El día más trágico de nuestra historia
- Opinión
Desde el día anterior seguramente muchos ya lo sabíamos. Un ya fallecido integrante de las Fuerzas Armadas me lo había confiado. Me citó en un bar de Corrientes y Leandro N. Alem, a pocas cuadras de la Casa de Gobierno. Me dijo que no me sentara y que tomara algo de parado en la barra. Pasó raudamente y me dijo que esa noche se iba a dar el golpe. Me advirtió que no me fuera a dormir y esperara noticias. Eso fue a media tarde. Un poco después llamé a un pariente, también ya fallecido y también oficial de las Fuerzas Armadas. No estaba en la casa. La esposa, ingenuamente, me dijo que estaba convocado y me dio el teléfono para ubicarlo. Cuando lo llame y en forma elíptica le pregunté, se sorprendió y me respondió tan solo con un “¿cómo lo sabés?”.
En esa época trabajaba a más no poder en la agencia oficial Télam, en la agencia española Efe y en el matutino “La Opinión” que dirigía Jacobo Timerman. Esa noche hacía turno en Efe y le hice caso a mi primer informante. Un par de horas después de la medianoche con una señal prefijada me confirmó los hechos. El golpe había sido dado y yo tuve el dudoso honor de dar la primicia mundial a través de un cable de Efe que firmé como Juan Santillana. Al día siguiente llegaron de Madrid las correspondientes felicitaciones. Desde entonces el que era director de esa agencia, José Antonio Rodríguez Cruceiro, hoy retirado viviendo en España, confió ciegamente en mí.
Pero así como me llegaron las felicitaciones desde Madrid, pocas horas después, un compañero de Télam me llamó para decirme que tenía prohibida la entrada a la agencia. Hoy sí es un honor haber encabezado la lista de despedidos, el mismo día del golpe. Una lista que, entre otros, integraba el amigo Hernando Kleimans, luego viviendo en Moscú, hijo de un importante dirigente del Partido Comunista que encabezada Gerónimo Arnedo Álvarez. No me despidieron por el cable de Efe, seguramente no tenían noticias, sino por rojo, como a todos los demás de esa lista. Nos aplicaron el Artículo 6 de una norma sancionada de inmediato por el cual nos podían cesar sin indemnización por ser “potencialmente” peligrosos.
Por suerte trabajaba en Efe y en “La Opinión”. El vicealmirante Horacio Zaratiegui, hombre del riñón del ex almirante Eduardo Emilio Massera, comandante de la Armada, le pidió a Rodríguez Cruceiro que me sacase de la agencia. Este se negó terminantemente y me lo hizo saber. En “La Opinión” Timerman era inmune a esa cosas pero al poco tiempo le tocó a él ser víctima de los genocidas. En medio de su secuestro le fue intervenido el diario. Y apareció a su frente el general José Teófilo Goyret, ligado al general Eduardo Viola. Me corrió de mi cargo de prosecretario del cierre y me pasó como redactor de la sección Deportes. Nada grave. Era de esos militares que no compartían muchas cosas, no las practicaban, pero se mantenía en silencio sobre lo que pasaba en otros lados.
En verdad el golpe tenía el claro propósito de transformar el país. Fue la consecuencia del fracaso de “El Rodrigazo” de 1975. José López Rega, el ministro de Bienestar Social que influía decisivamente sobre la presienta María Estela Martínez, había llevado al Ministerio de Economía a Celestino Rodrigo, un ingeniero que viajaba en subte y cuya mayor trascendencia era la de ser miembro de la logia “Anael” del propio López Rega. El plan se lo había elaborado Masueto Ricardo Zynn, un economista que luego también fue clave para preparar el plan de José Alfredo Martínez de Hoz.
Este, unos meses antes, en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires había dado una charla dentro de un ciclo organizado por el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (CICYP), que presidía Guillermo Walter Klein, hombre decisivo, más tarde en el equipo del “Joe” Martínez de Hoz. Este, allí, fue muy claro. La democracia y la economía son incompatibles. Lo hice notar en el cable que escribí para Efe. No puede ser, dijo, que un mismo diputado vote una norma económica, otra sobre salud pública y otra sobre seguridad. Cada cosa debe ser manejada por especialistas, designados sin elecciones mediante, Claro que eso se contradijo en los hechos cuando el parlamento fue disuelto por los militares y en su reemplazo se designó a la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL), integrada por nueve altos mandos, tres de cada arma. Seguramente ellos sí eran expertos en ciencias universales.
