El agente naranja de la soja
26/10/2008
- Opinión
Una familia campesina del paraje Pirapey llevará a juicio a la empresa norteamericana Monsanto por la muerte de un chico rociado con Roundup, el plaguicida utilizado en los campos sembrados con soja transgénica. Los dos productores que aplicaron el químico ya fueron condenados por la justicia paraguaya como responsables directos de la muerte del niño. La historia de Silvino Talavera interpela sobre el papel de la soja en la economía de varios países.
Esa mañana Silvino Talavera tenía 11 años. Mientras lavaba ropa en un arroyo cercano al rancho donde vivía, su madre lo mandó a hacer los mandados. Esto es: ir hasta un almacén ubicado a unos 3000 metros de su casa, comprar carne y fideos, y volver con la compra para que su hermana cocine el almuerzo de toda la familia. A las 10 horas del 2 de enero de 2003, acompañado por su primo Gabriel Villasboa, Silvino partió a cumplir la orden materna con rapidez: a la tarde debía ir a la escuela y no le gustaba llegar tarde.
Por eso se apuró y al regresar se topó con una fumigadora que lo roció completamente con un combinado químico, generándole la muerte a los pocos días tras una cruel agonía.
Ni Silvino ni su mamá, Petrona Villasboa, podían imaginar que a los pocos días una espantosa agonía terminaría con la vida del chico que quería estudiar, que el hijo de una pobre –pobrísima- familia campesina de Pirapey, paraje ubicado a unos 130 kilómetros de Encarnación, se convertiría en un caso testigo sobre las consecuencias que puede implicarle a la población la aplicación de agroquímicos, en los campos sembrados con soja. El papel de la transnacional Monsanto es fundamental para entender cómo una empresa, que se negó a informar durante décadas las consecuencias para la salud de sus productos químicos, venda plaguicidas asegurando que son inocuos para las personas y animales.
El caso, además, incluye las muertes de un sobrino de Silvino, que falleció por problemas genéticos generados por la intoxicación de la madre, y de un tío, asesinado a puñaladas tras realizar la familia las denuncias por la muerte del menor.
El niño
«Le gustaba la música, quería una guitarra», cuenta Juan Talavera, padre de Silvino. El hombre, de 51 años, tiene un perfil mustio, cara aindiada y una camiseta de Flamengo Fútbol Club tan ajada que da ganas de llamarlo a Romario para que le consiga una nueva. Flaco pero de huesos grandes, se nota que no ha comido bien. Pero eso no le ha impedido criar a 10 hijos junto a su mujer, trabajando unas 5 hectáreas de campo. «Antes que nos tiraran el veneno teníamos chanchos, conejos, gallinas. Pero todo lo mató el alemán con el veneno. Perdimos un hijo, pero además ese hombre jodió económicamente a toda la familia», dice Juan. «Quedamos ultimados», afirma cuando quiere decir «deprimidos», «no teníamos más ganas de trabajar y costó mucho volver a empezar. Hasta una vaca lechera nos mató para que no le hagamos juicio», cuenta lentamente.
Juan, como el resto de la familia, siempre habló en guaraní. Hace apenas unos años que se expresa en castellano, un enorme esfuerzo que le exige pensar en su lengua original, y traducir antes de abrir la boca. Petrona lo mira y asiente, sólo algunos de sus hijos entienden el idioma de Don Quijote. Pero todos tienen claro que Monsanto, empresa que produce el agroquímico que se llevó a Silvino, alcanza dimensiones que Cervantes nunca imaginó para los molinos del ingenioso hidalgo.
De otra forma, es difícil entender que un productor agropecuario rocíe intencionalmente a un chico de 11 años con un plaguicida porque le tiene inquina a una familia por formar parte del movimiento campesino paraguayo que se opone al monocultivo sojero.
