“En España hay una crisis de los relatos”

16/06/2014
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Entrevista a Íñigo Errejón, doctor e investigador en Ciencia Política; jefe de campaña de Podemos
 
Íñigo Errejón es una de las caras visibles de Podemos, movimiento social y político español que irrumpió a escena con la reciente conquista de cinco eurodiputados, convirtiéndose en sólo cuatro meses en la cuarta fuerza del país. En esta entrevista exclusiva, el Jefe de Campaña de la reciente elección, quien además es investigador de la Universidad Complutense de Madrid, brinda valiosos elementos para comprender la naturaleza de un fenómeno que mucho tiene que ver con la crisis social y económica que vive España.
 
Errejón marca como antecedentes de Podemos a “las experiencias de ruptura popular en América Latina” de la última década, y analiza los desafíos venideros tras la abdicación de Juan Carlos de Borbón. Un mano a mano con un protagonista clave de una historia en desarrollo.
 
¿Qué situación se abrió en España tras las elecciones de la Unión Europea, donde tanto el Partido Popular como el PSOE han perdido 5 millones de votos en relación a 2009?
 
Creo que el 25 M fue una elección inédita, con unos resultados electorales inéditos en los 30 años del régimen de 1978 –de la monarquía parlamentaria-, fundamentalmente porque el escenario político se abrió en forma significativa. Los dos grandes partidos dinásticos, los dos grandes partidos del régimen, perdieron 2,5 millones de votos cada uno, y juntos 30 puntos. Es decir: si PSOE y PP sumaban el 81% de voto popular en las pasadas elecciones europeas de 2009, en estas elecciones juntos apenas han sumado el 49%.
 
Se quebró el mecanismo de vasos comunicantes por el cual el desgaste de un partido lo capitalizaba el otro partido, y así los consensos fundamentales del régimen quedaban protegidos en ese “juego de alternancia” dentro de los mismos consensos. Que se hayan abierto grietas, ese es el hecho más destacable: ahí es donde también se ubica el resultado de Podemos, con 1.250.000 votos -un 8%- la cuarta fuerza nacional (y la tercera en algunas regiones, como Madrid o como Asturias). Fue un impacto, además de cuantitativo, cualitativo: un impacto en la vida mediática, en la vida cultural, y en las discusiones políticas del país. Podemos es ahora un fenómeno del momento.
 
Lo más importante, además, es que frente a quienes hacían un análisis estático, rígido, desde la derecha pero también desde la izquierda, que decían “básicamente las posiciones ya están definidas en el tablero político español, y se puede sólo ganar un poquito en el margen a la izquierda del PSOE o al margen derecho del PP”. Nos decían que la participación de Podemos, en el mejor de los casos, sacaría un escaño, que se lo “quitaría” a Izquierda Unida. Creo que el discurso transversal de Podemos ha demostrado que hay muchas más posibilidades, que las lealtades no están conformadas ahora mismo en la política española -porque hay una crisis de los relatos y de las certezas fundamentales- y que hay condiciones para una mayoría nueva, para una mayoría para el cambio político, que no se va a expresar con las etiquetas viejas, y que puede abrir un tiempo político de rechazo de las políticas de ajuste y en pos de una apertura democrática y constituyente.
 
¿Cuál fue la fortaleza de la campaña de Podemos? ¿Supo captar cierto descontento en la ciudadanía que se venía expresando desde la aparición de los “indignados” del 15M?
 
Esto es siempre fácil decirlo a posteriori, pero había ya condiciones culturales y políticas sedimentadas como para hacer una campaña así. Creo que eso lo demostró el Movimiento 15M -el ciclo político de protesta abierto el 15 de mayo de 2011-, y su impacto en la cultura política española. Nosotros nos preguntábamos como era posible que un movimiento ciudadano impugnatorio, radicalmente democrático, hubiera tenido tanta simpatía y que luego eso, que se daba en el nivel digamos de la sociedad civil, no se trasladara a los equilibrios electorales –y que en el plano electoral siguieran operando los principales actores-.
 
