El imperio está aumentando su cerco militar sobre Venezuela
- Análisis
“Seguiremos derrotando cada agresión imperialista, las mentiras de su propaganda y sus arteras maniobras políticas y diplomáticas”
Fidel Castro Ruz
Desde que el Comandante Chávez declarase el carácter antiimperialista de la revolución bolivariana, a mediados del año 2004, el imperio comenzó a aplicarnos una guerra no convencional o guerra de cuarta generación que en sus comienzos fue casi exclusivamente una guerra financiera librada por medio de las empresas calificadoras de riesgo financiero: Moody’s, Standard & Poor's y Fitch, entre otras, las cuales lograron encarecer en forma apreciable nuestra deuda financiera al elevar desmesuradamente el llamado riesgo país, sin ningún basamento técnico-económico válido (1).
Con el paso del tiempo esta guerra comenzó a ser desarrollada en todas sus otras modalidades: política, diplomática, psicológica, cibernética y económica, esta última librada con una gran intensidad y con la incorporación de los grandes monopolios procesadores y distribuidores de alimentos, nacionales y extranjeros, como combatientes locales de primera línea, desde los inicios de la campaña presidencial del 2012 que culminase con una clamorosa victoria del Comandante.
Se trataba de una guerra solapada e incruenta, que a partir del triunfo del presidente Maduro en las elecciones del 2013, sobrevenidas debido a la trágica y prematura desaparición física de Chávez, comenzó a ser acompañada con acciones de sabotaje sobre los sistemas prestadores de servicios públicos, fundamentalmente el sistema eléctrico nacional, y por unas extremadamente cruentas series de acciones de carácter terrorista desarrolladas en aquellos municipios donde la oposición era gobierno, con la complicidad de sus autoridades, y protagonizadas fundamentalmente por paramilitares y mercenarios provenientes del lumpen delincuencial, camuflados como jóvenes estudiantes pacíficos, tal como sucedió en abril del 2013, de febrero a mayo de 2017 y de abril a julio de 2017.
A partir del 25 de agosto de 2017, con la emisión de la Orden Ejecutiva # 13808 por parte de Donald Trump, instrumento que nos limita ampliamente el uso de la divisa estadounidense, la guerra económico-financiera alcanzó niveles estratosféricos, pasando a convertirse en un auténtico bloqueo, al servir de base para la apropiación ilegal de nuestras divisas destinadas al pago de bienes y servicios importados, por parte de instituciones financieras del mundo capitalista, lacayunamente plegadas a los designios del amo imperial. Altamente representativo de este brutal bloqueo y secuestro de dinero, es el caso de la proveedora de servicios financieros Euroclear, denunciada por el presidente Maduro en noviembre pasado, por mantener congelados 1.650 millones de dólares destinados a la compra de medicinas y alimentos para nuestra población (2); más una cantidad casi igual que le fuese depositada para el pago de los cupones de los bonos de la república y de PDVSA vencidos desde noviembre 2017, generando así un impago forzado de parte de nuestra deuda externa.
Cuando decimos que el imperio ha fracaso en la guerra no convencional que nos ha impuesto no queremos ni mucho menos ocultar que la misma, sobre todo en sus variantes psicológica, económica y financiera, no haya causado estragos en nuestra sociedad, al hacer aflorar de algunos de nosotros lo peor de lo que llevamos dentro, provocando un lamentable enfrentamiento de pueblo contra pueblo, origen de una especulación comercial fuera de toda medida. A la vista de todos, como lo hemos señalado en artículo anteriores, está: que casi han logrado pulverizar nuestro signo monetario; que nos están desangrando con el contrabando de extracción a través de nuestras fronteras, llevado a cabo por las mafias habitualmente dedicadas al narcotráfico, ante la mirada cómplice de los gobiernos cipayos de Colombia, Brasil y las islas holandesas; que para poder pagar estos bienes ilícitamente extraídos del país nos están despojando de la casi totalidad de nuestro dinero físico, amparados en una brutal devaluación de carácter totalmente ilegal, ajena a la más elemental racionalidad económica capitalista; y que nos han inducido una hiperinflación de niveles jamás vistos en el país.
Decimos que sus ataques han fracasado, no sólo porque los hemos podido resistir hasta ahora, lo cual viene a ser toda una proeza de nuestro pueblo y de nuestro gobierno, si tomamos en cuenta que sólo las sanciones, base fundamental de la guerra financiera durante los últimos meses, han sido señaladas por Peter Koening, economista y analista geopolítico de origen estadounidense, ex funcionario del Banco Mundial, como las más amplias sanciones económicas de la historia, representativas de una guerra financiera directa que prácticamente paralizaría a Venezuela, siendo constituyentes además de un verdadero crimen de guerra, ya que ponen en peligro y amenazan las vidas del pueblo venezolano (3).
