Trump y la política del mal vecino

30/01/2017
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En su discurso de toma de posesión como Presidente de Estados Unidos el 4 de marzo de 1933, Franklin Delano Roosevelt dijo “en el ámbito de la política mundial, yo dedicaré esta nación a la política del buen vecino; el vecino que de modo resuelto se respeta a sí mismo y, al hacerlo, a los derechos de los otros; el vecino que respeta sus obligaciones y respeta la santidad de sus acuerdos en y con un mundo de vecinos.”

 

Eran los tiempos de la gran depresión y se respiraban tiempos de guerra. Ante ello, Estados Unidos estaba obligado a reconciliarse con América Latina, región en la que había intervenido sistemáticamente haciendo efectivas la Doctrina Monroe; la Enmienda Platt; la construcción del Canal de Panamá a instancias de Colombia; sin dejar de lado las numerosas intervenciones realizadas en países como México, Haití, Nicaragua y la República Dominicana. Era razonable suponer que las naciones latinoamericanas y caribeñas veían en Estados Unidos a un país intervencionista, agresor y escasamente cooperativo y que desarrollaran una suerte de “germanofilia”, por considerar que Alemania podría ayudarles a revertir el intervencionismo de Washington.

 

Pero esa posible alianza entre las naciones latinoamericanas y Alemania ¿era factible o simplemente ficción? Este año se conmemoran 100 desde la intercepción, por parte de los servicios británicos de inteligencia, del famoso telegrama Zimmerman, en el que Alemania ofrecía apoyo al gobierno mexicano para recuperar los territorios perdidos en beneficio de EEUU en el siglo XIX. Alemania apostaba así, a que EEUU se enfrascara en una contienda con su vecino sureño y que ello le impidiera involucrarse en la primera guerra mundial, en la que, su participación podría impedir la victoria de los germanos.

 

Con este antecedente y de cara al arribo de Adolfo Hitler al poder en 1933, Estados Unidos valoraba la importancia de arreglar las cosas con las naciones latinoamericanas a efecto de “amarrar” su apoyo y evitar que cerraran filas con el régimen alemán. Para ello, el día de la hispanidad (12 de abril) a poco más de un mes de haber asumido la presidencia, Roosevelt decidió poner en marcha su política del “buen vecino” en el continente americano. Buscaba así, acercarse a la región latinoamericana y caribeña, enfatizando la importancia de fomentar el desarrollo económico y promover la seguridad mutua de cara a la gran guerra que estaba por venir.

 

Hay que decir que no fue fácil para Estados Unidos acercarse a América Latina y el Caribe. A muchas de las naciones del área les costó mucho trabajo concretar una alianza con la Unión Americana y romper con Alemania. Ahí están los casos de México, quien declaró la guerra a Alemania el 28 de mayo de 1942 siendo Presidente Manuel Ávila Camacho, que coincidentemente fue víctima de un atentado el 10 de abril de 1944 –aunque se especula que las razones de este fallido magnicidio pueden haber sido otras, la hipótesis del descontento en las fuerzas armadas con la declaratoria presidencial es factible-; y sobre todo de Argentina, que fue presionada fuertemente por Washington para romper con Alemania, cosa que hizo hasta marzo de 1945, por ser condición indispensable para que el país sudamericano pudiera firmar la Carta de San Francisco y ser miembro fundador de Naciones Unidas.

 

¿Por qué es importante este recuento histórico? Cuando Roosevelt impulsó la política del “buen vecino” en la región, uno de sus argumentos fue que todas las naciones del continente están en el mismo barco y que, por lo tanto, están obligadas a trabajar de manera conjunta en aras del bien común. Roosevelt insistía en que “el buen vecino, no hunde el barco”.

 

Roosevelt tenía razón. Para que Estados Unidos pudiera ser líder mundial, necesitaba que su vecindario, su zona de influencia natural, fuera un entorno próspero y seguro. Eso le permitiría abocarse a gestionar una de las mayores crisis que haya enfrentado el mundo en su historia. Y así fue. Estados Unidos, por tanto, debería ser más agradecido con la región.

