La historicidad del “ciclo progresista” actual. Sus nudos problemáticos
- Opinión
Se abre la discusión sobre el supuesto “fin de ciclo” de los llamados gobiernos progresistas o posneoliberales en América Latina y el Caribe. Ya varios pecadores lanzaron sus piedras: Ángel Guerra, Katu Arkonada, Raúl Zibechi, Maristella Svampa, Gustavo Codas, Emir Sader, Aram Aharonian y Alfredo Serrano [1]. Para participar en la discusión quiero exponer lo que considero son los principales nudos problemáticos de la misma, así como delinear algunas tesis propositivas para continuar el debate más allá de esta primera ronda de discusión. Espero nadie quiera arrojar la última pedrada.
La construcción histórica del actual “ciclo progresista”
Lo que conocemos como “gobiernos progresistas”, de “nueva izquierda” o “posneoliberales”, configuran una serie de procesos nacionales que han sido historiados bajo una misma narrativa que los ubica en una totalidad geohistorica. Dicha construcción parte del la constatación empírica del ciclo de luchas que abrió la Revolución Cubana desde 1959, que permitió una renovación del movimiento de la izquierda continental entroncando, luego, con diversos procesos nacionalistas, como el de Omar Torrijos en Panamá y Velzaco Alvarado en Perú. Particularmente, las luchas populares toman vigor en Centroamérica con el Sandinismo nicaragüense, el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional salvadoreño, y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca. Asimismo, en Suramérica, se renueva la guerrilla colombiana (FARC y ELN) y venezolana; y avanza la Unidad Popular chilena con Salvador Allende a la cabeza.
Este ciclo cerraría hacia finales de la década de los ochenta con la entrada del periodo especial en Cuba (previsto por Fidel antes del mismo derrumbe de la URSS), la invasiones estadounidenses en Panamá en el 1989 y Haití en el 1994, la derrota electoral del Frente Sandinista en 1990, la firma de los acuerdos de Paz en Centroamérica (1992), la desmovilización de buena parte del movimiento guerrillero colombiano (1990-91) y el declive de los partidos tradicionales de izquierda en el continente.
Las luchas anti-neoliberales en la región son consideradas como el punto de partida para el “nuevo ciclo progresista”. Estas se fechan comúnmente con el estallido popular en Venezuela conocido como “Caracazo” en 1989, continuando con el levantamiento zapatista en México de 1994, la oposición social contra el ALCA, y el triunfo de la Revolución Bolivariana en 1998, que habría de ser secundada con diversos ascensos electorales de la llamada “nueva izquierda” en el siglo XXI. Estos gobiernos de izquierda se sostienen sobre amplios procesos de movilización popular contra los ajustes neoliberales en países como Argentina, Brasil, Bolivia, Uruguay, Ecuador y Nicaragua. El nuevo ciclo vendría de una incubación de resistencias populares, primero, frente a las dictaduras de seguridad nacional, y segundo, frente a la instauración de las democracias representativas acompañadas de la imposición del neoliberalismo, lo cual acentuó la destrucción del tejido social latinoamericano y caribeño.
Algunos/as autores/as enfatizan cierta continuidad entre este nuevo ciclo y las luchas anteriores, constatando la permanencia de diversos actores, como por ejemplo el Sandinismo, el PT y el Frente Amplio, así como la permanencia de la Revolución Cubana, que tomará nuevas fuerzas por sus relaciones con los gobiernos de izquierda que ascendían electoralmente en la región (iniciando con Venezuela, pero extendiéndose a Brasil, Ecuador, Bolivia, etc.). Otros/as autores/as hacen una escisión basándose en la emergencia de “nuevos” actores políticos englobados bajo el término de movimientos sociales o nuevos movimientos sociales que vendrían a llenar el vacío dejado por la izquierda tradicional partidista. Ciertos analistas observan una renovación del populismo histórico en base a nuevos líderes que estarían llevando a cabo procesos de modernización nacional, aún incompletos. Pero, en definitiva, el grueso de las posturas -con diversos matices de los que no puedo ocupar aquí- parten de aquella construcción histórica, atendiendo a uno y otro elementos de acuerdo a las categorías interpretativas utilizadas.
