La crisis del Mercosur
El sueño neoliberal terminó
17/08/1999
- Opinión
Lo que muchos denominan como la crisis del Mercosur es, en realidad,
consecuencia de algo mucho más grave: es la crisis de las economías de todos
los países que integran la región, particularmente las de Brasil y la
Argentina.
Hubo un momento en que las exportaciones brasileñas se beneficiaron con el
aquietamiento del peso argentino provocado por la Ley de Convertibilidad.
Posteriormente, con la adopción del Plan Real y la absurda sobrevaloración de
la moneda brasileña, la Argentina ganó una enorme competitividad en el mercado
brasileño. Brasil pasó a ser el destino de más del 30% de las exportaciones
argentinas. Pero cuando la aventura de la sobrevaloración del real llegó a
su fin, en enero de este año, y el gobierno de Fernando Henrique Cardoso fue
obligado a dejar fluctuar la moneda, las exportaciones argentinas volvieron
a perder competitividad.
Oportunidad
En realidad, lo que está por detrás de todo eso es algo simple. Brasil y la
Argentina están enfrentando las consecuencias previsibles de las políticas
económicas que adoptaron sus gobernantes, sobre todo en materia cambiaria,
monetaria y comercial. Los dos países atraviesan fuertes recesiones, con
consecuencias graves para sus agriculturas e industrias, y con repercusiones
trágicas en materia de desempleo y exclusión social.
Esclavos de las indicaciones del FMI y de la finanza mundial, los dos
gobiernos creen estar preparando a sus respectivos países para integrarse
mejor en el marco de la economía globalizada. Pero lo que sucede, en
realidad, es que Brasil y la Argentina se tornaron más vulnerables al desorden
económico y financiero mundial. Esto es lo que quedó evidente en los últimos
años.
¡Qué oportunidad extraordinaria se están perdiendo! El Mercosur -por más
críticas que se le pueda hacer a su desarrollo- es fruto de un momento
privilegiado de los dos países, justo cuando la Argentina y Brasil estaban
saliendo de la noche de las dictaduras militares. El mundo estaba lleno de
incertidumbre. Los modelos económicos de nuestros países estaban en crisis
y la asociación de Brasil con la Argentina, a la cual se unirían después
Uruguay y Paraguay, podía ser la ocasión para construir un espacio de
crecimiento, con justicia social y democracia política.
El Mercosur tenía que ser (y todavía tiene posibilidades de serlo) un espacio
de articulación de las políticas industriales y agrícolas comunes, capaz de
explorar el potencial de un mercado interno de 200 millones de personas, y que
-a partir de la constitución de una economía a escala- tuviera condiciones
para una presencia más fuerte en la economía mundial.
Si eso se concreta, el Mercosur tendrá posibilidades de atraer a otros países
de América del Sur y resistir ante la grave amenaza que representa para el
continente la creación de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA),
propuesta por los Estados Unidos.
Articular políticas de desarrollo exigirá, entonces, construir programas
comunes en las áreas de ciencia y tecnología y, evidentemente, desarrollar una
nueva política comercial, además de dar pasos importantes en la
compatibilización de las políticas macroeconómicas (cambiaria, monetaria,
fiscal, etcétera).
Políticas de crecimiento distributivas
Enhorabuena, los sindicatos de los cuatro países tuvieron en cuenta una agenda
social para el Mercosur. Los gobiernos tienen que atender lo que las
centrales de la región están proponiendo. Para eso es necesario que las
decisiones sobre los destinos del Mercosur no queden solamente en las manos
de los presidentes, ministros de relaciones exteriores, o mucho peor, de los
dirigentes de los bancos centrales.
Los parlamentos deben ejercer un mayor control sobre la evolución del
Mercosur, de la misma forma que los sindicatos, los empresarios (incluyendo
a los pequeños y medianos), las universidades y otros segmentos de las
sociedades de nuestros países. Tenemos que pensar en la institucionalización
del Mercosur: parlamentos, instancias ejecutivas y judiciales, organismos
reguladores, etcétera.
Regreso, entretanto, a mi idea inicial. El futuro de la integración depende
de las políticas de crecimiento con distribución de ingresos.
El sueño (en realidad, la pesadilla) neoliberal terminó. Destruyó nuestros
sistemas productivos, multiplicó el desempleo, aumentó la exclusión y con ella
tornó más violentas a nuestras sociedades. Liquidando las políticas de salud
y educación comprometemos el futuro de nuestros hijos.
La Argentina y Brasil merecen más. En el pasado, los generales sembraron la
rivalidad militar entre nuestros países. En el presente, los tecnócratas
cultivan antagonismos económicos intentando, así, el fracaso de sus
respectivas políticas económicas.
El futuro nos reserva la posibilidad de aspirar a una integración con
crecimiento y distribución de ingresos, y que, además, se constituya en un
ejemplo y esperanza para aquellos que hoy están desesperanzados con la
evolución del desorden económico y financiero mundial.
https://www.alainet.org/es/articulo/104480
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