Diccionario aleatorio de términos inciertos

15/12/2020
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Sociedad. La sociedad actual como un todo orgánico es sólo una fábula. El comportamiento de los individuos está regido por leyes igualitarias, las cuales son desoídas generalmente por el conjunto de los ciudadanos, quienes acuden a las autoridades sólo en casos de urgencia extrema o a solicitar ayudas, dádivas o apoyos; pero mientras tanto, casi todos los ciudadanos se comportan tomando ventajas sobre los otros. La sociedad es una abstracción colectivista que no llega nunca a materializarse sino sólo en casos de peligros o amenazas extremas. Mientras tanto, la idea de sociedad sigue dando vueltas en la cabeza de los ciudadanos como si fuera algo real, pero sólo es una idea, una simple idea.

 

Matrimonio. El matrimonio es un contrato legal que obliga a la pareja a respetarse, pero sobre todo a cumplir con normas materiales de convivencia y reproducción de la especie que, en el caso de fallar o cometer un error alguno de los dos (esto siempre será relativo), le serán aplicadas sanciones de la ley, razón por la cual el matrimonio constituye una acción coercitiva, no un acto moral surgido espontáneamente de un acuerdo entre dos individuos, sino un contrato de intereses y tenencia de bienes, supeditado casi siempre a una acción extrema contraria, como el divorcio.

 

Familia. Siendo en teoría el núcleo principal de toda sociedad, la familia por si misma podría tomar iniciativas con otras familias para mejorar el conjunto de la sociedad, más allá de las decisiones tomadas por el Estado al respecto. Pero la mayoría de las familias prefieren vivir apartadas unas de otras aun en la misma colectividad, aguardando los dictámenes del Estado, que a menudo no cumple con sus expectativas. Entonces las familias, en vez de volverse expansivas o creativas, se contraen socialmente mostrando facetas autosuficientes y egoístas; comienzan a competir entre ellas en vez de lograr metas de alianza para robustecer a la sociedad, razón por la cual la sociedad casi nunca muestra avances cualitativos, sino de mero crecimiento material: grandes casas, grandes edificios, metrópolis atiborradas y avenidas cuyos habitantes casi nunca se comunican entre ellos.

 

Propiedad. Los seres humanos nos aferramos a nuestras propiedades como si éstas fuesen eternas: lo que poseemos va cambiando en el tiempo hasta convertirse en otra cosa. Los objetos cumplen sus funciones durante un tiempo determinado y luego ceden su lugar a otros que a su vez les sucederá lo mismo: algunos cambian sólo de lugar, pero al hacerlo también cambia la esencia de su significado.

 

Padres y hermanos. Nuestros verdaderos padres siempre serán quienes nos cuidan, no quienes nos engendran. Y nuestros verdaderos hermanos quienes nos quieren y comprenden. El parentesco filial no asegura la paternidad, maternidad o hermandad, que son cuestiones de sentimientos, y en la parte formativa, de percepción de la mentalidad o el intelecto, y no un fenómeno genético o reproductivo. Aquellos que cuentan con la cercanía de personas comprensivas y sensibles, tienen la suerte de contar con verdaderos padres o hermanos, es decir, de una familia, que no es precisamente un grupo de individuos viviendo bajo un mismo techo.

 

Siglo XXI. Ha sido hasta ahora el siglo de la mediocridad y de la decepción. Han pasado sólo dos décadas, y en la que comienza las cosas parece que irán peor, pues no funcionó el esquema de los mayores recursos en pocas manos y de las grandes mayorías hambrientas y enfermas arrasadas por un virus. El siglo XXI es la caricatura máxima de lo que puede llegar a ser una vida social en coexistencia pacífica. Ni siquiera pudimos procesar lo poco que nos brindó el siglo XX, donde se vislumbraron algunas cosas positivas; pero el XXI se encargó de aplastar aquellos ideales, de pisotear los sueños y de patear al arte. Nos refugiamos en la tecnología creyendo que esta era la panacea, pero la tecnología se volvió contra nosotros, sustituyendo el calor de la vida y de los afectos con aparatos de contacto remoto, imágenes digitales lejanas con las que nos divertimos, como niños ingenuos con un juguete cuyo funcionamiento no comprendemos.

