Educación por competencias: el retorno del fundamentalismo

22/05/2014
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Entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, como reflejo del ideario humanista y democratizante que engendraran las revoluciones burguesas europeas, la educación del pueblo –la “educación del soberano”, según la consigna de la época- en oposición a la aristocrática, dogmática y memorista del feudalismo, emergió como uno de los lemas más atractivos y legitimadores del pensamiento y la acción de los protagonistas de la emancipación   política –y no económica- de América Latina. Basta evocar los nombres de Eugenio Espejo, Andrés Bello, Simón Rodríguez y el propio Libertador Bolívar para refrendar el aserto.
 
Las revoluciones liberales de fines del XIX, victoriosas después de largas y cruentas confrontaciones con los herederos del poder de los peninsulares españoles, lograron la implantación de la educación laica y gratuita para la formación de los niños y jóvenes de estas latitudes, en un proceso que no fue automática y menos apacible.
 
De la universidad escolástica a la universidad republicana
 
En lo que concierne a la educación superior, específicamente, fue necesaria la eclosión estudiantil en la Universidad de Córdoba, Argentina, a mediados de 1918, para que fructifiquen en estas tierras los postulados humanistas, antiautoritarios y positivistas/progresistas del Iluminismo, y comiencen a declinar los sistemas universitarios de corte medioeval aclimatados en Nuestra América por estados oligárquicos y caudillistas.
 
Expuesto de otro modo, la rebelión cordobesa, al inaugurar “el segundo gran momento de unidad hispanoamericana después de la lucha contra la Corona española a comienzos del XIX”, permitió  que adquirieran viabilidad política y jurídica postulados iconoclastas para el quehacer de los institutos superiores, como la autonomía académica, la libertad de cátedra, el cogobierno docente-estudiantil, la apertura de concursos para acceder a la docencia, la difusión extramuros del saber.
 
Hugo Biagini recuerda dos ideas-fuerza de filiación filosófico-política que habrían sustentado la “explosión” cordobesa. La primera, la creencia en la insurrección como un “derecho sagrado”; y, la segunda, la necesidad de repudiar la servidumbre intelectual en los claustros universitarios. Para ilustrar esto último, cita fragmentariamente un memorial de agravios de la época, en el cual se había escrito: “Los directores de nuestra enseñanza se han limitado a importar métodos y planes alemanes o franceses, yankees o italianos, los que, como debía esperarse, han fracasado, produciéndose en los educandos un prematuro escepticismo que hace abortar los más bellos ideales”. (Ver La contracultura juvenil de la emancipación a los indignados, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2012)
 
No resulta fortuito que este orden de fermentos cristalizara diferencialmente en la mejor época de la universidad latinoamericana, realidad verificable sobre todo en la formación de profesionales aptos para avanzar en la consolidación de nuestros estados-nación, así como en el florecimiento de líneas de reflexión y prácticas orientadas a la defensa y enriquecimiento de las culturas vernáculas en la línea proclamada por Martí (¡Injértese en nuestro árbol el mundo, pero el tronco tiene que ser nuestro!). Tareas estas respaldadas por dirigencias políticas de vocación republicana.
 
En el ámbito de la investigación científica y su proyección tecnológica, los aportes habrían sido menores dada la simplicidad de los esquemas productivos basados en el modelo primario-exportador e incluso de la estrategia industralizante en su primera fase (sustitución “fácil” de importaciones).
 
De todos modos, cabe subrayar que los buenos tiempos de la universidad profesionalizante (“napoleónica”) en América Latina comenzó a cambiar de signo desde mediados del siglo XX entre otras causas por la agresiva penetración en la segunda posguerra del capital monopólico internacional, particularmente estadounidense, que vino a sobredeterminar la erosión –a veces muy tempranamente- de los proyectos de capitalismo nacional con soporte en la llamada industrialización sustitutiva.
 
Desde luego, en ese declive universitario jugaron su propio rol aberraciones de distinta índole incubadas en los propios centros superiores, como los sectarismos políticos de distinto signo, la burocratización docente y administrativa, el facilismo estudiantil.
 
Reformas neoliberales: la ruta a la educación mercado-céntrica
 
El agotamiento de los proyectos de capitalismo nacional autónomo -incluso con perspectivas de transición al socialismo, como en el caso del Chile de la Unidad Popular- con sus concomitantes estados intervencionistas, desarrollistas e industrializantes, situación ostensible hacia los años 60 y 70 del siglo pasado, derivó en el desgaste y ulterior caída de gobiernos nacionalistas y populares y en la subsecuente instauración de regímenes promonopólicos y, por lo mismo, proclives al aperturismo y a una reprimarización radical de nuestras economías. 
 
En aparente paradoja, la aplicación de la estrategia neoliberal y sus fetiches economicistas –Estado mínimo para los sectores mayoritarios, Estado máximo para los poderosos de adentro y de afuera; libre juego de las “leyes” o “fuerzas” del mercado, flexibilización (flexplotación) laboral, integraciones-desintegradoras, etc.-  no quedó confinada a las dictaduras terroristas de los Pinochet, Videla et al, sino que, al paso de poco tiempo, devino una estragia/ modelo adoptado también por los regímenes nominalmente democráticos.
 
Concretamente, a partir del shock de la deuda de 1982, en la práctica totalidad de naciones latinoamericanas se operó una readecuación conforme a los recetarios antinacionales y antipopulares sugeridos-impuestos por el Gran Capital a través de entidades como el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) o la Organización Mundial del Comercio (OMC), la famosa “tríada del mal”.
 
