Testigos, protagonistas y víctimas de la Covid-19
- Opinión
México. - Esta generación en la que me cuento tiene la triple condición de testigo, protagonista y víctima de una pandemia excepcional de la que se hablará y escribirá mucho en el futuro.
Se distinguirá de las antiguas porque se presenta en pleno auge de las ciencias médicas y las nuevas tecnologías que, sin embargo, no nos libraron de su repentina aparición. Nadie la previó. Se diferenciará también por sus connotaciones políticas y económicas.
Ningún italiano del siglo XXI se atrevió jamás pensar que iba a vivir una situación semejante a la de sus antepasados de Florencia en 1347. Es el ejemplo para tipificar su brutal poder exponencial.
En las epidemias de antaño el desconocimiento científico era lo peor para enfrentarlas. En el coronavirus es la desidia e ignorancia de algunos que la subestimaron, o engañaron al igualarla a pequeños catarritos, como el brasileño Joao Bolsonaro. Otros, malthusianistas muy peligrosos e irresponsables, la vieron como oportunidad para “matar viejitos”.
Fue también el caso confeso del primer ministro del Reino Unido Boris Johnson, y del vicegobernador de Texas, Dan Patrick, quienes anteponen la salud de la economía a la de las personas, tal y como proclama el presidente Donald Trump.
Los de más perversos sentimientos la aprecian como una bendición caída del cielo para imponer una reingeniería social y económica en el mundo que les ayude a recuperar el terreno perdido y enfrentar con más posibilidades de éxito los avances económicos y sociales de China y Rusia.
Se trata de aquellos que, sin lugar a dudas, perciben que el mundo se mueve hacia un cambio de época y buscan un reacomodo en la correlación de fuerzas que puedan liderar o al menos que no los afecte.
Otros son más específicos y menos especulativos. El académico español Joan Benach, estima que el coronavirus sirve para ocultar el estrepitoso crack económico que se aproxima, y los economistas Eric Toussaint y Michael Roberts, creen que los factores de una nueva crisis financiera están presentes desde al menos 2017. El coronavirus sería tan solo la chispa de una explosión financiera, pero no su principal causa.
Parece que lo cierto es esto último y ese seguramente fue el sentido de la convocatoria a una teleconferencia de líderes del grupo de los 20 países más poderosos del mundo en la que participó el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Allí se acordó un plan de salvataje de cinco billones de dólares, pero tristemente más que para salvar vidas está dirigido a evitar el crack vaticinado por Bernach, y preservar los intereses defendidos por Trump o Patrick el sacrificador de viejitos. El curso de los acontecimientos se encargará de confirmarlo o desmentirlo.
En realidad, el temor no es al coronavirus a pesar de que para el común de las personas la muerte que acarrea es lo que hace tan aterradora a la pandemia y lo que nos convierte en testigos, protagonistas y víctimas.
Mas, frente a una presunta y casi inevitable crisis económica, abatir el virus SARS-CoV2 es simplemente un tema subyacente de salud. La desgarradora verdad es que es cierto porque en las condiciones actuales de concentración de riquezas y desigualdad social a nivel planetario, una crisis económica y financiera de esa índole será más letal que el coronavirus.
El G-20, al convocar a esa teleconferencia, respondió a su sentido de ser, a los motivos que forzaron su existencia: hacer frente a una crisis económica, no de salud, y eso debe ser lo que más preocupe a los países periféricos, víctimas doblemente de la indolencia del hombre: la mezquindad y la ambición.
La teleconferencia confirma estas afirmaciones, como admitió el canciller de México, Marcelo Ebrard: hasta la conversación del día de hoy, la coordinación internacional (de la pandemia) era la Organización Mundial de la Salud…pero ya se involucraron los jefes de Estado. Hay un cambio cualitativo en lo que estamos discutiendo en el ámbito global.
Una pregunta presentada por Ebrad a la que se debe dar respuesta inmediata: ¿Qué vamos a hacer con la economía, el daño por las medidas que estamos obligados a tomar en materia económica, que va a ser inmenso, muy grande y muy desigual?
Su respuesta debe derivar a otra pregunta, la más crucial de todas: ¿podemos llegar a un nuevo arreglo internacional? Es, sin lugar a dudas, la interrogante más aterradora porque su respuesta implica el reconocimiento del fracaso del actual modelo económico y la irrefutable necesidad de un nuevo orden, y eso muy pocas veces nace sin la ayuda de fórceps.
Esperemos ser también testigos y protagonistas, mas no víctimas, de un parto que deseamos y aspiramos, no sea el de los montes.
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