Un año no solo nuevo, sino bueno
- Opinión
El papa Francisco ha comentado recientemente que “el año nuevo será bueno si nosotros hacemos el bien cada día”. Lo cual es cierto si por “bueno” entendemos una nueva forma de vida que garantice la inclusión social y económica, el consumo solidario y el cuidado por todas las personas y la naturaleza; todo ello implica políticas que den centralidad al ser humano. Sin embargo, eso no dispensa la voluntad y la acción personales. En esta línea, hoy día es necesario poner énfasis en el enfoque orientado a que los cambios políticos y estructurales requeridos se basen en el descubrimiento y afirmación de nuevas formas de vida por parte de las personas. Ignacio Ellacuría, al hablar de la “civilización de la pobreza”, afirmaba que el espíritu humano gana espacio cuando se abandona el ansia de tener más que el otro, de poseer toda suerte de superfluidades. De ahí que plantee la necesidad de estilos de vida incluyentes, que propongan formas de consumo que puedan universalizarse y que tengan en cuenta los derechos de las generaciones futuras.
Joan Carrera, miembro del Grupo de Ética y Sostenibilidad de los cuadernos Cristianismo y Justicia, publicados por la Fundación Espinal de España, expone en uno de sus más recientes escritos un conjunto de valores que son compartidos por muchas personas en todo el planeta y que se encuentran en la encíclica Laudato si. A juicio del autor, estos criterios éticos podrían ayudar a un cambio de mentalidad, a una nueva cultura que nos lleve a maneras distintas de relacionarnos con la naturaleza y con el prójimo. Son valores que se encuentran en la tradición cristiana, pero que pueden ser compartidos por muchas otras tradiciones religiosas y éticas. Repasemos algunos de ellos.
Vivir sabiamente y pensar en profundidad. Esto implica desarrollar una cultura de la sabiduría que evite que la cultura de la información, propia de los medios, se convierta en una acumulación de hechos sin sentido. Jon Sobrino afirma que nunca ha habido tantas posibilidades de conocer la verdad, tantos centros de investigación y difusión del conocimiento, y a la vez tanta ignorancia sobre la realidad fundamental de la humanidad. Por tanto, la verdadera sabiduría, producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se consigue con una acumulación de datos que termina saturando y obnubilando, generando una especie de contaminación mental.
Ampliar a las futuras generaciones el concepto de prójimo. Esto nos haría reparar en que nuestras acciones y omisiones tienen consecuencias en el futuro, ya que pueden hipotecar la vida de nuestros descendientes. Según la encíclica del papa Francisco, la noción de bien común incorpora también a las generaciones futuras, porque no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Y enfatiza que no estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, porque la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán.
Apostar por un crecimiento que no sea voraz e irresponsable. Ello pasa por replantear el concepto de progreso. El documento papal indica la necesidad de cambiar el modelo de desarrollo global, lo cual implica reflexionar responsablemente sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Y es contundente al señalar que no basta conciliar en un término medio el cuidado de la naturaleza con la renta financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. Se trata de redefinir el progreso, porque un desarrollo tecnológico y económico que no deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede considerarse progreso.
Vivir y entender nuestra vida como un don, un regalo. Si la vida es un don, debemos cuidarla, sobre todo la de los más vulnerables. Este criterio se contrapone a la visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte, que conduce a inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad. Según la encíclica, el ideal de armonía, justicia, fraternidad y paz que propone Jesús está en las antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de su época: “Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande sea el servidor”.
Remarcar el valor de los pequeños gestos cotidianos. El papa es vehemente al señalar que una ecología integral también está hecha de gestos cotidianos, a través de los cuales rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo. En este sentido, recuerda que el amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es al mismo tiempo civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de caridad, que no solo afecta a las relaciones entre individuos, sino a las macro-relaciones, como las sociales, económicas y políticas. Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, dice el papa, es necesario revalorizar el amor en la vida social, haciéndolo la norma suprema de la acción.
10/01/2017
Carlos Ayala Ramírez
Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología, Santa Clara, EE.UU.
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