Todo este proceso se enmarca en el tránsito del mundo bipolar y el auge del Tercer Mundo, hacia el mundo unipolar y la hegemonía del neoliberalismo a nivel planetario.
Ahora bien, ¿es válida esta construcción? Considero que sí es válida como una primera aproximación, en la medida en que permite obtener un panorama general que nos ubica en la historia reciente. Sin embargo, esta narrativa tiene límites claros cuando se olvida que se trata de una construcción epistemológica de interpretación histórica sobre la sinergia de diversos procesos nacionales y su vinculación con los mecanismos de acumulación y la dinámica de poder a escala global. He allí, considero, el principal nudo problemático de la discusión actual. ¿Cómo se relacionan estos procesos políticos, historiados bajo aquella visión, con los mecanismos de acumulación global, la dinámica de poder internacional y las resistencias populares ante la exclusión capitalista? Dejando de lado las pseudo tesis de la derecha, existen, grosso modo, dos tesis principales.
La primera asegura que los gobiernos progresistas actuales constituyen un nuevo ciclo de luchas que habrían superado o al menos tienen una dirección que apunta hacia el establecimiento de modelos posneoliberales. Esta tesis se acompaña con la afirmación de la pérdida de hegemonía por parte de Estados Unidos, y la entrada a un mundo multipolar con el surgimiento de otras potencias de alcance mundial (Rusia y China principalmente) y el impulso de procesos de regionalización autónomos. Entre estos últimos, el énfasis en América Latina y el Caribe recae sobre la derrota del proyecto continental del ALCA, el fortalecimiento del Mercosur, y el establecimiento de nuevos esquemas como el ALBA-TCP, PetroCaribe, UNASUR, y la CELAC.
La segunda tesis establece que los actuales gobiernos llamados progresistas habrían alcanzado las instituciones del Estado a partir de una amplia movilización social pero que, luego del establecimiento de dichos gobiernos, estos no han trascendido cierto nacionalismo y defensa de los recursos naturales y capitales nacionales frente al capital transnacional, pero también en detrimento de las mismas luchas populares y clases trabajadoras explotadas por las burguesías de la región. Cuando no, estos gobiernos habrían creado las condiciones óptimas (garantías de infraestructura, energía, mano de obra, etc.) para la acumulación transnacional vía inversión privada.
Ambas posiciones aceptan que en la base económica de dichos gobiernos se encontraría el aumento de las rentas nacionales a causa de los elevados precios de las materias primas exportadas por la región. Para unos, estas rentas habrían servido -y continúan sirviendo- para cancelar parte de la inmensa deuda social acumulada en la región, aumentando los niveles de vida de las capas más empobrecidas; en los casos de Brasil, Argentina y Uruguay, se constata un fortalecimiento de los modelos de acumulación nacionales y sus procesos industriales. Esto bajo esquemas de recuperación de la soberanía nacional en la toma de decisiones acordes a los proyectos de desarrollo particulares. Para otros, aquel auge de los precios de materias primas, al implicar una reprimarización de las economías, conlleva a la acentuación de la dependencia y la desigualdad, ocultadas momentáneamente por el alto ingreso nacional. El fortalecimiento de algunas burguesías nacionales permitiría la acentuación individual del modelo de acumulación nacional-burgués de algunos países (particularmente Brasil) en detrimento de los demás. En algunos análisis este auge formaría parte de los nuevos mecanismos de acumulación capitalista a nivel global.
A nivel geopolítico, las diversas posturas también aceptan la existencia de un conflicto permanente con los Estados Unidos y sus pretensiones imperialistas que lo llevarían a sostener una constante desestabilización a los gobiernos de la “nueva izquierda”, buscando en todo momento mantener su dominio sobre la región. El acompañamiento de gobiernos conservadores, como los de Colombia, México, Chile, Perú o Costa Rica, y de las oposiciones nacionales a los gobiernos progresistas, conformarían un eje que impide el avance de la izquierda en la región, participando muchas veces en la desestabilización nacional y saboteo de los procesos de integración autónomos. Para unos, esto configura una de las dificultades principales que impide el avance de los gobiernos de nueva izquierda, obstaculizando con ayuda de las oposiciones nacionales el desarrollo de los proyectos de transformación propuestos. Para otros, este conflicto, en vez de ser configurado como la base para avanzar en la radicalización de los procesos políticos -algunos denominados revolucionarios-, ha servido, más bien, como excusa para retrazar las transformaciones e incluso posponer el horizonte poscapitalista para cuando existan las condiciones.