A los fines de este estudio, no aparece necesario desglosar los impactos macroeconómicos de la instrumentación de las fórmulas recesivas y regresivas preconizadas por el neoliberalismo. Aparece, en cambio, útil rememorar, aunque sea de modo impresionista, los efectos de la referida estrategia promonopólica en el campo de la educación.
 
Aludimos, con lo anterior, a que los recortes presupuestarios de cuño fondomonetarista, impulsados internamente por fracciones políticas y empresariales conservadoras-modernizantes, significaron, por un lado, la liquidación de los mini Estados sociales que se habían configurado en nuestras naciones especialmente a la sombra de coyunturas favorables del comercio exterior; y, por otro, a que el sector laboral (para no referirnos a sus segmentos de subocupados y desocupados) se viera abocado a recurrentes reducciones de sus salarios reales y, por lo mismo, a afrontar en condiciones cada vez más desmedradas la educación de su prole.
 
Expuesto de otro modo, el relajamiento de los estados en el cumplimiento de sus responsabilidades republicanas de proveer de educación solvente y gratuita a los más vastos contingentes sociales de conformidad con las grandes metas de la nación se tradujo en la degradación de los establecimientos públicos y en una improvisada y geométrica expansión de los establecimientos privados –desde parvularios hasta universidades- fundados con fines crematísticos para atender la demanda especialmente de las familias privilegiadas.
 
Más allá que estos procesos se cumplieran diferencialmente en nuestros países hacia fines del siglo pasado, aparece incuestionable que abonaron el terreno para la implantación cada vez más rigurosa y generalizada de la educación de mercado.
 
La acumulación por desposesión como fundamento de las (contra) reformas universitarias
 
La sustitución del paradigma educacional de signo altruista, crítico y humanista de raigambre republicana por un paradigma misantrópico, falsamente cosmopolita e ideológico (en el peor sentido de la palabra) elaborado por los think tanks de las viejas o nuevas mecas del capital corporativo tendría causas externas-internas del tenor siguiente:
 
° El proceso predominante en la escena internacional contemporánea constituye, sin duda, la mundialización y financiarización del modo de producción capitalista; un fenómeno comandado por la banca transnacional y los gigantes conglomerados productivos de bienes y/o servicios –de origen estadounidense, europeo, chino, ruso o coreano- cuyo leitmotiv no es otro que incrementar a como dé lugar sus tasas de ganancia. Esta reconfiguración de la economía y finanzas internacionales ha cobrado mayor vigor en este siglo con la emergencia del grupo BRICS, particularmente con la conversión de China en “taller y banca del mundo”, proceso que ha desplazado a un plano secundario incluso a las decisiones de los Estados primermundistas.
 
° Para los países del “Sur del planeta”, lo anterior ha significado sobre todo el reforzamiento de su rol de proveedores de bienes primarios al mercado mundial, un proceso que está adquiriendo características cada más inquietantes después del crack financiero del 2008 y de las subsecuentes recesiones de Estados Unidos y Europa, que han debilitado las oportunidades de inversión en las tradicionales metrópolis y ampliado correlativamente las opciones de rentabilidad en las países “periféricos” dentro de un esquema al que autores como Samir Amin, Waldem Bello y David Harvey han bautizado como acumulación por desposesión. Una estrategia que tiende a radicalizarse con el padrinazgo de viejas/nuevas lumpenburguesías criollas.
 
° A este mismo respecto un reconocido economista escribe: “La recompensa que reciben los inversionistas transnacionales en términos de tasas de interés real en las economías en desarrollo (como las latinoamericanas) es superior a lo que pueden obtener en los países desarrollados. Este fenómeno se va a intensificar porque se ha desencadenado ya una feroz lucha por la rentabilidad… Precisamente por eso veremos en los próximos años la profundización de la 'financiarización' de la naturaleza. Es decir, se verá una intervención creciente del mundo financiero para convertir en espacios de rentabilidad todo tipo de bienes naturales (agua, atmósfera, subsuelo, biodiversidad y recursos genéticos). Esto se acompañará de una renovada presión para privatizar todo tipo de bienes públicos”. (Alejandro Nadal: ¿Tiene arreglo el capitalismo mundial?, México DF, 2013).
 
¿Qué vínculo orgánico puede establecerse entre estas nuevas realidades de la economía-mundo y las (contra) reformas educativas, especialmente universitarias, de impronta neo-neocolonialista que adelantan en América Latina tanto los gobiernos ortodoxos como los “revolucionarios”?
 
Más allá de que, con frecuencia, los más altos beneficios para el capital financiero -y corporativo en general- provienen actualmente de operaciones especulativas con poca o ninguna conexión con la economía real, cabe destacar que una invariable recomendación de los expertos en organización empresarial consiste en optimizar/reducir los costos laborales a través de sistemáticos incrementos de la productividad y competitividad de la mano de obra. Para lograrlo, los ejecutivos transnacionales han encontrado dos mecanismos básicos. El uno, la estandarización de los procesos formativos de los profesionales y técnicos (en la línea inaugurada por el estadounidense Taylor y perfeccionada por el fordismo y el toyotismo), y el otro, la promoción de los tratados de integración promonopólica (como el que actualmente negocia el gobierno ecuatoriano con la Unión Europea).
 
Estos requerimientos de los hombres-corporación explican por qué la matriz   de las reformas educativas actualmente en boga tanto en el “centro” como en la “periferia” del capitalismo global corresponda a un elaborado de tecnócratas eficientistas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), acaso el brazo más potente  del capital transnacional, y no a iniciativas de entidades como la UNESCO.
 
(Mayo/2014)
 
- René Báez, economista ecuatoriano, es catedrático universitario, Premio Nacional de Economía y miembro de la International Writers Association.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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