Los muertos de Tlatelolco se retuercen en sus tumbas
- Análisis

¡Contra la pared hijos de la chingada! ¡Ahorita les vamos a dar su revolución! (frase histórica de los mandos del ejército mexicano al detener la cúpula estudiantil reunida en la plaza de Tlatelolco)
Se cumplen cincuenta y un años de la matanza de estudiantes en Tlatelolco y después de más de medio siglo no se ha apagado ese sentimiento de indignación y de rabia del pueblo mexicano. Siguen pasando los años y las conmemoraciones pero el juicio histórico y político, aunque parezca mentira, está aún por hacerse. Los culpables amparados por un sistema que premia con la impunidad han logrado escapar al cerco de la justicia. Lo cierto es que el presidente de entonces Díaz Ordaz desde un primer momento asumió la responsabilidad en dicha tragedia que según sus propias palabras “fue provocada por los estudiantes comunistas que dispararon contra la tropa”. La democracia y el estado de derecho estaban en peligro y no había otra opción (para evitar males mayores) que cortar de raíz ese fermento subversivo.
Díaz Ordaz no es más que un perverso matarife de guante blanco y levita sólo comparable al conquistador Hernán Cortés que inició el genocidio del pueblo Azteca también en la misma plaza de Tlatelolco un día 13 de agosto de 1521. Para mayor ironía semanas después de la matanza el verdugo de Díaz Ordaz inauguró los Juegos Olímpicos del 68 con una suelta de palomas de la paz en el estadio Azteca tras encomendarse a la protección de la virgen de Guadalupe. Lo más curioso es que ningún país se retiró de la Olimpiada o hizo una declaración de protesta por la masacre. La comunidad internacional, muy por el contrario, felicitó al presidente por la valentía y el arrojo que demostró en este “infausto” episodio que pretendía “desestabilizar la democracia mexicana”.
El año 1968 será recordado en la historia de la humanidad como un año de revueltas y agitación social: el mayo del 68 francés, la primavera de Praga, el movimiento hippie, las panteras negras en EEUU o las manifestaciones en contra de la guerra del Vietnam. También se produjo el asesinato de Martín Luther King y el de Robert Kennedy, y como, no: Tlatelolco, que es el funesto suceso que más nos atañe a los latinoamericanos.
Presidente Díaz Ordaz y cúpula-militar
El movimiento estudiantil mexicano se declaraba antiimperialista, libertario y antisistema. Indignados protestaban contra el autoritarismo y la represión policial propiciada por el gobierno, la violación de la autonomía universitaria y la exigencia de un sin fin de reformas sociales necesarias para consolidar un sistema plural y democrático. En esos años gobernaba el PRI, partido que ejercía un poder omnímodo, monolítico sin apenas oposición, en donde no existían errores y el jefe máximo era glorificado por la camarilla oficialista. Cada una de sus palabras se consideraban sagradas y todos los medios de comunicación y la élite intelectual tenían que hacerle venias a su majestad todopoderosa.
No existía la posibilidad de hablar mal del presidente, caricaturizarlo y menos denunciar como él y sus secuaces desfalcaron millones de pesos del erario público. Lo más natural era que los grandes dignatarios y sus cortesanos salieran multimillonarios del palacio de presidencial de los Pinos.
Bala, cañonazos y bayoneta calada fueron las órdenes impartidas por el sucesor de Díaz Ordaz, Luís Echevarría, en ese entonces Secretario de Gobernación, con el fin de reprimir y desmovilizar las protestas estudiantiles. Estos dirigentes corruptos, asesinos a sueldo de los norteamericanos, en los libros de historia siguen siendo renombrados como próceres beneméritos del orden y la ley.
A las órdenes del gobierno rendían información a la dirección federal de seguridad y a la CIA que infiltraron el movimiento estudiantil y enviaban informes al presidente de la república. El comunismo es un fantasma inventado para desmovilizar el movimiento estudiantil puesto que toda esta operación de guerra sucia se trató de un burdo montaje gubernamental.
Por ese entonces las protestas estudiantiles se recrudecían en todo México con un clamor y apasionamiento revolucionario jamás visto.
El 13 de septiembre de 1968 más de 200.000 jóvenes tomaron el Zócalo capitalino, bajo el lema de “Únete pueblo” en la llamada “marcha del silencio” con todos los manifestantes amordazados con pancartas de: ¡democracia directa y concreta ya! ¡Abajo el gobierno y la burguesía!
Ante tamaño desafío Díaz Ordaz dijo: “hasta donde estemos obligados a llegar llegaremos” Fue tal la demostración de fuerza que los estudiantes amenazaron con ocupar el Palacio Nacional si el presidente no accedía a negociar un pliego de peticiones. En respuesta fueron desalojados a la brava por la tropa con tanques militares y arrestados varios de sus dirigentes.
