Chávez: una nueva forma de hacer política

03/04/2018
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Es difícil obtener una imagen equilibrada de los líderes carismáticos precisamente por la naturaleza inflada, casi celestial, con que se intenta colocarlos una vez fallecidos, para luego ingresarlos a sus respectivos panteones. En el caso de las figuras políticas éstas suelen sufrir su obligada transformación en héroes y este proceso se complejiza aún más, debido a los procesos simbólicos que éstos experimentan cuando se someten al examen del inconsciente colectivo.

 

Hugo Chávez no es una excepción en este caso, aunque se trate de una figura reciente. Tal fue su impacto en el relativo poco tiempo donde le tocó actuar, y tantas las transformaciones sociales y económicas que tenía en mente, que hubo de asumirlas sobre todo a través de una nueva forma de hacer política; lo cual no era para nada sencillo en el contexto de fines del siglo XX donde hubo de desempeñarse, y a la mayoría del pueblo seguirle. Para entonces, la decadencia de la democracia representativa era más que evidente, patética si se quiere, pues sus líderes se fueron desprestigiando a sí mismos debido, por una parte, al anacronismo e ineficacia de sus modos de gobernar, y por otra a la presión inevitable de las fuerzas históricas, implacables a la hora de hallar maneras de resolver los problemas a través de los sujetos sociales; en el caso de Venezuela, el país estaba clamando por otro liderazgo que en esta ocasión se sintetizaba, debido a aquéllas mismas fuerzas históricas, en el ideario y la acción de Hugo Chávez.

 

En primer lugar está el coraje de este hombre, quien con muy pocos soldados se atrevió a asestar un golpe al régimen establecido que, aun cuando fracasó en un primer intento, quedó estampado de manera firme en la memoria política de su país a través del célebre “Por ahora” difundido a través de los medios de comunicación. Una vez indultado y liberado de prisión, Chávez se lanzó a la arena política en un proceso electoral limpio de donde salió victorioso, arrasando en las votaciones. Se dedicó a recorrer el país incansablemente; entonces de allí fluyó su arrolladora personalidad, justamente por conocer a fondo las preocupaciones de las personas más necesitadas. Aquí comienza un proceso de identificación con el pueblo que le impide, primeramente, hacer demagogia con éste; al contrario, ello le permite comprometerse con la gente en lo profundo e intentar llevar a cabo una política inclusiva y participativa

 

Otro elemento en Chávez –y lo he dicho en otra ocasión— es una privilegiada organización mental que le permitió combinar la investigación y la lectura para el provecho intelectual con la praxis política en un país como Venezuela, donde la mayoría de los políticos son personas poco cultivadas (para no decir incultas, no vaya a herir yo a algunos amigos) y otros francamente ignorantes en cuestiones esenciales de Estado, Chávez aparece dominando el conocimiento de la historia de Venezuela y de la América Latina; un conocimiento que comparte en sus alocuciones televisivas o públicas y poco a poco se van convirtiendo en cátedras populares, en conferencias magistrales que surgen en su discurso de manera espontánea.

 

 

A la vez, Chávez comienza a reflexionar sobre el sentido de la política desde la historia, identificando a las luchas libertarias con el tiempo actual; es decir, contemporiza la gesta independentista otorgándole un contenido para el presente. Al hacer esto, Chávez pone el dedo en la llaga, pues logra que otros líderes y presidentes de la región transiten en un camino similar; de hecho son sus interlocutores y entonces se produce el diálogo: Bolivia y Ecuador salen adelante en las personas de Evo Morales y Rafael Correa y luego Kirchner en Argentina y Mujica en Uruguay, Fidel en Cuba y Ortega en Nicaragua terminan de hacernos los acompañamientos que generarían una poderosa expectativa de renovación en los gastados formatos de gobernanza ostentados en épocas pasadas, donde militarismos criminales como los del Chile de Pinochet, el de Videla en Argentina y otros similares en Perú o Bolivia ya no podían tener sentido en la conformación de la nueva América libre.

