Suicidio de jóvenes

06/08/2002
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El dato es estremecedor: en Brasil el número de suicidios de jóvenes aumentó un 30 % entre 1991 y 2000. Los periódicos, en principio, no hablan de este tipo de noticias. Un colegio de élite en Belo Horizonte perdió este año cinco alumnos de enseñanza media. ¿Qué lleva a un adolescente a poner fin a su propia vida? Son muchos los factores pero, sumados, se resumen en la frustración. Frente a un tal desencanto no vale la pena vivir. Desde lo alto de un edificio (modo frecuente) el joven se tira rumbo a la muerte. Ese gesto encierra sin duda una forma de protesta. Es como si exclamase: Paren el mundo, que quiero bajarme. ¿Frustración frente a qué? A las ambiciones desmedidas. Nadie se desespera por perder algo sin valor. Donde está tu tesoro allí está tu corazón, dijo Jesús. En esta sociedad consumista en la que estamos permanentemente cercados por la parafernalia publicitaria es difícil escapar del (falso) paradigma de que nuestro valor se basa en lo que poseemos, en lo que tenemos, y no en lo que somos. Sin recursos para saciar sus ambiciones de consumo, el joven prefiere poner fin a su vida. O se enfila por la vía de las drogas, que lo hacen alienarse de la realidad y, a veces, sentirse como un superhombre. La química produce en la ilusión lo que la autoestima debería grabar en el corazón. El proceso de sentirse desheredado comienza en la infancia, cuando los padres no le ofrecen al hijo afecto y atención, y creen poder cambiar su entrega por cosas materiales: una bicicleta, una moto, un auto. Es la omisión intentando tercerizar, vía el consumo, lo que debiera asumir la ternura. Y aunque la familia cubra al hijo de afecto, es insuficiente si no le son trasmitidos valores éticos. Si para el joven la escala de valores coincide con la del mercado -competencia, éxito, enriquecimiento- no es de extrañar que, cuando se sienta náufrago de ese alpinismo social, se sienta también un fracasado. Entonces tira a la basura la vida de la cual no se enorgullece y en la que no se siente feliz. La muerte es un tabú en nuestra sociedad. Casi nadie desea encararla de frente. Aunque todos hemos de ser consumidos y consumados por ella, vivimos como si ella no existiese. Ahora bien, educar es abordar todo cuanto significa reconocimiento a la vida, sobre todo en situaciones límite, como la ruptura afectiva, el fracaso, la desesperanza, la enfermedad, la sexualidad, la experiencia de Dios y la muerte. El día en que las familias y las escuelas traten el sentido de la vida como valor objetivo, y la muerte como algo inherente a la vida, se terminará el tabú y quedará abierta la puerta prohibida. Los desgraciados ya no intentarán derribarla para que todos oigan el gran ruido en ese teatro en que el único actor llama la atención del palco precisamente al ausentarse de la escena. Es dando sentido a la vida como la muerte gana razón de ser. No como evasión, sino como travesía.
https://www.alainet.org/es/articulo/108179?language=es
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