Uribe pregona la paz y enciende la guerra
El zigzag de un cínico
06/03/2008
- Opinión
EE.UU., a través de Álvaro Uribe, presidente de Colombia, hace estallar –o aspira a ello- el proceso de canje humanitario, matando al “dos” de las FARC, Raúl Reyes, violando territorio ecuatoriano y tirándole por elevación, con munición gruesa, a Hugo Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, uno de los garantes del proceso de liberación de los prisioneros en manos de la guerrilla colombiana.
Uribe acerca gasolina al fuego para alejar, bien lejos, los esfuerzos por la paz. Recalienta la región y da oxígeno al Plan Colombia-Plan Patriota y a la estrategia militar estadounidense-colombiana de caotizar Latinoamérica y el Caribe, en consonancia con los intereses hegemonistas que se cocinan y re cocinan en Washington.
EE.UU. manda a matar y Uribe mata, dando rienda suelta al macabro proyecto imperialista de llevar la guerra allí donde le sea funcional a su escalada global. Contrariando, así, sin escrúpulos, las reiteradas demandas –y también, exigencias- de respeto a la soberanía y a la integración que la mayoría de los gobiernos y pueblos latinoamericanos y caribeños, hacen en procura de vivir con dignidad.
EE.UU. manda a matar y Álvaro Uribe obedece. No sólo porque es un peón de Bush, sino porque ideológicamente es un calco, en miniatura, del criminal de guerra con asiento en la Casa Blanca.
Hace un tiempo ya que Álvaro Uribe grita a los cuatro vientos por la paz en Colombia y por la vida de las personas prisioneras de las FARC. Sin embargo, cuando más se entusiasmó con ser el abanderado de “los rescates de rehenes” tuvo que soportar el protagonismo de Chávez, metido a garante de los canjes humanitarios que, hasta aquí, no fueron canjes sino decisiones unilaterales de las FARC.
Salvo con mentiras y un simulado aplomo de rostro casi lívido, Uribe ocupó –especialmente durante la liberación de las primeras prisioneras de las FARC- un costado del escenario político y mediático, aunque no como lo esperaban y deseaban sus mandantes norteamericanos.
Con algunos magullones diplomáticos y sin poder sacarle debido provecho al “retorno de las rehenes a su vida familiar”, Uribe partió rumbo a Europa. A continuar el plan impuesto: alzar la voz por la paz y a seguir tejiendo la guerra detrás del telón.
Prometió el oro y el moro, y mucho más que eso, a Nicolás Sarkozy, presidente de Francia. Fundamentalmente ofreció no entorpecer las gestiones por la liberación de Ingrid Betancourt. Y a renglón seguido mató a Raúl Reyes, quien a decir del canciller francés, Bernard Kouchner, era el hombre con el que el gobierno de su país “mantenía contactos para la liberación de los rehenes”. Entre ellos, Ingrid Betancourt. Brutal.
Lo de Uribe es el zigzag de un cínico que no encuadra en ningún código, siquiera el del accionar mafioso. No respeta acuerdos, mucho menos la vida de los que dice defender. En su condición de anillo al dedo de EE.UU., asume toda tarea sucia, en momentos en que no pocos ilusos supusieron a los yankis volviendo su mirada hacia Latinoamérica y el Caribe para “reparar olvidos” económicos-sociales.
Más de una vez, Uribe le hizo eco a EE.UU. preocupado por la “política armamentista de Chávez”. Otro acto de cinismo absoluto: Colombia tiene aproximadamente unos trescientos mil hombres armados más que la República Bolivariana de Venezuela y un presupuesto militar varias veces superior, incrementado a canilla libre por EE.UU. mediante distintas vías. Una: la que se manifiesta públicamente, con aprobación del Senado. Dos: la que se conoce que fuera desviada de un presupuesto fijado para “la lucha contra el narcotráfico”. Tres: la que a “escondidas” Washington lleva a cabo –al igual que lo hace con países de Europa del Este, países árabes amigos e Israel- para el desarrollo, en este caso, del más grande enclave militar del terrorismo de Estado en la región.