 

En este sentido, Chávez jugó un papel importante: refrescó los modos de gobernanza mostrándose tal cual era, sin adoptar los comportamientos almidonados de los presidentes tradicionales, donde en casi todas las ocasiones los mandatarios se dedican a leer discursos escritos por otros, e incluso a darse el lujo de equivocarse mientras lo hacen, porque les falla la vista o la dicción. Chávez, en cambio, improvisaba todo el tiempo haciendo gala de una memoria prodigiosa; se acoplaba al momento y al contexto donde se hallaba y donde estaba su auditorio, e incluso reclamaba a su equipo de gobierno determinadas responsabilidades, y señalaba errores directamente a los miembros de su gabinete o de su equipo frente al pueblo.

 

Tal era la transparencia de sus mensajes y de sus acciones, que hasta él mismo se cercioró de que esto podía ser peligroso. Muchas veces, miembros de su gabinete le ocultaban o adulteraban proyectos, o desviaban fondos a sus espaldas. En varias ocasiones Chávez se hizo una autocrítica frente a sus ministros admitiendo luego que pecaba de ingenuo o de tonto, y que debía tener más mano dura para resolver entuertos administrativos o pedir cuentas claras. De hecho, en parte de su gestión hubo actos de corrupción a sus espaldas que luego lo avergonzaban y lo llenaban de tristeza.

 

Otra de las cualidades que siempre admiré en Chávez fue su capacidad visionaria, de ver más allá del momento presente. Por lo general, la política tradicional de América Latina se limita al ejercicio circunstancial, fenoménico, y no apunta siquiera hacia un futuro próximo, ni muchos menos a examinar la realidad de un modo estructural u orgánico. Chávez hizo lo contrario: vislumbró una política latinoamericana para la configuración de nuestros pueblos de cara el mundo, basándose en Bolívar, Martí y otros pensadores, y lo logró en parte. En un momento dado, los ojos del mundo estaban puestos en Venezuela y en su liderazgo, así como un buen número de seguidores de África, Asia y los Estados Unidos. Esto causó mucho malestar no sólo dentro de la derecha mundial, sino también dentro de una casta de viejos izquierdistas o guerrilleros de cafetín de esos que sólo tienen un modelo de sociedad justa en los recovecos de su cabeza, pero le tienen pavor a la realidad y a la praxis; tampoco tienen obra escrita pero comen y beben en grandes restaurantes, se alojan en hoteles o apartamentos costosos, y de vez en cuando conceden brillantes entrevistas donde aparecen como intelectuales inefables. De hecho, en Venezuela buena parte de esa izquierda pequeño burguesa no le perdonó nunca a Chávez que le hiciera perder protagonismo, a aquellos guerrilleros de café universitario que luego se convirtieron en dueños de periódicos para fustigar su gestión o pasarse al bando contrario (“saltar la talanquera”, como decimos) y ponerse luego a echar todas las culpas retroactivas sobre sus espaldas, aún hoy tienen la desfachatez  de lamentarse por el estado de las cosas argumentando que todo cuanto ocurra de negativo ha sido responsabilidad de Chávez.

 

Como persona noble que era, confiaba mucho en la gente; gustaba de tener amigos. Y esto es casi un pecado en el mundo de la política, donde casi no existen los amigos debido a la naturaleza del poder, sino sólo camaradas, partidarios, adláteres, socios y, en el peor de los casos, cómplices. En el difícil arte de negociar que constituye la política, ello es casi un pecado capital, si nos atenemos al campo de intereses financieros que pueden usarse para provecho personal por vías más cómodas: contratos, empresas de maletín, lavado de dinero, compañías fantasmas, etc. Todo ello teniendo en cuenta las características rentistas de nuestra economía dependiente del petróleo, y del clientelismo de intereses que tanto ha perjudicado a nuestro país y se mantiene vivo en buena parte hasta hoy.

 

No cualquier persona tiene el coraje para deslindarse de modo tan radical del capitalismo mundial haciendo gala de argumentaciones contundentes. Chávez podía describir de manera didáctica el proceso de producción capitalista y la plusvalía económica con una claridad pasmosa, dando ejemplos oportunos. Tuvo tiempo para organizar sus ideas y dejarnos un Plan de la Patria. Por cierto, el concepto de Patria fue dignificado por él, un concepto tan gastado y puesto al servicio de nacionalismos sospechosos o de neo-fundamentalismos que pueden ser dañinos si los manejamos con criterios sectarios exacerbados. La Patria tomó un giro significativo en la voz de Chávez, quien restableció el prístino concepto de ésta otorgándole contenidos culturales de primera importancia.

