Horror y esperanza en Palestina
18/08/2014
- Opinión
Israel volvió a perpetrar su repetido crimen en el gueto de Gaza, pero esta vez mediante una guerra contra los niños. Las imágenes de los pequeños asesinados, las madres enloquecidas de dolor y los jóvenes ultimados mientras recogían a sus familiares, impactaron al mundo. Los videos mostraron la aterradora destrucción de hogares, escuelas, hospitales y mezquitas.
El número de cadáveres supera la mascare precedente del 2009. Ya se computan 1913 palestinos muertos y más de 10.000 heridos, frente a 64 soldados y tres civiles israelíes caídos. Para aumentar el terror de las víctimas los bombardeos fueron anunciados con pocos minutos de antelación.
Los habitantes de Gaza quedaron privados de luz, comida y remedios. La barbarie volvió a desatarse sobre una población condenada a incursiones de exterminio. Israel perfecciona el modelo de Hiroshima, sustituyendo la batalla contra otro ejército por indiscriminadas matanzas desde el aire[1].
Pretextos y derrotas
La primera justificación de la agresión fue la desaparición de tres jóvenes israelíes, que el gobierno de Netanyahu atribuyó al Hamas sin ningún indicio, ni investigación. Simplemente repitió el pretexto utilizado en el 2006 para invadir el Líbano (captura de dos soldados).
El segundo argumento fue la defensa del país frente a los “cohetes lanzados desde Gaza”. Pero basta comparar el número de caídos en ambos bandos para refutar esa afirmación. Las bajas del lado sionista fueron soldados y la mayoría de los muertos palestinos no eran combatientes. Se consumó un operativo previamente planificado, mientras las víctimas eran acusadas de inmolarse como escudos humanos[2].
Israel ya no puede alegar que es una pequeña nación acosada por millones de árabes. La supremacía militar del país es abrumadora y cuenta con un monopolio atómico de resguardo. No libra conflictos contra fuerzas equivalentes y sólo ejercita atrocidades contra poblaciones indefensas.
Es falso presentar estos crímenes como una reacción frente al “terrorismo”. Tampoco obedecen a la presencia de “extremistas en los dos campos”. Los palestinos protagonizan una resistencia nacional comparable a otros movimientos de liberación. Por esta razón sus milicias cuentan con un sólido apoyo popular. Actúan en una situación colonial donde no hay paridad de responsabilidades, sino confrontación entre opresores y oprimidos. Así ocurrió con los marines en Vietnam, con los paracaidistas franceses en Argelia o con las tropas realistas en Hispanoamérica.
La incursión en Gaza repitió la agresión del 2009 o del 2012 y se implementó con la misma ferocidad que el ataque a Beirut (1982), a Ramala (2002) o al Líbano (2006). Buscó romper el acuerdo político suscripto por Hamas con sus rivales del Fatah (autoridades de Cisjordania sucesoras de la vieja OLP). Esta convergencia fue precipitada por la asfixia que impuso el régimen golpista de Egipto (Al Sisi) a los dirigentes actuales de Gaza. No les perdonó su asociación con el depuesto gobierno de la Hermandad Musulmana (Morsi).
Israel supuso que era el momento de atacar. Registró las dificultades del Hamas, su distanciamiento de los viejos socios del gobierno sirio y su búsqueda de un sostén sustituto en Qatar. Netanyahu buscó frustrar la reacción defensiva de un liderazgo palestino que intenta el cogobierno. Durante décadas el estado sionista ha opuesto a las distintas conducciones de la resistencia palestina, premiando a los conciliadores y penalizando a los combativos. En pasado incentivó a los islamistas contra la OLP y ahora ensaya una operación inversa[3].
Pero hay muchas evidencias de un gran fracaso israelí. Los defensores de Gaza demostraron una asombrosa capacidad militar. No retrocedieron frente a los comandos enemigos, mantuvieron el lanzamiento de misiles y protegieron los túneles. Los agresores sufrieron más bajas que las previstas y no se atrevieron a iniciar una lucha cuerpo a cuerpo. Israel se retiró cuando estimó que una eventual victoria exigiría cinco años de ocupación y miles de soldados caídos.