Pero lo peor estaba por llegar ese día aciago dos de octubre de 1968 cuando los estudiantes de la UNAM y del Instituto Politécnico junto al Consejo Nacional de Huelga se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas o Tlatelolco para conminar al gobierno a aceptar sus reivindicaciones. Entre éstas se destacaban la libertad presos políticos, la derogación del Artículo 145 del código Penal Federal (difusión de ideas que alteren el orden público), desaparición del cuerpo de granaderos, destitución de los jefes policiacos Luis Cueto y Raúl Mendiolea (jefe y subjefe de la policía capitalina) indemnización a las víctimas de los actos represivos, establecer un diálogo entre estudiantes y el CNH para negociar las exigencias. Pero Díaz Ordaz iracundo dio la orden de disolver el motín pues se acercaban las Olimpiadas y los insurgentes pretendían boicotearlas. Por ningún motivo este personaje de carácter déspota y autoritario iba a tolerar el desorden y la anarquía. La reputación de México estaba en juego. Uno de los lemas más coreados por los estudiantes no dejaba dudas de sus intenciones: ¡no queremos olimpiadas, queremos revolución! Con la toma de la catedral y el izamiento de una enseña rojinegra en el Zócalo (en el asta donde regularmente ondeaba la bandera nacional) Ésta fue su sentencia de muerte.
Plaza de Tlatelolco, 1968
Inmediatamente el régimen priista acusó a los estudiantes de traidores a la patria y de estar financiados, entrenados y armados por los soviéticos y los cubanos. “Los estudiantes no tenían otra intención que desestabilizar la institucionalidad”.
Lo titulares de prensa del día 3 de octubre (recogidos en el libro “la Noche de Tlatelolco” de Elena Poniatowska) son bastante elocuentes: –Esos son los instigadores de un golpe bolchevique (Liga Comunista 23 de septiembre) Excélsior: Recio Combate al Dispersar el Ejército un Mitin de Huelguistas. 20 muertos, 75 heridos y 400 presos; Novedades: Balacera entre francotiradores y el Ejército en ciudad e Tlatelolco. 25 muertos, 87 lesionados; El Universal: Tlatelolco, Campo de Batalla. Durante varias horas terroristas y soldados mantuvieron rudo combate.29 muertos y más de 80 heridos en ambos bandos; 1000 detenidos; El Día: criminal provocación en el mitin de Tlatelolco causó sangriento zafarrancho. El número de civiles que perdieron la vida o resultaron lesionados es todavía impreciso; El Heraldo: Sangriento encuentro en Tlatelolco. 26 muertos y 71 heridos. Francotiradores dispararon contra el ejército: el general Toledo lesionado; El Sol de México: Manos extrañas se empeñan en desprestigiar México. El Objetivo: Frustrar los XIX juegos. Francotiradores abrieron fuego contra la tropa en Tlatelolco. Heridos un general y 11 militares y 20 civiles muertos en la peor refriega; El Nacional: El ejército tuvo que repeler francotiradores: García Barragán; Ovaciones: Sangriento Tiroteo en la Plaza de las Tres Culturas. Decenas de francotiradores se enfrentaron a las tropas. Perecieron 23 personas, 52 lesionados, mil detenidos y más vehículos quemados.
Los medios de comunicación fueron cómplices de la satanización del movimiento estudiantil.
Testigos de la matanza dicen que a las 18 horas 15 minutos vieron acercarse a un helicóptero militar que dio varias vueltas sobre la plaza lanzando bengalas luminosas. “Parecía como en Vietnam. Van a atacar-dijo-, pero nadie le creyó” Así lo reflejó en su libro “Dal Vietnam al Messico” la famosa periodista Oriana Fallaci presente ese día en la plaza. Esta era la señal para iniciar la Operación Galeana al mando del general Crisóforo Mazón Pineda. Los casi 10.000 manifestantes cercados en Tlatelolco fueron presa fácil del “heroico” cuerpo de Granaderos perteneciente al Batallón Olimpia (unidad creada para proteger las Olimpiadas) cuyo objetivo era detener la cúpula del Consejo Nacional de Huelga. Que -según La Dirección Federal de Seguridad- tenían planificado tomar la Secretaria de Relaciones Exteriores situada en dicho recinto. La plaza de Tlatelolco estaba completamente sitiada por los militares, la policía y tanques de combate. Y de repente entraron los soldados a bayoneta calada gritando “a todos estos cabrones se los llevó la chingada” y sin piedad dispararon a mansalva -dizque en defensa propia- al verse atacados por francotiradores que no eran otros que agentes infiltrados del grupo parapolicial conocido como “Brigada Blanca” (fuerza especial creada por la Secretaria de Gobernación para combatir la guerrilla urbana) y que llevaban un guante blanco en su mano izquierda para identificarse entre ellos. Entre la muchedumbre cundió el pánico y echaron a correr desesperados buscando una salida de emergencia a esa trampa mortal. En la investigación posterior de las autoridades se llegó a aseverar que “países pertenecientes a la órbita de la Unión Soviética les facilitaron las armas a los francotiradores”
En el curso de la operación se detuvieron e identificaron a unos 3000 manifestantes, a los “cabecillas” los desnudaron, los golpearon con saña y se les remitió en camiones a distintas cárceles o campos militares para interrogarlos. Mientras que a los periodistas se les confiscó todo el material gráfico y fílmico. Rápidamente se retiraron los cuerpos de los muertos y los heridos cubriendo los charcos de sangre con aserrín. Más tarde toda la plaza sería lavada a manguerazos por los basureros municipales con la intención de borrar las huellas de la masacre. Al otro día amaneció todo tan limpio y reluciente que era imposible imaginar lo que allí había sucedido. El ejército acordonó el recinto e impuso la censura informativa. Los únicos autorizados para emitir comunicados eran los funcionarios gubernamentales.