Estados Unidos y sus halcones se irán de Venezuela

10/05/2019
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  • Análisis
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*Guaidó es desechable, y ya no le funciona ni a la CIA ni a sus “amigos”

*Pistoleros y golpistas no tendrán éxito, por el apoyo popular y las milicias

*Los halcones mejor que se pongan aprender las lecciones de la historia

 

Venezuela sigue amenazada, y acosada por el imperio estadounidense de manera persistente; o dicho de la peor manera, sin quitar el dedo del gatillo. Alguien acaba de decir que Washington actúa como cowboy con respecto a Venezuela, la idea hollywoodense de la conquista del oeste, a punta de pistola.

 

Es la fobia por Nicolás Maduro, o la filia contra su gobierno. Se les olvida que ese no es asunto de ningún poder extranjero, corresponde a los propios venezolanos. Se deja de lado que Maduro fue electo en mayo de 2018 en un proceso electoral transparente y confiable —electrónico, boleta cruzada y observadores—, que ya quisieran muchos países que presumen “democracia” electoral.

 

Es decir, Maduro no es ningún usurpador del poder. Ganó en elecciones incluso “adelantadas” a petición de la oposición con casi el 68 por ciento de los votos, de un total de 8 millones de votantes que acudieron a las urnas voluntariamente.

 

Es el presidente de su país, en términos del propio orden constitucional, de un reglamento electoral avalado por sus propias instituciones. Un asunto jurídico de los propios venezolanos, le guste o disguste a muchos. Como cualquier país soberano, en busca de su propio camino, sin injerencismo extranjero neocolonialista.

 

Por ejemplo, la oposición mediática venezolana se ocupó de propagar que Maduro no tenía el apoyo popular, que incumplía los procedimientos legales y que no contaba con el apoyo internacional. Fake news. Nada cierto, salvo lo del apoyo internacional de donde se engancharon los opositores de la derecha para buscar detractores afuera.

 

De nada sirve que países como los propios Estados Unidos de América (EUA), incluso dos conjuntos de naciones como la Unión Europea o la OEA —la última que atiende a intereses ajenos a los propios; Luis Almagro es completamente parcial—, repudien a Maduro cuando el pueblo no.

 

No importa, lo que vale es el entramado institucional, como el Consejo Nacional Electoral de Venezuela, el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), el Consejo Moral Republicano, hasta la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela de 2017 (que luego avaló a Juan Guaidó); y el respaldo extranjero conformado por más de 20 países, entre los que destacan Rusia, China, Turquía, Corea del Norte y las propias Naciones Unidas.

 

Luego entonces, así sea en segundo mandato, Nicolás Maduro es el presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela. Les guste o no a los halcones gringos. Por eso no deja el poder, y menos se reconoce al auto declarado, el 23 de enero pasado como “presidente encargado” Juan Gerardo Antonio Guaidó Márquez, diputado de la Asamblea Nacional Constituyente de la cuál es presidente.

 

La plaza pública no lo hace popularmente aceptado. Todo lo contrario. Cada vez convoca menos, porque carece de aceptación, seguidores y presencia. Cada vez resulta más claro que Guaidó es alfil estadounidense, de intereses extranjeros. Él ha sido el promotor de los intentos fallidos de golpe de Estado en su país.

 

Alguien ha dicho también que Guaidó ya vale más muerto que vivo para la CIA y sus más cercanos colaboradores. Ni consigue el golpismo ni ejerce como lo que se declara: presidente “encargado”. Carece de credibilidad entre los venezolanos, como pretenden los medios de comunicación estadounidenses.

 

Guaidó acepta últimamente que Maduro ya lo quiere preso. Se victimiza. Por supuesto no es Maduro sino sus acciones. Cualquiera lo hubiera declarado ya un traidor por promover el golpismo, incluso acompañado de Leopoldo López ahora. Pero ciertamente habría que preocuparse por Guaidó. Siendo inútil a la CIA Maduro tendría que ocuparse de su vida. No sea que EUA lo desaparezca y le cargue la culpa a Venezuela.

