El negro en una sociedad pretendidamente blanca

30/09/1995
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Buenos Aires fue uno de los principales puertos donde atracaron los barcos negreros que secuestraron en nuestra Madre Patria Africa a mis ancestros y a los de ustedes. En lo que es el actual territorio de la República Argentina no hubo plantaciones o minas que implicaran la presencia de un gran número de esclavos, pero si sirvió nuestro país como ruta para que miles de nuestros antepasados fueran trasladados hacia Potosí, para la siniestra explotación minera o para trabajar en la Casa de la Moneda, donde aún hoy pueden verse los inhumanos alojamientos que tenían en la parte superior del edificio, que son conocidos como "duenderas". Muchos fueron quedando en esa ruta como sirvientes o haciendo trabajos artesanales en las ciudades fundadas por los españoles, entre ellas, Santa Fe de la Vera Cruz, que es una de las más antiguas del país. Las cifras que dan los censos coloniales muestran una importante presencia de africanos en Argentina. Según el padrón de 1778, sobre un total de 210.000 habitantes, por lo menos 80.000 eran negros, mulatos y sambos. En algunas ciudades constituíamos el 60% de la población, en otras el 45% o el 30% como en Buenos Aires, según el censo de 1810. En Santa Fe, hay presencia negra, ya en su primer asentamiento (Santa Fe la Vieja, 1573). Tal es el testimonio que surge del trabajo arqueológico realizado en las ruinas descubiertas por Don Agustín Zapata Gollán, donde se han encontrado extraordinarias piezas cerámicas (cabezas, pipas, etc.) de origen africano. En su testamento Doña Jerónima de Contreras, hija legítima del fundador de Santa Fe, Don Juan de Garay y mujer del Gobernador Hernandarias de Saavedra, declara que tiene sesenta y cuatro piezas de esclavos grandes de los Angola, sin contar los que ha donado al Convento Franciscano de Santa Fe, a Fray Juan de Buenaventura, franciscano que la asistió durante más de 10 años y a sus hijas, a sus yernos y a sus nietos. Al ser expulsados los Jesuitas de Santa Fe, poseían más de 700 esclavos. A falta de documentación e investigaciones profundas, siempre se ha dicho que el número de esclavos en Santa Fe no ha sido muy numeroso, no hay datos de Santa Fe en el mencionado censo de 1778, cifras de 1760, dan menos de un 20%, número que nos parece no muy creible. La Sra. Lina Beck-Bernard cuenta en "Cinco Años en la Confederación Argentina" sobre el malestar que provoca en muchos santafesinos el pronunciamiento del Gral. Justo José de Urquiza sobre la libertad de los esclavos (posiblemente en septiembre de 1852) y da una idea de la cantidad de esclavos existentes en tan avanzados años del siglo pasado: "Dama hubo propietaria hasta esta mañana de 30 o 40 sirvientes, que se vio obligada por la noche a trabajar ella misma en la cocina para prepararse el sustento y se dio el caso de algún estanciero en cuyas chacras trabajaban hasta 100 esclavos, que se encontró solo y abandonado por sus peones, de un momento a otro". Borrados de la historia De repente, como por arte de magia, hacia fines del siglo XIX habíamos desaparecido milagrosamente, para beneplácito de la sociedad en general. Respecto a esto es interesante un párrafo del informe del Censo de 1895: "No tardará en quedar su población (la del país) unificada por completo, formando una nueva y hermosa raza blanca producto del contacto de todas las naciones europeas fecundadas en suelo americano." Los historiadores intentan explicar la "desapararición" de los afroargentinos fundamentándola especialmente en la participación masiva que tuvieron en todas las guerras del siglo pasado. Nuestros abuelos fueron carne de cañón durante las invasiones inglesas de 1806-1807; cruzaron, muchos de ellos encadenados, los Andes integrando el Ejército Libertador de San Martín, llegando incluso hasta aquí, a Lima; participaron en las innumerables guerras intestinas del país, y el golpe de gracia fue indudablemente la nefasta Guerra de la Triple Alianza contra nuestros hermanos paraguayos. Se agregan tres causas más: la importante mortandad, versus una baja natalidad, consecuencia de las pésimas condiciones de vida (es importante recordar la epidemia de fiebre amarilla que azotó a Buenos Aires y especialmente a los afroargentinos); el fin del tráfico esclavo que estipula la Asamblea del Año XIII (aunque en los hechos el ingreso de africanos continuó. Durante el gobierno de Don Juan Manuel de Rosas se reabre el comercio de esclavos en dos oportunidades); y por último se menciona el alto nivel de mestizaje, la falta de hombres por su presencia en la guerras y la entrada de inmigrantes blancos europeos. No hay que descartar que muchas hermanas negras se hayan casado con blancos para que su hijos pudieran tener mejores posibilidades, dado el alto grado de racismo de la sociedad. Estas cuatro causas, muy lógicas y muy razonables, no explican la peor de las desapariciones: nos borraron de la historia, no existimos, nada hemos aportado. Somos una curiosidad exótica. Esto no puede entenderse si no analizamos el mito de la "Argentina Blanca", mito que se construye hacia finales del siglo pasado con la llamada "Generación del 80" y que presenta como antecedente y base ideológica la obra de Do-mingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi. El mito de la "Argentina blanca y europea" Sarmiento veía que nuestros habitantes no eran blancos, sino mestizos y mulatos. En esta condición "inferior" creyó descubrir el origen de su incapacidad para la democracia civil. La única esperanza para la Argentina es la inmigración. El pensamiento de Sarmiento es profundamente