Insistimos en que el imperio ha fracasado con su guerra de cuarta generación porque a pesar de sus terribles efectos hemos logrado pasar a la ofensiva en lo social, en lo político, en lo diplomático, en lo militar y fundamentalmente en lo económico-financiero, algo plenamente demostrable con base en las siguientes razones:
En lo social, porque no sólo es que el imperio no logró generar la deleznable “pelea de perros” que buscaban en el seno de nuestra sociedad, sino que a partir del rechazo generalizado a las sanciones, encabezado por el pueblo y el gobierno revolucionario, se ha producido un rechazo importante en algunos sectores opositores, hacia los líderes locales que las han promovido y hacia el mismísimo imperio y sus amenazas de invadirnos militarmente.
En lo político, porque se ha producido: una importante recomposición de las fuerzas del chavismo, capaz de explicar las amplias victorias electorales alcanzadas a pocos días de la entrada en vigencia de las sanciones (elecciones regionales) y a finales de 2017 (elecciones municipales); una implosión total de la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD), plenamente sumisa a los caprichos de Washington; así como un acuerdo con parte importante de la oposición, para celebrar unas elecciones presidenciales, legislativas regionales y legislativas municipales, el próximo 20 de mayo, contrariando abiertamente las órdenes injerencistas del imperio.
En lo diplomático, porque a pesar del inmenso chantaje aplicado a sus sumisos aliados, necesitaron aplicar la vieja práctica de la “zanahoria y el garrote” a los valientes países del convenio Petrocaribe, para con la muy precaria diferencia de un voto, lograr aprobar una tímida resolución que exhorta al gobierno revolucionario a postergar las elecciones presidenciales, que en aquellos días estaban previstas para el 23 de abril, en medio de una ilegal sesión del consejo permanente de la OEA celebrada el pasado 23 de febrero (4); un logro extremadamente insignificante en comparación con sus aspiraciones de aplicar a Venezuela la llamada “carta democrática” de la organización.
En lo militar, porque las funestas incitaciones a la FANB para que ejecute un golpe de estado en contra de la revolución bolivariana por parte del departamento de estado gringo, fueron inmediatamente rechazadas por su alto mando, que además advirtió al imperio en forma magistral y enfática, lo siguiente: “… no volverán jamás a imponerse los tiempos de dictadores formados en la Escuela de las Américas; ni la tristemente célebre Estrategia de Contención o el criminal Plan Cóndor, con todo lo cual se plagó de miseria y opresión a tantos pueblos de la región” (5).
En lo económico-financiero, porque el exitoso lanzamiento de nuestra criptomoneda con respaldo en petróleo, denominada el Petro, logró captar para el tesoro público unos 735 millones de dólares, el 20 de febrero que fue el primer día de operaciones (6) y unos 3.000 millones, el equivalente casi al 50 % del total de nuestra deuda externa de este año, durante la primera semana (7), todo ello a pesar de las amenazas de sanciones proferidas por el departamento del tesoro norteamericano); así como también porque Euroclear se vio obligada a desbloquear unos 90 millones de dólares correspondientes al pago de intereses del bono PDVSA/22/6 % (8), que le habían sido depositados por la estatal petrolera en noviembre del pasado año, augurando un inminente desbloqueo del resto de los fondos ilegalmente retenidos.
Ante el evidente fracaso de su guerra de cuarta generación y en el escenario de absoluta desarticulación en el que se encuentra la porción de la contrarrevolución venezolana más virulenta y sumisa a sus designios, al parecer no le quedan al imperio, que jamás habrá de desistir en su empeño de defenestrar a la revolución bolivariana, otras alternativas que: promover la movilización de los ejércitos dependientes de Colombia, Perú y Brasil para con el apoyo, al menos logístico, de Argentina, Panamá y Holanda, poder estrechar el cerco militar sobre Venezuela o lanzar a las fuerzas del Comando Sur en un ataque directo.
A la segunda de las alternativas y por las razones que hemos analizado ampliamente en artículos anteriores, le asignamos una muy escasa probabilidad de ocurrencia, aunque tratándose de una administración tan volátil como la de Trump, es imposible descartarla.