Se habían cambiado aspectos fundamentales del sentido común de época, se habían abierto posibilidades de que problemas que antes se vivían como individuales, ahora se vivían como colectivos, políticos, responsabilidad de las élites tradicionales, de las élites viejas del régimen, y se había abierto también la posibilidad de disputar los grandes términos: democracia, ciudadanía, país. Grandes términos que antes estaban permanentemente –y exclusivamente- en boca de los discursos de los poderosos, para justificar su proyecto político y económico, y que ahora son palabras sobre las que se dieron una lucha. Este fue sin dudas el primer punto.
 
En segundo lugar, hubo también un aprendizaje que algunos de los impulsores, y desde luego la gente que trabajó en la campaña electoral, ha hecho de las experiencias de ruptura popular en América Latina, y de cómo en determinadas circunstancias de descomposición de un sistema político viejo pueden emerger figuras outsiders que hagan de catalizador de posibles mayorías nuevas -mayorías que desborden el orden existente-, han contribuido. Una lección sobre la configuración de identificaciones populares nuevas que atraviesen las etiquetas viejas.
 
La tercera pata sería la visibilidad mediática de los portavoces de Podemos, en particular del N°1 de la candidatura, Pablo Iglesias. Esas fueron las tres columnas que han sustentado un diseño que tiene profundas raíces intelectuales y culturales –y que llevábamos tiempo discutiendo- y que ha sido capaz de irrumpir en estas elecciones, desafiando algunos tabúes tradicionales de la izquierda también, algunas de las “verdades rígidas”, y atreviéndose a lanzar una hipótesis arriesgada, pero que finalmente parece haber servido de herramienta para canalizar una voluntad de cambio amplia, pero que creo que es además mayor que la que se mostró el 25M. Creo que, como están reflejando las encuestas –que en todo caso son sólo encuestas-, si se votase hoy los resultados serían incluso más favorables para Podemos de los que fueron el 25 de mayo.
 
Junto con todo eso, la campaña asumió que había que recuperar algo que el pensamiento conservador liberal había estado durante mucho tiempo denigrando: la pasión política, el goce de la identificación común, de sentirse parte de. Ese despliegue de un relato que pusiera mucho eje en las ilusiones, en la capacidad de generar emociones compartidas, en la disputa simbólica –y que ya digo el relato liberal conservador llevaba tiempo negando, como una cosa de pueblos ´poco educados políticamente´, porque se supone que los pueblos muy educados políticamente son aquellos en los que los individuos acuden fría, solitaria y racionalmente a las urnas-. Esa puesta en marcha de las emociones y de la ilusión se ha convertido en un multiplicador de una campaña viral. Y no viral sólo porque se haya hecho en las redes sociales, sino porque ha sido posible gracias a que mucha gente corriente se ha iniciado con ella y ha puesto un poco de sus recursos a su servicio. Así hemos conseguido irrumpir sin el favor de los grandes poderes, y sin deberle nada ni a los bancos ni a las grandes empresas.
 
¿Cómo influye la abdicación de Juan Carlos de Borbón en el escenario político general que venís describiendo? ¿Qué actitud han tomado tanto el PP como el PSOE al respecto?
 
Yo creo que la abdicación del Rey ha podido ser perfectamente acelerada o precipitada por los resultados del día 25 de mayo, que demostraron que se ha rasgado ese encantamiento por el cual la política en España es un juego de dos que están de acuerdo en lo fundamental –PSOE y PP-. Y una vez que eso se rasga, se abre el escenario para que ocurran cosas inéditas. En previsión de eso, que desde luego no es un escenario inmediato, hoy vemos un escenario político en España en el que pueden pasar más cosas que antes. Por ello los partidos dinásticos se han acelerado, se han apresurado, a cerrar la cuestión sucesoria. Entre otras cosas porque para cerrarla necesitaban dos tercios de votos en el Parlamento español, y hoy en día el PSOE-PP reúnen esos dos tercios sin problema. Sin embargo, si el parlamento estuviese compuesto según los resultados de las pasadas elecciones europeas, tendrían muchas mayores dificultades para reunir esos dos tercios.
 
