Tambores de guerra
- Análisis
Si es verdad que, como dijo Clausewitz, “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, entonces habría que preguntarse si una guerra comercial –desde la imposición arancelaria hasta una recomposición de los mercados, pasando por las devaluaciones— es el preludio de un despliegue militar. En todo caso, estamos en un campo minado.
Por allí anda un negociante, un aprendiz (como se llamaba su programa de televisión) de político, metido a presidente, que despliega, sin rubor, sus cartas. Su filosofía: ante el poderoso, la negociación; frente al débil y sumiso, la imposición por el miedo. Todo, con el propósito de hacer a Estados Unidos, con agujeros en su hegemonía, grande de nuevo. El secretario de Comercio, Wilbur Ross, hace de la fortaleza económica parte de la seguridad nacional de Estados Unidos.
Desde el principio, Donald Trump metió a México dentro de su agenda, primero, de campaña, como candidato republicano, y después, de gobierno. Nos ha tomado de punching bag, para enfrentarse a otros países de mayor peso, como Rusia y China. Y su obsesión de que sin muro fronterizo no hay Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
El mes de mayo era, cuando, con cierto optimismo de nuestro lado, se pensó que la renegociación del TLCAN sería un hecho. Sobre todo, de cara a las próximas elecciones en México. Pero, se nos olvidó que Trump anda en su propia campaña, frente a las elecciones legislativas, intermedias, a realizarse en Estados Unidos en noviembre próximo, y que son determinantes para su reelección en 2020. Un guiño a los electores de los estados industriales, donde EU ha perdido competitividad.
Y en el último día de ese mes, nos llegó la noticia, desde Washington, de que Estados Unidos impondrá a México, Canadá y la Unión Europea, un arancel de 10 por ciento de sus compras de aluminio y de 25 por ciento de las de acero, con el fin de proteger a su industria, lo que supondrá un aumento en los costos de producción, que repercutirá en los consumidores. México revira e impondrá, en principio, aranceles a aceros planos, lámparas, piernas de puerco, embutidos, manzanas, quesos, arándanos y uvas, procedentes de Estados Unidos, por un valor equivalente.
Lo curioso es que, sin meternos en las (sin)razones del presidente estadunidense, la medida la lanza a los que, se supone, son sus vecinos y socios: Canadá y México, con los que buscaría, ya, acuerdos bilaterales, echando a la basura el TLCAN, que para él ha sido perjudicial para EU, en términos de inversión y empleo. Que le pregunte a sus corporaciones sobre sus ganancias. America first.
Es un nuevo episodio de una vieja discusión, que viene del siglo XVIII, entre proteccionismo y libre cambio. Una de las principales lecciones de la historia, es que las principales potencias –ayer, Inglaterra, hoy, Estados Unidos—, en su origen, fueron proteccionistas, a partir del desarrollo de su mercado interno, y que a partir de allí, se proyectaron a conquistar el mercado externo, hoy en su fase global. En cambio, nosotros vendemos avocados y compramos granos básicos.
Una de las características de la globalización, es el de ser, hoy, un proceso de producción integrado; más, tratándose de acuerdos o tratados regionales, en la que materias primas o insumos –en este caso, el aluminio y el acero—, junto a líneas de producción, corresponden a diferentes países. Proceso total que es coordinado por grandes corporaciones o empresas transnacionales (ET), cuyo fin es la maximizar sus ganancias, a través de reducir sus costos.
Su ubicación en países como México, no es gratuita. Con menores costos salariales y escamoteando las regulaciones ambientales, las ET se instalan aquí, dejándonos, eso sí, con el orgullo de que muchos productos y servicios posean el sello: made in Mexico (hecho en México). El grueso de las ganancias pasa de largo.
Con la globalización, la economía mexicana es ahora más dependiente y subordinada, pues “pasamos a ser una economía con menos condiciones internas de crecimiento y más vulnerables al comportamiento de las variables externas”, afirma Arturo Huerta. “Los acuerdos comerciales han ido acompañados de pérdida de soberanía ya que restringen los márgenes de maniobra del Estado sobre el desempeño de la economía. Con dichos tratados, la economía pasa a ser determinada por las decisiones fijadas por las empresas transnacionales” (El ocaso de la globalización. Facultad de Economía, UNAM. México. 2017).
La apuesta de crecer hacia fuera ha dejado como saldo un raquítico crecimiento de dos por ciento anual y una mayor desigualdad económica y exclusión social. Un signo de violencia o, como lo denomina Vivianne Forrester, horror económico.
Con seis sexenios de entreguismo en charola de plata, ¿habrá tiempo de recuperar algo de la dignidad perdida?
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