Inseguridad(es) a la uruguaya

11/07/2018
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El debate sobre inseguridad ocupa en Uruguay –y otros muchos países- las primeras planas de los diarios y varios minutos en los informativos centrales de la televisión. Es tema de largas discusiones en cualquier reunión, donde se esgrimen argumentos que van desde la pena de muerte hasta la abolición de las cárceles tal como las conocemos hoy en día.

 

Latinoamérica transita por una restauración conservadora con derivas autoritarias. Donde algunos festejan el fin del ciclo progresista, Andrés Manuel López Obrador le tira la estantería con su contundente victoria en Méjico. Nuestro continente se debate constantemente en un flujo y reflujo de posiciones de la lucha por la verdadera emancipación colonial e imperial.

 

Todos estos fenómenos no son ajenos al Uruguay, aunque estemos muchas veces de espalda a los países hermanos y esperando en el puerto mirando hacia las Europas.

 

Jugando con el miedo

 

El aumento de la criminalidad y la violencia en nuestro país es un síntoma que le sirve y de mucho a la derecha conservadora con vocación autoritaria. Que se sirve de un populismo represivo para captar votos e intentar canalizar ese sentimiento de indefensión e impotencia que sufren algunos ciudadanos que han padecido hechos de delincuencia.

 

No sabemos si es la profecía auto cumplida o la enfermedad con la cura ya pronta, lo que sí sabemos es que la derecha fluye en este tipo de coyunturas y sabe captar el descontento de la población.

 

Luego la historia nos ha demostrado que las soluciones que plantearon no han tenido finales felices para nuestro pueblo y que por más trillado que suene y de lugar común, es así, la violencia engendra más violencia.

 

Intentos como bajar la edad de imputabilidad no han tenido cabida por parte del pueblo uruguayo. Y los que otrora estaban en contra de aumentar las penas y castigar más, hoy proponen y/o se suman a la juntada de firmas con deseo de concretar un plebiscito, del senador nacionalista Jorge Larrañaga de “Vivir sin miedo”.

 

Algunas de las propuestas que incluye esta modificación a la Constitución son que los allanamientos se puedan realizar en horarios nocturnos y que los militares oficien de apoyo para los policías.

 

 ¿Sistema sintomático o síntoma sistemático?

 

Es innegable el aumento de los homicidios en Uruguay y la cifra que hoy tenemos es de alarma en un país de tan poca población, que tiene que servir para que nos ocupemos del asunto y no solo esgrimir sentencias cortoplacistas que poco aportan al verdadero tema de fondo.

 

El capitalismo de por sí precisa de un porcentaje de la población en la marginalidad y otro tanto en la pobreza. Los excluidos del sistema en casi todas sus aristas (educación, salud, vivienda, trabajo, cultura, etc.) son el espejo en el que la sociedad no se quiere reflejar, no se quiere ver y menos contribuir a que su situación se revierta. Este sistema es inseguro per se pero la derecha política y social con todas sus redes y engranajes nos quiere poner el foco solo en la delincuencia. Como si no existieran otras inseguridades. Nos nombran la palabra inseguridad y ya la asociamos a algún delito. Pero este sistema nos plantea inseguridades en todos los ámbitos, en lo político, en lo institucional, en lo laboral, en la salud, en los vínculos, en todo.

 

Con el discurso de la meritocracia y que “el que es pobre es porque quiere”, se construye un discurso que configura nuestra subjetividad y propicia a que cada uno se haga cargo de su vida sin importar el de al lado (sin importar coyunturas). Donde prevalece el primer sujeto del singular antes que todo.

 

El consumismo más el éxito personal que determina el deber ser de nuestra sociedad, no se ajusta necesariamente a los sectores marginados de nuestra población. De igual manera estos dos horizontes son transversales a todas y todos y permean en cada uno de nosotros.

