Mediocres alumnos de Dan Mitrione por las calles de Iraq

20/01/2006
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Es difícil imaginarse la escena. Una niña de 9 años espera a la salida de su escuela, que la vengan a buscar. El país es Iraq, la ciudad se llama al-Hillah, casi medio millón de habitantes. Antes que su madre, pasa una patrulla motorizada de soldados yanquis. A principios de los 70 el atropello imperialista era mucho más disimulado, más encubierto, menos descarado o por lo menos se intentaba que lo fuera. La cosa no se hacía pública o llegaba al público más suavizada, mediatizada, si prefieren. Tal vez eso es lo que nos parece o lo que recordamos o lo que alcanzamos a comparar ante tanto horror presente, ante tan monstruosa máquina de matar con la que convivimos hoy. El imperio mandaba hacia el Tercer Mundo, a sembrar el terror, a verdaderos profesionales, casi artistas, los mejores en su “profesión”. Así se proclamaba Dan Mitrione, un policía que comenzó su “brillante” carrera en Indiana en 1945, se reclutó en la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) en 1957 y en 1960 viajó a Brasil enviado por la Administración de Cooperación Internacional que más tarde pasaría a llamarse Agencia Internacional de Desarrollo (USAID), con el propósito de instruir en “técnicas avanzadas de contrainsurgencia” a la policía de Sao Paulo. El hombre era vanidoso, satisfacía su ego demostrando control y precisión en el trabajo, especialmente ante sus alumnos, los cuales “pecaban” por incontrolados y a quienes se les “iba la mano”, cosas propias de ese espíritu salvaje de las gentes del mundo subdesarrollado, habrá pensado en más de una oportunidad Mr. Mitrione. El respetable hombre de familia del medio-oeste americano creó, en su paso por Brasil, una verdadera escuela de genocidas. Mientras algunos alumnos avanzados eliminaban a los disidentes políticos del régimen militar imperante en lúgubres mazmorras y campos de concentración, un grupo de “escuadrones de la muerte” libraba una campana de “limpieza social” en las calles, eliminando niños y ancianos excluidos por el sistema, de las grandes urbes del gigante sudamericano. Era 1967. 36 años mas tarde el Imperio se propuso “pacificar” Iraq, para tal propósito envió a cuidar de la cárcel de Abu-Ghraib a sus muchachos, esos rubios bonachones, a los cuales uno los invitaría al almuerzo de los domingo en la gran mesa familiar que reúne tres generaciones. Como los tiempos cambian, ahora al contingente de buenos americanos se sumaban las buenas americanas. Con Ivan, Charles, Y Jeremy se montaron en la cruzada Megan, Sabrina y Lynndie. Cualquiera de ellos el orgullo de la abuela. La globalización del estilo de vida americano no daba tiempo para grandes entrenamientos, el mundo requería la acción urgente de la policía global y no estaba el benefactor de talante ni de tiempo para exquisiteces que se dio el lujo de llevar adelante 3 décadas atrás. En definitiva los muchachos y muchachas no eran tan profesionales como el “maestro” Mitrione. A poco tiempo de su llegada a Abu-Ghraib su trabajo se hacía público, daba vuelta el planeta varias veces y el escándalo tomaba ribetes gigantescos. Mientras los cuidadores de la cárcel eliminaban a los internos mediante la tortura y en los ratos libres montaban verdaderos aquelarres, sus compañeros por las calles procedían a la limpieza social y a proveer de más reclusos a Abu-Ghraib. Con mayor o menor precisión el sistema funcionaba como hacia 36 años en Sao Paolo. Era 2003. Después de agotadores 7 años en Brasil, Mitrione volvió a sus Estados Unidos y en Washington entrenó a oficiales extranjeros en “técnicas de contrainsurgencia”. ¿De dónde se habrá proveído material didáctico, este Mitrione, ahora en la capital de la Confederación? La cuestión es que el hombre de Indiana estaba instalado en Washington, como “experto en cuestiones latinoamericanas”, dando clases, todo un profesor. A tan sólo dos años de regreso a su tierra el deber lo llama nuevamente. El destino ahora es Uruguay, la otrora apacible Montevideo corre el riesgo de convertirse en centro de una de las más articuladas guerrillas urbanas del continente. La misión era entrenar a mil policías uruguayos en “técnicas de contrainsurgencia”, los cuales esparcirían el conocimiento por todo el Uruguay. Mitrione repetía una y otra vez, “Ante todo, ustedes deben ser eficientes. Ustedes deben provocar sólo el daño necesario, ni un poquito más. Nosotros debemos controlar nuestro temperamento en todo momento. Ustedes deben actuar con la eficiencia y la limpieza de un cirujano y con la perfección de un artista. Esta es una guerra a muerte. Estos son mis enemigos. Este es un trabajo duro que alguien tiene que hacer. Es necesario. Si lo tengo que hacer lo haré con perfección. Si fuera boxeador trataría de ser el campeón del mundo, pero no soy boxeador. En