“Mamá Rosa Mía”
- Opinión
Homenaje a las Mujeres Guerreras de la Patria
I
En diciembre de 1981, el entonces Capitán Hugo Chávez llegó a la ciudad de Barinas para compartir las navidades con la familia y amigos más cercanos. Ese año fue diferente a los anteriores, ya que estábamos muy preocupados porque mamá Rosa se encontraba muy delicada de salud; los médicos no daban muchas esperanzas de vida. Sabíamos que no le quedaban muchos días en este plano terrenal, lo cual nos originaba una gran tristeza y el razonamiento lógico de prepararnos para lo inevitable. Con toda esa carga emotiva, es que Hugo escribe el mensaje-compromiso en la guarda del libro que nos regala, a Carmen y a mí, el día de nochebuena.
Allí, además de la referencia al “morral invisible”, reconoce con nostalgia que la querida mamá vieja está por marcharse de este mundo. Escribe Hugo ese diciembre: “Adán, llevamos a la espalda un morral invisible. Dentro de ese morral llevamos nuestro país portátil (porque el libro en cuestión es la novela de Adriano González León, que se llama precisamente País Portátil). Lo bueno de nuestro morral es que no tiene dimensiones. Comenzamos, tú y yo, a llenarlo de cosas hace muchos años. En él están nuestros sueños y nuestras ilusiones. Llevamos también la esperanza de nuestra gente. Allí va el amor de los seres queridos, el amor grandioso e inolvidable de mamá Rosa, que se nos está yendo de este mundo; en fin, el morral se va llenando. En el debemos llevar mucha fuerza y mucha voluntad de reserva para el largo y difícil camino que nos espera…”.
La dolorosa seguridad de que la adorada mamá Rosa se nos iba de esta vida terrenal y nada podíamos hacer para evitarlo, se sumaba a las preocupaciones que traían consigo las dificultades de todo tipo que enfrentaba la organización del MBR-200, como movimiento cívico-militar: divisiones, delaciones; y por tanto, algunos retrocesos. De manera que, seguros estábamos del largo y difícil camino que nos esperaba.
II
El 2 de enero de 1982, la abuela querida lanzó su último suspiro, pero quedaron para siempre grabadas en nuestra mente y en nuestro corazón sus enseñanzas y aquel patio llanero de la casa vieja de Sabaneta donde nos criamos Hugo y yo. Todavía llegan en tropel los olores de las frutas maduras, de las ciruelas, las naranjas, las piñas, las mandarinas y las cemerucas; del maíz tierno de las 20 o 30 matas que sembrábamos en una pequeña parte del patio según la época del año. También, el cantar de los turpiales, de los azulejos, del loro viejo que acompañaba a la abuela, desde la cocina de leña, en sus diarios quehaceres; y los ladridos del perro llamado Guardián.
El abrazo amoroso, la enseñanza temprana, el llamado de atención a tiempo, las clases de lectura y escritura antes de ingresar al primer grado; así como la relación solidaria con los vecinos y el compartir lo poco que se tenía con el más necesitado, fueron aprendizajes que quedaron en nosotros para siempre. Así como los extraídos de los cuentos nocturnos que a la luz de la lámpara de kerosen nos contaba mamá Rosa; casi todos con una moraleja, una enseñanza, cargados de contenidos históricos: dicen que Bolívar acampó con sus tropas en el Camoruco; por aquí pasó Zamora y varios muchachos del Pueblo se unieron a su revolución federal; Maisanta fue prefecto de este Pueblo, algunos dicen que fue un bandolero, yo creo que no fue así; nos decía.
III
Después de la siembra de la abuela, Hugo escribió un hermoso poema en su honor. Letras que si bien estaban dedicadas a la mamá vieja, bien recogen el compromiso que asumió con las mujeres de la Patria, plenamente reivindicadas por la Revolución Bolivariana. Dice Hugo: “Quizás un día mi vieja querida, dirija mis pasos hasta tu recinto, con los brazos en alto y como alborozo, colocar en tu tumba una gran corona de verdes laureles: sería mi victoria y sería tu victoria y la de tu Pueblo, y la de tu historia…”.