 

Territorio, narcotráfico y clases sociales

 

El narcotráfico y las bandas por territorio es un fenómeno que viene tomando tenor y nos impacta como espectadores muchas veces por los medios, otras veces en primera fila. ¿Nos impacta porque no veíamos que sucedía y ya acontecía o es un fenómeno sui generis en este territorio?

 

El narcotráfico y su modus operandi es más complejo que la delincuencia asociada a hurtos, rapiñas o copamientos. Se precisa de una estructura, una organización y una territorialidad a la que hay que disputar y en un futuro (lo más próximo posible) conquistar. De allí se teje la trama de quien controla cual territorio. Previa sangría y reordenamiento. Muchas familias en barrios de muchas necesidades insatisfechas han sido desplazadas por estas bandas de narcotráfico.

 

 Lo que resuena es la espectacularidad y la impotencia que genera que familias de trabajadores que tienen poco o nada tengan que atravesar esta situación. Pero otra cuestión que me resuena es ¿por qué sucede en barrios marginales o de la periferia? ¿Será que siempre sabemos más de los pobres que de los ricos? ¿En los barrios más pudientes no hay narcotráfico? ¿O cómo guardan las formas que esta sociedad exige, o como se hace puertas adentro en una casa de lujo o en un restaurante de elite no pasa nada?

 

Miedo en la ciudad

 

Asistimos al espectáculo, al horror, a la cámara en vivo, al “sé un caza noticias”. Las redes sociales han magnificado y viralizado todo tipo de cuestiones, desde perros cachorros muy tiernos jugando en un patio hasta el morbo de un cadáver en plena vía pública.

 

La sociedad se escandaliza. Haber sufrido alguna vez un robo o que a algún conocido le haya pasado, más los medios de comunicación, más las redes son un coctel que con mucha efervescencia cala hondo en la percepción sobre la seguridad en nuestro país y deviene en frases cotidianas (“esto es tierra de nadie”, “no se puede vivir así”, “nos gobiernan los chorros”, “hay que matarlos a todos”) que configuran una atmosfera previa a un apocalipsis delincuencial.

 

La tesis del enemigo interno, del inminente riesgo de ser víctima de un delito. Ese otro construido desde el prejuicio y el miedo. Ese “ellos y nosotros” expresado por el intendente frenteamplista de Canelones, Yamandú Orsi. Como en una especie de guerra interna. Donde nosotros siempre somos los buenos y nada tenemos que ver con ellos. Donde el Gran Hermano está más presente que nunca y el Estado Policial se afianza cada vez más.

 

El sociólogo Rafael Paternain advertía ya desde la década del 90 que entre la percepción de inseguridad y los datos facticos existía una brecha. Esta brecha siguió creciendo y alimentándose hasta el día de hoy. Buscar en el pasado lo que no se hizo es inservible; asustarse por lo que pasa ahora como si hubiera explotado una bomba, más que susto es negligencia. Ocuparse y tomar medidas para el corto plazo efectivas pero acompañarlas de un plan integral que apunte hacia las causas estructurales, sería lo más atinado.

 

En el medio de esta atmósfera de indefensión y semi caos, la derecha se sirve del miedo de la gente, lo apuntala y lo leuda. Caldo de cultivo para captar votos de incautos y personas hastiadas por la situación que hayan vivido.

 

Si entramos apenas en el debate sobre las soluciones que se plantean, responden más al plano del deseo que a una verdadera intención de vivir en paz, con seguridad y orden. Poco se habla del sistema en que vivimos, el sistema carcelario, como llegamos hasta aquí, que perspectiva de futuro trazamos, qué lugar ocupa la educación, la salud, el trabajo, la economía, en todo esto.

 

Creo que nunca aporta al análisis y es muy hipotético, atribuir intenciones en los análisis. Pero me asaltan muchas dudas cuando candidatos y líderes de la derecha uruguaya se posicionan ante determinados temas en la vereda opuesta de su contrincante a la interna de su partido. Por ejemplo en la interna del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou fue un ferviente adherente al Si a la baja. En ese entonces Jorge Larrañaga se posicionó en contra con argumentos que hoy mismo el esgrime a su favor para su propio plebiscito. Y claramente, Luis Lacalle Pou está en contra de esta recolección de firmas. Porque ambos han sido contrincantes en las elecciones del 2014 y las siguientes del 2019.