Considero que una revisión de algunos elementos de la construcción histórica sobre la cual se piensa las relaciones (su historicidad) de los actuales procesos políticos con los mecanismos de acumulación capitalista, la dinámica de dominación imperialista y los procesos de lucha/resistencia de las clases populares, permitiría arrojar luces para renovar la discusión cargada de muchas dicotomías que responden más a concepciones teóricas que al movimiento de la realidad.
La expansión del neoliberalismo y las fuerzas en pugna
Si revisamos la dinámica del poder de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI, podemos evidenciar que la resistencia al neoliberalismo es tan antigua como su imposición a sangre y fuego en la periferia; los intentos de aplicación de paquetes de ajuste estructural en Bolivia en 1956 y la India en 1964, fallaron por la resistencia interna y la correlación de fuerzas contraria a los designios del BM y el FMI Sin embargo, con la desarticulación del Tercer Mundo emprendida por Estados Unidos y el sometimiento de muchos de sus procesos revolucionario (por ej. en el Congo, Chile o Indonesia) se abrió el paso para que, al inicio de la crisis de los setenta, se impulsara un nuevo proceso de acumulación basado en la liberalización acelerada de la economía y la protección de los capitales de las economías del centro. Este ciclo que abre con el golpe de Estado en Chile (1973) como primer experimento neoliberal en sentido estricto, se extiende luego en el mismo centro del sistema (EEUU e Inglaterra principalmente) y a partir de la década de los ochenta en todo el continente latinoamericano. Sin embargo, la hegemonía mundial (en sentido geohistórico) de dicha forma de acumulación se establece sólo hacia la década de los noventa con el ingreso del antiguo bloque de la URSS al sistema histórico capitalista hegemonizado por Estados Unidos. Para la fecha, el sureste asiático, África y América Latina (la periferia) se encontraban bajo la égida neoliberal, y ya se empezaban a sentir sus efectos adversos, particularmente en América Latina con el desastre económico en Chile, y las crisis en México y Brasil.
Es decir, el establecimiento mundial del neoliberalismo coincide con los hitos que son tomados como antecedentes del actual ciclo de luchas. En este sentido, si observamos la historicidad de expansión del neoliberalismo, habríamos de comprender que el auge de los movimientos de resistencia en América Latina y el Caribe implican un proceso de confrontación de fuerzas que va a extenderse entrado el siglo XXI. Esto, que podría parecer obvio, sostiene una consecuencia inmediata, a saber, que el proceso de consolidación del neoliberalismo, como forma actual del capitalismo, está lejos de haberse disipado en le horizonte. Antes bien, los primeros lustros del siglo XXI significan una acentuación de aquella confrontación de fuerzas, por lo que los gobiernos llamados de nueva izquierda o posneoliberlaes, estarían más bien inmersos en una confrontación donde el neoliberalismo avanza y se consolida, ejerciendo una clara presión de atracción sobre los ejes de acumulación de la región, independientemente de los discursos o retóricas. Bajo diversos mecanismos de regionalización, el grueso de los países de la región estarían inmersos en procesos de liberalización económica; no solamente los países con gobiernos conservadores (México, Colombia, Chile y Perú), el Caribe y Centro América; también países como Ecuador (con la firma de un TLC con Europa, aún no vigente) Brasil y Argentina (con la intensión de los BRICS de eliminar el proteccionismo a las economías y su llamado a apoyar a la OMC), y Uruguay (con su participación en las negociaciones del TISA). Además, Venezuela y Bolivia, que aún mantienen relaciones comerciales con dirección solidaria bajo el esquema del ALBA, ingresaron recientemente al esquema de Mercosur, que si bien ha establecido mecanismos de participación social y mantiene una estructura de regionalismo estratégico (protección de empresas básicas), tiene como fin en su esquema escalonado el establecimiento de un Mercado Común en la eliminación progresiva de diversas barreras al comercio, constituyendo en la actualidad una especie unión aduanera imperfecta. Con la construcción del Gran Canal en Nicaragua se prevé el establecimiento de una Zona de Libre comercio la cual afectará, sin duda, las economías del continente; igualmente, aún están por verse los efectos de subordinación sobre la economía cubana que tendrá la apertura al capital estadounidense, alto precio que pagará la Revolución para ganar la normalización de sus relaciones internacionales y un eventual cese del bloqueo económico que padece.