Repitiendo lo ocurrido en el Líbano los agresores sustituyeron sus falencias militares con matanzas de civiles. Volvieron a constatar que no pueden ganar el conflicto, sin aniquilar a parte de los habitantes de la franja. El saldo final de la operación se verifica en la actitud que adoptó Hamas en las negociaciones. No se limita a exigir el cese del fuego, sino que demanda el levantamiento del bloqueo. Su acción refirmó el valor de la lucha para frenar a un despiadado enemigo[4].
El contraste con los yihadistas
Israel atacó en un escenario crítico para muchos estados y gobiernos del Medio Oriente. Buscó reafirmar su preeminencia militar frente a dos subordinados vecinos (Egipto y Jordania) y otro que se encuentra muy desgarrado por los efectos de la guerra civil (Siria).
El gobierno de Netanyahu mantuvo cierta distancia frente al enfrentamiento interno en Siria por su enemistad con todos los bandos en disputa. Pero bombardeó varias localidades del país y presionó por la eliminación de las armas químicas, que su contrincante acumuló para contrapesar el poder atómico sionista.
Israel apostó a lograr impunidad internacional, en el marco de la gran sangría que impera en la región. Imaginó que varios miles de muertos en Gaza no despertarían ninguna reacción, en el contexto de 150.000 caídos en Siria y medio millón de cadáveres en Irak. Estimó que su incursión sería tolerada ante los encarcelamientos masivos en Egipto, las bombas en el Líbano, la represión en el Golfo y las balaceras en Libia.
Pero para gran sorpresa de los sionistas el repudio internacional fue inmediato y más extendido que en ocasiones precedentes. Las desgracias del Medio Oriente no atenuaron el rechazo mundial que provoca el genocidio de los palestinos.
Se registraron incontables movilizaciones en todos los continentes. La indignación se contagio desde Paris a Johannesburgo y desde Londres a Santiago de Chile. Sobre muchos funcionarios israelíes ya cuelga la amenaza de un enjuiciamiento por crímenes de guerra. Hasta personalidades ultra- derechistas como Vargas Llosa criticaron duramente a Israel[5].
La vitalidad de la causa palestina contrasta con el retroceso que afecta al despertar democrático regional, iniciado hace tres años con la caída de Ben Alí (Túnez) y Mubarak (Egipto). La primavera árabe ha quedado detenida por una gran contraofensiva confesional de guerras sectarias y golpes militares[6].
La expresión más dramática de esta contrarrevolución es el avance de los yihadistas. Estos grupos despliegan una aterradora “Guerra Santa” (Jihad) en Afganistán, Somalia, Chechenia, Libia y Mali. Actúan con extrema brutalidad en Siria e intentan erigir un estado (ISIS) en el espacio fronterizo de ese país con Irak. El terror que desatan contra chiitas, cristianos y kurdos ha provocado el éxodo de un millón de refugiados.
Los yihadistas conforman una milicia ultra-reaccionaria que ambiciona establecer un califato, basado en leyes islámicas de sometiendo de las mujeres (Sharia). Su discurso troglodita de Inquisición contra Occidente atrae a jóvenes desesperados y empobrecidos del mundo árabe[7].
La resistencia palestina es la contracara del yihadismo. Aunque su liderazgo más activo (Hamas) adscribe al islamismo sunita, no desarrolla la batalla contra Israel en términos religiosos. Mantiene las pautas anticolonialistas que orientan esa resistencia desde los años 60.
Los palestinos luchan por forjar un estado nacional, en contraposición a la pretensión yihadista de recrear formas retrógradas de organización social. Es cierto que gran parte del mapa estatal de Medio Oriente fue diseñado por el colonialismo anglo-francés a principio del siglo XX. Pero la lucha palestina surgió para superar esas distorsiones y el yihadismo para adaptarlas a una teocracia confesional. La resistencia contra el sionismo es históricamente ajena a las guerras religiosas que actualmente desarticulan al mundo árabe.
La progresividad de la causa palestina explica la simpatía que suscita a escala internacional y la simétrica hostilidad que genera entre los jeques y los dictadores de Medio Oriente. El pánico a la confluencia de esa lucha con las demandas democráticas (que salieron a flote en la primavera de Egipto y Túnez) ha reforzado la enemistad de los reyezuelos y generales árabes hacia los palestinos. Por esta razón volvieron a colaborar con la agresión israelí.
Hay muchas denuncias de coordinación militar de los emiratos con el ejército sionista. Habrían transferido información clave para los bombardeos de la aviación.