 

Utopía. En el siglo XXI vivimos la anti-utopía o utopía negativa: la distopía, la sociedad que no debe ser. Los escritores de ciencia ficción se los estuvimos diciendo buena parte del siglo XX y creyeron que se trataba sólo de fantasía especulativa; pero ocurre que esta imaginación anticipatoria tiene una base científica real que lamentablemente se está cumpliendo en el XXI, por lo cual no hace falta ya escribir ciencia ficción. La tecnocracia engulló los contenidos de la ciencia y los convirtió en ideología, en maquinaria bélica e informática de dominación, y ahora el panorama ante nuestros ojos es desolador: hambre, guerras, pandemias, cultura de la droga, gobiernos fallidos, estados forajidos, medios alienantes, estupidez global, clubes de millonarios que dominan gobiernos, y gobiernos globales que saquean países. Y se atreven, dios mío, a decirnos que tengamos esperanza.

 

Revolución. Este término deja de tener sentido cuando se convierte en un fin en si mismo. Se refiere al hecho de un cambo radical, a la transformación completa de un proceso histórico-político para revertirlo en un bien social o humano, pero hoy se congela casi siempre en un discurso vacío, burocrático, que sirve de herramienta a líderes autócratas que se complacen en sus propias palabras y usan a las masas como meros instrumentos para generar un poder que no termina de transferirse a un conglomerado que sí ha luchado por él.

 

Democracia. Este término, gastado por su uso indiscriminado, no significa más que mantenimiento del status bajo cualquier circunstancia. Un gobierno del pueblo es imposible en un medio donde la representatividad no existe. El pueblo en teoría transfiere poder a sus representantes y éstos lo usan para beneficio propio; privatizan el poder y lo acumulan mientras hacen todo tipo de discursos demagógicos en los parlamentos y en los medios. La democracia moderna no es libre sino permisiva; no implica libertad sino descontrol y orgía; no es dinámica sino estática, por lo cual realmente no es democracia.

 

Civilización. Este término implica civilitas, ciudadanía. Los individuos nos regimos por normas comunes que todos debemos cumplir, pero el ciudadano moderno rompe tales reglas o normas de convivencia para ponerse por encima del otro; no tiende su mano a su semejante sino que compite con él; no desarrolla sentimientos de empatía sino de competencia, no quiere compartir sino competir. La civilización se mide por la riqueza material acumulada, y no por el grado de convivencia que ejerce el ciudadano. El civilizado es el exitoso individualista, no quien crea una coexistencia.

 

Nacionalismo. Este término, que en su acepción prístina es el reconocimiento de la identidad y el orgullo patrio, el sentido de pertenencia a una nación, degenera hacia un esencialismo fundamentalista que corroe las bases de ese orgullo para situar a sus ciudadanos por encima de otras naciones, a las cuales observa con un sentimiento de superioridad. A través del nacionalismo se pueden justificar guerras, crímenes y violaciones; en lugar de un auténtico orgullo de la nación y de la patria, el nacionalismo se convierte en una doctrina opresiva, alienada en sí misma.

 

Comunismo. Este término acabó convirtiéndose en la esencia misma de los equívocos societarios. De vivir dignamente a través del trabajo común de todos para lograr fines comunes y equidad social, pasó a ser dominio completo de las masas por parte de agentes ideológicos. Decir hoy que una persona es comunista no es decir que antepone el bien común sobre el bien individual, sino que los ciudadanos ceden a los mandatarios todo el poder para que los dominen. Donde dice comunismo es preferible poner comunitarismo, colectivismo o comuna, términos más cercanos al gregarismo organizado en un logro de metas puntuales para determinado proyecto social.

 

Capitalismo. Marx es el responsable conceptual de que a la concentración de dinero en pocas manos haya recaído todo el nefasto peso del capitalismo de Estado, que convoca a otros socios minoritarios a detentar el poder político valiéndose del poder económico, cosa absurda, pero perfectamente realizada en el siglo XX. La concentración de dinero se convierte en un poder en si mismo gracias a la institución bancaria disfrazada de “finanzas” destinadas a engrasar toda la maquinaria del capitalismo a lo largo del globo terráqueo, de donde ha surgido un ser humano movido principalmente por necesidades básicas, alimentarias y energéticas, las cuales dan origen a pugnas permanentes que desembocan en guerras reales, ideológicas y mediáticas. El capitalismo es la manera más sencilla de hacerse de las riquezas de otros países con la anuencia de tribunales internacionales.

 

Cultura. La cultura no se hace ni se tiene; a la cultura se pertenece; la cultura se expresa de tal o cual forma precisamente para que las personas podamos compartirla como el vínculo mas acabado del espíritu humano, ya sea merced a las distintas formas de arte (música, literatura, danza, teatro, arquitectura, pintura, etc.) o a la artesanía, la cocina, el cultivo de la tierra, la fotografía, el diseño, el cine, a través de las cuales se nos muestra de modo subjetivo el alma de los objetos y sujetos de los procesos para llegar al sentimiento humano, y a todo el tesoro oculto en la mente y los sentidos. La cultura no es algo que se agregue a la sociedad como un complemento o aditamento, sino que forma parte sustancial de ella, pues pone de manifiesto los momentos más altos o precarios de su sensibilidad, lo cual nos hace meditar de otra manera, con un goce secreto y duradero que trasciende en el tiempo.