En cambio, la segunda de las alternativas, que comenzó a ser desplegada desde el mes de noviembre de 2017, con la ejecución de la “Operación América Unida” (9), consistente en teoría en 10 días de “simulacros bélicos” efectuados fundamentalmente por componentes de las fuerzas armadas de Estados Unidos, Brasil, Colombia y Perú, dirigidos desde una base multinacional “provisional”, construida para este propósito en la ciudad brasileña de Tabatinga, fronteriza con Leticia, en Colombia y con Santa Rosa, en Perú, en el sito que se ha dado en llamar “la triple frontera”, distante unos 700 km. de la frontera con Venezuela, ha seguido su desarrollo de manera casi inexorable, como lo evidencian los siguientes hechos:
La ilegal presencia en Panamá, desde comienzos del mes de enero, de unos 415 efectivos de la fuerza aérea gringa, puestos allí con sofisticado armamento y amplios privilegios, para ejecutar las maniobras militares “Nuevos Horizontes”, hasta el mes de julio del presente año (10).
La reciente instalación de dos bases militares estadounidenses de acción rápida en las comunidades de Vichada y Leticia, en el departamento colombiano de Amazonas, limítrofe con Venezuela por el sur oeste del país (11), que sumadas a las no menos de nueve ya existentes, significan un paso importante en la ocupación militar de Colombia, considerada por el difunto senador estadounidense Paul Coverdell como un paso previo necesario para invadir a Venezuela.
La movilización hacia las fronteras venezolanas de efectivos militares de Colombia y Brasil, en acatamiento de órdenes expresas del imperio impartidas durante los días de la visita a la región del secretario Tillerson, que ha sido un hecho público, notorio y comunicacional.
La presencia de efectivos del Comando Sur en la región de Tumaco (suroccidente de Colombia), el domingo 11 de febrero, con el propósito declarado de realizar maniobras con efectivos del ejército colombiano tendientes a contrarrestar “las amenazas de seguridad” en la zona, según lo declarase el almirante Tidd, al momento de señalar además desde su cuenta Twitter que Colombia "es un socio fuerte y de confianza" para los Estados Unidos (12).
La presencia comprobada de dos fragatas de guerra gringas, de las usadas para escoltar portaaviones en campaña, en aguas de la isla de Aruba, el pasado 12 de febrero (12) y la presencia, que aún no hemos podido comprobar, de otra fragata de la armada de Holanda.
La próxima celebración de los ejercicios “Fuerzas Aliadas Humanitarias”, en la ciudad de Guatemala
del 10 al 27 de abril, sospechosamente coincidente con la fecha originalmente anunciada para la celebración de las elecciones presidenciales en Venezuela; hecho manejado con una discreción mayor que la acostumbrada, que se hizo del dominio público por un documento filtrado del ministerio de defensa del Perú (13).
La reciente autorización concedida por el gobierno de Macri a los EE. UU. para instalar una base militar en la triple frontera de Argentina, Brasil y Paraguay, acordada en la visita realizada a Washington por la ministra Patricia Bullrich a comienzos del mes de febrero pasado (14).
A pesar de la existencia de este escenario al cual la contundencia de los hechos descritos forzosamente obliga a calificarlo como un “escenario prebélico”, dos conocidos hombres públicos estadounidenses se empeñan en negar la factibilidad de una invasión imperial a Venezuela; se trata de Thomas Shannon, diplomático, subsecretario de estado adjunto para el hemisferio occidental, “en vías de retirarse” y Noam Chomsky, lingüista, filósofo, politólogo, activista político y profesor emérito del MIT.
En efecto, Shannon, en una entrevista para el medio W Radio de Colombia señaló: “Es cero factible una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela” y adicionalmente, “Es un problema que los mismos venezolanos tienen que resolver” (15); por su parte Chomsky en una entrevista concedida a Rafael Correa, dice admitir que Venezuela "tiene problemas muy graves", pero que no cree que EE.UU. "esté en posición de organizar un golpe de Estado o de atacar a ese país" (16).
A juicio mío no debe darse el más mínimo crédito a estos señalamientos; en el caso de Shannon, por considerar que nadie llega tan lejos en las filas del imperio sin haber hecho firme profesión de fe sobre el excepcionalismo estadounidense y la validez de la doctrina Monroe; y en el caso del profesor, por considerarlo un permanente detractor de la revolución bolivariana al mismo tiempo que un muy curioso detractor del imperio, especializado en “atacarlo” pero al mismo tiempo defenderlo.
En suma, no podemos ni dormirnos en los laureles celebrando por mucho tiempo más esta derrota parcial del imperio, ni mucho menos bajar la guardia ingenuamente confiando en señalamientos como los de Shannon y Chomsky, ya que lo que está en juego es la integridad y la pervivencia de la patria.
Notas
Caracas, marzo 05 de 2018
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