Y no es todo. Uribe tiene indicaciones precisas: nunca descomprimir el conflicto con “los populistas radicales, tipo Chávez”, obstáculos no menores a las pretensiones imperialistas de quedarse con las reservas petrolíferas, gasíferas y acuíferas del continente. Uribe tiene que cumplir con un mandato de hierro: “afirmar a Colombia” como un Estado guerrerista, espía y gendarme de los movimientos populares y de gobiernos insumisos ante el imperio.
Zigzagueante, con la bandera de la paz en la retórica y el cuchillo asesino entre los dientes, Uribe hace gala de un cinismo a prueba de balas. Y sabe que cuenta con apoyo irrestricto: es “la niña mimada” a la cual se privilegia con la parte del león del presupuesto militar-policial conque EE.UU. “ayuda” a las fuerzas represivas de Latinoamérica y el Caribe.
Ni lerdo, ni perezoso, respetando el libreto, Uribe incentiva ahora –mientras se lo acusa de violar territorios, asesinar por la espalda y traicionar la palabra empeñada con los familiares de los “rehenes”- la sospecha de que las FARC serían poseedoras de uranio para fines non santos. Lo mismo que hizo, en su momento, EE.UU. para justificar su invasión a Irak. Con lo cual, de seguir el hilo del discurso de Uribe, estaríamos asistiendo a un cambio no tan sutil de la línea de interpretación que hacía, hasta no hace tanto, el Comando Sur del Ejercito de Estados Unidos, respecto de la región.
Para el Comando Sur la región era, ayer mismo, una zona desnuclearizada, sin armas de destrucción masiva. “La principal amenaza emergente, según el general James Hill, ex comandante del Southcom –Comando Sur-, es el populismo radical que socava el proceso democrático y restringe los derechos individuales en lugar de protegerlos”. (Le Monde diplomatique, diciembre 2007).
El cinismo de Uribe no tiene límites. Eso, en si mismo, se convierte en un recurso inagotable para la inestabilidad regional, con el fin de perpetuar la injusticia y el saqueo imperial. No hay que buscar debajo del agua lo que está en la superficie.
- Juan Carlos Camaño es presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).
Uribe acerca gasolina al fuego para alejar, bien lejos, los esfuerzos por la paz. Recalienta la región y da oxígeno al Plan Colombia-Plan Patriota y a la estrategia militar estadounidense-colombiana de caotizar Latinoamérica y el Caribe, en consonancia con los intereses hegemonistas que se cocinan y re cocinan en Washington.
EE.UU. manda a matar y Uribe mata, dando rienda suelta al macabro proyecto imperialista de llevar la guerra allí donde le sea funcional a su escalada global. Contrariando, así, sin escrúpulos, las reiteradas demandas –y también, exigencias- de respeto a la soberanía y a la integración que la mayoría de los gobiernos y pueblos latinoamericanos y caribeños, hacen en procura de vivir con dignidad.
EE.UU. manda a matar y Álvaro Uribe obedece. No sólo porque es un peón de Bush, sino porque ideológicamente es un calco, en miniatura, del criminal de guerra con asiento en la Casa Blanca.
Hace un tiempo ya que Álvaro Uribe grita a los cuatro vientos por la paz en Colombia y por la vida de las personas prisioneras de las FARC. Sin embargo, cuando más se entusiasmó con ser el abanderado de “los rescates de rehenes” tuvo que soportar el protagonismo de Chávez, metido a garante de los canjes humanitarios que, hasta aquí, no fueron canjes sino decisiones unilaterales de las FARC.
Salvo con mentiras y un simulado aplomo de rostro casi lívido, Uribe ocupó –especialmente durante la liberación de las primeras prisioneras de las FARC- un costado del escenario político y mediático, aunque no como lo esperaban y deseaban sus mandantes norteamericanos.
