En corto
Instantáneas en blanco y negro
13/03/2013
- Opinión
“El neoliberalismo es el camino que conduce al infierno”.
Hugo Chávez (2002)
Una fotografía da cuenta de un determinado tiempo, de un instante dado. Ni antes ni después. Aquí van tres momentos al 4 de marzo de 2013: 1) en Europa, prosigue la crisis, acicateada por las medidas de austeridad, que resultaron iatrogénicas (medicamentos que agravan más que curan una enfermedad), como sucede en Europa; 2) en Estados Unidos, el debate político entre demócratas y republicanos, llevó a la economía al abismo fiscal, con el resultado de que apenas crecerá 1.5 por ciento este año; 3) en México, se cumplen los primeros 100 días de Enrique Peña Nieto, sin que cambie lo determinante, elmodelo neoliberal.
Por si fuera poco, esta crisis, que se ensaña, como siempre, con los más pobres, agudiza una tendencia que se creía característica y propia de América Latina: a la pobreza estructural, la desigualdad, como sello de la casa.
México es el (mal) ejemplo, donde existen, al menos, dos economías: la de los ricos y la de los pobres. La revista Forbes acaba de dar a conocer su lista de millonarios, encabezados por el mexicano Carlos Slim, con 73 mil millones de dólares. En ella, de un año a otro, se agregaron —¡a mucha honra!— cinco, que concentran 15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), es decir, 148 mil millones de dólares, casi dos billones (millón de millones) de pesos.
En cambio, el ingreso del grueso de la población mexicana, sigue desplomándose, en términos absolutos y relativos (poder de compra). En 30 años (cinco sexenios) de la implantación del modelo neoliberal en el país, el ingreso del paisanaje se redujo 80 por ciento.
Crisis de la política y de la teoría
La crisis económica no se da en el vacío. Representa el fracaso, no únicamente de la política económica, sino de la teoría que la sustenta. Esta teoría se fue construyendo, desde la posguerra, como reacción al keynesianismo, que puso al Estado en el centro de la acción económica: como regulador y promotor de las fuerzas del mercado. Cosa que no aceptaron quienes creyeron que el mercado se autorregula y considera la intervención del Estado como perverso y maligno. Sin embargo, el Estado juega a favor del capital, a través de subsidios y estímulos y cuando se halla en problemas, lo rescata. Por ejemplo, la inversión pública le desbroza, y no al contrario. En la práctica, aunque emplee unaretórica populista y nacionalista, el Estado lo es de la clase dominante, capitalista retórica populista. Sus intereses concretos de clase los hace pasar por los intereses de la Nación.
Lo anterior se refleja en el medio académico, con la formación de sus cuadros para escuelas, empresas y gobiernos, donde se relegan teorías que interpretan y explican la crisis de otra manera y que pueden, mediante otras políticas, darle una salida a la crisis, aun dentro del sistema, como lo fue en su momento Keynes respecto a la crisis de 1929-1933, hace 80 años.
Sin embargo, el neoliberalismo, que es el nombre que adopta la teoría neoclásica desde hace 40 años, y que tuvo como laboratorio a Chile con la dictadura pinochetista –a sangre y fuego—, y cobró carta de naturalización con la dupla Reagan-Tatcher, no acepta que haya fracasado, y todavía se arriesga a imponer, desde el Fondo Monetario Internacional, políticas y recetas que profundizan la crisis.
Al utilizar sofisticadas fórmulas matemáticas y modelos econométricos, creen justificar ideológicamente políticas que no solucionan la cuestión del crecimiento y el empleo, pues para ellos sólo vale el individuo y hacen abstracción de las clases sociales, por no decir la lucha de clases, el motor de la historia.
Esto es más evidente, a partir del movimiento de los indignados en España, que cumple dos años, como una reacción popular a la crisis y las medidas para enfrentarla, que inciden en la mayoría de la gente, en particular a los jóvenes. En medio de una (contra)reforma(anti)laboral, del conservador Partido Popular, se anuncia que hay cinco millones 44 mil desempleados, 328 mil más que en febrero de 2012.
En Estados Unidos, la respuesta a la crisis y reconcentración de la riqueza y el poder fue el movimiento Occupy (Ocupa) Wall Street, que puso en el centro de la discusión el asunto de la desigualdad económica y social, que enfrenta al 99 por ciento con el uno por ciento de la población. En 2007, el presidente George W. Bush reconoció que “la desigualdad en la distribución del ingreso es real; ha venido aumentando por más de 25 años”. Periodo que coincide con la implantación global del neoliberalismo. Entre 1997 y 2007, el ingreso de los grupos más pobres aumentó 18 por ciento; el del uno por ciento de los hogares 275 por ciento.
En China, entre 1990 y 2005, la participación de los ingresos de los trabajadores dentro del PIB pasó de 50 a 37 por ciento, y actualmente 250 mil familias, que representan apenas el 0.4 por ciento de la población china controlan 70 por ciento de la riqueza del país.