En síntesis, considero que la dinámica de confrontación a la que el neoliberalismo ha sumergido a la región, supone una disputa en la que cada caso nacional da la medida de la dinámica de correlación de fuerzas, los poderes que entran en tensión, así como los procesos de resistencia interna, no siempre conocidos y reflejados fuera de las fronteras locales. Estos procesos nacionales se van configurando de acuerdo a las necesidades particulares, pero también de acuerdo a la dirección que tomen sus dirigentes respecto a las relaciones con los mecanismos de acumulación global. Hacer cumplir la ley frente a la inversión extranjera, como ejercicio de soberanía formal, no exime de las implicaciones que conlleva la acumulación signada por el capital, a saber, la concentración de riqueza en un polo, y de pobreza en el otro; no hay ley en el derecho burgués que revierta esta realidad material del sistema. La consolidación del neoliberalismo ha permitido su extensión apegado a las leyes, cambiándolas a su antojo y, cuando no, escondiendo su dominación bajo diversas fachadas ideológicas. En definitiva, los elementos que constituyen el neoliberalismo (eliminación de barreras al comercio, privatización de servicios, financierización del consumo, etc) representan medidas que pueden ser tomadas en determinados casos y momentos, para determinados fines y por un país en particular; cuando estas medidas se aplican en bloque y de forma extrema es lo que conocemos como “paquete” de ajuste estructural; sin embargo, que no se tomen en bloque no significa que no están presente, en algún nivel de la cadena de relaciones económicas y políticas, y en alguna articulación con el sistema internacional. Con ello también quiero llamar la atención en que es difícil calificar a un país de netamente neoliberal o netamente posneoliberal, puesto que no existen estas condiciones como “estados puros” (más allá de algunos experimentos fracasados). Se trata, en todo momento, de una dinámica compleja modelada por la confrontación de fuerzas en la que están implicados los actores políticos que detentan poder en los gobiernos, las bases populares que pueden o no apoyarlos, las clases burguesas nacionales (que continúan siendo hegemónicas, con excepción de Cuba), las burguesías transnacionales y el imperialismo; esclarecer las particularidades en cada caso, cómo se expresan, entrelazan y confrontan estos actores y la correlación de fuerzas que van configurando, es imperativo para poder comprender la dinámica de estos procesos y su dimensión geohistórica común. Este estudio, más allá de las opiniones y discusiones coyunturales, aún está por hacerse.
Renovación del pensamiento conservador.
Con el auge de los procesos de lucha contra el neoliberalismo en la región también se produjo una reconfiguración del pensamiento conservador que impulsara dicho esquema de acumulación. En este sentido, para comienzos de la década de los 90 (un año luego del llamado “consenso de Washington”) se establece un cambio de gramática desde los núcleos de pensamiento neoconservador para hacer frente al desprestigio ideológico neoliberal, pero también para apuntalar una reestructuración del capitalismo con base a una dominación que buscaba hacer funcional al metabolismo del capital las fuerzas de presión anti-neoliberales que se alzaban, en lo profundo, contra las relaciones capitalista de reproducción social. Quien mejor ha estudiado estos “giros” del pensamiento conservador ha sido Betraiz Stolowicz[2]. Según ella, para América Latina y el Caribe con esta reestructuración neoconservadora, formulada por Marcelo Selowsky, se establecieron en tres etapas consecutivas: 1) inicio del ajuste y la estabilización, 2) profundización de las reformas estructurales y 3) consolidación de reformas y recuperación de los niveles de inversión. En buena parte de la región la primera etapa, que buscó la destrucción del patrón anterior de acumulación y las instituciones que estructuralmente lo sustentaban, se consolidó bajo la égida del fascismo totalitario que significaron las dictaduras militares como expresión política clara de la totalización totalitaria del capital. Las siguientes dos etapas debían implementarse ahora bajo la democracia liberal representativa, en proceso de extensión y consolidación en toda la región luego de la caída de los autoritarismos dictatoriales. La gobernabilidad como instrumento para el control social de las fuerzas que pugnaban por mejorar las condiciones de las clases trabajadoras, se expresaba en la defensa de la democracia representativa liberal y su institucionalización para la mediación política necesaria -la única admitida por el capital- en el mantenimiento del orden social y la consiguiente estabilización para la recuperación económica de los países de la región de acuerdo al plan establecido.
