Buscar otras vías
30/01/2012
- Opinión
“Ante fenómenos nuevos, los hombres
suelen buscar un refugio en las palabras
viejas”.
León Trotsky:
La revolución traicionada, p.183
Sea por la constatación histórica de caminos cerrados, sea por la crisis de los paradigmas tradicionales o sencillamente por las razones pragmáticas de viabilizar algún proyecto de cambio, menester es empeñarse hoy en explorar nuevas vías para pensar la revolución, para imaginar nuevos espacios de libertad, para transitar por nuevas prácticas y discursos. Ese es el espíritu del libro de Edgar Morin (La vía) y es también la atmósfera político-intelectual que se respira en el seno de todos los movimientos alternativos que aparecen en el mundo entero.
¿Por qué cuesta tanto entender esta elementalidad? Ha pasado mucho desde que el pensamiento estalinista y la vulalgata neoliberal hicieron aguas, pero las élites dominantes como si nada; hace mucho ya que estalló en el espacio público una revuelta inédita que no tiene nada que ver con las viejas demandas políticas de la partidocracia ni el sindicalismo decimonónico, pero de esto nadie toma nota. Hace ya bastante tiempo que el “Foro Social Mundial” prendió todas las alarmas en el ámbito que usted quiera analizar, pero las cúpulas dominantes miran para otro lado. El amigo Edgar Morin ilustraba esta patética ceguera en el título de su penúltimo libro: ¿Hacia el abismo? No es para menos, todos los indicadores de degradación socio-ecológica son más que alarmantes. “Cambiar de vía” no es una elección caprichosa, es más bien la única opción para intentar salir de este impasse civilizatorio.
Por lo visto no es sencillo cambiar de concepción, de mentalidad, de “caja de herramientas” (como decía el maestro Michel Foucault). Cosa distinta es mostrar dudas e incertidumbres, eso es lo que abunda y no debe extrañarnos. Es preferible una actitud cautelosa y discreta frente a las grandes interrogantes del presente que la arrogancia de un cliché bociferado con gran entusiasmo. En la vida privada de la gente esto no pasa de ser una minúscula calamidad que cada quien sortea como puede. Pero en la vida pública este síndrome adquiere rápidamente el carácter de una tragedia (basta observar por un instante la aberración del modelo norcoreano que castiga a los ciudadanos que no han llorado suficientemente la partida del gran líder. Esta barbaridad—que no es la única, pregúntele al poeta Alí Lameda—es de suyo inaceptable, pero el colmo de la miseria es que semejante espectáculo ocurra bajo la coartada de un “país comunista”, la verdad es que la estupidez no tiene límites).
Otras vías no existen guardadas por allí en algún almacén para ser usadas por los “chicos buenos”. No se trata de cambiar una receta por otra o una consigna por otra. El asunto es un poquitín más complicado: se trata de cambiar de modo de pensar (algo más apretado que “cambiar de pensamiento”) para poder dar un salto más allá de los paradigmas en crisis, de las teorías en bancarrota, de los conceptos desgastados, de los dogmas y convicciones que son arcaicas, de las prácticas y discursos que sólo reproducen lo existente. Una revolución no es siquiera imaginable si no proviene de esas intensidades, de esos terremotos epistemológicos y existenciales, de esa búsqueda insesante, que por lo mismo, tiene que ser abierta, plural, crítica, rabiosamente creativa.
La humanidad toda está hoy por hoy cruzada por dilemas que tocan su propia sustentabilidad. Cada región y país del globo vive estos dramas con diferentes gradaciones, pero los vive. En América Latina hay bastantes señales de intentos de todo género por experimentar nuevas vías (sobre manera, en el mundo sumergido de las luhas populares que no tienen de inmediato protagonismo mediático) No digo que esté diseñada una gran estrategia emancipatoria con calado verdaderamente alternativo. Para nada. Digo sí que los distintos experimentos socio-políticos que ocurren en la región—conectados subterráneamente con ondas mundiales del mismo signo—podrían alimentar las nuevas búsquedas, podrían ayudar a ventilar otros espacios, podrían prefigurar las otras vías.
Toca a todos y todas cambiar el tiempo de este verbo, ¿podremos?
https://www.alainet.org/es/articulo/155588
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