 

Tras la guerra y al día de hoy, América Latina y el Caribe han sido una zona de seguridad para la Unión Americana, lo que le ha dado la tranquilidad al poderoso vecino del norte, para proyectar sus intereses en el mundo. Hoy, los países latinoamericanos y caribeños cuentan con presupuestos de defensa bajos, y los conflictos que encaran tienen que ver sobre todo con la delincuencia organizada. Comparada ésta zona con Medio Oriente y algunos países africanos, América Latina y el Caribe, tiene una ventaja comparativa que valdría la pena recordarle al Estados Unidos de Donald Trump.

 

A escasos siete días de haber asumido la Presidencia, el nuevo huésped de la Casa Blanca ha perfilado a México como “su enemigo perfecto”. Lo denostó a lo largo de la contienda electoral, y entre las primeras acciones desarrolladas ya como primer magistrado, Trump ha echado a andar iniciativas poco amistosas contra México. No se podrán quejar quienes han argumentado que a lo largo de la historia México le importa muy poco a Estados Unidos. Importa sí, puesto que no se habla de otra cosa en Washington en estos días.

 

Trump además tiene en México a su “enemigo perfecto” porque está consciente de las vulnerabilidades de nuestro país, del mal momento económico en el que nos encontramos, de nuestra dependencia estratégica respecto a Estados Unidos en términos de comercio, inversión, seguridad, etcétera. Percibe así que las posibles represalias que el gobierno mexicano podría aplicar contra Estados Unidos, no dañarán ni a la economía, ni a la política ni a la sociedad estadunidenses. Sin embargo, esta percepción trumpiana no es del todo acertada.

 

A manera de recordatorio, México y Estados Unidos establecieron relaciones diplomáticas hace 195 años. Comparten una extensa frontera de más de 3 mil kilómetros. Se producen, en promedio, cientos de cruces fronterizos con flujos de más de 1 millón de personas y 437 mil vehículos diariamente. 34. 6 millones de personas de origen mexicano viven en EEUU. Más de 1 millón de estadunidenses viven en México (25 por ciento del total de todos los estadunidenses que viven en el extranjero).

 

Adicionalmente, México es el socio latinoamericano más importante para Estados Unidos. El comercio bilateral asciende a 532 mil millones de dólares (exportaciones de México a EEUU, 296 mil millones de dólares; importaciones desde EEUU, 235 mil millones de dólares para un superávit comercial favorable a los mexicanos por 60 mil millones de dólares). EEUU es el primer socio comercial de México (64 por ciento del comercio total mexicano, 80 por ciento de sus exportaciones). México es el tercer socio comercial de EEUU (14 por ciento del comercio total estadunidense). Asimismo, México es el primero, segundo o tercer mercado para 30 de los 50 estados de la Unión Americana y 6 millones de empleos en aquel país dependen de manera directa del comercio con México.

 

México ha asumido los principales costos materiales y humanos de la lucha contra el tráfico de estupefacientes, los que tienen en Estados Unidos, a su principal mercado. México paga con sangre y fuego el combate de este flagelo sin que haya una labor equivalente en el vecino país del norte para reducir la demanda de drogas. Tampoco se observa un apoyo decidido de Estados Unidos para combatir el lavado de dinero, ni el tráfico ilícito de armas de fuego que son dos elementos que han empoderado a los cárteles de la droga en nuestro país. El enfoque que priva en EEUU –y también en México- para encarar este problema, es el de la criminalización, pero el de salud, prevención y tratamiento de las adicciones no es lo suficientemente enérgico ni decidido.

 

 

 

Este recuento hay que verlo además, en el contexto de la globalización. A diferencia de la época de Roosevelt, hoy Estados Unidos es un país interdependiente, interconectado y globalizado, y su prosperidad interna depende, a diferencia de lo que postula Trump, del mundo exterior. Su seguridad no emana únicamente de un presupuesto militar exacerbado, como tampoco de fuerzas armadas tecnologizadas y adiestradas. Para que la Unión Americana tenga seguridad, requiere de la cooperación internacional –como la que abnegadamente le ha brindado México.

