de
los países exportadores de crudo altamente endeudados. Problema agravado
por el neoproteccionismo de los países industrializados, los acreedores;
basta con recordar las dificultades que tiene el banano latinoamericano para
ingresar al mercado europeo.
6. En el listado de corresponsables brilla con luz propia la banca privada,
que actuó en forma consciente y muchas veces coordinada, con los ?préstamos
sindicados?. Sus prácticas no sólo fueron inapropiadas, sino que muchas
veces fueron imprudentes o abiertamente corruptas: pensemos en los créditos
innecesarios que banqueros internacionales obligaron a contratar a varios
países subdesarrollados (Brasil, por ejemplo), en la multiplicidad de
préstamos sin ?objeto lícito?, en aquellos créditos entregados a empresas
privadas sin garantía gubernamental y que luego fueron transformados en
deuda pública -"sucretizados"- por presión de los acreedores, a la cabeza
los organismos multilaterales: Banco Mundial y FMI. Existió una pésima
administración de los créditos por parte de los acreedores en su
desesperación por prestar, cuando los recursos financieros les sobraban o no
encontraban una ubicación productiva en el Norte. Muchas veces recurrieron
a comisiones y ?spreads? cuestionables jurídicamente. En suma, la banca
prestó en forma precipitada cuando tenía exceso de fondos y luego encareció
de manera drástica los créditos o aún los frenó cuando vislumbró
dificultades. Y, por último, la corresponsabilidad de los acreedores
privados ha sido públicamente aceptada por los organismos multilaterales,
que hoy les convocan a compartir la carga de una renegociación de la deuda.
7 Junto a los bancos asoma una multitud de compañías extranjeras, muchas de
ellas transnacionales, que participaron activamente en la danza de los
millones, vendiendo incluso tecnologías obsoletas. Hay casos paradigmáticos
de empresas que con tal de vender sus productos propiciaban cualquier
locura: la construcción de una planta termonuclear por un valor de 2.500
millones de dólares en las Filipinas sobre terreno sísmico y que no funciona
por estar rajada, por ejemplo. En esta línea de actos donde la
corresponsablidad es indiscutible, a más de que la corrupción es
inocultable, cabe la fábrica de papel de Santiago de Cao en el Perú, que no
pudo operar por no tener suficiente agua, o el inconcluso tren eléctrico de
Lima; la refinería de estaño de Karachipampa en Bolivia, la cual, por estar
ubicada a 4.000 metros de altura, no tiene suficiente oxígeno para trabajar,
la procesadora de basura para Guayaquil, que se compró y pagó, pero que
nunca se instaló; la acería ACEPAR en Paraguay, que no funciona desde su
culminación a mediados de los años 80; o la imprenta del Ministerio de
Educación de Quito, instalada en 1991, 12 años después de haber sido
comprada (y que aún no funciona), cuando el país de origen de la maquinaria
ya no existía: la República Democrática Alemana. Estos y otros muchos
proyectos resultaron improductivos, constituyen grandes elefantes blancos, a
pesar de contar con la costosa asesoría de consultores y empresas
extranjeras y la supervisión de los organismos multilaterales, pero
permanecen como un pasivo oficial a ser pagado por los países pobres. Y en
otros tantos proyectos su costo final fue muy superior al inicialmente
presupuestado. La venta de armas es otra muestra de esta complicidad.
8. Un puesto destacado corresponde a las instituciones financieras: Banco
Mundial, BID, FMI, controlados por los Estados de los países más ricos.
Durante el festín crediticio, estos organismos entregaron préstamos a manos
llenas en el mundo subdesarrollado o ayudaron a contratarlos. Esa era la
mejor salida frente a la recesión en los países centrales. Además, estos
organismos alentaban la contratación de créditos externos: el BID, para
mencionar un caso, anunciaba en 1983 (ya en plena crisis), que el precio
promedio del petróleo en los años ochenta llegaría a los 50 dólares por
barril y en los noventa a 80 dólares por barril: mensaje que forzaba el
endeudamiento agresivo de gobiernos irresponsables en el caso de los países
exportadores de crudo y que aupaba grandes inversiones energéticas no
petroleras en los importadores. Posteriormente, ya en plena crisis, estos
organismos -con funcionarios subsidiados por los cuatro costados- asumieron
el papel de cobradores y ajustadores de las economías que ellos
contribuyeron a endeudar. Fueron los responsables de los costosos y muchas
veces inútiles programas de estabilización y ajuste estructural; en este
contexto volvieron a endeudar a los países pobres con créditos destinados a
planes de transformación estructural, que en más de una ocasión concluyeron
en enormes fracasos o en procesos de una corrupción masiva, como lo es el
salvataje de la banca en el Ecuador.