A pesar de la incertidumbre y el dolor de aquellos días, plasmaba también el optimismo del triunfo, por la seguridad del camino justo que seguía. Y fue así como, después del primer triunfo electoral, en diciembre de 1998, en la primera oportunidad que tuvo, lo acompañé a la tumba de mamá Rosa a colocarle aquella corona de verdes laureles y le dedicó su triunfo, que fue el del Pueblo, a la memoria de la querida abuela; un triunfo con el que comenzaron los cambios profundos en la Patria, que Hugo plasmó en forma poética y humilde al escribir: “…y entonces, por la Madre Vieja volverán las aguas del Río Boconó, como en otros tiempos tus campos regó; y por sus riberas se oirá el canto alegre de tu Cristofué y el suave trinar de tus azulejos y la clara risa de tu loro viejo; y entonces en tu casa vieja tus blancas palomas el vuelo alzarán y bajo el matapalo ladrará Guardián; crecerá el almendro junto al naranjal. También el ciruelo junto al topochal, y los mandarinos junto a tu piñal, y enrojecerá el semeruco junto a tu rosal, y crecerá la paja bajo tu maizal, y entonces la sonrisa alegre de tu rostro ausente, llenará de luces este llano caliente; y un gran cabalgar saldrá de repente y vendrán los federales, con Zamora al frente, y las guerrillas de Maisanta, con toda su gente, y el catire Páez, con sus mil valientes…”.
Así como en la referencia al morral, en este poema deja entrever Hugo la posibilidad del fracaso, del “no lograr los objetivos planteados”, aunque sea “por ahora”. Porque él nunca fue pesimista, pero como buen estratega, analizaba todos los posibles escenarios. Recordamos que en diciembre de 1981 escribió: “…y si por desgracia, uno de los dos cae en el camino para no levantarse más, es obligación del otro acercarse, con rabia, a recoger el cuerpo caído y, junto al morral -sangriento o no- echarlo a la espalda, retomar fuerzas, y seguir avanzando por el camino largo…”. Esta es una máxima chavista de nuestra revolución: puede que algunas y algunos queden en el camino, pero los demás seguirán adelante, sin rendirse jamás, porque al final, “…el morral preñado parirá, de seguro, un país mejor…”.
A la abuela le dice, varios días después, en el poema antes referido: “…o quizás nunca, mi vieja, llegue tanta dicha por este lugar, y entonces, solamente entonces, al fin de mi vida yo vendría a buscarte, mamá Rosa mía, llegaría a tu tumba y la regaría con sudor y sangre, y hallaría consuelo en tu amor de madre, y te contaría de mi desengaño entre los mortales, y entonces tu abrirías tus brazos y me abrazarías cual tiempos de infante, y me arrullarías con tu tierno canto y me llevarías por otros lugares”.
Sin duda que Chávez cumplió, la dicha del Pueblo llegó. Por eso, le llevó a la abuela, como símbolo de victoria, su gran corona de verdes laureles. Y durante varios años dirigió las transformaciones necesarias para darle a nuestro Pueblo, simbolizado en el poema por mamá Rosa, “la mayor suma de felicidad posible”. Lamentablemente, se nos fue muy temprano al descanso eterno, aunque lo hizo sintiendo los amorosos brazos y el tierno arrullo de la mamá Rosa nuestra, del Pueblo venezolano decidido a defender su legado, de las guerreras mujeres venezolanas que ocupan hoy el espacio que tienen que ocupar, en el corazón, en el alma de la Patria nueva, de la Revolución Bolivariana.
¡Gloria eterna a la mujer venezolana, amorosa, solidaria, guerrera, hacedora de Patria!
@Adan_Coromoto
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