Djibouti: A la sombra de las armas

31/03/2017
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Foto: Wikipedia
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Para muchos el nombre: Djibouti, Yibuti o Gibuti, parece evocar novelas de aventuras, leyendas piratas o folletines sobre de la Legión Extranjera, tanto que ni siquiera estamos seguros de su  existencia, pero no, Djibouti existe y a pesar de ser una de las naciones más pequeñas de África, su importancia geoestratégica escala niveles cada vez más alarmantes.

 

Sobre las aguas del Mar Rojo, al sur de Eritrea, al norte de Somalilandia, estado no reconocido por Naciones Unidas, y con una frontera de casi 350 kilómetros, con la siempre inquietante Etiopia al oeste, la antigua colonia francesa, desde 1891 hasta 1977, es hoy una república semi-presidencialista, que nunca ha escapado de la influencia occidental.

 

Djibouti, se ubica en el estrecho de Bab-el-Mandeb (La Puerta de las Lamentaciones), una vía marítima clave que vincula el Océano Índico y el Mediterráneo, desde el Golfo de Adén y el Mar Rojo, hasta el Canal de Suez, por donde pasa un enorme flujo comercial particularmente petrolero, que se estima en unos 4 millones de barriles de crudo al día.

 

Son varias las potencias que han establecidos bases militares en el país, con la gran excusa de la lucha contra la piratería: Francia, desde 1969, tiene estacionado en su ex colonia el 5to Regimiento de Ultramar de armas combinadas, (RIOM-5e), la base aérea 188 con un escuadrones cazas Mirage, de diferentes tipos y la 13º media brigada de la Legión extranjera, lo que constituye su mayor destacamento militar extraterritorial. Italia cuenta con la Base Militare Nazionale di Supporto con capacidad para unos 300 hombres, aviones y drones, controlados desde la base de Amendola, en la región italiana de Apulia. Japón mantiene un contingente aéreo desde 2011, con cerca de 600 efectivos que a la vez se alternan con buques de guerra de patrulla marítima. Japón paga unos 30 millones de dólares por año por el derecho a las instalaciones militares. Alemania tiene unas tres fragatas, cuatro barcos abastecimiento y cerca de 2500 marinos. Reino Unido, España y Arabia Saudita cuentan con sus bases militares, mientras que Rusia se encuentra negociado la suya con las autoridades de Djibouti.

 

Los países vecinos usufructúan también de su posición geográfica, Riad cuenta con una base aérea en Assab al sur de Eritrea, mientras que Emiratos Árabes (EAU) construye la suya en Somalilandia.

 

Estados Unidos es la potencia con mayor presencia en la pequeña nación africana: allí tiene su  base Camp Lemonnier, con más de 4 mil hombres,  la única en el Cuerno de África para controlar Somalia,  Sudán, República Centroafricana, Kenia, Uganda y el Congo. Aunque su vigilancia también ha llegado a Nigeria, Mali, Níger, Chad e incluye, de manera fundamental, Yemen y países de Medio Oriente.

 

El Pentágono ha dispuesto en Lemonnier centrales de control de la AFRICOM, CENTCOM, el Comando de Operaciones Especiales (SOCOM) y el Comando Europeo de los Militares de Estados Unidos (EUCOM). Mientras que la Fuerza Aérea cuenta con escuadrillas de F-15E Strike Eagle, F-16 y KC-135. En julio pasado, a la espera de la resolución de la compleja situación en Sudán del Sur, desde Djibouti, se enviaron alrededor de medio centenar de comandos norteamericanos, para protección del personal de la embajada, tras el incremento de la guerra civil que asola al joven país desde 2013.

 

Washington, compitiendo con París, por una mayor influencia en Djibouti, es quién ha dado entrenamiento y equipo a la guardia personal del presidente Ismail Omar Guelleh; que en abril pasado ganó nuevamente las elecciones, por un “particular” 86%.

 

Guelleh, asumió el poder en 1999, tras relevar a su tío Hassan Gouled Aptidon, que gobernó el país desde la independencia en 1977.

 

En 2014, el Pentágono firmó un nuevo contrato de arrendamiento por 20 años de Camp Lemonnier con el presidente Guelleh, donde además de comprometerse a una inversión de 1400 millones de dólares para modernizar y ampliar las instalaciones.

 

Desde el inicio de la guerra en Yemen, en marzo de 2015, el Pentágono monitorea de manera constante todos los buques en el área.

 

Las tropas norteamericanas, destacadas en Djibouti, están siendo utilizadas para una nueva intervención en Somalia, contra la guerrilla wahabita al-Sahabb, vinculada a al-Qaeda, con fuertes posicionamientos en todo el país, pero particularmente en el sur. Desde octubre pasado, de manera casi secreta, los Estados Unidos, realizan entre seis y ocho incursiones al mes con drones, aviación y una pequeña fuerza terrestre, contra la banda fundamentalista, ocasionando, en varias oportunidades,  bajas civiles, de las que no se ha hecho responsable.