Con algunos magullones diplomáticos y sin poder sacarle debido provecho al “retorno de las rehenes a su vida familiar”, Uribe partió rumbo a Europa. A continuar el plan impuesto: alzar la voz por la paz y a seguir tejiendo la guerra detrás del telón.
Prometió el oro y el moro, y mucho más que eso, a Nicolás Sarkozy, presidente de Francia. Fundamentalmente ofreció no entorpecer las gestiones por la liberación de Ingrid Betancourt. Y a renglón seguido mató a Raúl Reyes, quien a decir del canciller francés, Bernard Kouchner, era el hombre con el que el gobierno de su país “mantenía contactos para la liberación de los rehenes”. Entre ellos, Ingrid Betancourt. Brutal.
Lo de Uribe es el zigzag de un cínico que no encuadra en ningún código, siquiera el del accionar mafioso. No respeta acuerdos, mucho menos la vida de los que dice defender. En su condición de anillo al dedo de EE.UU., asume toda tarea sucia, en momentos en que no pocos ilusos supusieron a los yankis volviendo su mirada hacia Latinoamérica y el Caribe para “reparar olvidos” económicos-sociales.
Más de una vez, Uribe le hizo eco a EE.UU. preocupado por la “política armamentista de Chávez”. Otro acto de cinismo absoluto: Colombia tiene aproximadamente unos trescientos mil hombres armados más que la República Bolivariana de Venezuela y un presupuesto militar varias veces superior, incrementado a canilla libre por EE.UU. mediante distintas vías. Una: la que se manifiesta públicamente, con aprobación del Senado. Dos: la que se conoce que fuera desviada de un presupuesto fijado para “la lucha contra el narcotráfico”. Tres: la que a “escondidas” Washington lleva a cabo –al igual que lo hace con países de Europa del Este, países árabes amigos e Israel- para el desarrollo, en este caso, del más grande enclave militar del terrorismo de Estado en la región.
Y no es todo. Uribe tiene indicaciones precisas: nunca descomprimir el conflicto con “los populistas radicales, tipo Chávez”, obstáculos no menores a las pretensiones imperialistas de quedarse con las reservas petrolíferas, gasíferas y acuíferas del continente. Uribe tiene que cumplir con un mandato de hierro: “afirmar a Colombia” como un Estado guerrerista, espía y gendarme de los movimientos populares y de gobiernos insumisos ante el imperio.
Zigzagueante, con la bandera de la paz en la retórica y el cuchillo asesino entre los dientes, Uribe hace gala de un cinismo a prueba de balas. Y sabe que cuenta con apoyo irrestricto: es “la niña mimada” a la cual se privilegia con la parte del león del presupuesto militar-policial conque EE.UU. “ayuda” a las fuerzas represivas de Latinoamérica y el Caribe.
Ni lerdo, ni perezoso, respetando el libreto, Uribe incentiva ahora –mientras se lo acusa de violar territorios, asesinar por la espalda y traicionar la palabra empeñada con los familiares de los “rehenes”- la sospecha de que las FARC serían poseedoras de uranio para fines non santos. Lo mismo que hizo, en su momento, EE.UU. para justificar su invasión a Irak. Con lo cual, de seguir el hilo del discurso de Uribe, estaríamos asistiendo a un cambio no tan sutil de la línea de interpretación que hacía, hasta no hace tanto, el Comando Sur del Ejercito de Estados Unidos, respecto de la región.
Para el Comando Sur la región era, ayer mismo, una zona desnuclearizada, sin armas de destrucción masiva. “La principal amenaza emergente, según el general James Hill, ex comandante del Southcom –Comando Sur-, es el populismo radical que socava el proceso democrático y restringe los derechos individuales en lugar de protegerlos”. (Le Monde diplomatique, diciembre 2007).
El cinismo de Uribe no tiene límites. Eso, en si mismo, se convierte en un recurso inagotable para la inestabilidad regional, con el fin de perpetuar la injusticia y el saqueo imperial. No hay que buscar debajo del agua lo que está en la superficie.
- Juan Carlos Camaño es presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP).
https://www.alainet.org/es/articulo/126108?language=es
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