«Nosotros nos oponemos al modelo transgénico que se promueve en Paraguay, pero nunca le ocupamos su tierra». Talavera se refiere al productor agropecuario Hernán Schlender Thiebeaud, dueño de las tierras colindantes con su lote de tierra. También habla de Alfredo Lauro Laustenshlager Jaroszuk, capataz del campo del primero. Ambos fueron condenados por un tribunal penal de sentencia de Encarnación bajo la figura de homicidio culposo el primero, por bañar con plaguicida a Silvino. Laustenshlager fue penado por producción de riesgos comunes ya que dos días después a ser rociado Silvino intoxicó a toda la familia, fumigando la casa donde viven, produciendo una intoxicación masiva a los Talavera.
Ahora, tras demostrarse jurídicamente que el plaguicida Roundup es el responsable de la muerte de Silvino, la familia se propone denunciar a la transnacional Monsanto por informar que el producto químico no es peligroso. Ever Velásquez, abogado de los Talavera, le dijo a este cronista que demandará civilmente a la empresa norteamericana y al Estado paraguayo. «A Monsanto lo denunciaremos por publicidad engañosa.
Mientras la Organización Mundial de la Salud dice que el Roundup es un tóxico clase 1 (el más peligroso en la escala) la empresa sostiene que no genera consecuencias a la salud de la población. Al Estado lo vamos a demandar como responsable solidario ya que durante el gobierno del presidente Nicanor Duarte Frutos se le bajó la categoría de peligrosidad del Roundup de 1 a 4. Antes estaba catalogado como 1», señaló Velázquez.
Los hechos
Cuando Silvino volvía del almacén con las cosas que le había pedido su mamá, el 2 de enero, caminó al costado de un lote de soja propiedad Schlender, un sendero que habitualmente usaba su familia, junto a otras que viven en la zona. Unos 100 metros antes del rancho, el chico se topó con el productor agrícola que lo roció desde una máquina fumigadora. Después, el empresario se defendió diciendo que las plantas de soja, le habían impedido ver al chico.
Silvino no pudo eludir el rápido movimiento de la máquina, y junto con la carne y los fideos que llevaba en la bolsa, fue totalmente bañado con el agroquímico. Sin decirle nada a su madre, al llegar a la casa, el niño se sacó la ropa envenenada y se fue a lavar con el agua del pozo. Después se tiró a dormir, ya agitado. «Como siempre nos habían dicho que el Roundup no era peligroso él no dijo nada», cuenta Petrona.
Ignorante de lo ocurrido, la hermana del chico preparó un guiso de fideos con carne que toda la familia comió, incluido Silvino a quien su mamá tuvo que insistirle para que dejara la cama. El chico no se sentía bien y se negaba a levantarse. «Me llamó la atención, siempre era de buen comer pero ese día no quería probar nada. Le picaban los ojos y le dolía mucho la cabeza», recuerda la mujer.
Al rato todos comenzaron a descomponerse. Vómitos y diarreas dejaron a la prole de los Talavera con un cuadro de grave intoxicación. Juan les hizo un té con yuyos medicinales y se llevó a la más pequeña, de 3 años, a un dispensario ubicado a 10 kilómetros sobre al ruta que une encarnación con Ciudad de Este. Aún no sabían cuál era la causa del malestar.
En el centro de salud, un médico dijo que la chica estaba intoxicada, le dio unas pastillas y recomendó reposo y dieta para toda la familia. Al volver Juan supo la verdad, pero decidió esperar pensando que con un poco de ayuno y las hierbas medicinales que su padre y su abuelo usaban para curar «cólicos y males por el estilo», todo pasaría. Pero el Silvino no mejoró.
Dos días después, según consta en el relato de la sentencia judicial, durante el mediodía, Alfredo Lauro Laustenshlager Jaroszuk se acercó con la fumigadora hasta otro lote de soja que se encontraba a 15 metros de la casa de los Talavera. Ayudado por una suave brisa que iba en dirección al rancho, el productor abrió las válvulas de la maquina y, deliberadamente, roció con el plaguicida a toda la familia, ayudado con el viento. En el juicio Laustenshlager adujo que él sólo fumigó su soja pero que no tenía intención de perjudicar a los Talavera. El tribunal no le creyó.
«Tuve que poner a los chicos debajo de un plástico para que no respiren el veneno. A Silvino, que estaba peor de todos, también lo traje, pero todos respiramos. El agroquímico me mató a todos los animales que tenía, además de envenenarme una pileta que teníamos para criar algunos peces para comer. Nada quedó de todo aquello», dice Juan.
