La elección del 19 de noviembre: una izquierda al borde del suicidio
- Opinión
a) El carácter de la coyuntura política
Las elecciones presidencial y parlamentaria de 2017 han puesto una vez más de relieve tanto el gran potencial de cambio social que está presente en la actual coyuntura política del país, con una población cada vez más hastiada de la corrupción y la desigualdad imperante, así como las grandes debilidades que continúa arrastrando una izquierda que, aparte de atomizada, se debate en un mar de confusiones que la llevan a abstenerse de intervenir en la batalla electoral o a desdibujar severamente su identidad.
Así lo deja ver el hecho de que, una vez más, la contienda electoral no haya logrado adquirir sentido para la mayor parte de la población habilitada para votar. La decepción de "los políticos" y de la política que ellos encarnan cobra una primera expresión en el altísimo porcentaje de los que no se interesaron por concurrir a votar. En efecto, esta vez solo sufragó el 46,7% del total, cifra que es aún menor que la registrada en la elección presidencial anterior, en que el porcentaje de votantes alcanzó al 49,1%.
Este es un dato clave porque, si bien la abstención no podría interpretarse como sinónimo de aspiraciones políticas claramente antisistémicas, al menos permiten desmentir el aparentemente alto nivel de respaldo que alcanzan las expresiones políticas más conservadoras. Interpretada como expresión de satisfacción o complacencia con el estado de cosas imperante y comprometida con su defensa, la votación de este sector queda reducida a un minoritario porcentaje de entre un 20% a 25%.
Además significa que la comparativamente alta votación del FA y baja de la NM corresponde en gran parte a un trasvasije, que da cuenta del hastío de parte importante del electorado "progresista" con la muy prolongada "transición" administrada por el duopolio –bautizada de manera autocomplaciente como “democracia de los acuerdos”– y su ya generalizado malestar con la situación de aguda desigualdad, ausencia de derechos básicos y permanentes abusos que ha debido soportar permanentemente.
b) La prolongada agonía de la vieja Concertación
La vieja Concertación, reciclada luego como Nueva Mayoría, carente ya de empuje y de horizontes, sigue experimentando su larga agonía. Amplios sectores de la población que en su momento confiaron en ella y le brindaron un apoyo entusiasta se encuentran hoy desilusionados con las políticas diseñadas e implementadas por sus gobiernos. Sienten que muchas de sus esperanzas se ha visto frustradas por la corrupción, el nepotismo y obsecuencia de sus dirigentes con los poderes fácticos empresariales.
Ante la creciente desafección de la población con los partidos de la vieja Concertación, las tensiones internas entre sus alas "autocomplaciente" y "autoflagelante", que cruzan transversalmente a sus principales partidos, no han cesado de agudizarse. Sin embargo, el descontento de la población se ha traducido ante todo en la progresiva decadencia de los viejos liderazgos concertacionistas (aylwinismo y lagismo) y en la ostensible merma electoral a sus sectores más conservadores.
En efecto, los mayores partidos de la vieja Concertación disminuyeron su caudal electoral, en algunos casos en forma dramática, como en el del PPD, que perdió casi la mitad de su votación anterior, y en el del PDC, que sufrió también una caída muy significativa de su votación parlamentaria, aunque logrando evitar que se situara al nivel de la paupérrima votación de su candidata presidencial. En términos globales la NM perdió alrededor de novecientos mil votos desde la elección parlamentaria anterior.
En ese contexto, el resultado electoral también fue malo para el PC, cuya votación se mantuvo estancada en torno a un 4,5% de la votación. Eso luego de que al unirse a la vieja Concertación, rebautizada como NM, solo contribuyera a prolongar su agonía, cuando ya la población se había manifestado claramente hastiada de su inveterada sumisión a los poderes fácticos empresariales y comenzaba a levantar con una fuerza creciente algunas de sus demandas más sentidas.
c) El Frente Amplio: la nueva "renovación de la izquierda"
Por su parte, la apresurada creación del FA, si bien buscó y logró expresar en parte el descontento imperante, se tradujo finalmente en un programa limitado de reformas, carente de una perspectiva estratégica de cambios realmente estructurales, capaces de impugnar el poder que detenta el gran capital sobre la vida nacional. Se ha dado curso así a una nueva "renovación de la izquierda" que, como la ya experimentada antes por el PS, supone un claro abandono de toda perspectiva revolucionaria.