 

Trump se equivoca y al hacer de México su “enemigo perfecto” se comporta como un mal vecino que, paradójicamente, puede hundir el barco.

 

El día de ayer, el Presidente Peña Nieto anunció la cancelación de la visita que tenía programada para reunirse con su homólogo estadunidense la próxima semana. Celebro la decisión, aunque, a mi manera de ver, fue tardía –Trump, vía Twitter se le anticipó. Celebro igualmente la respuesta de todas las fuerzas políticas del país, quienes han manifestado su apoyo al mandatario mexicano, porque es momento de sumar, de cerrar filas. Después de todo, Peña Nieto es el primer Presidente en el mundo entero que le ha dicho “no” a Trump y eso, no es poca cosa.

 

Pero como se avecinan tiempos difíciles, quiero anticiparme a lo que seguramente será otro mensaje de Peña Nieto a la nación, preguntando “y ustedes ¿qué harían?” Señor Presidente: hay mucho por hacer. De entrada, debemos revalorarnos como nación. México es una de las economías más importantes del mundo. Cuenta con importantes recursos naturales, materiales, pero sobre todo, humanos. Es una potencia turística. Tiene un enorme soft power por su cultura, su gastronomía, sus tradiciones. Es un país que cuenta con una importante red de tratados de libre comercio con varias decenas de naciones. Tiene también una gran ascendencia en América Latina y su política en materia de desarme es ampliamente reconocida en el mundo entero. México debe estar orgulloso de sus logros y capacidades –y no estaría de más cacarearlos.

 

Considerando entonces las capacidades que posee el país, hay que mirar al mercado interno, pero también es momento de concertar con la comunidad internacional, acciones de cooperación y diversos proyectos que muchas naciones, gustosamente, podrían emprender con las autoridades mexicanas en los terrenos del comercio, las inversiones, la política, la cultura, etcétera.

 

El Presidente Peña Nieto debería acercarse a América Latina y el Caribe. Fue un desacierto cancelar su participación en la reciente cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) celebrada en Punta Cana, República Dominicana. Pero puede ciertamente aprovechar otros foros regionales para impulsar la concertación con y desde América Latina.

 

Por otra parte, la República Popular China, que en la voz de su Presidente Xi Jinping en el Foro de Davos se pronunció recientemente a favor de la globalización y el libre comercio, ha hecho varios guiños a México, sugiriendo el reforzamiento de las relaciones bilaterales. ¿Por qué no instruir a la cancillería mexicana para llevar a cabo un encuentro al más alto nivel entre México y Beijing en las siguientes semanas?

 

De paso por aquella región, México debería reforzar las relaciones con Japón, país amigo y aliado y con el que las relaciones bilaterales se han desarrollado de manera ejemplar. Rusia también es una opción, porque si bien las relaciones comerciales y de inversión con esa nación son pequeñas, el país eslavo proyecta un importante liderazgo en el mundo.

 

Adicionalmente, el Año Dual México-Alemania, que al decir de muchos ha pasado de noche, es otra oportunidad que permitiría acercar a ambas naciones aprovechando asimismo el dinamismo cultural, comercial y de inversiones que caracteriza a la relación bilateral.

 

Tampoco estaría de más utilizar la red de tratados de libre comercio existentes con el mundo, mismos que proveen a México de un entorno favorable y no discriminatorio para acceder a los mercados de las naciones con quienes han sido suscritos.

 

Hay mucho por hacer. Lo que México no se puede permitir en estos momentos, es el inmovilismo y el derrotismo. Tarde o temprano Trump entenderá el error que está cometiendo. Pero las autoridades mexicanas pueden ayudar al nuevo inquilino de la Casa Blanca a acelerar el reconocimiento de que las relaciones bilaterales importan y mucho.

 

María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México

 

etcétera, 27 de enero 2017

 

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