Cuando pasó el chubasco de Roundup, y Laustenshlager se fue, Petrona vio que su hijo, cada vez en peor estado, se quejaba de intensos dolores en todo el cuerpo. Desesperada, lo llevó al dispensario. De allí los derivaron al hospital de Encarnación.
A pesar de su asepsia, el relato judicial estremece: «Siendo las 13.30 horas aproximadamente, llegan al Hospital Regional de la ciudad de Encarnación. El menor Silvino Talavera, llega con signos de schock, sudoroso, pálido, obnubilado (entre dormido y despierto) con fiebre alta (39º grados) y es atendido por la doctora Fátima Elizabeth Insfran de Rodríguez, llevándosele inmediatamente a la sala de primeros auxilios, donde sufre un primer paro cardiorrespiratorio, y a través de técnicas de resucitación, el paciente se recupera, transcurridos unos quince minutos del primer paro vuelve a sufrir otro paro cardiorrespiratorio, falleciendo.
En algunas de las víctimas de las fumigaciones realizadas por los acusados, se constató componentes químicos de producto fitosanitarios, como ser carbamato, fenol y glifosato». El glifosato es la base del producto de Monsanto Roundup, y se encuentra registrado en Paraguay con el nº 131, certificado de libre venta nº 629. Los demás componentes integran otro producto llamado Cypertec, que se utiliza mezclado con el Roundup, registrado bajo el nº 2287 con certificado de libre venta.
Si bien el certificado de defunción señala que Silvino murió de un paro cardiorrespiratorio, el tribunal consideró al agroquímico como el causante de la descompensación general del niño. Pero la pérdida de su hijo no finalizó la macabra secuencia de imágenes que Petrona recrea en su memoria cuando relata todo el sufrimiento que vivió. «Una hora después volvíamos con el cuerpito de mi hijo en un auto para enterrarlo en nuestra tierra. Yo lo llevaba sobre mí porque no me quería separar de él, cuando de repente del cuerpo ya muerto comenzó a salirle sangre media coagulada de sus oídos, nariz y boca. Nunca he visto una cosa igual», cuenta la mujer con la tragedia pintada en el rostro.
Si el agroquímico fue la causa, la desnutrición que mostraba el chico, producto de las míseras condiciones en que vive su familia, fue el contexto en que el envenenamiento encontró las condiciones para terminar con la vida de Silvino.
Fabricantes de la muerte
Según el Movimiento Mundial de Bosques (WRM por su sigla en inglés) «los impactos que los herbicidas a base de glifosato pueden tener sobre la salud humana son variados: daños genéticos, tumores en la piel, problemas de tiroides, anemia, dolores de cabeza, sangrado de nariz, mareos, cansancio, náuseas, irritaciones de ojos y piel, asma y dificultades respiratorias, entre otros. Diversos estudios indican que existe una relación entre los herbicidas a base de glifosato y el linfoma no Hodgkins, un tipo de cáncer». Los peritos que intervinieron en el juicio de Silvino señalaron que las intoxicaciones se producen por vía de la dermis en el 95% de los casos.
Pero falta de información sobre los productos de Monsanto no es nueva. Vale recordar que la misma empresa ocultó durante 50 años que el DDT era un producto cancerígeno. Ahora está prohibido.
Entre otras perlas curriculares, la empresa norteamericana fue una de las proveedoras del famoso Agente Naranja, agroquímico que el ejército norteamericano utilizó para desfoliar millones de hectáreas de selvas en Vietnam con el objetivo de combatir a las guerrillas que resistían la invasión, y que murieron o sufrieron graves consecuencias tras intoxicarse con el químico. Por el hecho la empresa debió pagar 80 millones de dólares en indemnizaciones a cientos de veteranos del ejército americano que sufren las consecuencias de haber estado en contacto con dicho producto, denominado naranja" por el color de los bidones donde se lo fraccionaba.
Las consecuencias entre la población vietnamita aún hoy no son mensurables pero sus efectos pueden observarse entre los fetos deformes que se encuentran, enfrascados, en el hospital Tu Du de la ciudad de Ho Chi Min.
