Maldita cocaína o el negocio de EE.UU.
Resurge el movimiento cocalero en Perú
06/05/2004
- Opinión
Cholos, indígenas y campesinos. El subsuelo de la patria inundo la
capital peruana con rostros pocos "marketineros", para reclamar un
viejo programa reivindicativo. La repetida foto de la movilización
es solo la punta del iceberg. Dos temas colaterales bucean en el
fondo. Uno es emergente, el presidente Alejandro Toledo está "a
pasos del helicóptero", su legitimidad viene en picada desde
principios de año. El otro es parte de la estrategia geopolítica
de Estados Unidos hacia la región del Altiplano: narcotizar a los
campesinos pobres para controlar el mercado de la droga. Miles de
campesinos cocaleros, principalmente de la región amazónica,
llegaron el lunes pasado a Lima bajo un fuerte dispositivo de
seguridad, después de una movilización iniciada 20 días atrás en
defensa de sus cultivos tradicionales.
Los cocaleros levantan principalmente tres puntos reivindicativos:
exigen el cese de los programas de erradicación de hoja de coca y
de implantación de cultivos alternativos, la liberación de su
dirigente Nelson Palomino, preso desde hace un año por "apología
del terrorismo", y la desaparición de DEVIDA, el organismo oficial
antidrogas.
Iniciaron el tramo final de la marcha desde el suburbio de Santa
Anita, coreando lemas tradicionales como "la coca no es droga" y
"respeto a los cocaleros". Ahí, además de acampar, recibieron
alimentos donados por comerciantes para sus ollas populares,
versión andina de la alianza "piquete-cacerola", registrada en
Buenos Aires durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre de
2001, cuando pese a la treintena de muertos que arrojó la
represión policial, las movilizaciones espontáneas de argentinos
acabaron con el gobierno de Fernando De la Rúa, el presidente que
se escapó en el helicóptero.
La noche siguiente los encontró durmiendo frente al Palacio de
Justicia, ya que no pudieron hacerlo en las áreas verdes del paseo
de Los Héroes Navales, porque fueron salvajemente desalojados por
la policía. Hasta ahora no han encontrado un interlocutor válido
para negociar. Solicitan reunirse con Toledo y el presidente del
Consejo de Ministros, Carlos Ferrero. Pero solo han notado la
presencia de unos tres mil agentes del Escuadrón Antimotines de la
Policía Nacional, provistos de cascos, escudos y gases
lacrimógenos.
"Si el Congreso no atiende nuestras demandas, entonces iniciaremos
una huelga de hambre. Ya pónganse los pantalones", afirmó la
dirigente Nancy Obregón, durante una reunión con parlamentarios.
Esa medida de protesta ya fue comenzada por el dirigente
encarcelado, Nelson Palomino.
La presencia del viceministro del Interior, Ricardo Valdez, en la
reunión que sostenían con la junta negociadora del Ministerio de
Agricultura, motivó que los dirigentes cocaleros rompieran el
diálogo con el gobierno. Tras el fracaso de las negociaciones,
amenazaron con radicalizar sus medidas de fuerza y aseguraron que
no retornarán las conversaciones si participa un representante del
polémico ministerio del Interior.
La lucha de los cocaleros se inscribe en un proceso de resistencia
mayor, que guarda buenos antecedentes como la revuelta de
Arequipa, donde la movilización popular freno el intento del
gobierno de privatizar dos empresas eléctricas.
Ilave, es la segunda ciudad en importancia en la región de Puno,
estado que viene liderando las protestas contra el gobierno
central. Un contundente paro regional convocado por una
multisectorial, en enero pasado, afectó los ingresos del turismo,
ya que Puno es la puerta de entrada a la ciudad de Cuzco y a las
míticas ruinas de Machu Pichu.
En Ilave, el 26 de abril último los pobladores cansados de la
corrupción gubernamental, lincharon al alcalde Cirilo Robles
Callomamani, quién terminó colgado en la Plaza Central. Esta
escalada continuó el lunes en Apurimac, donde mataron a balazos a
tres policías. En Huánuco la gente está presionando al alcalde por
supuestos casos de corrupción y en Tilali la situación es
parecida.
Para algunas analistas, los sucesos de Ilave podrían beneficiar a
los sectores políticos más conservadores porque convalidarían la
tesis del gurú neoliberal Samuel Huntingon, quién después de su
libro "Choque de Civilizaciones" , en el que plantea que el
conflicto internacional está signado por el enfrentamiento entre
el Occidente cristiano y el Oriente islámico, sostiene ahora que
la población indígena es el principal factor de riesgo en el
continente y considera a la democracia como un sistema inviable,
proponiendo salidas autoritarias (las últimas encuestas dan a
Fujimori como favorito en las próximas elecciones).
