Fue un error, además de un crimen
05/05/2011
- Opinión
El Presidente de Estados Unidos, media hora antes de anunciar la muerte de Bin Laden al pueblo norteamericano y al mundo, se lo comunicó a Benjamín Netanyahu. El primer ministro de Israel lo contó a los medios antes de salir a Estados Unidos para informar al lobby judío, AIPAC, que se reúne en Nueva York
Es muy probable que el MOSAD israelí supiera desde hacía tiempo donde estaba Bin Laden, enfermo y cada día con menos autoridad política.
Los servicios de inteligencia lo mantuvieron en stand by para ejecutarlo cuando “fuera conveniente”. Es inadmisible que estuviera “oculto” en una ciudad de 150.000 habitantes, con un importante acuartelamiento y a un kilómetro de su principal Academia Militar.
Había razones que desbordaban los esquemas establecidos por la era de Bush: La inesperada eclosión de muchedumbres en los países árabes musulmanes del Norte de África y del Próximo Oriente, que exigían sus derechos de ciudadanos en democracias, la justicia social, la libertad y la expulsión de los sátrapas que los gobernaban ayudados por Estados Unidos y los países de la Unión Europea. Pero no enarbolaban enseñas yihadistas ni fundamentalismo religioso alguno. Su éxito en Túnez y en Egipto conmovió al resto de pueblos sometidos en Marruecos, Libia, Siria, Bahrein, Yemen, Omán, y despertó simpatías entre los ciudadanos de otros muchos países del mundo contactados a través de Internet.
No puede ser casualidad que para esos días estuviera prevista la firma de la reconciliación entre las facciones palestinas de Hamás y de Al Fatah para la proclamación del Estado de Palestina en la próxima asamblea general de la ONU.
¡Peligraban las construcciones de colonos israelíes en tierras palestinas de Cisjordania y en Jerusalén Este!
Como escribe Ahmed Rashid, este crimen de Estado puede volverse contra sus promotores si Estados Unidos no es capaz de rectificar su política en el mundo musulmán. Muchos jóvenes pueden sentirse tentados a imitar a Bin Laden, elevado a la categoría de mito. Esa sería su mayor victoria después de muerto.
Desde su particular concepto de la justicia y de los valores que defiende, Estados Unidos necesitaba una acción ejemplar como esta para calmar el ansia de venganza que habían inyectado en su población. Una década que comenzó con los atentados del 11 de septiembre y ha terminado con la Revolución del Jazmín en Túnez, la plaza de Tahrir en El Cairo y las aspiraciones de los pueblos árabes a la democracia y los derechos humanos.
Da la impresión, escribe Torreblanca, de que nadie pensó qué se haría después de su muerte. Que la revista New Yorker haya rescatado la historia de la ejecución del Che Guevara a manos de la CIA, después de haber sido apresado vivo, demuestra cómo la destrucción de un mito puede contribuir a reforzarlo. Así que, la noticia de la década va camino de convertirse en un desastre de relaciones públicas de proporciones incalculables.
La nobleza sobre el papel de una causa pueda ser extrañamente compatible con la anestesia moral de aquellos que la tienen que defender sobre el terreno.
Algunos de los escalofriantes sucesos en los que se han visto envueltas las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán, el más reciente un espeluznante relato de asesinatos premeditados a civiles y mutilaciones que publica esta semana la revista Rolling Stone, demuestran que las actuaciones de Estados Unidos su imagen esté enfangada por las torpezas y abusos cometidos desde el 11 de septiembre.
Hay cosas tan repugnantes como el terrorismo, escribe Pedro Cuartango. Una de ellas es el crimen de Estado. La conducta en la que ha incurrido el presidente Obama al ordenar la ejecución de Bin Laden, que tenía que haber sido llevado ante un tribunal internacional para responder de sus crímenes.
Según el Director de la CIA, los soldados estadounidenses tenían órdenes de matarlo para evitar cualquier posibilidad de chantaje en el futuro. No es una mera hipótesis por el hecho de que el comando respetó la vida de una esposa y varios hijos del líder de Al Qaeda, a los que dejó maniatados.
Muchas personas están en contra de esta ejecución por varias razones. La primera es que la acción en Pakistán viola el principio de territorialidad, ya que se hizo sin el consentimiento del Gobierno de Islamabad.
La segunda razón es que fue una confesión obtenida bajo tortura la que permitió localizar al terrorista saudí, según ha reconocido Leon Panetta. La tortura jamás es justificable. Es algo repugnante, que degrada moralmente al que utiliza esos métodos.
Bin Laden podía y tenía que ser detenido para responder por sus crímenes, ante un tribunal penal internacional, como se hizo con el serbio Slobodan Milosevic tras la guerra de la Yugoslavia.
¿Hasta dónde pueden llegar los dirigentes democráticos en nombre de una razón de Estado que se coloca por encima de los derechos humanos y las convenciones internacionales?
- José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
https://www.alainet.org/es/articulo/149520?language=en
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