esta profesión, mi profesión, soy el mejor”. Para las “clases” Mitrione se proveyó de “material didáctico” de los suburbios pobres de Montevideo, ancianos y adolescentes sin hogar que vivían en las calles y mujeres que secuestraba en la frontera con el Brasil. Mitrione asesinó personalmente a cuatro de ellos, en sesiones de tortura usando descargas eléctricas. Pero fueron cientos los cobayos que pasaron por el calvario montado por Mitrione. Mitrione no fue una oveja descarriada, ni un mal ejemplo, ni un díscolo extremista y fanático del deber cumplido y la obediencia debida. El policía del medio-oeste estadounidense fue sólo una pieza más, sobresalientemente eficiente por su falta total de conciencia y dignidad, del monstruoso aparato de asesinar del imperio. El 31 de julio es secuestrado por un grupo perteneciente al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. El 10 de agosto es ajusticiado. Era 1970. Abu-Ghraib es un escándalo, pero en poco tiempo la dimensión de la “lucha contra el terrorismo” que lleva adelante el imperio, toma una envergadura tal que Abu-Ghraib queda en el olvido. Pasamos de “sorpresas” a “sorpresotas”. La más “sorprendida” es la “prensa libre” y la “opinión pública” de los “países civilizados”. Pobres, si hasta a uno le da pena verlos, en las pantallas, tan “sorprendidos”, tan “compungidos”, tan “alarmados” de saber que, esos, sus soldados de la libertad, torturan y vejan mediante los procedimientos más dolorosos y degradantes. Las “manzanas podridas”, “nuestros muchachos bajo situaciones de mucho stress”, “sea como sea la justicia americana caerá sobre los infractores”, dicen los formadores de opinión, los entrevistados y los entrevistadores. Mientras se distribuye “justicia americana” a troche y moche, las manzanas podridas empiezan a dar mal olor por todas partes, hay manzanas podridas en Medio Oriente, en Europa Oriental, en la Europa culta y civilizada y hasta en la punta oriental de una isla de las Antillas Mayores. “Bueno, pongamos las cosas en su lugar”; “hay que analizar todo esto”, “desmenucemos, desentrañemos, consultemos con expertos”, proclama la prensa objetiva, la de la imparcialidad y balance informativo. Y llegan los expertos, “definir lo que es tortura no es una tarea fácil. Los grupos defensores de los derechos humanos ven límites muy definidos que no deben cruzarse: tortura, humillación y crueldad, dicen ellos, están prohibidos por leyes nacionales e internacionales. Pero esas leyes y convenciones no proveen a los militares u oficiales de inteligencia de una específica conducta a seguir en cuanto a las técnicas de presión que están permitidas, por lo tanto queda una gran franja gris entre lo legal y lo ilegal”. Al final los culpables del embrollo semántico-filosófico terminarán siendo los reclusos de Abu-Ghraib y de Guantánamo. Era 2005. Muchas tardes me paraba en la esquina de 13 y 80 en el reparto de Playa, en La Habana. Me recostaba sobre el muro descascarado de la acera de enfrente de la Escuela “Comandante Pinares”. A media tarde los pioneritos –alumnos de la enseñanza primaria- salen de la escuela. Si uno tiene dudas con respecto al futuro de la especie humana o sus defensas anímicas están bajas, no hay terapia que sustituya esos minutos de jolgorio de los niños cubanos. He visto sonreír y reír a niños de muchas partes del mundo, niños de unos cuantos países de Europa, de Sur, Centro y Norteamérica, se los aseguro no he visto nunca una alegría tan esplendorosa como la que marca los rostros de los niños cubanos. A pocos metros de la Escuela Comandante Pinares, un anciano, que a pesar de los años aun se yergue aguerrido, le da de comer a unos patos que cría libres en el patio de su casa. El anciano es un Héroe de la Republica de Cuba. Su nombre es Enrique Carreras y fue el jefe de la aviación cubana que combatió contra la fuerza naval y aérea yanquis en su pretensión invasora de 1961 en Playa Girón y Playa Larga. Para mí, como para muchos cubanos es uno de los artífices de esas sonrisas de hoy. Era 2002. Aminah esperaba en la puerta de la Escuela Umm al-Banin, de la ciudad de al-Hillah, que la fueran a buscar. Aminah tiene 9 años. Una patrulla se soldados americanos pasa por el lugar, montados en un vehiculo militar de patrullaje. Se detienen frente a la escuela. Uno de los militares se desmonta, toma por la fuerza a Aminah y la monta en el vehículo. Los testigos, en el lugar de los hechos, quedan paralizados.Horas después Aminah es encontrada en el barrio de Maqali’ al-Hasa, donde tiene asiento la base militar estadounidense en al-Hillah. Aminah fue violada, torturada y luego asesinada. Era el domingo 15 de enero de 2006. - Erasmo Magoulas es productor de medios radiales alternativos en la Provincia de Ontario, Canadá.
https://www.alainet.org/es/articulo/114249?language=es
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