En efecto, siguiendo el ejemplo del Podemos español, la propuesta programática del FA se limita a propiciar un sinnúmero de reformas al modo en que funciona el capitalismo, buscando promover y cautelar el reconocimiento de ciertos derechos ciudadanos e incidir mediante normas regulatorias e iniciativas del Estado en la orientación de la economía y la distribución del ingreso. En suma, un programa socialdemócrata para llenar el vacío dejado por la neoliberalización de la vieja izquierda.
Algunos dirigentes del FA han intentado justificar la falta de radicalidad de su propuesta en base a la tesis sostenida majaderamente por Carlos Peña. En opinión de este último, las políticas neoliberales han logrado consumar un exitoso proceso de "modernización capitalista" en el país, el cual gozaría de una aceptación mayoritaria en la población, cuyas muestras de malestar no estrían dirigidas contra el sistema sino solo contra las dificultades de acceso al consumo de los bienes y servicios "estatutarios".
En estas condiciones, levantar banderas revolucionarias estaría, por lo tanto, completamente fuera de lugar. Sin embargo, esa manera de ver las cosas, muy similar a la del reformismo clásico, es del todo errónea, ya que supone que la condición para poder situar la lucha por reformas en una perspectiva revolucionaria sería la necesaria presencia de una clara y elevada conciencia política en la mayoría de la población. Es decir, se parte de una premisa falsa, que no se ha verificado en ninguna revolución.
En efecto, dada la ostensible hegemonía cultural de la clase dominante, cuyas contenidos y valores se irradian por múltiples vías, es ilusorio pensar que la mayoría de la población trabajadora pudiese cobrar bajo el capitalismo una conciencia lúcida e ilustrada de las verdaderas causas de los males que padece. Como lo indica la experiencia histórica, los persistentes esfuerzos contrahegemónicos solo permiten desafiar y contrarrestar la ideología dominante de manera muy desigual entre los explotados.
Pero es precisamente por ello que resulta tan importante no bajar la guardia en cuanto al objetivo final de una lucha democrática verdaderamente consecuente, desplegando de marera permanente una labor de educación, organización y movilización orientada a construir fuerza social, pero en consonancia con la necesidad de crear y enraizar también en ella una fuerza política programáticamente revolucionaria, que busque de manera infatigable recrear y fortalecer la conciencia de clase de los explotados.
Es justamente la conjunción entre el surgimiento de un descontento generalizado y explosivo en la población, fruto inevitable de las contradicciones insolubles del capitalismo y sus crisis, y un liderazgo político revolucionario, consistente, creíble y fuertemente arraigado en los destacamentos más conscientes y combativos de los explotados, lo que en ciertas coyunturas históricas abre la posibilidad de transformar las meras expresiones de rebeldía en un auténtica revolución social.
Por el contrario, partir del supuesto de que, por necesario y deseable que parezca, resulta imposible o, peor aún, contraproducente hacer claridad sobre el objetivo central de una lucha consecuente contra los males del sistema es aferrarse a una superstición llamada a convertirse en una profecía autocumplida, ya que al razonar de esa manera se autoimpondrán límites a la propia acción y se dejarán de realizar los esfuerzos llamados a transformar en posible lo que por ahora puede parecer imposible.
d) La imperativa necesidad de levantar una clara alternativa de izquierda
La ausencia de una alternativa consistente de izquierda en la escena política es un claro reflejo del estado de confusión, dispersión y parálisis en que se debaten hoy los variados núcleos de militancia que se identifican con la lucha por la revolución y el socialismo. Al centro de este estado de cosas lo que se halla es un gran vacío en el plano de las ideas, la ausencia de un proyecto político consistente. Como bien sostuvo Lenin "sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario”.