La periodista e investigadora francesa Marie Monique Robin aseguró durante su reciente visita a Argentina, adonde llegó para difundir el documental El Mundo según Monsanto, que «el Roundup destruye todo, cualquier cultivo menos la soja transgénica, y genera gravísimos problemas de salud para las personas».
Petrona Villasboa y Juan Talavera tienen claro que esto es cierto. Su pelea, para que los culpables de la muerte de su hijo sean condenados sigue intacta. «Queremos que Monsanto se haga responsable del daño que nos ha causado. Y no vamos a dejar de pelear para que la muerte de nuestro hijo enseñe a los campesinos y trabajadores del campo lo que los agroquímicos les pueden generar a la salud de la gente», dice Petrona.
Mientras, la familia Talavera espera cobrar la indemnización del juicio civil que también ya ha ganado para dejar esa tierra envenenada.
- ¿A dónde van a ir Petrona?
- A Argentina, a Misiones. Allá dicen que están mejor.
Una familia perseguida por las tragedias
Petrona Villasboa forma parte de una familia que lleva décadas siendo perseguida por gobiernos, parapoliciales y hacendados paraguayos. Su padre, Manuel Villasboa, era un pequeño campesino que integró las legendarias Ligas Agrarias en la década del '70. Esta organización proponía entonces la reforma agraria en Paraguay, por lo que se granjeó la furia del dictador Alfredo Stroessner.
Petrona recuerda a su padre como un dirigente campesino luchador, sencillo y consecuente que nunca dio el brazo a torcer ante las injusticias cotidianas que sufrían las comunidades campesinas paraguayas. «Fue perseguido y torturado por la dictadura. Recuerdo como si fuera hoy un día que tuve que ver, con cinco años, como torturaban a mi papá haciéndolo tomar 10 litros de agua. Querían que dejara la lucha. Pero él huyó, dejó el lote que teníamos en el departamento Misiones, y toda la familia lo seguimos hacía el exilio interno en Obligado, un departamento ubicado al norte del país», cuenta Petrona.
Pero para que el hombre huyera los parapoliciales, que integraban una de las Comisiones Garrote –grupo denominado así por los instrumentos que utilizaban para apalear a los campesinos opositores a Stroessner hasta matarlos- les quemó el rancho a los Villasboa, después de robarles los animales y la cosecha lista para ser llevada al mercado.
De esta forma Petrona se ha acostumbrado a tener sucesivas pérdidas en su vida. Su cara está trazada por arrugas, desubicadas para sus 41 años. Pero es que la existencia no le da descanso a esta mujer aguerrida que pareciera llevar su destino a cuestas, como los esclavos en Egipto cargaban las piedras para construir las pirámides.
Tras el envenenamiento general que sufrió su familia con Roundup, una de sus hijas, de 17 años, tuvo un hijito que nació con una malformación llamada hidrocefalia. Los médicos les dijeron que la malformación podría ser genética pero que probablemente fuera producto del plaguicida que la adolescente había aspirado. Al igual que sus pares vietnamitas, la chica vio como su hijo se iba deformando a medida que crecía. Pero a los cinco meses el bebé murió. «Ella todavía no puede recuperarse del dolor que siente. Su compañero la dejó porque dice que ella no sirve para tener hijos», cuenta Petrona.
También murió un hermano de Petrona, Serapio Villasboa, apuñalado por la espalada el mismo año en que murió Silvino. «Lo encontraron tirado en un zanjón, con el cuerpo en estado de descomposición. Él fue uno de los que más me ayudó en los primeros momentos cuando no sabíamos qué hacer, tras la muerte de mi hijo. Lo asesinaron cuatro meses después de que muriera Silvino, pero todavía la justicia no ha encontrado al criminal que lo apuñaló. Para mí es imposible separar los crímenes de mi niño y de Serapio, todo tiene el mismo origen», afirma en voz baja pero firme.
La propia mujer fue amenazada de muerte por un peón de su vecino hacendado Schlender si no dejaba de reclamar justicia. «Uno me amagó con partirme la cabeza con un machete, acá a 300 metros de mi casa. Pero le dije que me mate porque no le voy a aflojar.