 

Otro rasgo muy visible en la personalidad de Chávez fue una sensibilidad artística que le permitía usar a poetas, narradores, pensadores o músicos para acompañar su desempeño político; solía citar a poetas o escritores, o cantaba tonadas de su tierra llanera o canciones rancheras de México, bien arraigadas en el pueblo venezolano. Rómulo Gallegos, Alberto Arvelo Torrealba, el Indio Figueredo, Ernesto Luis Rodríguez, Víctor Valera Mora, Ludovico Silva o Eduardo Galeano eran sólo algunos de los músicos o escritores referidos por él, aparte de sus citas oportunas de Bolívar, Sucre y de otros próceres de la patria, para complementar las palabras que dirigía a la gente. Al mismo tiempo, se esmeraba en aclarar momentos de la historia venezolana oscurecidos u olvidados –es decir, ideologizados– por la historiografía oficial (como es el caso de Ezequiel Zamora), lo cual explica que tantos historiadores positivistas o neoliberales (para el caso son lo mismo) le tuvieran tanto rechazo. En esa nueva visión de la historia, Chávez dio su sitio a los aborígenes, afroamericanos, sexo diversos, mujeres y ancianos que estaban invisibilizados por la historia y la cultura positivistas de Occidente.

 

Fui testigo de un florecimiento de la cultura popular venezolana en estos primeros años del siglo XXI. Quienes nos involucramos en la gestión pública de la cultura, pudimos cerciorarnos de los diversos vasos comunicantes que se abrieron desde el Ministerio del Poder Popular para la Cultura en pro del reconocimiento de las expresiones y los saberes populares en su más amplio sentido, y sus cultores fueran reconocidos y dignificados.

 

Más venezolano no podía ser el sentido del humor de Chávez. Con esa malicia llanera tan particular y esa picardía para las salidas ocurrentes, su gracia para los decires y refranes, Chávez se ganaba el corazón de la gente. Cuando abrazaba a alguien lo abrazaba de verdad, con cariño y esperanza. Como diplomático de carrera habría sido un fracaso. Rompió con los protocolos diplomáticos en asambleas internacionales donándole inesperadamente, por ejemplo, un libro de Eduardo Galeano a Barack Obama, donde le comunicaba soterradamente que nuestros pueblos de América Latina se estaban desangrando; o diciendo que el mismísimo diablo había estado hacía poco en el pódium de las Naciones Unidas. Pero asimismo, también, sacaba sonrisas a muchos mandatarios de otros países, que ansiaban conocerle y retribuirle sus simpatías.

 

Este carácter confiado y sincero de Chávez también le acarreó muchos problemas. Al romper con los protocolos de seguridad, podía a veces ser abordado por todo el mundo, y dentro de ese “todo el mundo” podía colarse un criminal o un envenenador. Todavía hoy se especula si Chávez fue progresivamente envenenado durante sus giras en otros países, lo cual es posible. En cualquier lugar aceptaba un café o un bocado; una de las cosas que más le entusiasmaban era abrazar a los niños y ancianos y ver la sonrisa de la gente humilde, disfrutaba inmensamente de ello.

 

Como todo ser humano, tenía sus lados malos o débiles y cometió errores, pero esos errores también se debieron en parte a la confianza que depositó en las personas equivocadas.

 

No soy dado a los elogios incondicionales y oportunistas de nadie, sobre todo porque yo mismo soy una persona especialista en acumular los defectos más insoportables que puedan imaginarse; no me siento para nada virtuoso ni apto moralmente para juzgar a nadie ni para hacer retratos idealizados de las personas. Pero esta persona, Hugo Chávez, a quien tuve la oportunidad de ver brevemente cuatro o cinco veces y de estrechar su mano, fue uno de los seres más especiales que he conocido, y no sólo porque haya sido Presidente de la República o un líder continental, sino porque logró transmitirnos, con su sincera humanidad y su amor real hacia el pueblo, una parte muy noble y hermosa de esa condición de ser que llamamos orgullosamente venezolanidad.

 

 

 

 

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