Colombia, la guerra y la paz
- Opinión
No puedo menos que reaccionar con profundo dolor ante el artículo de Sergio Ferrari, sobre el problema colombiano “Nubarrones sobre una “paz” fragilizada”. Parecerá pretencioso decir que creo no estar equivocada al atribuir la dolorosa tragedia que asola a ese país desde hace más de sesenta años (viví en Colombia en 1957/58) a la profunda injusticia social allí existente similar sin embargo a la que también caracteriza a muchos otros lugares de Latinoamérica. Viajando de Bogotá a Cali, los becarios del Centro Interamericano de Vivienda y Planeamiento, del que formaba parte, al pasar por el puerto de Ibagué, fuimos casi testigos, el crimen se había producido hacía solo unas pocas horas, de uno de los primeros asesinatos de un periodista involucrado en las luchas sociales de la región.
Desde entonces los dolorosos enfrentamientos entre las FARC, el ERP, los paramilitares, los narcos, no dejaron de incrementarse y seguirán cayendo sobre las espaldas de los más desventurados habitantes de aquel hermoso país, a menos que de una vez por todas haya quién tenga el coraje de reconocer y de proponer soluciones correctas que no son otras que la de impartir una justicia que termine con los enormes privilegios de los terratenientes y de las transnacionales y asegure a la población, especialmente campesina, los indispensables medios de subsistencia que nadie se preocupa por proporcionarles.
Colombia tiene una tierra prodigiosa, fértil, variada, pródiga en minerales y piedras preciosas, selvática, con llanuras y montañas que han despertado desde hace siglos la ilimitada codicia humana y conformado un mosaico de desigualdades extremas que pareciera que nadie está dispuesto a cambiar. Ni siquiera los asesinatos de cientos de líderes campesinos parecen conmover al resto de sus habitantes que debieran exigir a sus gobiernos la justicia impostergable que su población requiere.
No he leído los términos de los Acuerdos que parecían querer terminar con esa dolorosa situación, pero, o no fueron los adecuados o lesionaban demasiados intereses y faltó, por lo tanto, decisión política para concretar su aplicación.
Me duele Colombia, me duele ese hermoso país, me duele su gente generosa y hospitalaria, pero hasta que no se enfrenten con decisión y convicción sus verdaderos problemas, la apropiación latifundista de sus tierras y la extirpación del narcotráfico que beneficia fundamentalmente intereses externos, seguirán pagando esos desvíos los campesinos humildes, los ignorados indígenas, la mayor parte de la población en suma que rodeada de riquezas naturales sigue sometida al peso de la indigencia.
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