El 24 de marzo de 1976 con el gobierno de la Junta de Comandantes liderada por el entonces general Jorge Rafael Videla, del Ejército, asumieron todos ministros militares. En Economía lo hizo el general Joaquín de Las Heras que duró hasta el 2 de abril. Ese día se hizo cargo de la cartera Martínez de Hoz y si hasta entonces alguien pudo tener alguna duda todo quedó despejado. Pero la población seguía contenta. Esa mañana del golpe, al salir de Efe, en Corrientes 456, vi todas caras distendidas. Se había terminado con la pesadilla de soportar, no tanto a un gobierno, sino a todo lo que se decía de él, en particular desde el diario “La Razón”, conducido por Félix Laiño. Muy pocos imaginaron lo que iba a suceder.
Para una buena cantidad de alucinados militares se trató de una lucha contra la “subversión apátrida” pero para el poder económico era la forma de transformar una sociedad que se había aferrado a un modelo que persistía desde el golpe nacionalista de 1943 y más aún desde el peronismo de 1946. Para eso había que terminar con toda una estructura de poder que, más allá de las dirigencias sindicales, se asentaba en las propias comisiones de fábrica.
Hacia ahí apuntó centralmente el genocidio con sus 30.000 desaparecidos para siempre. Hoy ya muchos coinciden en la relación fracaso del Rodrigazo y el golpe. Uno de los que me lo admitió no hace mucho fue Oscar Tangelson, siendo viceministro de Economía de la Nación. Pero lo más notable es que, de una manera menos enfático, nos lo dijo el propio Martínez de Hoz cuando lo entrevistamos Marcelo Bonelli (destacado periodista y economista argentino), Roberto Romero (por entonces director del diario “El Tribuno”, de Salta y presidente de la agencia “Noticias Argentinas” y luego gobernador de su provincia) y yo en el Edificio Cavanagh, del barrio de Retiro. Fue en 1981, cuando se preparaba el golpe contra Roberto Viola para lo cual el propio Martínez de Hoz había dado letra a Emilio Perina para escribir “La máquina de impedir”.
Evidentemente el golpe y los más de siete años y medio del llamado “Proceso”, cambiaron para siempre la Argentina. Un país que, con todo, funcionaba en un marco razonable aunque necesitaba dar un salto cualitativo. Pero desde entonces se recuperaron viejas lacras perdidas décadas atrás, muchas de las cuales aún no han podido ser erradicadas nuevamente, entre ellas una deuda externa que, cuando asumió Martínez de Hoz rondaba los 6.000 millones de dólares estadounidenses y que luego, exponencialmente, trepó a los alrededor de 200.000 con los que se encontró el actual gobierno de Néstor Carlos Kirchner que, más allá de quitas y renegociaciones, continuó siendo un importante condicionamiento.
Para la destrucción del país y el empobrecimiento, y en muchos casos miserabilización de su gente, es que hubo quienes no dudaron en secuestrar, torturar y asesinar a 30.000 personas en combinación con las dictaduras vecinas del Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, como parte de una estrategia global para la región, aunque en el caso del Brasil, luego del paso de mando del mariscal Humberto Castello Branco al general Arthur da Costa e Silva, el sometimiento a la economía estadounidense y al mundo de las finanzas, comenzó a girar hacia el desarrollo de una fuerte burguesía local.
El 24 de marzo de 1976 fue, seguramente, el día más trágico de la historia argentina. No porque no hayan existido otros, pero en ningún caso la envergadura de sus consecuencias fueron tantas y tan graves. Por eso no había lugar para leyes como las transitorias de “Obediencia Debida” y ”Punto Final”. El lento, pero continuado proceso de juzgamiento que se sigue en la Argentina es casi único en el mundo. Solo se registra un antecedente, y de menos envergadura a la larga, pero que merece ser recordado: el del gobierno conservador de Konstantinos Karamanlis, cuando mandó a la cárcel a perpetuidad a los coroneles griegos liderados por Yorgos Papadopulos, que gobernaron entre 1967 y 1974.
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