La pandemia y los murciélagos que “aceleraron” el colapso civilizatorio

La forma de organizar el patrón de acumulación y de alimentarnos es lo que genera la traslación acelerada de virus y bacterias nocivas desde los animales al ser humano.

06/08/2021
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Como se introdujo en otros ensayos, la construcción mediática del coronavirus abonó a la crisis de las significaciones tras ejercerse la lapidación de la palabra desde las estructuras de poder, riqueza y dominación. Y, con ello, afloró la tergiversación semántica y la consecuente invisibilización, encubrimiento y silenciamiento de las causas profundas y de las implicaciones multidimensionales de la pandemia del Covid-19 en tanto hecho social total que marca la pauta de un cambio de ciclo histórico.

 

Moneda común desde finales del 2019 es señalar al murciélago como responsable del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la enfermedad del Covid-19. Se dice, además, que este mamífero es reservorio natural del virus, y que el pangolín es un hospedador intermediario. No solo los mass media se encargaron de entronizar esta interpretación sesgada, sino que algunas vertientes de las publicaciones y comunidades científicas, los mismos funcionarios de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de ministerios de salubridad nacionales endilgaron a este mamífero –irresponsablemente y sin evidencia científica probada– la culpa de la actual pandemia; mostrando con ello las cegueras y limitaciones peligrosas del conocimiento sistemático.

 

En principio, los murciélagos son parte indispensable de los equilibrios ambientales y cuentan con un enorme avance evolutivo. Solo por mencionar algunas de sus múltiples contribuciones a la naturaleza, los murciélagos logran controlar las plagas de granos básicos como el arroz y el maíz; la diseminación de semillas de múltiples plantas y frutas al alimentarse de ellas, y la polinización de otras más que son de utilidad humana –como el plátano, la guayaba, las ceibas, etc. Además, varias de sus especies se alimentan de moscos, zancudos, escarabajos, alacranes, ciempiés, etc. Más importante aún: los murciélagos cuentan con millones de años de convivencia y coevolución con los coronavirus, y ello sería un crucial insumo para el conocimiento de esos agentes patógenos. Sin embargo, al estigmatizarlos se desdeñan esas posibilidades de ampliación de los saberes.

 

No es la primera ocasión que se responsabiliza a los murciélagos en tiempos de epidemias. Ocurrió en el año 2003 con la llamada gripe aviar proveniente del SARS-CoV y en el 2012 con el nombrado Síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio (MERS). De tal forma que este mamífero peculiar –el único que es capaz de volar– es una especie de villano favorito para quienes pretenden encubrir y tergiversar las causas profundas de los fenómenos epidemiológicos. Aunque es altamente probable que el coronavirus SARS-CoV-2 tenga un origen zoonótico en el caso del paciente cero, la masificación de los contagios por Covid-19 se relaciona con la transmisión de un humano a otro.

 

Se sabe que los murciélagos tienen una fama negativa entre las comunidades humanas, pero se niegan las ventajas y aportes que conlleva su existencia y relación con los ecosistemas y el ser humano. Este sacrificio mediático del mamífero en tiempos de la pandemia del Covid-19 exacerbó los ánimos entre las poblaciones desconfiadas que tomaron “venganza” contra ellos. En naciones como China y Perú se les mataba sin piedad en aras de detener el avance del nuevo coronavirus; pero más llama la atención que en Gabón los investigadores les sacrificaban para estudiarles.

 

Tenemos que ser categóricos respecto a un coronavirus como el SARS-CoV-2 y otros causantes de enfermedades: es la forma de organizar el patrón de acumulación y de alimentarnos como seres humanos lo que genera la traslación acelerada de virus y bacterias nocivas de animales como los cerdos, pollos y vacas al ser humano. Ni los murciélagos ni el consumo de animales exóticos en mercados municipales de las grandes ciudades chinas son las causantes de las pandemias y/o epidemias contemporáneas.

 

El colapso civilizatorio que se engarza con la pandemia del Covid-19 hunde sus raíces en el agotamiento del ilusorio modelo del crecimiento económico ilimitado y la búsqueda irrestricta de mecanismos de acumulación de capital que alteran los equilibrios de la naturaleza y de la relación del humano con otras especies. Particularmente, el coronavirus SARS-CoV-2 se relaciona con la industria alimentaria global y los largos procesos de refrigeración de los productos cárnicos, el ejercicio de la ganadería intensiva, la extensión de la fauna silvestre y con la destrucción de sus ecosistemas.

 

El mega-hacinamiento de miles de animales como cerdos, pollos y vacunos en granjas y jaulas en condiciones higiénicas deplorables y defecando unos sobre otros, es lo que provoca las influenzas y epidemias contemporáneas. Por no mencionar que esa práctica intensiva de la ganadería industrializada es causante del 50% de la emisión de gases de efecto invernadero a escala planetaria.

 

La gripe aviar y la fiebre porcina que se originó durante el año 2009 en las granjas industriales de cerdos radicadas en el estado mexicano de Veracruz, se relacionan con esta forma desproporcionada y contradictoria de la relación sociedad/proceso económico/naturaleza. A su vez, el patrón de producción y consumo, y los mismos hábitos alimenticios que prevalecen en las sociedades contemporáneas sostienen esta forma de ganadería intensiva que magnifica la traslación de los agentes patógenos de los animales granja al ser humano.

 

De tal forma que el mismo humano y, específicamente, el despliegue del capitaloceno y su voracidad por ampliar las posibilidades de valorización del capital rompiendo las fronteras entre las sociedades humanas y el medio natural es lo que explica la migración y virulencia de virus y bacterias, así como la génesis de enfermedades emergentes y la gestación de las epidemias de forma recurrente.

 

Lo que alteró la pandemia del Covid-19 es la forma en que nos acostumbramos a organizarnos y a desplegar la cotidianeidad hasta antes de marzo de 2020. Más todavía: lo que se dinamitó fue el aparente confort, seguridad y certidumbre en la cual –de manera ilusoria– creíamos vivir. Reconocer las múltiples causalidades circulares del colapso civilizatorio contemporáneo que se entrevera con la crisis sistémica y ecosocietal cristalizada en el Covid-19, supone la ruptura con el consenso pandémico y subvertir la misma construcción mediática del coronavirus. Un primer requisito para ello sería apostar por una teoría y política de la pandemia donde intervengan especialistas de múltiples disciplinas que no defiendan intereses creados y que se apeguen al análisis riguroso de la realidad a partir de constructos teóricos válidos y vigentes.

 

Isaac Enríquez Pérez es Investigador de El Colegio Mexiquense, A . C., escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam

 

https://www.alainet.org/es/articulo/213361?language=es
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