 

Religión. Las religiones son asuntos privados y obedecen a ideas particulares de cada quien acerca de la existencia y las formas de Dios, concepciones personales de cada ser humano de acuerdo a la manera que le impone su iglesia o predicamento, sobre las cuales es imposible opinar de manera genérica sin equivocarse. La espiritualidad es otra cosa: el movimiento indetenible del alma humana que se expresa en mitos, símbolos, fábulas, historias ancestrales, tradición oral, refranes, literatura y arte: todos ellos donan la mejor parte de su imaginación al ensanchamiento de la fe humana en el testimonio más trascendente: la sobrevivencia del espíritu.

 

Poder. Cuanto invocamos el poder casi siempre lo hacemos desde su lado absoluto, demoledor: tener poder, detentar el poder, estar en el poder subrayan casi siempre una potencia destructiva, absoluta. Si estás con él estarás protegido durante un tiempo, si estas contra él te verás en serias dificultades. Llegará el día que tengamos poderes benignos, constructivos, creadores, que nos sirvan para edificar una nueva sociedad, y sobre todo, un nuevo ser humano.

 

Deporte. Convoque a una persona o a un grupo de personas a una reunión para tratar un asunto de trabajo o para un proyecto donde se requiera un esfuerzo colectivo y se la ingeniarán para inventar excusas para no asistir. Pero dígales que están invitadas a un partido de béisbol, fútbol o cualquier otro deporte y no solamente irán sino que pagarán por ello por dar puntapiés, batear o arrojar una pelota. El juego, que en las olimpíadas tenía un carácter sagrado, ahora se ha convertido en un delirante espectáculo de masas. Al convertir el juego en un deporte y el deporte en una profesión, el capitalismo ha hecho del juego un negocio y por tanto un instrumento de dominación de masas. Esto no le resta belleza intrínseca al juego o los deportes o valor a la destreza o elegancia de los jugadores y las jugadas, la euforia de un público que paga entradas carísimas para ver a sus ídolos deportivos en el campo de juego, para luego ir a sus casas o al bar a celebrar su triunfo o a lamentar su derrota.

 

Placer y felicidad. Una comida, una bebida, una droga artificial, el acto carnal, la brisa de la primavera sobre el rostro, un refrescante baño pueden ser placeres maravillosos que duran sólo unos instantes. Pero no te los puedes proveer a todos ellos a diario y al mismo tiempo y decir que por ello eres feliz. La felicidad no se expresa a través de placeres puramente físicos. La espiritualidad generalmente tiene que ver con la felicidad y esta a su vez tiene que ver con la alegría, con el disfrute de la vida en su acepción más prístina, sin los rebuscamientos ni los complicados laberintos del placer: la felicidad es un goce depurado y el placer debes procurártelo o inducírtelo tú mismo. La felicidad es más difícil pero también es más simple: he ahí su paradoja.

 

Trabajo. La sobrevivencia humana requiere del esfuerzo del trabajo, sin el cual sería imposible continuar la existencia. Al mismo tiempo, al colectivizar el trabajo, estas compartiendo ese esfuerzo para que todos nos miremos en él como en un espejo social; pero cuando nos sometemos al trabajo sólo para sobrevivir estamos convirtiendo nuestro esfuerzo en humillación; de modo que el esfuerzo del trabajo siempre tiene una compensación de sobrevivencia que es suficiente sólo para lo material. No le podemos pedir al trabajo que nos haga felices, sino que nos satisfaga en un nivel elemental. Pero cuando ves al final de la dura jornada los frutos de tu trabajo, ah! no hay placer como éste.

 

Latinoamérica. Nombrada así a semejanza nombre del viajero italiano Américo Vespucio, este rótulo prestado se agrega a otro de latinidad occidental, nombre que no refleja mucho la interioridad y el espíritu de una tierra poblada de naciones aborígenes diezmadas por europeos occidentales. Tierra de gracia la llama Colón, expresión más adecuada para remarcar la cultura y espiritualidad de sus etnias, de sus mitos y cosmogonías ancestrales. La Tierra de Gracia luego se balcanizó debido a las distintas invasiones que tomaron el nombre de pila de Colón y volvieron colonias estas tierras para convertirlas en Estados-Nación, occidentalizando sus modos de vida, costumbres, tradiciones, mitos y culturas para luego hacerlas dependientes de monarquías europeas. Después en los siglos XX y XXI, con al apoyo del naciente imperio estadounidense, fueron puestas a depender de los nuevos capitales trasnacionales, con resultados catastróficos. La Tierra de Gracia sigue aguardando un renacimiento de su cultura y una regeneración histórica que la saque de un estado de hibernación utópica y devuelva a sus habitantes los secretos de la Madre Tierra y del Vivir Armonioso que tanto necesita.

