En 1935 la República Española estaba amenazada de muerte. Para nadie era un secreto que la ultraderecha, encabezada por el futuro ‘generalísimo’ Francisco Franco Bahamonde, organizaba un verdadero ejército para acabar con los sueños de la naciente democracia republicana. Apercibidos de ello y dispuestos a oponer sus valerosos pechos al sanguinario energúmeno que dirigía la Falange, los demócratas alzaron como bandera una firme consigna: NO PASARÁN.
Pero pasaron. Desataron una guerra civil que cobró miles de muertos. Fusilaron a opositores y prisioneros, entre ellos al poeta Federico García Lorca, orgullo de España y de toda la humanidad. Otros grandes poetas, como Antonio Machado y León Felipe salieron para morir en el destierro, al igual que miles de hombres y mujeres que se regaron por medio planeta. Al sabio Miguel de Unamuno, en las puertas de la Universidad de Salamanca, el general Millan Astray le gritó: “¡Abajo la inteligencia, viva la muerte!”.
NO PASARÁN... pero pasaron. Pasaron con la ayuda de sus congéneres: brigadas fascistas enviadas desde Italia por Benito Mussolini, y bombarderos nazis enviados por Hitler. El mundo pidió a Estados Unidos e Inglaterra que apoyara a la república mártir del nazifascismo, pero los dos proclamaron, con la hipocresía de siempre, su lealtad a la no intervención. El jefe de la diplomacia británica fue brutal. Dijo: “Lo que pasa en España no vale la vida de un marinero inglés”. Se formaron Brigadas Internacionales de hombres y mujeres amantes de la democracia o con franca fe en la revolución. La Unión Soviética les brindó un tibio apoyo que lo retiró después. Triunfó el fascismo representado por la Falange española, y la dictadura franquista demoró medio siglo en extinguirse, reemplazándole la caduca y corrupta monarquía y las fuerzas de ultraderecha representadas por el Partido Popular y José María Aznar, contra los cuales alza hoy banderas de esperanza el movimiento Podemos.
NO PASARÁN... pero pasaron. Y si bien los actores principales fueron las hordas fascistas, bendecidas por el Vaticano, así como la mentirosa política de no intervención de las dos principales potencias capitalistas, culpables fueron también los dirigentes políticos de izquierda que pese a la amenaza falangista perdieron el tiempo en estériles debates seudo ideológicos y en concurso de vanidades, como en su hora ocurrió también en Italia y Alemania, en donde la división de los demócratas e izquierdistas facilitó el camino al nazifascismo.
En nuestra América, el día de hoy suenan por todas partes tambores de guerra. Guerra contra los cambios sociales, guerra contra los avances revolucionarios, guerra contra la soberanía nacional de pueblos que siempre la vieron pisoteada por el intervencionismo del imperio, acolitado por toda clase de cómplices, mercenarios y secuaces. De allí que reviste enorme trascendencia el Encuentro Latinoamericano que acaba de celebrarse en Quito, y su diáfana y combativa Declaración.
Esto se resume en un nuevo NO PASARÁN, ahora dirigido al imperio más bárbaro y criminal que conoce la historia del mundo: el imperio norteamericano. Pero si se quiere que en realidad no se imponga el fascismo en nuestros países, vía golpes de Estado, intervenciones militares y magnicidios, entonces hay que promover la unidad más amplia, leal y fervorosa de todas las fuerzas, sectores, clases y personalidades que estén dispuestos a frenar la marcha de los aplastapueblos. En este caso, el sectarismo, el dogmatismo y la inacción son puertas abiertas para que penetren las fuerzas que tocan hoy tambores de guerra, y que han adquirido como fe de bautizo continental un mismo nombre: restauración conservadora.
Jaime Galarza Zavala es escritor ecuatoriano