 

El 13 de octubre, por primera vez Estados Unidos se involucró directamente en la guerra en Yemen, con una serie de ataques misilisticos, contra radares bajo control de las fuerzas chiís Hutíes. Los ataques, se presume, fueron realizados desde territorio djibouti apenas a 30 kilómetros de la costa yemenita.

 

Sin todavía precisar cuáles sean los planes de Washington, tanto en Somalia como en Yemen, están en franco aumento su potencial armamentístico en la región por lo que Djibouti, pasar a ser de una importancia primordial, ya que alberga equipos de las fuerzas de operaciones especiales (SOF) respaldados por tropas del ejército.

 

Sombras chinas

 

La primera reunión que se realizara a principios de abril en Florida, entre los presidentes de China y Estados Unidos, se produce en momentos en que la Casa Blanca está seriamente preocupada por la próxima inminente apertura de la primera base militar china en el norte Djibouti, para el apoyo de misiones logísticas contra la piratería, a corta distancia de la base norteamericana Camp Lemonnier.

 

Las tensiones entre los gobiernos de Xi Jinping y Trump abarca muchísimas áreas de las dos mayores potencias militares y económicas del mundo: desde lo netamente comercial, a lo militar. Tras el triunfo de Donald Trump, la tensión entre Beijing y Washington se ha incrementado por las acusaciones y amenazas de Trump, quien considera que China es la mayor responsable de la pérdida de empleos norteamericanos, entre otros cruces y reproches, por lo que la discusión sobre sus posicionamientos en Djibouti no es para nada menor.

 

Es sabido que China, desde comienzos de los años ochenta y de manera muy discreta, ha invertido en diferentes ámbitos de la economía africana, particularmente en el área de hidrocarburos y la construcción, unos 200 mil millones anuales.

 

Djibouti, es la terminal del ferrocarril, que parte desde Addis Ababa (Etiopia) y llega a los puertos de aguas profundas en el Mar Rojo, y que construye Beijing para sacar material prima e introducir al interior del continente sus manufacturas.

 

La base militar que construye China se ubica en las cercanías de la ciudad de Tadjourah, al norte del país, por la que pagará 100 millones de dólares por año, mientras que Estados Unidos paga 63 millones.

 

China necesita de manera perentoria el control militar en la región, ya que los buques contenedores que trasportan sus mercancías a los puertos europeos pasan indefectiblemente por allí y están amenazados por la piratería y la cada vez más fuerte presencia del Daesh y al-Qaeda en Yemen. Ello no deja posibilidades para la negligencia.

 

Beijing, ya tiene una fuerza de cerca de mil hombres para proteger sus explotaciones petroleras en Sudán del Sur, la que se incrementará próximamente en Djibouti, debido al arribo de miles de ciudadanos chinos que trabajan en diferentes proyectos de infraestructura en la región.  A ellos se suma el millar que han sido evacuados con el inicio de la guerra en Yemen, mientras que otros tantos también fueron reubicados en Djibouti, en 2011, tras el estallido de la guerra en Libia.

 

 

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China cuenta, además, con una flota de casi 100 unidades militares para escoltar de sus convoyes rumbo a Europa y otros tipos de transportes navales, para abastecer las necesidades de las empresas que operan en el Mar Rojo y el Golfo de Adén.

 

La agobiante presencia militar de Occidente, y las inversiones chinas en Djibouti, no se replican en las condiciones de vida del casi millón de habitantes  ya que el país cuenta con los más bajos índices de desarrollo humano  en el mundo, según Naciones Unidas, ubicándose en el puesto 151, de los 178 países encuestados. El desempleo afecta a más del 50% de la población, mientras el analfabetismo alcanza el mismo porcentaje.  La esperanza media de vida es de 43 años. La tasa de mortalidad infantil se encuentra entre las más altas del mundo, y las mujeres todavía sufren la ancestral ablación genital.

 

A la crisis humanitaria de sus propios ciudadanos hay que sumarle los más de 4 mil refugiados yemeníes hacinados en las polvorientas tiendas de campañas del campo de Markazi, a pocos kilómetros del puerto de Obock, patrocinadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), junto con la Oficina Nacional de Ayuda a los refugiados y las víctimas de desastres (ONARS).

 

El campo de Markazi se ubica en el desierto, donde la salubridad es tan escasa como el agua.

 

Las etnias locales, los afar e issas, protagonizaron una guerra civil (1991-1994) además del choque fronterizo con Eritrea del 2008, que si bien duró apenas tres días entre el 10 y 13 de junio, dejó aproximadamente 300 bajas entre muertos y desaparecidos.

 

Estos son elementos aprovechados por el presidente Guelleh, que juega con una democracia formal, para consolación de Occidente, mientras que en realidad se maneja como una clásica dictadura represiva y corrupta, sometiendo a su pueblo a constantes ejecuciones extrajudiciales, torturas, detenciones arbitrarias, en la que las violación a mujeres son rutina.

 

La angustiante sombra de las armas del mundo pende sobre el pueblo de Djibouti, como una más de sus tantas desgracias sin que a nadie le importe nada.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

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