 

Venezuela. Con Venezuela ocurre algo similar: su nombre surgió de la boca de Alonso de Ojeda al ver los palafitos del lago de Maracaibo y construyó con ellos el diminutivo de una Venecia donde las góndolas de la ciudad italiana se sustituyeron con canoas. Esta distorsionada visión se amplió en nuestro territorio seguida por las guerras de los conquistadores españoles en nuestro suelo, secundados luego por terratenientes criollos, burgueses, explotadores, comerciantes de baja estofa y cómplices en los siglos dieciséis, diecisiete y dieciocho; en el diecinueve son retenidos por Bolívar y los demás héroes de nuestra independencia, pues los españoles deseaban a toda costa hacerse de nuestros recursos naturales y minerales; Bolívar triunfó pero luego fue traicionado y el país volvió a caer en desgracia. En el siglo XX a la patria le ocurrió algo peor: se descubrió que el subsuelo estaba repleto de petróleo de alto valor explotable y ello la convirtió en el botín principal de una América drogada por el sueño moderno del progreso; la fiebre del oro negro puso a vivir al país en un paraíso artificial que le ha hecho pagar un alto precio humano. Los Estados Unidos y otras naciones cómplices en el siglo XXI no cesan en su ambición de dominarla mediante todo tipo de guerras híbridas para lograr su objetivo. Vivimos primero en el limbo parasitario de la facilidad, convertido luego en un infierno que nos mantiene en la cima de la atención mundial. Los mandatarios de las naciones poderosas prefieren mirar de reojo en el espejo de Venezuela porque no se atreven a mirar la propia realidad de sus naciones.

 

Filosofía. La filosofía bien pudiera ser la busca del conocimiento o de la verdad, una indagación en la conciencia para hallar allí un ingrediente de plenitud dirigido a vincular la aspiración individual a la voluntad colectiva, una manera de comprender el mundo mediante un lenguaje de ideas que va más allá de las ideas y donde los seres humanos podamos hallar un camino para conjugar lo palpable a lo anhelado, la naturaleza a la imaginación, lo real a la utopía, lo precario a lo bello, lo inconsciente con la razón y la vida con la muerte: todo ello regenerado una y otra vez en una pregunta infinita. Es posible que uno de los mejores sentidos de la filosofía sea el saber formular las preguntas, más que ofrecer respuestas conclusivas.

 

Libros. Últimamente me gusta tratar más con libros que con personas. Los libros se dejan leer; las personas, no. Las personas son temperamentales y cambiantes; los libros complejos y más comprensivos. Lo que dicen las personas, pasa; lo que dicen los libros permanece, aunque no sean cosas muy profundas. Los libros nos hablan desde el silencio; las personas necesitan modular o alzar la voz y no siempre consiguen expresar lo que piensan o sienten. La fragilidad física de los libros, como la de las palabras, es más sólida a veces que la cualidad sonora de la voz o del gesto, que los libros intentan atrapar para perennizarlos. Usamos los libros para comprender a las personas; cuando a menudo las personas se quejan de no comprender bien los libros. Ya sabemos por qué.

 

Realidad. No hay mas realidad que la realidad que percibes en el tiempo presente; sin embargo esa realidad se fuga desde el espacio por los intersticios del tiempo, para ir a dar a la memoria. La memoria la retiene un rato, pero luego la huidiza realidad se estampa en el pasado o se convierte en devenir sin avisárnoslo, en uno de esos días en que más dudamos de nosotros mismos.

 

Verdad. La verdad no es algo que se pueda alcanzar. Sólo tenemos capacidad para conocer y para intuir. Sólo existimos, sentimos o pensamos. Pero nadie alcanza la Verdad, pues ella es un todo absoluto que sólo puede cumplirse en la muerte o en algo que está fuera del mundo visible.

 

Dios. Dios no existe. Dios, sencillamente, es. Proteico e inimaginable, Dios no tiene nuestra forma, ni nuestros deseos ni nuestros pensamientos. Dios es un Si Mismo. Por eso, solemos confundirlo con la verdad y es tan difícil hallarlo (nunca lo veremos) pues nunca se revela del todo, si acaso a través de terceros; si lo hiciera ya no sería Dios. Tampoco permite que todo el mundo se le acerque.

 

 

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