El visto bueno de la cúpula egipcia con el ataque fue más explícito. El gobierno de Al Sisi mantuvo bloqueado el acceso de Rafah con Gaza y repitió la vieja complicidad de Mubarak con las tropas sionistas. Con esta actitud retribuye la financiación militar estadounidense. El asedio a Gaza complementa la gran represión en curso contra opositores, sindicalistas y demócratas[8].
Fascistas y lobistas
El ataque a Gaza buscó afianzar la derechización política interna de Israel. En plena competencia oficial por quién pronuncia declaraciones más racistas, el grueso de la población terminó apoyando el operativo. Una tendencia fascista que irrumpió hace 20 años con el asesinato de Rabin se ha extendido bajo los gobiernos de Sharon y Netanyahu. Ese ambiente explica el brutal intento de quemar a un chico palestino antes de los bombardeos. La derecha sionista está creando su propio Al Qaeda.
También las disputas por el liderazgo dentro de la coalición gobernante se dirimieron contabilizando muertos. El canciller Lieberman y el ministro-constructor de colonias en Cisjordania (Uri Ariel) declararon su insatisfacción con la cuota de sangre autorizada por Netanyahu.
Esta ferocidad obedece, en parte, a los intereses económicos que ha forjado un estado ultra-militarizado. La industria bélica del país ya se ubica en el top mundial de los diez mayores exportadores de armas. Las empresas del sector (Elbit Systems, IAI, IMI, IWI, Rafael Advanced Defense Systems) necesitan campos de batalla para probar su arsenal e incrementar sus ventas[9].
La izquierda israelí ha quedado aislada y perdió la influencia que alcanzó en 1982 y 1988-90 con los movimientos por la “Paz Ahora”. Las voces de solidaridad con Palestina son acalladas y ciertas personalidades que en el pasado asumieron actitudes progresistas, ahora repiten las patrañas oficiales[10].
Este escenario fue varias veces modificado en el pasado por el impacto de los soldados caídos en las incursiones expansionistas. Sólo ese trauma tiende a romper la cohesión de una sociedad enceguecida. El actual fracaso de Gaza podría comenzar a recrear ese contexto.
Estados Unidos continúa aportando el principal sostén externo a las agresiones israelíes. En los últimos meses suministró el sofisticado armamento requerido para interceptar en el aire los cohetes lanzados por Hamas. También facilitó los datos de inteligencia necesarios para afinar la puntería de los artilleros.
Obama repitió la ridícula presentación de la masacre de Gaza como una “acción defensiva” y promovió hipócritas convocatorias al cese de fuego. El Departamento de Estado no olvidó auspiciar las reuniones diplomáticas que disimulan las matanzas con palabrerío cortesano. Los vagos lamentos del Papa Francisco por el número de fallecidos, no tuvieron la misma resonancia que el inútil encuentro previo de Shimon Perez con Mahmoud Abbas, en el Vaticano.
Israel despliega su brutalidad con explícita protección de Estados Unidos. Más que un socio de la primera potencia ya es un protagonista interior de la estructural imperial. Desenvuelve ese papel a través del famoso lobby sionista.
Ese sector no expresa a la colectividad judío-americana, sino a una elite de poderosos muy enlazada con el Pentágono, el Poder Ejecutivo y el Congreso. En los últimos años la derecha israelí (Likud) se ha mixturado, además, con todas las vertientes cristiano-reaccionarias del partido republicano. El lobby sionista es un grupo de presión más influyente que su equivalente petrolero o cubano[11].
Esta gravitación explica el privilegio asignado a Israel en la estrategia imperial. Estados Unidos remodela permanentemente sus alianzas en Medio Oriente en función de los cambiantes escenarios. Acomoda a esas circunstancias sus estrechas relaciones con Egipto, Arabia Saudita y Turquía. Pero Israel siempre recibe un trato preferencial. Nunca es afectado por los giros del Departamento de Estado.
Esta preeminencia tiene serias consecuencias sobre la política imperial. El belicismo sionista deteriora alianzas y socava muchos negocios. Ya hubo divergencias con Israel por el acuerdo suscripto con Irán, que pospuso o anuló el bombardeo a las instalaciones nucleares de ese país. Ahora se vislumbran otras desinteligencias.