Aquél levantamiento popular costó la cabeza del ministro del
Interior, Fernando Rospigliosi. El Congreso de la República aprobó
el miércoles pasado censurar a Rospigliosi por los violentos
sucesos registrados.
La crisis es de tal magnitud que las encuestas de popularidad de
Toledo entraron desde el año pasado en un tobogán irreversible. De
acuerdo con los resultados de la última encuesta de CPI a nivel de
Lima Metropolitana, la aceptación del presidente Toledo cayó casi
en 4 puntos en los últimos meses, estacionándose en el termómetro
callejero con una popularidad del 7,7 por ciento.
La dirigencia política volvió a demonizar a los campesinos para
"aislar a la manzana podrida". Esta vez los acusaron de ser parte
del grupo maoísta Sendero Luminoso. Se desvía así el verdadero
conflicto: el neoliberalismo esta destruyendo la agricultura
nacional al importar productos subvencionados de primera necesidad
que, por sus bajos costos en el mercado, están llevando a la ruina
a los pequeños agricultores.
Para el científico Noam Chomsky, la problemática agraria del mundo
en desarrollo se remonta a los años sesenta. En aquella coyuntura
de Guerra Fría, el Movimiento de Países No Alineados y otros foros
proclives a los intereses del Tercer Mundo intentaron estabilizar
los precios de sus productos (commodities).
Para el "agrobusiness", las oscilaciones abruptas de los precios
no tienen mucha importancia, porque si el precio de una mercancía
baja en un año, ellos utilizan otras. Las política
intervencionista, que los países centrales y hegemónicos aplican
puertas para adentro, no les es permitida a las naciones del Sur.
"Naturalmente, los campesinos se volcaron hacia productos que eran
viables, básicamente coca, marihuana y los productos, que en
Occidente se llaman drogas legales", dijo Chomsky.
La revista peruana "Ollanta" ofrece algunas cifras reveladoras:
por cada 100 dólares que produce el tráfico de cocaína, 14 se
quedan entre Colombia, Perú y Bolivia, el resto va a Estados
Unidos. De esos 86 dólares, el 10 por ciento se quedan en los
cárteles de la droga, el resto de la torta es digerida por la
bolsa de New York. Además, Washington posee el monopolio de
fabricación de la droga anteta ("Extasis").
Para el periodista peruano Máximo Grillo, "los operativos de la
DEA (fuerza antidrogas estadounidense), tienen como objetivo la
persecución de las bandas independientes. Al reducir la
producción, el principal efecto es el aumento del precio de la
cocaína, lo que conviene a los operadores norteamericanos.
Controlando la oferta, mantienen estables los precios de la
demanda".
El 30 de marzo del 2003, la Confederación Nacional de Productores
Agropecuarios de las Cuencas Cocaleras del Perú (CONPACCP) dejaba
en claro, en el punto 6 de su plataforma fundacional, que "El
Estado debe garantizar precios de refugio para los productores que
están comprometidos con los programas de productos alternativos
como café, cacao, plátanos y arroz".
El mismo documento reforzaba las propuestas respecto de la
problemática agraria, tema oculto tras la fachada del
narcotráfico: "El Estado debe controlar la importación de los
productos agrícolas y pecuarios alternativos que podrían ser
producidos en las cuencas Andino-Amazónicas".
Se trata de políticas ausentes, que también dejan vacante el gran
problema de la seguridad alimentaria, un seguro que parece no
contratar el Estado peruano para mitigar la vergonzosa mortalidad
infantil.
Los campesinos constituyen aproximadamente más del 50 por ciento
de la población del país y a su vez representan el 80 por ciento
del sector más pobre. Las columnas de cocaleros que irrumpieron en
los canales de televisión constituyen la reserva moral de los
campesinos que se niegan a migrar a la ciudad, fenómeno
demográfico que solo aumenta la población de los barrios
empobrecidos.
La coca no es solo un cultivo de subsistencia, representa una
carga cultural y simbólica. Por ello, esta enésima movilización no
será frenada con palos y balas de goma, menos con
caracterizaciones simplistas. Se necesita honestidad, coraje y
soberanía política. Valores que el gobierno de Toledo ha dejado
huérfanos.
* Emiliano Guido. La Plata/APM
AGENCIA PERIODÍSTICA DEL MERCOSUR (APM). Facultad de Periodismo
y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata
(UNLP)
https://www.alainet.org/es/active/6100?language=es
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