Fuente: Barómetro Internacional
http://www.barometro-internacional.org/
Esa mañana Silvino Talavera tenía 11 años. Mientras lavaba ropa en un arroyo cercano al rancho donde vivía, su madre lo mandó a hacer los mandados. Esto es: ir hasta un almacén ubicado a unos 3000 metros de su casa, comprar carne y fideos, y volver con la compra para que su hermana cocine el almuerzo de toda la familia. A las 10 horas del 2 de enero de 2003, acompañado por su primo Gabriel Villasboa, Silvino partió a cumplir la orden materna con rapidez: a la tarde debía ir a la escuela y no le gustaba llegar tarde.
Por eso se apuró y al regresar se topó con una fumigadora que lo roció completamente con un combinado químico, generándole la muerte a los pocos días tras una cruel agonía.
Ni Silvino ni su mamá, Petrona Villasboa, podían imaginar que a los pocos días una espantosa agonía terminaría con la vida del chico que quería estudiar, que el hijo de una pobre –pobrísima- familia campesina de Pirapey, paraje ubicado a unos 130 kilómetros de Encarnación, se convertiría en un caso testigo sobre las consecuencias que puede implicarle a la población la aplicación de agroquímicos, en los campos sembrados con soja. El papel de la transnacional Monsanto es fundamental para entender cómo una empresa, que se negó a informar durante décadas las consecuencias para la salud de sus productos químicos, venda plaguicidas asegurando que son inocuos para las personas y animales.
El caso, además, incluye las muertes de un sobrino de Silvino, que falleció por problemas genéticos generados por la intoxicación de la madre, y de un tío, asesinado a puñaladas tras realizar la familia las denuncias por la muerte del menor.
El niño
«Le gustaba la música, quería una guitarra», cuenta Juan Talavera, padre de Silvino. El hombre, de 51 años, tiene un perfil mustio, cara aindiada y una camiseta de Flamengo Fútbol Club tan ajada que da ganas de llamarlo a Romario para que le consiga una nueva. Flaco pero de huesos grandes, se nota que no ha comido bien. Pero eso no le ha impedido criar a 10 hijos junto a su mujer, trabajando unas 5 hectáreas de campo. «Antes que nos tiraran el veneno teníamos chanchos, conejos, gallinas. Pero todo lo mató el alemán con el veneno. Perdimos un hijo, pero además ese hombre jodió económicamente a toda la familia», dice Juan. «Quedamos ultimados», afirma cuando quiere decir «deprimidos», «no teníamos más ganas de trabajar y costó mucho volver a empezar. Hasta una vaca lechera nos mató para que no le hagamos juicio», cuenta lentamente.
Juan, como el resto de la familia, siempre habló en guaraní. Hace apenas unos años que se expresa en castellano, un enorme esfuerzo que le exige pensar en su lengua original, y traducir antes de abrir la boca. Petrona lo mira y asiente, sólo algunos de sus hijos entienden el idioma de Don Quijote. Pero todos tienen claro que Monsanto, empresa que produce el agroquímico que se llevó a Silvino, alcanza dimensiones que Cervantes nunca imaginó para los molinos del ingenioso hidalgo.
De otra forma, es difícil entender que un productor agropecuario rocíe intencionalmente a un chico de 11 años con un plaguicida porque le tiene inquina a una familia por formar parte del movimiento campesino paraguayo que se opone al monocultivo sojero.
«Nosotros nos oponemos al modelo transgénico que se promueve en Paraguay, pero nunca le ocupamos su tierra». Talavera se refiere al productor agropecuario Hernán Schlender Thiebeaud, dueño de las tierras colindantes con su lote de tierra. También habla de Alfredo Lauro Laustenshlager Jaroszuk, capataz del campo del primero. Ambos fueron condenados por un tribunal penal de sentencia de Encarnación bajo la figura de homicidio culposo el primero, por bañar con plaguicida a Silvino. Laustenshlager fue penado por producción de riesgos comunes ya que dos días después a ser rociado Silvino intoxicó a toda la familia, fumigando la casa donde viven, produciendo una intoxicación masiva a los Talavera.
