El dilema del Frente Amplio
- Opinión
Una nueva muestra de la confusión política y programática que reina en las cúpulas dirigentes del Frente Amplio, sumándose a la calificación de «totalitario» dada hace algunas semanas al gobierno de Allende por su candidata presidencial y a la más reciente y ácida pugna desatada por un mero cupo en sus listas parlamentarias, imprimiéndole un curso bastante errático a su accionar, la dio el diputado Gabriel Boric al intervenir en el programa «Tolerancia Cero» transmitido en la noche del 20 de agosto por CHV y CNN.
En esa ocasión, y en respuesta a un cuestionamiento formulado por la ex ministra de Piñera, Catalina Parot, referido a la creciente robotización de los procesos productivos en la economía actual, Boric sostuvo:
«lo que nosotros tenemos que preguntarnos, por ejemplo, es en un proceso de automatización del trabajo, en donde seguramente va a implicar destrucción de empleos, destrucción de empleos ¿qué va a pasar con los trabajadores que pierden esos empleos? ¿Eso va a significar una mayor concentración de la riqueza por parte de quienes sean capaces de tener el capital para poder comprar esas máquinas? y por lo tanto ¿vamos a generar nuevos nichos de pobreza en torno a trabajadores no calificados que son reemplazados por máquinas? bueno ¿cuál es la respuesta de la izquierda para eso? Yo creo que ahí hay un debate muy interesante» ( http://www.chilevision.cl/tolerancia-cero/temporada-2017/tolerancia-cero-capitulo-20-de-agosto/2017-08-20/235639.html )
La cierto es que, más allá de lo valorable que pueda ser la disposición de Boric a asumir y enfrentar las nuevas y complejas realidades a las que el desarrollo histórico nos enfrenta permanentemente, esta respuesta retrotrae la comprensión del problema en al menos dos siglos, a la época de aquellas primeras y elementales formas de resistencia expresadas en el movimiento de destrucción de maquinarias llevadas a cabo por los trabajadores ingleses a inicios del siglo XIX conocido con el nombre de «ludismo».
Lo que entonces los trabajadores percibían como una amenaza a sus puestos de trabajo era la sola existencia y utilización de las máquinas, sin comprender aún que el problema no radicaba en ellas, que por el contrario representaban un gran avance, socialmente provechoso al permitir, precisamente, ahorrar trabajo, sino en las relaciones capitalistas de producción. Eran estas últimas las que impedían que este avance fuese directamente aprovechado por la sociedad y beneficiaran ante todo a quienes estaban en condiciones de apropiarse de él, es decir a los capitalistas.
De ese modo el progreso científico-técnico, que socialmente solo cabe reputar como una «bendición» por elevar la productividad del trabajo, lo que a su vez permitiría reducir la jornada laboral –estancada hace ya más de un siglo– y ofrecer mejores condiciones de trabajo para todos, se transforma, solo en virtud de las relaciones sociales de producción imperantes, es decir del sistema económico capitalista y sus criterios de racionalidad centrados en la incesante valorización del capital, en una «maldición» para gran parte de los trabajadores y sus familias que se convierten así en víctimas del desempleo.
Este es, precisamente, uno de los aspectos en que más claramente se revela el insuperable antagonismo entre el interés social mayoritario, que aspira a que ciertos derechos elementales sean efectivamente reconocidos y cautelados, y el interés del capital que solo busca que socialmente se priorice su propio proceso de valorización. Quien comprenda esto no puede dejar de concordar con la conclusión a que llegaba Marx hace un siglo y medio al sostener:
«Hubo de pasar tiempo y acumularse experiencia antes de que el obrero supiese distinguir la maquinaria de su empleo capitalista, acostumbrándose por tanto a desviar sus ataques de los medios materiales de producción para dirigirlos contra su forma social de explotación» (Marx, El Capital, FCE, cap. XIII, p.355)
Es decir, resulta meridianamente claro que el capitalismo es el problema y que, por lo tanto, para resolverlo no cabe otra opción que explicarlo claramente al pueblo trabajador y plantearse como proyecto político terminar con este sistema para sustituir la valorización del capital como criterio rector de las decisiones económicas –que trae aparejados el portentoso despilfarro de recursos asociados a la competencia y al gasto militar, la creciente desigualdad social imperante, el vaciamiento o negación de la democracia por los poderes fácticos empresariales, el individualismo y la hipocresía inherente a la lucha de todos contra todos– por la valorización de la vida como criterio prioritario de racionalidad económica.
Los grandes problemas que afectan hoy a Chile y al mundo derivan, precisamente, de la insalvable contradicción existente entre la lógica del capital imperante y los intereses de la inmensa mayoría de la población trabajadora que es explotada, discriminada, abusada, excluida, ninguneada. De modo que si el Frente Amplio aspira a ser una real alternativa política al duopolio, que ha escenificado por ya largos 27 años una parodia de democracia en el actual escenario político chileno, debe atreverse a levantar un claro proyecto histórico de superación del capitalismo. De lo contrario está destinado a chapucear en la misma ciénaga en que hoy ejecutan con gran esmero su farsa las cúpulas del duopolio.
21 de agosto de 2017
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