Plan Real II en Brasil: El FMI y los fines del ajuste sin fin
11/11/1998
- Opinión
Sao Paulo.- Fiel a la tradición de los gobiernos de la Nueva República, Fernando Henrique Cardoso
esperó el fin de las elecciones para anunciar el Plan Real II. Las medidas exigidas por el Fondo
Monetario Internacional para dar continuidad a la negociación de auxilio financiero al Brasil
promueven un fuerte ajuste en las cuentas del sector público -decisión que va a comprometer la
capacidad de gasto de la Unión, de los estados y municipios. El apretón fiscal es un instrumento
para alcanzar básicamente dos objetivos.
De un lado, se trata de contraer el nivel de actividad económica, a fin de disminuir la presión sobre
las importaciones y, así, reducir los déficits en cuenta corriente, limitando parcialmente la necesidad
de obtener financiamiento externo para no perder reservas monetarias. Hasta los más fervientes
defensores del Real reconocen que el recorte en la demanda provocado por el paquete fiscal
generará una recesión de altísima intensidad. Las reformas que serán propuestas en las leyes
laborales buscarán crear un colchón amortiguador que permita a los empresarios trasladar lo
máximo posible del peso del ajuste a los trabajadores.
De otro lado, el esfuerzo para producir superávits fiscales fue motivado por la percepción de que la
convivencia con tasas de interés muy elevadas, en un contexto marcado por el aumento explosivo
de la deuda pública federal -que pasó de 62 mil millones de reales en diciembre de 1994 a 303 mil
millones en agosto de 1998-, cuestionaba la capacidad del Estado para honrar el servicio de la
deuda pública. La perspectiva de no pago interno estaría comprometiendo, así, uno de los
principales mecanismos de atracción del capital externo: las elevadas ganancias financieras
generadas por las tasas de interés en niveles estratosféricos.
El problema es estructural
FHC viene manejando la posibilidad de discutir la forma del ajuste. Establecido el número de
llegada -una contracción del orden de 25 mil millones de reales en el déficit primario del sector
público brasileño-, las autoridades económicas estarían abiertas a sugerencias sobre el modo de
alcanzarlo.
La oposición debe aprovechar la oportunidad para cuestionar el contenido del Plan Real II, cuya
esencia, de manera muy simple, consiste en recortar las pensiones de los jubilados, los salarios de
los funcionarios públicos, la calidad de educación de nuestros jóvenes y la salud del conjunto de la
población para honrar por un tiempo más los compromisos con las deudas externa e interna (las
cuales, de acuerdo con estimaciones conservadoras, deben girar en torno del 7 al 8% del PIB cada
una...).
Se podría argumentar que este es el precio a pagar para evitar el agravamiento de la crisis externa,
evitando así sacrificios todavía mayores. Las medidas adoptadas no garantizan, sin embargo, una
solución a la crisis externa, pues no atacan el núcleo del problema: el carácter estructural de los
desequilibrios en la balanza de pagos (problema que se intensificó significativamente después de la
agudización de la crisis económica internacional).
En Brasil, el déficit público no es la causa del desequilibrio externo. Al contrario, el crecimiento
explosivo de la deuda interna es producto directo de la combinación del acumulado de reservas
monetarias con intereses altísimos (ambos relacionados con la necedidad de establecer un ambiente
propicio a la entrada de recursos externos para financiar los mega-déficits de la balanza de pagos en
cuenta corriente).
Por eso, al contrario de lo que dice la propaganda oficial, nada garantiza que el apretón fiscal abra
espacios para una rápida reducción de las tasas de interés, pues si no se da una inflexión en las
expectativas de la comunidad financiera internacional en relación al riesgo de invertir en los
"mercados emergentes" -y nada indica que esto esté en el horizonte próximo-, el sacrificio impuesto
a la población será en vano.
Más que denunciar la perversidad de las medidas de ajuste, que en pocos meses se hará evidente, es
importante denunciar la trampa en que nos metió una política económica que coloca como
prioridad absoluta la modernización de los patrones de consumo -un patrón de acumulación
financiado por la expansión descontrolada de la deuda externa y por su contrapartida interna-,
comprometiendo de manera creciente recursos públicos al pago del servicio de la deuda interna.
Es la crítica sustantiva al Plan Real que va a mostrar el absurdo de una política económica que
prioriza la defensa del interés externo sobre el interno, del interés del capital sobre el trabajo, del
sector financiero sobre el productivo y del interés de los grupos privados sobre las políticas
públicas.
El agravamiento de la crisis económica va a evidenciar que no hay lugar para la organización de la
economía brasileña en el orden global. Los impasses generados por el vía crucis de un programa de
ajuste sin fin van a descubrir los rumbos alternativos que se presentan para el país, dejando claro
que solo nos queda una opción: superar la dependencia externa, romper con la modernización
mimética de los patrones de consumo y organizar la vida económica del país en función de las
necesidades del conjunto de la población y de las posibilidades de nuestras fuerzas productivas.
* Tomado de Correio da Cidadanía, Sao Paulo, 31/10-7/11-98. Traducción libre de ALAI.
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