Ahora, tras demostrarse jurídicamente que el plaguicida Roundup es el responsable de la muerte de Silvino, la familia se propone denunciar a la transnacional Monsanto por informar que el producto químico no es peligroso. Ever Velásquez, abogado de los Talavera, le dijo a este cronista que demandará civilmente a la empresa norteamericana y al Estado paraguayo. «A Monsanto lo denunciaremos por publicidad engañosa.
Mientras la Organización Mundial de la Salud dice que el Roundup es un tóxico clase 1 (el más peligroso en la escala) la empresa sostiene que no genera consecuencias a la salud de la población. Al Estado lo vamos a demandar como responsable solidario ya que durante el gobierno del presidente Nicanor Duarte Frutos se le bajó la categoría de peligrosidad del Roundup de 1 a 4. Antes estaba catalogado como 1», señaló Velázquez.
Los hechos
Cuando Silvino volvía del almacén con las cosas que le había pedido su mamá, el 2 de enero, caminó al costado de un lote de soja propiedad Schlender, un sendero que habitualmente usaba su familia, junto a otras que viven en la zona. Unos 100 metros antes del rancho, el chico se topó con el productor agrícola que lo roció desde una máquina fumigadora. Después, el empresario se defendió diciendo que las plantas de soja, le habían impedido ver al chico.
Silvino no pudo eludir el rápido movimiento de la máquina, y junto con la carne y los fideos que llevaba en la bolsa, fue totalmente bañado con el agroquímico. Sin decirle nada a su madre, al llegar a la casa, el niño se sacó la ropa envenenada y se fue a lavar con el agua del pozo. Después se tiró a dormir, ya agitado. «Como siempre nos habían dicho que el Roundup no era peligroso él no dijo nada», cuenta Petrona.
Ignorante de lo ocurrido, la hermana del chico preparó un guiso de fideos con carne que toda la familia comió, incluido Silvino a quien su mamá tuvo que insistirle para que dejara la cama. El chico no se sentía bien y se negaba a levantarse. «Me llamó la atención, siempre era de buen comer pero ese día no quería probar nada. Le picaban los ojos y le dolía mucho la cabeza», recuerda la mujer.
Al rato todos comenzaron a descomponerse. Vómitos y diarreas dejaron a la prole de los Talavera con un cuadro de grave intoxicación. Juan les hizo un té con yuyos medicinales y se llevó a la más pequeña, de 3 años, a un dispensario ubicado a 10 kilómetros sobre al ruta que une encarnación con Ciudad de Este. Aún no sabían cuál era la causa del malestar.
En el centro de salud, un médico dijo que la chica estaba intoxicada, le dio unas pastillas y recomendó reposo y dieta para toda la familia. Al volver Juan supo la verdad, pero decidió esperar pensando que con un poco de ayuno y las hierbas medicinales que su padre y su abuelo usaban para curar «cólicos y males por el estilo», todo pasaría. Pero el Silvino no mejoró.
Dos días después, según consta en el relato de la sentencia judicial, durante el mediodía, Alfredo Lauro Laustenshlager Jaroszuk se acercó con la fumigadora hasta otro lote de soja que se encontraba a 15 metros de la casa de los Talavera. Ayudado por una suave brisa que iba en dirección al rancho, el productor abrió las válvulas de la maquina y, deliberadamente, roció con el plaguicida a toda la familia, ayudado con el viento. En el juicio Laustenshlager adujo que él sólo fumigó su soja pero que no tenía intención de perjudicar a los Talavera. El tribunal no le creyó.
«Tuve que poner a los chicos debajo de un plástico para que no respiren el veneno. A Silvino, que estaba peor de todos, también lo traje, pero todos respiramos. El agroquímico me mató a todos los animales que tenía, además de envenenarme una pileta que teníamos para criar algunos peces para comer. Nada quedó de todo aquello», dice Juan.
Cuando pasó el chubasco de Roundup, y Laustenshlager se fue, Petrona vio que su hijo, cada vez en peor estado, se quejaba de intensos dolores en todo el cuerpo. Desesperada, lo llevó al dispensario. De allí los derivaron al hospital de Encarnación.