 

Entonces la pregunta emerge sola. ¿Hay una vocación real de mejorar las condiciones de seguridad de nuestro país (porque los que en mayor medida les que sufren la inseguridad son laburantes) o son momentos de populismo represivo que se sirven para captar votos? Un voto en el centro del espectro político. Un voto que siempre está en disputa. Lo interesante sería reflexionar sobre la diferencia entre el centro y la centralidad en política. Pero ya nos desviaríamos del tema principal.

 

Ojo y por ojo y se soluciona todo

 

Uruguay cuenta con el índice más alto de presos per cápita en Latinoamérica. Un país que apenas alcanza los 3 millones y medio de pobladores tiene más de once mil presos. Entonces la hipótesis de que salen por una puerta y entran por otra, de que nadie atrapa a los delincuentes como no tendría mucho correlato con la realidad.

 

Sonados casos que han tenido gran repercusión mediática ya sea por el delito en sí mismo, la forma en que se perpetuó o la victima de estos, han prendido las antorchas de la pena de muerte y en el mejor de los casos sobre la cadena perpetua, que aquí en Uruguay no existe.

 

Lo que nos debemos plantear es el rol del Estado y la justicia ante la vida y cuáles son las respuestas que pone en práctica ante determinadas situaciones. Sabemos que las políticas sociales implementadas por el MIDES están fragmentadas, superpuestas y atomizadas.

 

Carecen en muchos casos de integralidad y coordinación ante los casos abordados. Sabemos también que las cárceles lejos de rehabilitar o hacerle un bien a esa persona para que no vuelva a delinquir, es una máquina de perfeccionamiento de la delincuencia y deshumanización. Sabemos también que este sistema genera desigualdad y eso genera violencia, criminalidad, narcotráfico. O poniéndolo al revés, los países menos desiguales son los que poseen menores índices de criminalidad.

 

Foucault esboza claramente el rol de las instituciones carcelarias en esta sociedad capitalista. “¿Por qué las prisiones permanecieron? Porque, de hecho, producen delincuentes y la delincuencia tiene una cierta utilidad económico – política en las sociedades que conocemos. La utilidad mencionada podemos revelarla fácilmente: cuantos más delincuentes existan, más crímenes existirán; cuantos más crímenes haya, más miedo tendrá la población y cuanto más miedo en la población, más aceptable y deseable se vuelve el sistema de control policial.”

 

Si apelamos a la pena de muerte, lo calificaría como la derrota o más bien la abdicación del Estado ante el problema de la delincuencia. La solución “más fácil”, más inmediata, cortar la cadena por el eslabón más corto y débil.

 

Achacarle el tema del narcotráfico y la delincuencia solo a las bocas de pasta base del barrio o al rastrillo de la esquina, es tapar con un manto reduccionista e ingenuo el papel que cumplen los grandes distribuidores y productores de droga a nivel mundial y regional, las instituciones encargadas de controlar dicha distribución que hacen la vista gorda o existe cierta connivencia entre estos. El ingreso de armas y porque los delincuentes tienen tanto acceso a las mismas.

 

El lavado de dinero y el blanqueo, donde los bancos ofician de agentes facilitadores para que esto suceda. Entonces el rastrillo de la esquina que entra a tu casa y te roba el televisor o te cincha de la cartera cuando volvés del trabajo, es el último eslabón de una cadena mucho más larga, poderosa e invisibilizadas por los medios y muchos actores políticos.

 

Aquí no hay soluciones mágicas. Pero yo plantearía empezar por ir cambiando este sistema, sus estructuras socio económicas y vinculares. Porque el capitalismo es la madre de todas las violencias.

 

 Nicolás Centurión

Graduando de la Licenciatura en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/en/node/194031
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