Una historia de África
- Opinión
Millones de personas disfrutamos del beneficio de las nuevas tecnologías, pero no nos preguntamos cómo se fabrican. Amnistía Internacional y UNICEF nos desvelan que el cobalto necesario para la fabricación de baterías de nuestros móviles, tabletas, reproductores, consolas, GPS, ordenadores portátiles, es en buena parte extraído por niños que trabajan doce o más horas de jornada a cambio de un dólar al día. El trabajo infantil en las minas de la República Democrática del Congo, más de 40.000 niños, pone de relieve el secreto, a modo de ejemplo, de por qué en las sociedades desarrolladas vivimos mejor gracias a la explotación de grandes poblaciones del continente africano. En particular, el trabajo infantil para extraer materiales que permitan funcionar a un coche eléctrico o un Smartphone, constituye una enmienda a la totalidad del mundo que vivimos.
Habrá quién responda que cada país y continente tiene lo que se merece. Bien, todo es según el dolor con que se mire. Y es precisamente el dolor lo que puede fomentar un sentido de la revisión del presente y del pasado en clave de verdad, justicia y reparación. Un detalle: el territorio del Congo, fue reconocido como propiedad privada del rey Leopoldo II de Bélgica en la Conferencia de Berlín de 1885, donde las potencias europeas se repartieron África, hasta que en 1908 fue cedido al Reino de Bélgica, cuyo dominio se extendió hasta 1960, año en que se independizó. Fueron años terribles de dura colonización. Hoy, los dueños del país son una elite nacional corrupta que practica la cleptocracia y algunas multinacionales. Ha pasado medio siglo desde la descolonización pero para las mayorías congoleñas la historia sigue transcurriendo en redondo, sufren la maldición del eterno retorno.
Cierto, a la vista de lo que sucede en el Congo, de esa multitud de niños trabajando en las minas de cobalto, no pocos de siete y ocho años, es difícil defender la tesis de que la humanidad avanza a mejor. El progreso plasmado en nuevas tecnologías sigue sin duda un curso ascendente, pero si aplicamos la idea de progreso al alma humana no es exagerado decir que nos encontramos ante una realidad de barbarie que se repite. En este escenario Kant sería un pensador depresivo y Schopenhauer meditaría sobre el sufrimiento humano para pasear delante de nuestras narices su pesimismo crónico.
¿Por qué las sociedades más desarrolladas nos mantenemos en silencio ante el drama del trabajo infantil en las minas del Congo? Al menos Amnistía Internacional lo denuncia y señala a Apple, Sony, Samsung y Volkswagen, como algunas de las empresas que usan cobalto extraído mediante la explotación infantil. El caso es que muchas empresas dicen desconocer de dónde procede la materia prima que utilizan. O tal vez lo saben pero callan. Creo que hace falta una normativa global que obligue a las empresas a saber en qué condiciones se extraen los minerales que utilizan. De nuevo se echa de menos que Naciones Unidas tenga alguna autoridad para imponer medidas que dignifiquen la vida humana.
El informe de Amnistía denuncia la muerte de al menos 80 mineros entre septiembre de 2014 y diciembre de 2015 que se jugaron la vida en los túneles del sur del país. "Se dejan los cadáveres enterrados bajo las rocas", lamenta el informe. Por lo que "se desconoce la verdadera cifra" ya que se ocultan los accidentes. Los niños trabajan malnutridos, semidesnudos, en las minas de la provincia de Katanga, haciendo cada día más profundo el agujero humano. Es la continuidad de lo que ya fue el expolio de Leopoldo II, un monarca obsesionado con el oro, las maderas preciosas y el café. La pesadilla del cobalto llegó al Congo a finales del siglo XX en forma de un nuevo mineral que arrancar de las montañas. El extractivismo desató la guerra eterna por el control de las minas y de los mineros, con hasta seis facciones combatiéndose entre sí.
Quienes están detrás de la explotación en las minas han envenenado el sistema político del Congo. El país transita hacia ninguna parte. Más de la mitad de los niños y niñas están sin escolarizar, la malnutrición se extiende, la violencia se impone como cultura, los abusos sexuales son una lacra que se ceba en la infancia. En cierto modo todo cuanto ocurre en el Congo tiene que ver con el regalo envenenado de sus riquezas naturales. Ya pasó algo parecido en América Latina.
En los últimos 130 años han pasado por el Congo diferentes grupos dominantes todos los cuales han tenido en común el expolio del país y el trabajo infantil en las minas. ¿No cabe cura para esta enfermedad? En el año 2006, con algunos apoyos internacionales se celebraron elecciones presidenciales. Se quiso abrir un nuevo período y se dio impulso a una esperanza que ha defraudado. La guerra sigue siendo una realidad. Las tropas gubernamentales y los cascos azules de la ONU se despliegan en ciudades, pero las fuerzas rebeldes se mantienen en sus periferias. Unos y otros violan los derechos humanos contra la población, se dedican al saqueo, matan a civiles y violan a mujeres. El Congo es hoy un infierno.
Situado en África Central, la República Democrática del Congo, tiene una extensión de 2.34 millones de Km. cuadrados y 63 millones de habitantes. Alguna maldición ha dado al subsuelo del país una riqueza que es la causa de su desgracia perpetua. Al menos, desde los países más desarrollados, cuando usamos las nuevas tecnologías deberíamos dedicar un segundo al recuerdo de esos niños heroicos, superexplotados, gracias a los cuales pulsamos un botón y algún artefacto se pone en marcha. Recordarlos y hacer algo más por ellos: por ejemplo apoyando los programas infantiles de Oxfam Intermón en el Congo.
Foto: http://www.desdeelexilio.com
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