Con Irak destruido, el enemigo de Estados Unidos ya no es Sadam Hussein y con Irán incorporado a la mesa de negociaciones, el Pentágono no tiene en la mira a los Ayatollahs. Incluso el presidente Assad de Siria ha perdido su aureola de Satán. Los yihadistas representan la nueva amenaza. Estos grupos tienden a autonomizarse repitiendo lo ocurrido con los talibanes. Por eso el Pentágono vuelve a bombardear Irak, sepulta las promesas de retiro de los marines y exige disciplina a las bandas ultra-derechistas que financian los emiratos.
Pero en cualquier diseño de nuevas políticas Estados Unidos necesita acotar la tendencia expansiva del sionismo. Esa acción corroe todos los intentos de estabilización imperial del Medio Oriente.
Colonialismo fuera de época
La presión conquistadora de Israel se originó en 1948, con la partición de territorios que puso fin a la ocupación británica de Palestina. Hasta ese momento prevalecía la convivencia entre las colectividades judías, cristianas y musulmanes.
El país fue dividido siguiendo el hábito de recortar los mapas en función de los intereses coloniales del momento. Una consulta a los interesados seguramente habría demostrado que la mayoría de los habitantes se oponía a la partición. Para reparar la tragedia del holocausto se creó un estado exclusivo para los inmigrantes judíos, a costa de la población árabe.
Esta fractura sembró el odio y generó un conflicto que ha ensangrentado a varias generaciones. La guerra se convirtió en un mecanismo de expansión de Israel, que al cabo de seis décadas ha multiplicado varias veces su dimensión inicial.
Esta ampliación constituye la meta explícita de la ideología sionista. Asume derechos bíblicos sobre la zona y reclama esa pertenencia con disparatados argumentos de superioridad nacional, religiosa o étnica. Con andanadas de tanques e inmigrantes Israel ha repoblado el territorio que sustrajo a los palestinos. Este despojo ha creado 3,8 millones de refugiados distribuidos en campos, albergues y exilios.
La ocupación de Cisjordania constituye la prioridad de esta expansión. Su captura en 1967 fue seguida por una oleada de colonos religiosos (1974-77) y una corriente posterior más diversa. A través de largas negociaciones con la OLP (Oslo-1993 y Camp David-2000), los palestinos quedaron entrampados en las consecuencias de esa colonización. La promesa de una futura administración autónoma sólo encubrió la apropiación de su territorio.
Los últimos gobiernos derechistas aceleraron la ocupación en forma vertiginosa.Ya se han afincado 500 mil colonos que se adueñaron del 60 % de las tierras. Dos millones de palestinos sobreviven en cantones cortados por un serpenteo de muros y puestos militares. El 80% de las reservas de agua ha quedado en manos de los conquistadores.
Los colonos actúan como una fuerza paramilitar que complementa los arrestos cotidianos del ejército. Un sistema de detención administrativa permite mantener encarcelado a un palestino sin cargos ni juicio durante dos años. El Apartheid se ha impuesto a pleno para impedir cualquier desplazamiento sin permiso de los pobladores. El estado se encarga de la punición masiva pulverizando las viviendas de cualquier resistente. La campaña para “des-arabizar” la región pretende forzar otra oleada de refugiados[12].
Israel despliega un segundo frente de colonialismo dentro de su propio territorio, para fomentar la expulsión del millón de árabes-israelíes que resistieron el exilio. Este sector sobrevive en islotes sufriendo la discriminación de su identidad. Son ciudadanos de segunda y no pueden compartir la residencia con sus pares de Cisjordania.
Finalmente en Gaza, el colonialismo se ejerce con explícita ferocidad. Hubo varios intentos de ocupación que fueron abandonados, ante la imposibilidad de anexar este minúsculo y superpoblado territorio. Como no hay lugar para instalar colonos, el ejército torna insoportable la supervivencia de los habitantes.
Israel implementa una modalidad contemporánea de limpieza étnica muy semejante al viejo colonialismo. Intenta recrear el destino padecido por la población originaria de Estados Unidos que fue exterminada durante la conquista del Oeste. Los indios perdieron sus tierras y los sobrevivientes fueron confinados a inhóspitas reservas.