 

Con o sin Guaidó, lo cierto es que los halcones de Trump no quitan el dedo del renglón. Insisten en derrocar a Maduro, que renuncie o que se vaya, por ser un presidente ilegítimo. Pero no hay motivo para tantas amenazas, ni orquestación de los intentos de golpe de Estado.

 

Ahí están los operadores, violadores del derecho internacional del pasado en el presente, que acosan por varios frentes. Es el gabinete de halcones vs. Venezuela: Elliott Abrams, de negro historial en Medio Oriente y América Latina; John Bolton, el promotor de la invasión militar; Mike Pompeo, como exdirector de la CIA y experto en espionaje; Marco Rubio, útil por la promotoría de sanciones económicas, y; Mauricio Claver-Carone, agente del bloqueo y los “derechos humanos”.

 

Son los pistoleros de Hollywood. Mejor dicho, los actores de las películas tipo Clint Eastwood, el actor-productor admirado de Trump; hasta de la mirada. Los agentes del golpe de Estado contra Maduro.

 

Entre todos han estado orquestando el golpismo contra Maduro por todas las vías imaginables. Las acciones han sido continuas. De hecho el golpismo es permanente, porque viene desde que les falló el derrocamiento de Hugo Chávez allá en 2002 al mismísimo Elliot Abrams. Una serie de operaciones apoyadas desde afuera, pero apoyadas adentro.

 

Es la derecha venezolana de vocación golpista la que se cuelga las medallas. Así lo ha manifestado desde 2002, y con las guarimbas por años: en 2007, 2013, 2014, 2017, con destrucción de infraestructura y numerosas muertes de ciudadanos venezolanos. Súmese la intentona magnicida de 2018, con la explosión controlada desde el aire de drones.

 

No negocia sino que arrebata. Ya en 2015 como oposición, la oposición propuso un proceso electoral que luego desconoció; lo mismo sucedió en 2018, cuando avanzadas las negociaciones anunció el retiró de los “acuerdos para el diálogo y la paz”. A punto de la firma, tras una llamada telefónica de Rex Tillerson —el nuevo presentador de la Doctrina Monroe para la región del “patio trasero”— desde Bogotá, reunido como estaba con Juan Manuel Santos.

 

Así los recovecos del golpismo promovido desde Washington, el tema claramente no funciona, no ha funcionado ni funcionará. Porque ha carecido del apoyo de las dos principales apuestas, de las que Guaidó y los operadores han tratado de echar mano para derrocar a Nicolás Maduro: 1) Ganar consenso del respaldo popular, los llamados a la gente a participar no tienen eco, lo dejan solo; 2) Apostarle a fraccionar las cabezas de los generales de las Fuerzas Armadas no les ha servido de nada, los militares son leales a la cauda bolivariana de Chávez y Maduro.

 

Al contrario. Tanto acoso por muchas vías —la manipulación mediática, el boicot energético, la cancelación de cuentas de dinero y oro en bancos extranjeros, amenazas de invasión territorial, etcétera—, ha fortalecido al gobierno chavista.

 

Maduro avanzó, desde enero de 2019, en la conformación de 50 mil “unidades populares de defensa” en todos los barrios, pueblos, ciudades y caseríos, en apoyo o complemento de las FANB en la defensa integral del país. Con aspiración a llegar a los 2 millones. Cosa complicada para cualquier invasor, así sea mercenaria como lo propone la empresa que se alquila para la guerra Blackwater, que amenaza crear un ejército de 50 mil hombres.

 

La organización popular no es poca cosa. Es ni más ni menos que el pueblo en armas. Y los estadounidenses lo saben, por eso insisten en desarticular a los poderes internos antes que atreverse a una invasión militar. Porque no se atreverán. Vietnam les dejó una gran lección.