Bajo esta renovada égida política neoconservadora se apuntaló una crítica a las políticas neoliberales de años anteriores con el posicionamiento ideológico de un llamado a ir más allá del neoliberalismo y avanzar a una nueva fase “pos-neoliberal”. “Debe aclararse, una vez más -dice Stolowicz-, que el término “posneoliberal” fue acuñado por el sistema... Lo interesante es que el término “posneoliberalismo” fue siendo socializado en el seno de la “izquierda moderna” o “nueva izquierda”. Abonando a la confusión, en el último lustro, el término “posneoliberalismo” es utilizado para denominar los proyectos de los gobiernos de izquierda y centroinzquierda, como un camino que apenas se estaría recorriendo.”
Esta nueva fase ve en la progresiva democratización de los gobiernos de la región una oportunidad para la consolidación normativa de consensos a favor de las reformas económicas enmarcadas en la reestructuración capitalista, con lo cual, el campo político fue nuevamente reducido, esta vez a su instrumentalización democrática liberal como mecanismo para la “gobernabilidad”, incluyendo la institucionalización de cierta izquierda partidista que avanzaba electoralmente a nivel local en los noventa, y en la década siguiente a nivel nacional. El gasto social volvió a recobrar fuerza en la gramática de los discursos hegemónicos, y era asumido por el capital privado para proveer ciertos “servicios sociales” y ocupar la resolución de aquellas necesidades que el Estado no puede atender. El punto de llegada era claro: convertir al continente Latinoamericano y caribeño en una zona de mayor estabilidad política y económica para la reproducción de la acumulación, asediada por las contradicción entre la producción/extracción de plusvalor y la realización del valor, y las crisis de acumulación que esta contradicción conlleva.
Esta constatación del giro neoconservador es fundamental si recordamos que el neoliberalismo es la forma que actualmente adquiere el modo de producción material capitalista y que, en definitiva, implica una estabilización del capitalismo en la región para mantener la acumulación de valor, si la oposición al neoliberalismo no va en dirección opuesta a esta estabilización, se mantiene dentro de los marcos establecidos por el sistema bajo la forma conservadora neoliberal. Mantener la estabilidad y la gobernabilidad puede ser una necesidad para avanzar en los procesos de transformación, pero sin la dirección adecuada también puede significar un “favor” al capitalismo, al mantener las condiciones de acumulación. El ¿cómo hacer? (más que el “qué hacer”) retoma aquí una prioridad estratégica, puesto que implica la discusión sobre la instrumentación de las mediaciones necesarias que permitan una acumulación de fuerza suficiente para avanzar en dirección a un horizonte poscapitalista. He ahí otro nudo problemático que se debe desenredar.
Notas:
[1] Véase: Hacer balance del progresismo de Raúl Zibechi; Termina la era de las promesas andinas de Maristella Svampa; Desafíos al ciclo progresista en América Latina de Gustavo Codas; El presunto “fin del ciclo progresista” y Otra vez sobre “el fin del ciclo progresista” de Ángel Guerra Cabrera; ¿Fin del ciclo progresista o reflujo del cambio de época en América Latina? 7 tesis para el debate, de Katu Arkonada; Diagnosticadores de la capitulación de Aram Aharonian; ¿El final del ciclo (que no hubo)? de Emir Sader; Geopolítica de América latina: entre la esperanza y la restauración del desencanto de Alfredo Serrano Mancilla.
[2] Véase su antología: A contracorriente del pensamiento conservador, Espacio Crítico Ediciones, Bogotá, 2012.
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