A pesar de su asepsia, el relato judicial estremece: «Siendo las 13.30 horas aproximadamente, llegan al Hospital Regional de la ciudad de Encarnación. El menor Silvino Talavera, llega con signos de schock, sudoroso, pálido, obnubilado (entre dormido y despierto) con fiebre alta (39º grados) y es atendido por la doctora Fátima Elizabeth Insfran de Rodríguez, llevándosele inmediatamente a la sala de primeros auxilios, donde sufre un primer paro cardiorrespiratorio, y a través de técnicas de resucitación, el paciente se recupera, transcurridos unos quince minutos del primer paro vuelve a sufrir otro paro cardiorrespiratorio, falleciendo.
En algunas de las víctimas de las fumigaciones realizadas por los acusados, se constató componentes químicos de producto fitosanitarios, como ser carbamato, fenol y glifosato». El glifosato es la base del producto de Monsanto Roundup, y se encuentra registrado en Paraguay con el nº 131, certificado de libre venta nº 629. Los demás componentes integran otro producto llamado Cypertec, que se utiliza mezclado con el Roundup, registrado bajo el nº 2287 con certificado de libre venta.
Si bien el certificado de defunción señala que Silvino murió de un paro cardiorrespiratorio, el tribunal consideró al agroquímico como el causante de la descompensación general del niño. Pero la pérdida de su hijo no finalizó la macabra secuencia de imágenes que Petrona recrea en su memoria cuando relata todo el sufrimiento que vivió. «Una hora después volvíamos con el cuerpito de mi hijo en un auto para enterrarlo en nuestra tierra. Yo lo llevaba sobre mí porque no me quería separar de él, cuando de repente del cuerpo ya muerto comenzó a salirle sangre media coagulada de sus oídos, nariz y boca. Nunca he visto una cosa igual», cuenta la mujer con la tragedia pintada en el rostro.
Si el agroquímico fue la causa, la desnutrición que mostraba el chico, producto de las míseras condiciones en que vive su familia, fue el contexto en que el envenenamiento encontró las condiciones para terminar con la vida de Silvino.
Fabricantes de la muerte
Según el Movimiento Mundial de Bosques (WRM por su sigla en inglés) «los impactos que los herbicidas a base de glifosato pueden tener sobre la salud humana son variados: daños genéticos, tumores en la piel, problemas de tiroides, anemia, dolores de cabeza, sangrado de nariz, mareos, cansancio, náuseas, irritaciones de ojos y piel, asma y dificultades respiratorias, entre otros. Diversos estudios indican que existe una relación entre los herbicidas a base de glifosato y el linfoma no Hodgkins, un tipo de cáncer». Los peritos que intervinieron en el juicio de Silvino señalaron que las intoxicaciones se producen por vía de la dermis en el 95% de los casos.
Pero falta de información sobre los productos de Monsanto no es nueva. Vale recordar que la misma empresa ocultó durante 50 años que el DDT era un producto cancerígeno. Ahora está prohibido.
Entre otras perlas curriculares, la empresa norteamericana fue una de las proveedoras del famoso Agente Naranja, agroquímico que el ejército norteamericano utilizó para desfoliar millones de hectáreas de selvas en Vietnam con el objetivo de combatir a las guerrillas que resistían la invasión, y que murieron o sufrieron graves consecuencias tras intoxicarse con el químico. Por el hecho la empresa debió pagar 80 millones de dólares en indemnizaciones a cientos de veteranos del ejército americano que sufren las consecuencias de haber estado en contacto con dicho producto, denominado naranja" por el color de los bidones donde se lo fraccionaba.
Las consecuencias entre la población vietnamita aún hoy no son mensurables pero sus efectos pueden observarse entre los fetos deformes que se encuentran, enfrascados, en el hospital Tu Du de la ciudad de Ho Chi Min.
La periodista e investigadora francesa Marie Monique Robin aseguró durante su reciente visita a Argentina, adonde llegó para difundir el documental El Mundo según Monsanto, que «el Roundup destruye todo, cualquier cultivo menos la soja transgénica, y genera gravísimos problemas de salud para las personas».