Para aquellos que recetan austeridad, que es lo que significan los recortes al gasto público y el déficit cero (como en el caso de México con el nuevo viejo PRI, como lo define Arnaldo Córdova), Paul Krugman, Premio Nobel y columnista de The New York Times, dice que “le recuerdan a aquellos doctores medievales que sangraban a los pacientes y, como resultado, los empeoraban”. O, como observa Joseph Stiglitz, otro Premio Nobel: “La austeridad socaba el crecimiento, empeorando la situación fiscal del gobierno, o al menos produciendo menos mejoras que las prometidas por quienes las promueven”. Y acota: “No se pueden cambiar las malas ideas por la ausencia de ideas…”
A todo esto léase, de Carlos Tello y Jorge Ibarra, La Revolución de los Ricos, publicado por la Facultad de Economía de la UNAM.
Vientos de renovación
Desde América del Sur corrieron vientos de liberación económica, fuera de la doble sujeción: de Estados Unidos y del modelo neoliberal, que acompaña a los regímenes de derecha, de corte conservador—revive una lucha que viene del siglo XIX—, que adoptan aun partidos que se creían socialdemócratas, de centro-izquierda, un centro que se corre a la derecha y revela su verdadera esencia conservadora del statu quo.
En las antípodas de este cambio se ubicaron Brasil y Venezuela. El primero, con Lula se relanzó hasta formar parte del BRIC (junto a Rusia, India, China y China), conjunto de países emergentes que. Dentro de la estructura de mercado capitalista, forman un polo (multipolar) geopolítico de desarrollo, junto con los alicaídos Estados Unidos y Europa.
En Venezuela, en los últimos 14 años, con Hugo Chávez a la cabeza de la revolución, más bolivariana que socialista, se revirtió la utilización de las divisas provenientes del petróleo, hacia las necesidades inmediatas de la población. No se le perdonó que rompiera con la larga tradición de los militares latinoamericanos, que cuando dan un golpe de Estado, lo hacen en resguardo de los intereses de la clase dominante y contra el pueblo. Él hizo lo contrario; de ahí que se le acusara de ir en contra de los ideales de la democracia burguesa.
Con ello, nos metió en un viejo debate sobre el dilema entre la libertad y la justicia social, como si fueran antitéticas y que no pudieran ir juntas en un proyecto político. ¿Qué pesan más: las libertades y los derechos, en abstracto, o la justicia concretada a partir de la satisfacción de necesidades básicas?
Ahora que murió, muchos recuerdos y retratos se han tejido sobre Chávez y el futuro de Venezuela, cuya primera etapa es el próximo 14 de abril, cuando se elegirá su sucesor, entre el “presidente encargado” Nicolás Maduro, vicepresidente con Chávez, y el candidato de la oposición, Enrique Capriles, gobernador reelecto de Miranda, y que perdió en octubre con Chávez.
También se discute sobre su legado y qué tan válido es hablar de chavismo. Lo mismo Mark Weisbrot que el cineasta Michael Moore, Samir Amin, Marta Harnecker, marxista chilena o Eduardo Galeano.
Weisbrot, del Centro de Investigación Económica y Política (CEPR, por sus siglas en inglés), comienza su artículo sobre el legado de Chávez, publicado el 5 de marzo en la edición en inglés de Al Jazeera, citando al filósofo inglés Bertrand Rusell: “BR una vez escribió sobre el revolucionario americano (estadunidense) Thomas Paine, ‘Tuvo errores, como otros hombres; pero fue por sus virtudes por los que fue odiado y constantemente calumniado”.
Observa que “Chávez sobrevivió a un golpe militar respaldado por Washington y a huelgas petroleras que torció la economía, pero una vez que tomó el control sobre la industria petrolera, su gobierno redujo la pobreza a la mitad y la pobreza extrema en un 70 por ciento”. Al mismo tiempo, preparó el camino hacia “la segunda independencia de América Latina, y en especial de Sudamérica, que ahora es más independiente de Estados Unidos que lo es Europa”.
Por su parte, Galeano habla de la demonización de Chávez:
“Hugo Chávez es un demonio. ¿Por qué? Porque alfabetizó a dos millones de venezolanos que no sabían leer ni escribir, aunque vivían en un país que tiene la riqueza natural más importante del mundo, que es el petróleo. Yo viví en ese país algunos años y conocí muy bien lo que era. La llaman la Venezuela Sauditapor el petróleo. Tenían dos millones de niños que no podían ir a las escuelas porque no tenían documentos. Ahí llegó un gobierno, ese gobierno diabólico, demoníaco, que hace cosas elementales, como decir: "Los niños deben ser aceptados en las escuelas con o sin documentos". Y ahí se cayó el mundo: eso es una prueba de que Chávez es un malvado malvadísimo…”
A propósito, en un encuentro con el presidente Barack Obama, Chávez le regaló un libro: Las venas abiertas de América Latina, de Galeano. Un texto indispensable si se quiere conocer la historia del subcontinente, siempre bajo la sombra amenazante del Tío Sam. Y en una intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde unas antes había estado el presidente George H. Bush. “Aquí huele a azufre…”
En fin, el cineasta Michael Moore recuerda cuando se encontró con él en el Festival de Cine de Venecia y Chávez le dijo que “estaba contento de conocer finalmente a alguien a quien Bush odiaba aún más que a él”.
Y uno se pregunta, fuera de Venezuela, si existe un chavismo sin Chávez, y si la mayoría de la población podrá defender, democráticamente, los logros de la revolución bolivariana. Más importante: si la oligarquía interna y Estados Unidos respetarán la voluntad popular.
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