Así que, ante la previsión de que en el futuro se puedan alterar los equilibrios en el sistema político, y pueda mermarse esa gran mayoría de orden, esa gran mayoría de régimen, que hoy gobierna casi en ´gran coalición´, creo que se han apresurado a solucionar la cuestión de la sucesión. Esto, por otra parte, es un síntoma más de cierta descomposición de un orden político, cultural e institucional que parecía muy sólido hasta que un ciclo de protestas, la impugnación ciudadana, y su propia descomposición –fruto de la corrupción, de la estrechez de su proyecto de país- lo han demostrado marcadamente débil. Una vez que ha sucedido eso, ha habido movilizaciones –las últimas es verdad que no han sido tan grandes como las primeras-. Hay que decir que los sectores dominantes no están del todo incómodos discutiendo entre monarquía y república, porque esa es una discusión que es fruto de su victoria cultural durante la transición, y remite a mucha gente al escenario de la guerra civil o de la revisión del pasado. En ese tema, todavía, los partidos del régimen son capaces de suscitar una aceptación pasiva mayoritaria. Sin embargo, como evidencia de una élite política que se empeña en ser sorda, y que cree que todavía pactando entre PSOE y PP se simula un consenso nacional, y por tanto su voluntad de escatimarles a los ciudadanos su derecho a votar y a decidir sobre esta cuestión. Han accionado como están acostumbradas: pactando entre ellas en secreto en los despachos, e imponiendo un trámite a toda velocidad para no tener que pasar por el escrutinio público.
 
¿A quién le “pasa factura” esto? Sobre todo al PSOE, cuyas bases, que son honestamente progresistas, rechazan esto en su mayoría. Preferirían ser consultadas, y preferirían votar. Como rechazan muchas de las políticas económicas que su partido desarrolló al dictado del FMI, del Banco Central Europeo, y de la Comisión Europea. Es la crisis del PSOE el elemento político central de la crisis de régimen, y la que abre el espacio político para nuevas mayorías en España.
 
¿Qué desafíos se abren ahora para Podemos? ¿Cuáles son los retos para un cambio político transformador?
 
El principal reto es estar a la altura. Estar a la altura significa ser capaces de ir desarrollando una estructuración de Podemos como movimiento político, que no obstante no lo cierre, y que lo haga una herramienta útil para la unidad popular y ciudadana. Es decir: producir una palanca útil para el cambio político en España. Eso pasa por muchas cuestiones: organizativas, de dirección política, de formación. Tiene también que ver con ser capaces de aprovechar una oportunidad histórica, pero estrecha, que se da en el sistema político español, en un momento en que las principales fuerzas políticas están a la defensiva y en repliegue (pero dicho repliegue, claro, no durará para siempre). Esta situación de vulnerabilidad de “la casta”, de las élites tradicionales, tampoco va a durar siempre. 
 
Por tanto creo que la hipótesis que tenemos entre nosotros, es una hipótesis de nuevo arriesgada, y que exige audacia: ser capaces de precipitar un proceso de construcción de una voluntad popular mayoritaria y nueva, en el plazo corto o medio, o sino, ceder la iniciativa a una “restauración” por arriba, oligárquica, que va dirigida a distribuir el poder a una minoría que gobierna, desposeyendo a las mayorías sociales. Es decir: que la trasformación del país la comande la oligarquía, o que la transformación del país sea en un sentido constituyente y democrático, es el reto al que nos enfrentamos.
 
Juan Manuel Karg / @jmkarg
Licenciado en Ciencia Política UBA / Periodista
Investigador del Centro Cultural de la Cooperación
 

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