 

Por eso el llamado de Mike Pence al Tribunal Supremo de Venezuela, para ponerse “de lado de la historia” (¡recontrasic!), que se coloque al margen de la democracia y propicie el golpe de Estado. Injerencismo puro y simple. Puro porque no le interesa violentar el orden internacional; simple por pecar de ingenuo y vil.

 

Lo cierto es que, luego de ensayar varios intentos, y no atreverse a emprender una invasión, quizá el único camino que les quede a los halcones sea la del mercenariato. ¿Se atreverán Iván Duque, presidente de Colombia, o Jair Bolsonaro de Brasil apoyar una acción militar o injerencista desde sus territorios? No. El costo, lo saben, sería demasiado alto. Incluso para el entreguista de Duque, que carece de apoyo popular y los colombianos no quieren eso contra un pueblo históricamente hermanado.

 

¿Qué contra eso? ¿Qué harán los estadounidenses frente a la fortaleza popular de las milicias? Eso es cosa seria. Y se supone que los halcones han leído la historia del papelón que jugó su país en Vietnam. ¿Hasta dónde pretende Washington llegar? ¿Realmente pretende Trump apoyar a sus pistoleros aventureros actuar en contra de Cuba, de Nicaragua u otro país de la región?

 

Los contrapesos internacionales cuentan. Y les guste o no al gabinete halconero Rusia está detrás, o con un paso adelante. China igual. Que si no quieren los gringos la presencia de esos países en la región, ¿acaso seguimos viviendo en tiempos de la Guerra Fría para pretender que los cotos de poder territorial siguen siendo rebanadas de pastel?

 

Corre la tesis que la operación secreta estadounidense no es tirar presidentes cuanto desarticular gobiernos, para generar el caos mediante la violencia y crear muchos territorios “libres” y aplicar la tesis del divide y vencerás. Pero eso tampoco funcionará.

 

Ni en contra de Venezuela ni la región centroamericana o latinoamericana en general. Incluso con gobiernos títeres, como los hay ahora en varios países afines a Washington, porque la vocación popular latinoamericana es pacífica.

 

Además, que la presencia de países como Rusia y China que están en la disputa por la conformación de un nuevo orden internacional en contra de los EUA, no lo admite, está el pueblo organizado que es la primera defensa territorial venezolana.

 

Cabe recordar, finalmente, el ejemplo de Vietnam, ese pequeño país que le dio tremendas lecciones a la historia mundial en contra de tres imperialismos: japonés, francés y gringo.

 

Contra este último, la unidad popular vietnamita demostró que ni el imperio puede contra un pueblo. Tanto Ho Chi Ming como el general Vö Nguyën Giáp le mostraron a Lyndon B. Johnson y al general William Westmoreland que un pueblo unido no se doblega.

 

Cierto que el ejército estadounidense “ganó” todas las batallas con más de 1 millón de efectivos, aviones, tanques y helicópteros, pero con la movilización de 80 mil vietnamitas y una estrategia militar ciertamente suicida, Giáp les ganó la guerra. Murieron 58 mil militares estadounidenses vs. 1.1 millón de vietnamitas.

 

Pero la opinión pública, aquella compuesta por jóvenes rebeldes estadounidenses (del peace and love, la mariguana y el rock; la rebelión de los 60), y buena parte de la sociedad inconforme con la muerte de sus soldados, presionó al grado de doblegar a Johnson e impedir que intentara siquiera la reelección.

 

Así comenzó el declive político y militar de los EUA en la guerra. Y así la perdió. La primera víctima fue Johnson, y Westmoreland la pagó toda su vida pasando por “chivo expiatorio”.

 

En Venezuela no le iría mejor a Washington. A los halcones hay que ponerlos aprender lecciones de historia, la historia de los pueblos. Son los pueblos los que califican, al final, todas las opciones que los violentos dicen “poner sobre la mesa”. Y cuando declaran eso es porque les quedan pocas, o ninguna alternativa. Mejor que se retiren. Eso sería más digno para un imperio tan desacreditado en todo el mundo.

 

8-9 de mayo de 2019.

 

https://www.alainet.org/en/node/199782?language=en
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