9. Con las diversas opciones de ?solución? al problema de la deuda
-inspiradas e impuestas desde el Norte: renegociaciones, Plan Baker, menú de
opciones, Plan Brady, Iniciativa para las Américas, Programa para países
pobres muy endeudados (HIPC), etc.- vienen atadas las condicionalidades de
política económica y los propios esquemas de ajuste estructural. La deuda,
entonces, no es sólo un problema cuantitativo, sino eminentemente
cualitativo. Su pago o su renegociación sirven de gran palanca para
profundizar los ajustes estructurales: privatizaciones, reducción del tamaño
del Estado, recorte de las inversiones sociales, flexibilización laboral,
apertura de la economía, liberalización de los mercados? en suma:
disminución de la capacidad de desarrollo nacional. Parecería que lo que
importa, en última instancia, no es cobrar la totalidad de la deuda, sino
lograr que los países subdesarrollados participen sumisamente en la economía
mundial, aceptando las condiciones del nuevo (des)orden internacional
capitalista. Esta constatación es vital: la deuda resulta la continuación
de la política imperial por otros medios, para ponerlo en términos de Karl
von Clausewitz.
10. Para completar este decálogo de corresponsabilidades, incluyamos la
deuda ecológica, en la cual los deudores son los países ricos y los
acreedores los pobres. Esta deuda, que se originó con la expoliación
colonial -la tala masiva de los bosques naturales, por ejemplo-, se proyecta
tanto en el "intercambio ecológicamente desigual", como en la "ocupación
gratuita del espacio ambiental" de los países pobres por efecto del estilo
de vida depredador de los países industrializados. Así, hay que incorporar
las presiones provocadas sobre el medio ambiente a través de las
exportaciones de recursos naturales -normalmente mal pagadas y que tampoco
asumen la pérdida de nutrientes y de la biodiversidad, para mencionar otro
ejemplo- provenientes de los países subdesarrollados, exacerbadas
últimamente por los crecientes requerimientos que se derivan del servicio de
la deuda externa y de la propuesta aperturista a ultranza. Propuesta que,
al estimular al máximo las exportaciones, ha devenido en promotora y
aceleradora de los monocultivos, del uso incontrolado de agrotóxicos, de la
deforestación masiva, de la mayor e indiscriminada presión sobre los
recursos naturales. Adicionalmente, desde la lógica de recortes fiscales de
los programas de ajuste estructural y de las políticas de estabilización se
han reducido sustantivamente las escasas inversiones destinadas a aquellos
proyectos de protección y aún de restauración ecológica que serían
indispensables para reducir la sobre-explotación de la oferta ambiental. Y
la deuda ecológica crece, también, desde otra vertiente interrelacionada con
la anterior, en la medida que los países más ricos han superado largamente
sus equilibrios ambientales nacionales, al transferir directa o
indirectamente "polución" (residuos o emisiones) a otras regiones sin asumir
pago alguno. A todo lo anterior habría que añadir la biopiratería,
impulsada por varias corporaciones transnacionales que patentan en sus
países de origen una serie de plantas y conocimientos indígenas. Por eso
bien podríamos afirmar que no solo hay un intercambio comercial y
financieramente desigual, sino que también se registra un intercambio
ecológicamente desequilibrado y desequilibrador.
Finalmente, durante el libertinaje financiero de los setenta y también
aunque en menor medida en la primera mitad de los noventa, los gobiernos
(muchos de ellos dictatoriales) y los grupos dominantes en los países
periféricos -apoyados por EEUU y sus aliados- encontraron la oportunidad
para satisfacer, aunque sea parcial y temporalmente, el déficit crónico de
financiamiento. Y lo hicieron sin preocuparse demasiado por el uso de los
créditos, que mayormente fueron en provecho de los grupos dominantes y que,
adicionalemnte, contribuyeron para postergar reformas estructurales
indispensables, como pudo ser el establecimiento de un sistema tributario
socialmente equitativo. Posteriormente, en la época del pago, aquellos
sectores marginados de los "beneficios" del endeudamiento foráneo fueron
convocados a asumir su servicio. La deuda, entonces, fue, al decir de
Horacio Verbitsky, "el gran mecanismo reciclador de las relaciones de poder
porque unos gozan del crédito y otros lo pagan".
Luego, en los años de la crisis, los gobiernos latinoamericanos mantuvieron
su actitud sumisa, condescendiente con la banca internacional, las
transnacionales, los organismos multilaterales de crédito, los gobiernos de
los países ricos. Además, las elites dominantes de estos países, por su
complicidad con los acreedores, sea porque se habían transformado en
tenedores de papeles de la deuda o sea por el miedo al "gran garrote", nunca
plantearon salidas conjuntas, siempre se impusieron los clubes de los
acreedores (Club de París, Club de Londres o comités de gestión).
"?Desgraciada condición humana! Siempre los tiranos se han ligado, los
libres jamás", clamaba con angustia Simón Bolívar.
https://www.alainet.org/es/articulo/104556
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