El modelo israelí de asentamientos repite las viejas justificaciones de ese despojo con argumentos de supremacía técnica o aptitud para modernizar los cultivos. Como ocurrió con las trece colonias de Nueva Inglaterra, una población huida de grandes guerras expulsa a la población autóctona declarando que el país se encuentra vacío[13].
El sionismo ha demolido la sociedad palestina para forjar una democracia de exclusión. Alega títulos milenarios sobre una tierra prometida y despliega una brutalidad reñida con todos los valores humanistas de la tradición cultural judía. La ideología sionista permea por completo a Israel, pero no es sinónimo de la nueva nacionalidad surgida con la mixtura inmigratoria de las últimas seis décadas.
Es importante clarificar estas diferencias para distinguir el sentido de las posturas anti-judías, anti-sionistas y anti-israelíes. La primera actitud es racista, la segunda es anticolonialista y la tercera no presenta un ningún significado nítido[14].
El proyecto colonial del sionismo no condice con la época actual. Su lógica de genocidio tiene poca viabilidad al cabo de medio siglo de descolonización. Israel no puede expandirse al resto del mundo árabe como ocurría bajo con el colonialismo tradicional, que ensanchaba ilimitadamente las fronteras. Intenta una modalidad circunscripta de anexiones en pequeñas localidades y esta restricción socava su continuidad[15].
Pero el mayor obstáculo que enfrenta el sionismo es la resistencia de los palestinos. Israel no pudo repetir en la guerra de 1967 el despojo inicial que perpetró en 1947-49. La población aprendió la lección de los refugiados y se quedó en sus hogares, comenzando la heroica lucha que se observa en la actualidad.
Los palestinos no lograron recuperar sus tierras, ni construyeron su estado, pero han impuesto la legitimidad de sus demandas. Ya nadie desconoce formalmente su causa, ni propone “que arreglen sus problemas con los árabes”. Hasta los propios sionistas deben disimular su viejo estandarte de conquista (“hay mucho espacio para ellos en Jordania, Egipto y Siria”).
Dos estados, un Estado
La colonización de Cisjordania ha destruido el proyecto de conformar dos estados. Esa oferta fue presentada en todas las negociaciones de los últimos 20 años como una solución equitativa. Suponía la convivencia del Israel con un estado palestino, ubicado en las dos regiones actualmente ocupadas por el ejército. Esta propuesta mantenía irresuelto el destino de los refugiados y consagraba una tutela militar de los conquistadores sobre los conquistados.
Esa iniciativa se hundió por la masiva implantación de nuevos colonos. Su llegada a Cisjordania ha tornado irrealizable cualquier construcción de una entidad palestina. Los negociadores israelíes siempre fueron conscientes de este resultado y desplegaron un gran juego de encubrimiento. Propagaban falsas promesas de gestación del estado palestino, mientras sepultaban su concreción en una marea de tierras expropiadas y vertientes de agua confiscadas.
Lo más grave de este operativo fue el compromiso que obtuvieron de la dirección histórica de la OLP, para involucrarse en tratativas que demolieron el proyecto de un estado contiguo a Israel. La “revolución de las piedras” que estalló con la primera Intifada (1987) retrató el gran rechazo a esa destrucción de Palestina.
Posteriormente, una segunda Intifada (2000) inauguró el declive de los conciliadores del Fatah frente a los combativos del Hamas. La división del poder territorial (el primero en Cisjordania y el segundo en Gaza) acentuó ambos comportamientos. Hay numerosos los testimonios de la adaptación del Fatah a la ocupación israelí[16].
La disolución del proyecto estatal palestino ha replanteado la vieja solución que promovía la OLP en los años 60: forjar un sólo estado democrático y laico para todas las comunidades. Esta propuesta es propiciada por ciertas figuras de peso intelectual y por una pequeña minoría de demócratas y radicales de ambas naciones[17].
La iniciativa retoma el modelo que sucedió al Apartheid. Al cabo de una esforzada resistencia popular, la minoría blanca de Sudáfrica debió resignar su primacía y aceptar la implantación de derechos ciudadanos para toda la población negra y mestiza. Esa salida resultó finalmente provechosa para las clases dominantes, que reafirmaron su manejo de los recursos económicos, cooptando a las elites de los grupos raciales marginados.
La reproducción de este esquema en Israel no es sencilla por ciertas diferencias claves. El Apartheid afrontaba la inviabilidad demográfica de la minoría blanca frente a la mayoría de color. Por el contrario el número de israelíes ya empareja (o supera) el total de palestinos.