Si bien en la elección del 19 de noviembre hubo al menos una candidatura, la de Artés, que levantó sin tapujos la bandera del socialismo, ello tampoco resultó ser algo positivo ya que lo hizo desde una perspectiva que resulta indefendible y que solo contribuye a desacreditar la causa del socialismo al identificarlo con la nefasta tradición nacionalista, burocrática y represiva del estalinismo. El socialismo solo puede significar el autogobierno de los trabajadores, es decir, una efectiva y plena democracia.
Si una parte de los núcleos de izquierda ha aceptado desperfilarse programáticamente en el seno del FA, otra parte se reúsa a participar en las batallas electorales, como si ellas no constituyesen un escenario importante de la lucha política en curso, que en la sociedad diversificada y compleja en que hoy vivimos es más que nunca una persistente batalla comunicacional por incidir en la manera en que los sujetos perciben las realidades y problemas que los afectan y reaccionan ante ellos.
El menosprecio por este tipo de contiendas, contraponiéndoles artificiosamente las luchas parciales que logran verificarse a nivel local, así como la exaltación mistificada de un sujeto popular capaz de ponerse por sí solo de pie hasta liquidar el estado de cosas existente, rechazando de paso toda forma de centralización e "iluminismo" en la lucha política, solo son la expresión de una conciencia espontánea y rudimentaria que no logra aun asumir la real envergadura y complejidad de la lucha emancipatoria.
La única forma posible de salir del callejón que hoy parece contener las potencialidades que la situación ofrece al desarrollo de las fuerzas revolucionarias, consiste en levantar un proyecto político que, colocándose a la altura de los desafíos que las contradicciones del capitalismo nos plantean, logre generar una fuerza centrípeta capaz de reagrupar y cohesionar un destacamento militante que pueda intervenir de manera consistente en el escenario político y convocar a la mayoría de la población.
En un plano programático, ese proyecto necesita hacer pie en la rica experiencia histórica ya acumulada por el movimiento socialista y revolucionario, para aprender de ella y avanzar con mayor rapidez, seguridad y coherencia, evitando autoengañarse o repetir errores evitables, pero teniendo claro que, como ya nos alertaba Mariátegui, cada experiencia es única en su configuración y ritmos de desarrollo y que, por tanto, no se puede pretender que ella sea "ni calco ni copia sino creación heroica".
Se impone reivindicar en esto al menos tres ideas centrales de un proyecto socialista auténtico: 1) que "la emancipación de los trabajadores será obra de los propios trabajadores" lo cual supone formas de autogobierno democrático como las de la Comuna de París; 2) que las empresas estratégicas, creación colectiva de la sociedad, deben pertenecer a ésta y ser administradas de acuerdo a un plan central democráticamente elaborado; 3) que el socialismo solo es plenamente realizable a escala mundial.
En el plano de las concepciones estratégicas también contamos a nuestro favor con una rica experiencia de la que podemos aprender muchas lecciones valiosas para trazar una orientación política que nos permita avanzar de manera segura, evitando dar pasos en falso en una u otra dirección, a condición, claro está, de saber pensar con cabeza propia y elaborar cursos de acción que, partiendo de la situación actual, permitan elevar los niveles de conciencia, organización y movilización popular.
También aquí se pueden señalar algunos criterios básicos como la necesidad de: 1) contar con partidos políticos democráticamente centralizados capaces de liderar un cambio, no solo político y económico sino también social y cultural, de carácter global; 2) levantar reivindicaciones que, partiendo de los estados actuales de conciencia de los explotados, permitan desatar dinámicas de movilización popular cada vez mayores; 3) mantener en todo momento en pie una línea de clara independencia de clase.
En el plano orgánico, la tarea es convocar y apoyarse en los muchos núcleos militantes hoy dispersos para poner en pie un proceso de convergencia dirigido a reagrupar a los revolucionarios sobre la base de una perspectiva de lucha por el socialismo y una línea política de independencia de clase que, junto con interpelar a las cúpulas reformistas, convoque a los trabajadores y demás sectores explotados a organizarse y luchar por sus intereses de clase no solo en el plano económico sino también político.
Santiago, 4 de diciembre de 2017
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