“Un pecado de la Revolución”
- Opinión
El título del artículo no es mío, lo tomo prestado de uno de los grandes de nuestra historia, Ernesto “Che” Guevara. En el corto texto homónimo publicado el 12 de Febrero de 1961 en la revista Verde Olivo, el Che reflexiona sobre su experiencia de combatiente cuando hubo de enfrentarse a aquellos peligrosos “aliados” con los cuales tuvieron que convivir en algunos momentos del proceso revolucionario.
¿Quiénes son estos peligrosos “aliados” de la Revolución? Los “traidores en potencia”, los “débiles de espíritu”, los “cobardes”, los “ladrones”, los “comevaca”; en otras palabras, los falsos revolucionarios que se acomodan al curso de las aguas políticas para escalar posiciones individuales a conveniencia. “Esa era una parte del Ejército Rebelde -comenta el Che- con la que debíamos convivir”.
Precisamente, esta convivencia en el transcurso de la revolución, y en la necesidad de su radicalización, demostró, para el Che, el “pecado de la revolución”. “Desde los primeros días se plantearon divergencias serias [con los “débiles de espíritu”] que culminaron a veces en intercambios de palabras violentos, pero siempre nuestra aparente cordura revolucionaria primaba y cedíamos en bien de la unidad. Manteníamos el principio. No permitíamos robar ni dábamos puestos claves a quienes sabíamos aspirantes a traidores; pero no los eliminábamos, contemporizábamos, todo en beneficio de una unidad que no estaba totalmente comprometida. Ese fue un pecado de la Revolución”.
Bien sabemos que las realidades históricas no puedes compararse a la ligera y sin criterios metodológicos definidos; pero, precisamente, es la historia de los procesos revolucionarios la que permite comprender las dinámicas de lucha y aprender de ellas. ¿Bajo qué criterio? El del compromiso político y, por tanto, también ético, de permanecer coherentes con los principios revolucionarios en cualquier espacio de acción; comprender que no se está del lado de la transformación para beneficio propio; y aprender que “el enemigo tiene más dinero y más medios de sobornar a la gente”.
De los errores se aprende, o se pagan caro. No hay otra opción cuando de política revolucionaria se trata. Y esta diatriba está siempre presente. Como dice nuestro Che: “Las revoluciones [...] no son nunca perfectas.” Precisamente, por no ser perfectas, es que tenemos la opción de elegir: o enmendamos los errores, o pagamos sus consecuencias.
Y uno de los errores de los cuales no podemos esperar consecuencias, es la permisividad ante los “falsos revolucionarios”, aprovechados de siempre, acomodaticios de ahora, que se llenan los labios de discursos y consignas, a la vez que rebozan sus bolsillos y los de sus amigos de jugosos beneficios. Estos falsos héroes, que ahora ocupan no pocos cargos públicos, llevan sus relaciones en el bolsillo (para recordar una irónica expresión de Marx). ¿Cuántos “débiles de espíritu”, “cobardes”, “traidores”, “ladrones”, no plagan como virus nuestras instituciones, ejercen cargos medios y altos de dirección, y son tolerados en nombre de la táctica y la unidad? Una unidad, como decía el Che, y como me atrevo a afirmar ahora, “no está totalmente comprendida”.
“Que no nos cueste llamar ladrón al ladrón, [...] el ladrón es ladrón y se morirá ladrón. Por lo menos, el ladrón de altura; no el que en algunos países, desesperado, tiene que quitar una migaja para dar de comer a sus hijos”. Que no nos dé miedo asumir el compromiso revolucionario de levantarnos para “denunciar y castigar en cualquier lugar en que se asome algún vicio que vaya contra los altos postulados de la Revolución”. Aprendamos de la Revolución Cubana, aprendamos del Che, no dejemos que la intransigencia ante la debilidad, el error y los vicios, se convierta en la norma; no permitamos que los valores anti-revolucionarios y sus personificaciones se apropien de los espacios de poder y que su presencia se convierta en una convivencia necesaria. Un error así, de ninguna manera, puede permitirse, y de hacerlo, sus consecuencias podrían ser nefastas para el proceso bolivariano; como ya lo hemos podido constatar en más de una ocasión.
“La conciencia revolucionaria es espejo de la fe revolucionaria y cuando alguien que se dice revolucionario no se conduce como tal, no puede ser más que un desfachatado”. He ahí una lección que mal haríamos en aprender cuando ya sea demasiado tarde.
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