La economía del Apartheidintegraba a los trabajadores negros como explotados de las minas, las fábricas y el campo. En cambio la colonización israelí expulsa a los palestinos y los sustituye por una fuerza de trabajo inmigrante. Además, los racistas de África Austral nunca forjaron dentro de Estados Unidos el tipo de simbiosis político-militar que ha construido el lobby sionista.
Pero también es cierto que el expansionismo israelí genera un nivel de tensiones globales muy superiores a cualquier antecedente sudafricano. Nadie sabe que desemboque tendrán esas convulsiones en el futuro. Frente a esos traumáticos escenarios el estado único sería no sólo en la solución más avanzada o conveniente, sino la única factible. Un largo proceso de lucha precedería el logro de esa meta, cuya concreción exigirá victorias territoriales de la resistencia palestina y un fuerte aislamiento internacional de Israel.
El puntapié latinoamericano
Lo ocurrido en Sudáfrica ofrece un importante modelo frente a Israel. El boicot contra el Apartheid terminó socavando al régimen racista al cabo muchos años de hostigamiento diplomático, bloqueo comercial, obstrucción económica y expulsión de certámenes culturales, deportivos o universitarios.
América Latina puede cumplir un papel clave en esta campaña, puesto que aumenta el número de países distanciados de Israel. En el 2009 Chávez tomó la iniciativa de romper relaciones, apoyar públicamente la resistencia de Hezbbolah e incentivar penalidades contra el sionismo. El proceso bolivariano comprendió la importancia estratégica de una derrota de Israel, para reducir el margen de intervención del Pentágono y de los socios del sionismo (como Colombia), en Latinoamérica.
Frente al reciente bombardeo de Gaza resurgieron las movilizaciones de protesta en toda la región. El presidente Evo Morales tomó la posta y lidera una campaña de solidaridad con Palestina, que incluye medidas concretas de boicot, desinversión y sanciones.
Israel no sólo debe afrontar las contundentes denuncias de Venezuela (y su envío de ayuda humanitaria a Gaza). También soporta el retiro del embajador de Ecuador y el llamado a consultas de los diplomáticos de Brasil. Esta decisión derivó en un serio entredicho entre cancillerías que fue registrado por la prensa[18].
Argentina continúa ocupando un lugar clave en este escenario. El país no sólo alberga comunidades árabes y judías de envergadura. La memoria de la dictadura ha legado una gran sensibilidad frente a cualquier atropello a los derechos humanos.
Los argumentos que expone Israel para justificar sus matanzas recuerdan los pretextos utilizados por los militares en los años 70. Por eso la tradicional afinidad hacia víctimas judías del holocausto ya no se traduce en aceptación del militarismo israelí. El lobby sionista ha perdido predicamento en la sociedad.
Pero en Argentina también influye el recuerdo de dos atentados (embajada de Israel y AMIA), que transfirieron parcialmente a Buenos Aires los conflictos de Medio Oriente. Lo más escandaloso de esas acciones ha sido el continuado encubrimiento de sus conexiones locales. Al cabo de 20 años no hay detenidos, las huellas fueron borradas y persiste la impunidad para las cúpulas políticas, policiales y judiciales que apañaron lo ocurrido.
Como el propio gobierno de los Kirchner participó de ese ocultamiento, elude tensiones con Israel y ha evitado pronunciamientos nítidos frente a los recientes crímenes de Gaza. Tomó distancia de la oleada crítica latinoamericana y no acompañó al endurecimiento de Brasil.
Esta actitud refleja la importante influencia que mantienen los sectores sionistas dentro del gobierno. Un hombre fuerte del aparato comunicacional del kirchnerismo atacó duramente a todos los periodistas, que retrataron con un mínimo de objetividad la matanza de Gaza[19].
El silencio oficial contrasta con las importantes movilizaciones que se realizaron en solidaridad con los palestinos. Argentina puede cumplir un rol clave en la campaña internacional de aislamiento de Israel.
Ese movimiento mundial ya tiene un manifiesto firmado por muchas personalidades que exigen un embargo militar contra el agresor. También se multiplican las demandas de supresión de los acuerdos comerciales, los llamados al boicot de productos y los reclamos de anulación de convenios de inversión. En Inglaterra, Irlanda, Sudáfrica y España ya han comenzado a aplicarse algunas de estas iniciativas.