racista, sostiene el historiador norteamericano Reid Andrews: "A pesar de ser Sarmiento considerado el padre del sistema educacional argentino, creía que las ideas y el esclarecimiento no tanto se aprende, como que se hereda genéticamente. La instrucción sola no sería suficiente para sacar a la Argentina de su barbarie, se requería una real infusión de genes blancos". Alberdi, cuya obra "Base y Puntos de Partida para la Organización de la República Argentina" tuvo capital importancia en la Constitución Nacional de 1853, que todavía está vigente, sostenía que los argentinos "Somos europeos adaptados a vivir en América. (...) Todo lo que en América llamamos civilización es europeo". Se diferenciaba de Sarmiento en cuanto al tema del mestizaje; mientras éste se oponía totalmente y propugnaba el desa-rrollo de las razas por separado, Alberdi en cambio deseaba la mezcla racial, "pues los genes blancos superiores, la mezcla de razas produciría el mejoramiento indefinido de la especie humana". Estas ideas eran (y en muchos casos actualmente son) compartidas por la inmensa mayoría de la población. Esto genera una sociedad profundamente discriminatoria, donde nacer "diferente" o tener prácticas "diferentes" que rompan la uniformidad oficializada, presenta consecuencias que se manifiestan de muchas maneras, pero que fundamentalmente lesionan la autoestima de los discriminados, generan vergüenza, timidez o directamente conducen a la alienación, al querer ser lo que no se es, para terminar no siendo nada. El estigma de ser diferente En este país orgullosamente "europeo" y pretendidamente "blanco", nacer con todos los rasgos y el color de nuestros antepasados esclavos genera un estigma que una debe llevar como un "sambenito" que advierte sobre nuestra "inferioridad" y también nuestra "peligrosidad" al poner en jaque y en cuestionamiento la "blanquitud" mitificada por nuestra historia y consensuada por la sociedad. Este estigma pasa a formar parte de una misma, pero una parte reprimida, dolorosa, algo de lo que se puede hablar. Una se va dando cuenta que es "diferente", la oveja negra en un rebaño blanquísimo, una especie de "patito feo", que casi nadie trata como a un ser igual. Para decirlo con palabras de James Baldwin: "La gente nos mira como si fuésemos cebras. Y ustedes saben... hay gente que les tiene simpatía a las cebras y otras que no. Pero nadie trata a las cebras como a personas." En la calle somos mirados como algo curioso, extraño. Por lo menos una vez al día, alguna señora rubia o un señor muy educado me preguntan: ¿Y Ud. de donde es?. Otros tratan de ayudarte (repitiendo el esquema familiar) tratándote como una mascota o tocándote el pelo porque dicen "que trae suerte". Más traumatizante es el mito sexual: ser negra es ser ardiente, toda una garantía de placer erótico, algo aceptado por todos. Cuando era más joven me preguntaba: por qué en la televisión, las blancas nunca mostraban los senos, y a las negras y a las aborígenes las exhibían siempre con sus grandes y hermosas tetas al aire. El origen de este mito sexual debe buscarse en las violaciones que nuestras abuelas esclavas sufrieron sistemática y calladamente, no solamente en las plantaciones, sino también en las casas de familia donde servían. Entonces una trata de encontrar similitudes, buscar al igual. Esto se da en dos planos, uno general, agrupándonos y simpatizando con otros "diferentes", con otros que también llevan a cuesta el estigma; y un plano específico, al tratar de juntarnos con otros negros, que en general, solos y guachos por ahí, andan tan en pelotas y desorientados como una. Esto trae una serie de consecuencias. En primer lugar comenzamos a encontrar información, empezamos a darnos cuenta que tenemos una identidad étnica y que tenemos una historia, que debemos reconstruir en pequeños retazos, ya que en la "oficial" hemos misteriosamente desaparecido sin dejar rastros. A esto hay que agregar el agravante, que, en líneas generales, nuestros padres, en pos de una supuesta integración, poco o nada nos han transmitido de esa pertenencia étnica. Aquí es donde comenzamos a elaborar intelectualmente, comenzamos a reconciliar nuestro cuerpo y nuestras sensaciones con nuestra mente y empezamos a tener conciencia de quienes somos, de que somos. Es como encontrar el remedio a ese síntoma doloroso que generó el estigma. Ya se puede hablar, se puede decir, que una es negra, se puede gritar que al fin, somos. De allí pasamos a un tercer estadio, el orgullo, la recuperación de la autoestima, la cicatrización de esa llaga abierta y de ese malestar que nos acompañó desde niñas. Este orgullo, este sentir que somos hermosos, bellos, portadores de una cultura milenaria y descendientes de esos bravos esclavos que lucharon siempre y constantemente por la libertad y la dignidad. Todo esto hace a la destrucción del estigma, a la revalorización de una misma, que va a permitir el crecimiento individual y lo que es más importante, no quedarnos allí, sino hacer toda una acción de difusión, una militancia de la negritud, para poder nivelar, para poder recuperar cuando se nos ha quitado y poder lograr la destrucción de la repetición de este esquema, pudiendo a través de este compromiso militante adquirir un saber, que ya no será solo intelectual, sino que se ha transformado en un saber comprensivo, que no solo anida en nuestra mente sino en cada poro de la piel. * Integrante de la Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana de Santa Fe, Argentina * Este documento es parte de "Afroamericanos: Buscando raíces, afirmando identidad", serie Aportes para el Debate No. 4.
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