La ciencia no es neutra

10/06/2006
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La idea de que algo es “neutro” tiene tremendas repercusiones a la hora de determinados debates en el mundo de los científicos. O mejor todavía: la evidencia de que en el quehacer tecnológico y científico hay siempre una trama de valores e intereses que están lejísimos de ser “neutros”. La trampa de la “neutralidad” (lo mismo que el truco de la “objetividad”) funcionó en todas las épocas para embaucar a los inocentes. Con esta aureola se logra hacer pasar como válido cualquier planteamiento que sólo tendría validez en un contexto restringido; se imponen creencias y valoraciones como “universales” siendo que ellas pertenecen a nichos parciales; se instalan automatismos cerebrales como “lo lógico” (como “sentido común”) siendo que tales operaciones de la mente corresponden a un determinado régimen cultural, a una racionalidad, a una episteme. En eso consiste precisamente la lógica de la dominación: garantizar la perpetuación de un modo de producción del conocimiento como perteneciendo a la “naturaleza humana”. ¿Cómo cuestionar una condición tan “natural” del hombre como ésta de hacer ciencia y aplicar técnicas? Llevamos varios siglos alimentando esta quimera con efectos letales en lo que concierne a las posibilidades de pensar de otra manera. Los costos humanos han asido muy altos en todo este trayecto. Las búsquedas de otros rumbos no aparecen en la agenda sino cuando los estragos del “progreso” se han hecho patentes y los atascos de la Modernidad parecen definitivos. LAS PALABRAS NO SON NEUTRAS y “la ciencia” mucho menos. Los imperativos de este modo de producir conocimientos se han impuesto durante siglos como efecto de poder, gracias a la maquinaria del Estado. Un inmenso mecanismo de implantación y reproducción como el aparato escolar, entre otros, ha funcionado históricamente como plataforma que garantiza la impunidad de esta hegemonía normalizada. No se trata sólo del peso específico del aparato tecno-científico que se despliega en cada país, sino del entramado de aparatos, prácticas y discursos que el poder despliega en todos los espacios de la sociedad. Se trata de una cultura totalizadora que funciona eficazmente desde hace siglos. No estamos combatiendo un planteamiento aislado o una práctica acotada que se remplazarían por otras. Lo que está en juego es toda una cosmovisión implantada en el humus de la Modernidad, acompañada de prácticas y organizaciones muy poderosas que hace rato generaron intereses propios, actores beneficiarios, operadores con identidad, campos de fuerza donde se juegan ideas... y otras cosas. Por fortuna este cuadro se movió drásticamente en este tiempo. Estamos hoy en otra situación. La crisis de la Modernidad abrió las compuertas para que los dogmas de la ciencia estallaran. No ha sido sólo la crítica externa hecha por una rabiosa sociología de la ciencia la que ha desnudado estos mitos. También ha habido una valiosísima aportación epistemológica que proviene de la reflexión de los propios científicos. No se trata pues de un debate “ideológico” que interpela a la ciencia desde lo político (que también lo es, por lo demás) El asunto de fondo es la propia implosión del repertorio de supuestos con los que operó este modelo durante siglos. Lo que ha entrado en crisis no ésta o aquélla teoría de la ciencia sino la ciencia misma. Lo que no volverá es la pretensión de hacer pasar como “universalmente válido” lo que es en verdad una determinada visión del mundo, una muy parcial manera de ver las cosas. Eso se acabó (para desgracia de honorables profesores de filosofía que sobreviven por allí rumiando anacronismos) Se trata hoy de apostar POR UNA NUEVA CIENCIA (en el sentido en que lo ha expresado tantas veces el amigo Miguel Martínez en sus libros) Sin arrogancias y sin presuposiciones sospechosas. Todo está en discusión (todo quiere decir TODO) Que nadie quiera pasarse de vivo pretendiendo sacar del debate lo que no le conviene discutir. Eso ya no es posible. La polémica está en todos lados y es muy saludable que así sea. Las ciencias (todas ellas, sin excepción) están atravesadas por valoraciones del mundo, por presuposiciones sobre la realidad, por intereses de todo género, por la carga de los conceptos y métodos de los que se vale, por la impronta cultural donde se gesta, por el clima intelectual de su época. Fuera de ese marco no hay ninguna ciencia. En ese contexto hay unos personajes de carne y hueso cuya práctica emblematiza lo que se entiende por ciencia; sea que son reconocidos típicamente como científicos, sea que recubren el mundo de la enseñanza de la ciencia, sea que se dedican a los desarrollos tecnológicos. En todos los casos, estos actores sociales encarnan los contenidos de lo que prima como cultura científica en cada coyuntura. En Venezuela hoy pasa lo mismo: una cultura, un Estado, un sistema de prácticas y discursos y unos operadores vienen de un largo trayecto en la manera de hacer ciencia, en el modo de enseñarla, en la manera de concebir sus aplicaciones. El modelo occidental y Moderno de concebir el conocimiento ha tenido entre nosotros el mismo corolario: aparatos culturales, educativos y propiamente tecno-científicos alineados en una misma racionalidad, perteneciendo al mismo magma epistémico, al servicio del poder (más allá de las complicidades y las inocencias de cada persona) Es precisamente esa ruta la que hoy está en cuestión. Es esa herencia cultural la que está en debate. Son esas concepciones las que se cuestionan desde una perspectiva que se propone transitar otro camino. Este debate no puede ser aplazado. Los simulacros se acabaron. Las apelaciones abstractas de los mandarines llegaron a su fin. Los refugios del cientificismo no funcionarán más. Las necedades de los apologetas del “método científico” ya no engatusan a nadie. Misión Ciencia es una política pública que intenta hacerse cargo de este inmenso reto. No sólo ha de dar respuesta a un sin fin de realizaciones materiales que están expresamente comprometidas y a la vista sino que también procura hacerse cargo de lo que está más al fondo: transformar un modelo de ciencia y tecnología que corresponde a otra época y a otra sociedad. En su lugar, debemos ser capaces de gestar una manera de producir, enseñar y gestionar los saberes (incluidos los saberes científicos) en consonancia con la voluntad emancipatoria que bulle en todos lados. Nada menos que eso.
https://www.alainet.org/es/articulo/115549?language=en
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