Cuando Israel sea marginada de los eventos deportivos, académicos o culturales y las líneas áreas se nieguen a utilizar sus aeropuertos, el fantasma del aislamiento sudafricano comenzará a pesar sobre el país. Las voces que exigen terminar con el cerco de Gaza y la ocupación de Cisjordania encontrarán sostén en el mundo. Los luchadores por la paz esperan con esperanza estas acciones prácticas de solidaridad con Palestina.
18-8-2014
Resumen
Israel repitió su matanza de civiles en Gaza esgrimiendo ridículos pretextos, pero no pudo lograr sus objetivos militares. Los palestinos reafirmaron la legitimidad de una lucha que suscita gran solidaridad internacional. Su resistencia es la contracara de las acciones reaccionarias del yihadismo contra las demandas democráticas de la primavera árabe. Batallan por la liberación nacional y no por metas teocráticas.
El sostén del militarismo israelí deteriora muchas alianzas, negocios y prioridades del imperialismo. La expansión colonial que implementa el sionismo ha perdido viabilidad histórica y ya destruyó el proyecto de un estado palestino contiguo a Israel.
Se ha recreado la perspectiva sudafricana de un estado único y democrático. El boicot internacional al Apartheid constituye un gran precedente para las campañas en curso. América Latina y Argentina pueden cumplir un rol clave en esta movilización.
- Claudio Katz es Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[1] Ver: Zibechi, Raúl. Del modelo Auschwitz al modelo Gaza, 18/7/2014,
Boron, Atilio. La barbarie infinita, 29/7/2014, www.pagina12.com.ar
[2]La presentación del Hamas como un grupo de cobardes aprovechadores del desamparo palestino fue demolida por un conocido crítico del sionismo. Destacó que con esa caracterización, Churchill debería ser recordado como un terrorista escondido en su bunker, que utilizaba a los habitantes de Londres como escudos, frente a la noble tarea de disuasión realizada por la aviación alemana. Avnery, Uri. La Política de antisemitismo, 21/7/2014, www.rebelion.org
[3]Ver: Achcar, Gilbert. Una ofensiva contra la reconciliación palestina, 31-7-2014, www.democraciasocialista. Chomsky, Noam. Pesadilla en Gaza, 3-8-2014,www.jornada.unam.mx
[4]Ver: Aznárez, Carlos. Reflexiones sobre la victoria política y militar de la Resistencia Palestina, 7-8-2014, www.resumenlatinoamericano.org. Warchawski, Michel. Gaza-Palestina: Hamas va ganando, 17-7-2014, www.democraciasocialista.
[5] Vargas Llosa, Mario. Israel, debilitado por la violencia de sus ataques, La Nación, 11-8-2014.
[6]Nuestro análisis en: Katz, Claudio. De la primavera al otoño árabe, Cuadernos de Marte, Buenos Aires, año 3, n 5, julio-diciembre 2013.
[7] Kur,Ale. ¿Por qué un monstruo reaccionario como el ISIS logra ese avances?, Socialismo o Barbarie, 19/06/2014, www.socialismo-o-barbarie.
[8]Ver: Tallima Hatem, Baron Alain, Hanna Hany, Fouad Hisham, Omar Mostafa. Dossier Egypte: Le situation et le combat des Socialistes révolutionnaires, Inprecor n 605-606, mai-juillet 2014.
[13]Ver: Bender Thomas, Historia de los Estados Unidos, una nación entre naciones, Siglo XXI, 2011, (pag 16-26, 91-106). Wood, Ellen Meiskins, Empire of Capital, Verso, 2003, (pag 73-89).
[14] Hemos desarrollado este tema en Katz Claudio, “Argumentos pela palestina”, Revista Outubro. Revista do Instituto de Estudos Socialistas, n 15, junio 2007, Sao Paulo. También: Katz, Claudio. Bajo el imperio del capital. Edición argentina, Luxemburg, diciembre de 2011, (pag 99-101).
[17]Cortas de Said Mariam, Habrá un estado, 3-8-2014, Página 12. Ilan Pappe, Electronic Intifada, 10-8-2014, www.rebelión.org
https://www.alainet.org/es/articulo/102546?language=en
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