España y Grecia: las ilusiones perdidas

01/11/2016
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Hace alrededor de un año reflexionaba yo en un breve artículo (Grecia y España: cambio de época, 01/06/2015)  acerca del nuevo orden político que parecía aproximarse en dos países europeos cercanos a mi sensibilidad, los cuales se habían mostrado rezagados en cuanto al llamado “progreso” occidental, entendido éste en términos de crecimiento económico (apegados al mito de la Comunidad Económica Europea, recientemente vulnerado por la salida de Inglaterra del grupo, defendiendo sus propios intereses; mientras Cataluña hace otro tanto al deslindarse del poder central español en Madrid) que tiene como referencia la manipulación  de las  finanzas como instrumento de poder, el uso de profusa publicidad y consumo, medios y políticas de rescate a países  en desventaja financiera, mediante nuevos préstamos con altas tasas de interés de por medio, como en el caso de Grecia;  en el de España, por haber observado en ese país a una generación de relevo político, que en el caso del partido Podemos podía abrir nuevas esperanzas a una nación sumida en una política social atrasada, de espaldas a las necesidades populares, como las reflejadas en el Partido Popular (o Partido Populista, sería mejor decir) y bien representado en la figura de Mariano Rajoy, personaje ciertamente nefasto para España --lee todos sus discursos de pura retórica vacía de conceptos, escritos previamente por otros— pues no tiene ni una sola idea propia ni asoma un proyecto claro que pueda sacar a España del atraso social, la injusticia y los desajustes de todo tipo donde se halla inmerso.

 

Por otra parte, en Grecia Alexis Tsipras se había presentado como un Primer Ministro fresco, moderno, de ideas innovadoras de tinte socialista que prometía llevar a su país –junto a un equipo de políticos de su partido Syriza—a hacer un esfuerzo junto al pueblo griego para sacar a esa nación de la precariedad económica (la riqueza espiritual y humana la tiene de sobra), del desempleo y de una gran deuda externa que la han convertido  en un bocado fácil para el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, representadas estas organizaciones financieras en los gobiernos de Alemania, Francia e Inglaterra, principalmente; naciones dispuestas a erogar fuertes sumas de dinero (en calidad de préstamo, por supuesto) al gobierno griego para que éste pudiera superar sus trances.

 

Después de un largo forcejeo de Tsipras con la conocida “comunidad” económica europea, ésta logró imponer sus condiciones para Grecia y liquidó las posibilidades de un gobierno socialista. En apenas un año, el estado helénico volvió a caer en las garras del Fondo Monetario, sin haber resuelto asuntos elementales de su economía ni haber conseguido el equilibrio social y laboral; incluso con más problemas que antes, ha entrado en un estado de mayores acreencias de donde le será difícil salir.

 

El caso de España es muy distinto. Durante el segundo gobierno de Rodríguez Zapatero, vimos como Mariano Rajoy insultaba constantemente al entonces presidente del gobierno en el Congreso de los Diputados, haciendo responsable a Zapatero del retroceso económico de España, hasta que de tanto repetir mentiras (aún admitiendo que el segundo gobierno de Zapatero fue infinitamente inferior al primero) logró hacerse él de la presidencia. Pero le ha tocado ahora a Rajoy ser el blanco de los desprecios de la nueva generación de líderes del Partido Socialista Unido Español y del Partido Podemos, especialmente de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias; éste último una figura fresca con un discurso distinto –más real, sincero y valiente— del de los partidos tradicionales, parecía ofrecerse como una posibilidad sería de cambio socialista para España no en el corto tiempo, por supuesto, si no a futuro. Nunca antes el congreso español había tenido tanta participación activa de actores políticos jóvenes, y ello debemos celebrarlo; mientras vemos, por contraparte, cómo la antigua institución monárquica hace un papel de controladora formal de la democracia en ese país, como si la institucionalidad toda dependiese del prestigio del rey. Poco a poco el Partido Popular comienza a debilitarse y a descender en calidad de gobernanza (muchos de sus jefes políticos han estado incursos en escándalos de corrupción, como también lo estuvieron integrantes de la familia real) y sus líderes a opacarse, permitiendo el relevo de líderes jóvenes del PSOE y de Podemos. La popularidad de Rajoy se vino abajo entonces, y ya el rey no puede poner toda su confianza en él. Y el pueblo español tampoco: miles de ciudadanos se han lanzado a las calles a protestar su condición de jefe de estado.

 

 Pero –según indican los recientes acontecimientos-- estábamos viviendo sólo una ilusión. La investidura de Rajoy como presidente de España se produce sin alcanzar una mayoría suficiente en el Congreso de los Diputados. Sorpresivamente Pablo Iglesias ha salido a apoyar formalmente al gobierno en una jugada oportunista de ajedrez político, tratando de buscar una cuota de poder en el nuevo gobierno, con lo cual el PSOE parece haber quedado solo en la oposición. Pedro Sánchez tuvo el valor y la entereza de renunciar a su escaño como diputado en el Parlamento de su partido, y las ilusiones se han perdido en ambos casos. Todo parece indicar que el universo político de estos dos países se encamina de nuevo hacia el neoliberalismo y a sufrir trances seguros hacia  esos ciclos de crisis permanentes que forman parte sustancial de la más pura esencia del capitalismo salvaje.

 

© Copyright 2016 Gabriel Jiménez Emán

 

 

 

 

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