Petrona Villasboa y Juan Talavera tienen claro que esto es cierto. Su pelea, para que los culpables de la muerte de su hijo sean condenados sigue intacta. «Queremos que Monsanto se haga responsable del daño que nos ha causado. Y no vamos a dejar de pelear para que la muerte de nuestro hijo enseñe a los campesinos y trabajadores del campo lo que los agroquímicos les pueden generar a la salud de la gente», dice Petrona.
Mientras, la familia Talavera espera cobrar la indemnización del juicio civil que también ya ha ganado para dejar esa tierra envenenada.
- ¿A dónde van a ir Petrona?
- A Argentina, a Misiones. Allá dicen que están mejor.
Una familia perseguida por las tragedias
Petrona Villasboa forma parte de una familia que lleva décadas siendo perseguida por gobiernos, parapoliciales y hacendados paraguayos. Su padre, Manuel Villasboa, era un pequeño campesino que integró las legendarias Ligas Agrarias en la década del '70. Esta organización proponía entonces la reforma agraria en Paraguay, por lo que se granjeó la furia del dictador Alfredo Stroessner.
Petrona recuerda a su padre como un dirigente campesino luchador, sencillo y consecuente que nunca dio el brazo a torcer ante las injusticias cotidianas que sufrían las comunidades campesinas paraguayas. «Fue perseguido y torturado por la dictadura. Recuerdo como si fuera hoy un día que tuve que ver, con cinco años, como torturaban a mi papá haciéndolo tomar 10 litros de agua. Querían que dejara la lucha. Pero él huyó, dejó el lote que teníamos en el departamento Misiones, y toda la familia lo seguimos hacía el exilio interno en Obligado, un departamento ubicado al norte del país», cuenta Petrona.
Pero para que el hombre huyera los parapoliciales, que integraban una de las Comisiones Garrote –grupo denominado así por los instrumentos que utilizaban para apalear a los campesinos opositores a Stroessner hasta matarlos- les quemó el rancho a los Villasboa, después de robarles los animales y la cosecha lista para ser llevada al mercado.
De esta forma Petrona se ha acostumbrado a tener sucesivas pérdidas en su vida. Su cara está trazada por arrugas, desubicadas para sus 41 años. Pero es que la existencia no le da descanso a esta mujer aguerrida que pareciera llevar su destino a cuestas, como los esclavos en Egipto cargaban las piedras para construir las pirámides.
Tras el envenenamiento general que sufrió su familia con Roundup, una de sus hijas, de 17 años, tuvo un hijito que nació con una malformación llamada hidrocefalia. Los médicos les dijeron que la malformación podría ser genética pero que probablemente fuera producto del plaguicida que la adolescente había aspirado. Al igual que sus pares vietnamitas, la chica vio como su hijo se iba deformando a medida que crecía. Pero a los cinco meses el bebé murió. «Ella todavía no puede recuperarse del dolor que siente. Su compañero la dejó porque dice que ella no sirve para tener hijos», cuenta Petrona.
También murió un hermano de Petrona, Serapio Villasboa, apuñalado por la espalada el mismo año en que murió Silvino. «Lo encontraron tirado en un zanjón, con el cuerpo en estado de descomposición. Él fue uno de los que más me ayudó en los primeros momentos cuando no sabíamos qué hacer, tras la muerte de mi hijo. Lo asesinaron cuatro meses después de que muriera Silvino, pero todavía la justicia no ha encontrado al criminal que lo apuñaló. Para mí es imposible separar los crímenes de mi niño y de Serapio, todo tiene el mismo origen», afirma en voz baja pero firme.
La propia mujer fue amenazada de muerte por un peón de su vecino hacendado Schlender si no dejaba de reclamar justicia. «Uno me amagó con partirme la cabeza con un machete, acá a 300 metros de mi casa. Pero le dije que me mate porque no le voy a aflojar.
Fuente: Barómetro Internacional
http://www.barometro-internacional.org/
https://www.alainet.org/es/active/27127
Del mismo autor
- El agente naranja de la soja 26/10/2008